«Líbano ha vencido a los asesinos», reivindican los nuevos carteles emplazados en los caminos de Marjaayoun, equidistante entre las costeras ciudades de Saida y Tiro en la región de Nabatye. «Ustedes destruyeron los puentes, nosotros entramos en el corazón de la gente», rezan las pancartas, escritas en árabe, inglés y francés, a medida que llegamos […]
«Líbano ha vencido a los asesinos», reivindican los nuevos carteles emplazados en los caminos de Marjaayoun, equidistante entre las costeras ciudades de Saida y Tiro en la región de Nabatye. «Ustedes destruyeron los puentes, nosotros entramos en el corazón de la gente», rezan las pancartas, escritas en árabe, inglés y francés, a medida que llegamos a las aldeas del interior.
En las carreteras mientras tanto, flamean las insignias amarillas y verdes del Hizbula, las fotos de los mártires de la resistencia y las banderas blancas, rojas y negras, símbolo del martirio para expulsar a Israel del Levante y conformar la gran Siria. Las banderas nacionales sólo se erigen en los puestos de control en los que el Ejército libanés y la Policía secreta, el Mukharabat de los países árabes, verifican los pasaportes de los periodistas y la presencia militar en las rutas se limita a esporádicos jeeps y algunos camiones. En el check point sobre el nuevo puente de tierra de Al Khardaly que cruza el río Litani, recién construido, jóvenes e inexpertos soldados entregan folletos auspiciados por UNICEF, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la Universidad de Balamand y World Rehabilitation Fund, que tratan de ubicar cada uno de los explosivos utilizados en esta contienda. Y es que Marjaayoun fue uno de los puntos más calientes durante el último conflicto. La infantería israelí acosó la localidad, ocupó un cuartel del Ejército nacional y retuvo a 350 soldados, que no ofrecieron resistencia. Fue la UNIFIL, la misión de las Naciones Unidas, la que se encargó de su penosa evacuación mientras decenas de vehículos de civiles se unieron también al convoy. Esos mismos militares regresaron y son los encargados de custodiar el sur del río Litani plagado de restos de bombas de fragmentación y explosivos sin detonar. «Esta misión no es fácil, sobre todo después de 38 años de ausencia en la región y sin medios adecuados», señala el General libanés Charles Sikani desde su despacho en el cuartel general, asentado en la villa de Marjaayoun, una zona de mayoría drusa y cristiana, pero con una fuerte presencia chiíta. Esta ciudad fue la base del Ejército del Sur de Líbano (ESL) durante veinte años, una fuerza militar de 2.500 hombres dirigida por el general cristiano Antoine Lahoud que dependía militar y financieramente de Israel. Estratégicamente ubicada dentro de la zona de seguridad, es uno de los objetivos militares principales de la última contienda. Viejos jeeps americanos, tanques de la guerra de Corea y camiones de tiempos de Vietnam son los recursos con los que cuenta el Ejército libanés y, como no hay vehículos oficiales para todos, algunos patrullan en Mercedes 200. «Nosotros no tenemos armas, así que la fuerzas multinacionales tienen que venir bien preparadas y con capacidad para defender a nuestra gente», se refiere Sikani a la diferencia que debe tener la nueva misión de Naciones Unidas con respecto a la vieja FINUL, que no ha podido evitar ningun conflicto en 28 años. Entre la inoperancia de Naciones Unidas en la zona y la ausencia de las fuerzas del Estado libanés en la región, Hizbula estaba en todas partes,-y sigue estándolo, controlándolo todo y utilizando este lugar como plataforma para el lanzamiento de katiushas y proyectiles antitanque que dieron en el blanco israelí con asiduidad, convirtiéndola en uno de los focos de la resistencia chiíta . Castillo de Beaufort Desde lo alto el castillo de Beaufortel puesto militar construido por los cruzados que pasó por las manos de Saladino hasta Fakhreddine en el siglo XVII, se levanta sobre una de las cordilleras más altas de la región y se puede divisar desde kilómetros de distancia. Todos los invasores han luchado por conquistar el Qala`at ash Sharif, que se emplaza a 710 metros a nivel del mar y desde donde se ve Israel y Siria. A los pies de la fortaleza serpentea el río Litani, el antiguo límite norte de la franja de 25 kilómetros en la que los israelíes se asentaron en 1978 para contener entonces a las milicias palestinas y ocuparon durante veinte años. Cada ocupación ha contribuido al deterioro de esta belleza arquitectónica y hoy se ven los restos de barricadas de cemento a su alrededor, alambres de púa, burdas pintadas y cornisas de hierro a punto de colapsar. En su cima la bandera de Hizbula se erige en lo alto del puesto de observación y sobre un lateral flamea el símbolo de Amal, la segunda milicia chiíta de la zona. –