Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Cuando las milicias sionistas obligaron a punta de pistola a mi abuela Rasmiyyah y a su familia a abandonar su hogar en Safad durante la Nakba de 1948 el proceso de colonialismo de asentamiento que había impulsado la Declaración Balfour y que culminó con la limpieza étnica se convirtió en algo más que solo una tragedia nacional para el pueblo originario de Palestina. Se convirtió en algo personal.
He heredado de mi difunta abuela su pasión por la dignidad humana y su tenacidad en perseguir la justicia. Por lo tanto, es natural que en el actual debate acerca del legado de Balfour yo haya elegido centrarme en ambos.
Muchos analistas debaten en el centenario de la Declaración Balfour acerca de lo que realmente significó y si fue legal que el Imperio británico ofreciera en 1917 a los colonos judíos europeos un «hogar nacional» en Palestina «ignorando totalmente tanto la presencia como los deseos de la mayoría nativa», como lo expresó Edward Said.
Lo que en general está ausente del debate, más allá de la totalmente justificada exigencia de que los británicos se disculpen y paguen indemnizaciones, es el imperativo de actuar ahora para poner fin a la actual Nakba palestina acabando con la complicidad no solo de Reino Unido sino con la complicidad fundamental de Estados Unidos y otras potencias occidentales en mantener un sistema de injusticia que ha prevalecido durante cien años. Armando a Israel, protegiéndolo de las sanciones de la ONU y tratándolo como un Estado que está por encima del derecho internacional afianzan la patente inhumanidad inherente al legado de Balfour.
Algunas personas pueden oponerse a considerar que el proyecto sionista en Palestina apoyado por los británicos es un caso de colonialismo de asentamiento, pero incluso influyentes dirigentes sionistas de derecha fueron lo bastante honestos al respecto. En 1923, por ejemplo, Ze’ev Jabotinsky escribió: «Toda población nativa del mundo resiste al colonialismo mientras tiene la menor esperanza de ser capaz de librarse del peligro de ser colonizado. […] La colonización sionista debe o parar o bien continuar a pesar de la población nativa».
Jabotinsky recomendó un «muro de hierro» sionista para dominar a la población indígena, en parte colonizando nuestras mentes con desesperanza. Hoy Israel, respaldado por Estados Unidos y la Unión Europea, está construyendo muros de hormigón y utilizando una violencia extrema para aplastar nuestra esperanza y grabar en nuestra conciencia colectiva que es inútil resistir a su hegemonía colonial.
Por consiguiente, el primer paso para la descolonización ética y para curarnos nosotros, los palestinos, debe ser exorcizar la desesperación que hemos interiorizado durante décadas de brutal control militar israelí y denegación de nuestros derechos humanos básicos. Debemos emprender un profundo proceso de descolonización de nuestras mentes con una saludable aunque realista dosis de esperanza.
Una fuente fundamental de esperanza palestina hoy es el movimiento, dirigido por palestinos, de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), un movimiento por la libertad, la justicia y la igualdad.
Además de volver a relacionar las lucha palestina por la libertad con luchas internacionales por la justicia racial, indígena, económica, de género, social y referente al clima, el movimiento de BDS está movilizando una considerable presión no violenta de base sobre las instituciones, las corporaciones e incluso gobiernos que contribuyen a apoyar las violaciones de derechos humanos que comete Israel. Una reciente encuesta de la BBC muestra que Israel se ha convertido en uno de los Estados menos populares del mundo.
Inspirado en el movimiento estadounidense en defensa de los derechos civiles y en el movimiento en contra del apartheid en Sudáfrica, el movimiento de BDS fue lanzado en 2005 por la más amplia coalición de la sociedad civil palestina. Pide acabar con la ocupación israelí de 1967, acabar con su discriminación racial legalizada, que coincide con la definición de apartheid de la ONU, y respetar el derecho de los refugiados palestinos a retornar a sus hogares y tierras, derecho reconocido por la ONU.
Al darse cuenta de la capacidad de devolver la esperanza que alimenta el BDS y del hecho de que aumenta el impacto del movimiento entre los principales fondos de pensiones, sindicatos, movimientos estudiantiles, asociaciones académicas, movimientos sociales, artistas y, hasta cierto punto, Hollywood, los grupos de presión de Israel han recurrido a unas medidas de guerra legal represivas, desesperadas y probablemente ilegales para sofocar el movimiento.
Por ejemplo, hace unas semanas la ciudad de Dickinson, Texas, implementó una legislación en contra del BDS condicionando la ayuda humanitaria ante los daños provocados por el huracán a la promesa de no boicotear a Israel o sus colonias ilegales. La American Civil Liberties Union (ACLU) lo ha condenado por ser «una violación mayúscula de la Primera Enmienda, que recuerda a los juramentos de lealtad de la era McCarthy….».
La ACLU también ha presentado una demanda federal argumentando que la ley en contra del BDS de Kansas que exige que todos los contratistas estatales certifiquen que no boicotean a Israel viola la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense.
Lejos de proteger su impunidad, la ofensiva de Israel a favor de una legislación anticonstitucional en contra del BDS a escala estatal y en el Congreso [estadounidense] lo está alejando de la corriente dominante liberal. En parte esto puede explicar por qué casi la mitad de los estadounidenses apoyan las sanciones a Israel para que ponga fin a su ocupación, según una encuesta de 2016.
Un escándalo recientemente descubierto referente a la guerra secreta de Israel contra el BDS solo exacerbará este distanciamiento. Israel ha contratado a un importante bufete de abogados para intimidar y silenciar a las personas activistas del BDS en Norteamérica, Europa y otros lugares, según la prensa israelí. El abogado israelí que estaba en el centro de esta revelación advirtió que Israel puede estar traspasando «líneas criminales».
Si la guerra legal de Israel contra el BDS es derrotada en el Tribunal Supremo estadounidense, eso puede ser el preludio de una nueva era en la que Israel asuma sus responsabilidades.
Balfour se debe de estar revolviendo en su tumba al ver que las personas nativas cuyas aspiraciones él despreció de forma tan arrogante considerándolas irrelevantes empiezan a cambiar la corriente con la solidaridad internacional basada en principios de las personas de conciencia.
Prometí a mi abuela que nunca dejaría de hacer lo que me corresponde en esta misión de derechos humanos hasta que prevalezcan la justicia y la dignidad. No romperé esa promesa.
Omar Barghouti es cofundador del movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) por los derechos palestinos. Es uno de los premiados con el Premio Gandhi de la Paz 2017.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.