Barcelona, enero de 1984. Estaba matriculado en un curso de doctorado que impartía Daniel Quesada sobre «Semántica lógica». Manuel García-Carpintero, uno de los más grandes filósofos analíticos que ha dado este país, también participaba en él. Junto con Ramon Cirera y Fina Pizarro entre otros. Acabamos la sesión algo tarde aquel día, hacia las 14:30. […]
Barcelona, enero de 1984. Estaba matriculado en un curso de doctorado que impartía Daniel Quesada sobre «Semántica lógica». Manuel García-Carpintero, uno de los más grandes filósofos analíticos que ha dado este país, también participaba en él. Junto con Ramon Cirera y Fina Pizarro entre otros. Acabamos la sesión algo tarde aquel día, hacia las 14:30. Fui al buscar el autobús, el 7, a la Diagonal. Me dejaba cerca de casa después de un recorrido de unos 50 minutos. Al subir vi a Manuel Sacristán, acompañado de su segunda esposa, Mª Ángeles Lizón. No me atreví a saludarlo, no quería importunarle. Él me reconoció. Trabajé durante 12 años en un banco y, lo confieso con rubor, usé algunas veces horas sindicales en mis últimos años para ir a sus clases, a las que asistí sin matricularme durante tres o cuatro cursos. Fue, pues, Sacristán quien se levantó, me saludó amablemente y me preguntó cómo me iban las cosas. Balbuceé alguna respuesta incomprensible, le hablé del curso de Quesada, le comenté que había seguido otro curso con él hacía dos años sobre La estructura de las revoluciones científicas, el mismo año en que él había impartido un seminario, al que también asistí, sobre Kuhn y su clásico de historia y epistemología de la ciencia. Le comenté que también seguía otro curso con Mosterín sobre metrización de conceptos sociales. Se interesó por él. Poco pude decirle, su parada se acercaba. Me dio la mano y ambos se bajaron poco después. Su casa, en Diagonal 527, no les quedaba lejos.
Nos había hablado en una ocasión de ella en sus clases de Metodología de las ciencias del curso 1981-1982, a propósito de Roszak, de la deshumanización de las ciudades y de la racionalidad (o no) de ciertas aproximaciones críticas a la tecnociencia contemporánea y a la misma civilización capitalista contemporánea. Tomando pie en apuntes (que Sacristán aconsejaba no tomar) y en trascripciones de las clases de ese curso, la cosa fue del siguiente modo.
La crítica material a la tecnociencia contemporánea había cuajado en una concentración cultural extendida por las ciudades norteamericanas, en el ambiente literario especialmente, pasando de ahí a Gran Bretaña, dando pie a un potente movimiento contracultural. Eran los ’60 del pasado siglo. Un poco tardíamente libros, documentos y artículos de ese movimiento cultural-ciudadano fueron traducidos, por lo menos los de sus principales representantes, Roszak en primer lugar. El nacimiento de la contracultura había sido publicado por Seix Barral, si bien no había tenido ni mucho menos el éxito que había conseguido en Estados Unidos y en el área anglosajona en general.
Las motivaciones de la crítica contracultural probablemente era exagerado presentarlas como estrictamente materiales o existenciales, matizó Sacristán, las había también epistemológicas. La crítica efectiva, como casi siempre, era un compuesto de ambas: la reflexión política sobre la ciencia solía mezclar las instancias epistemológicas con las materiales y prácticas. Pero en este caso, los desencadenantes de esta crítica eran existenciales, de vida cotidiana: la contaminación de las ciudades, la masificación de la vida cotidiana, las dificultades en la comunicación en las grandes ciudades y en los grandes aglomerados metropolitanos de los Estados Unidos
[…] o del continente americano o del asiático (Japón en eso va también en cabeza), que por mucho que nos quejemos de lo que son nuestras ciudades europeas todavía no hemos llegado, ni de lejos, a horrores parecidos, aunque esto sea ya bastante inquietante. Son, por tanto, motivaciones no epistemológicas.
A Sacristán le parecía adecuado documentar su aproximación con un par de textos del primer Roszak. En un artículo titulado «El monstruo y el titán: ciencia, conocimiento, hipnosis», decía este autor:
Estoy pensando en un monstruo que me inquieta tanto como todos los demás. Un monstruo que es hijo exclusivo del científico y cuya doma no es una tarea política. Me refiero a un demonio invisible, que actúa mediante un veneno sutil y no sólo en la carne y los huesos, sino sobre el espíritu. Me refiero al monstruo del sinsentido, el malestar psíquico, el vacío existencial, en el que el hombre moderno busca en vano su alma
El primer plano en el que estaba escrito el paso era aparentemente epistemológico. Desde ese punto de vista, no había duda de que cualquier persona de formación analítica y científica lo consideraría superficial. Suponer que era la ciencia, el conocimiento, el que deshacía el sentido del mundo era, ciertamete, un supuesto original y arriesgado.
[…] Habría una cosa que sería el sentido del mundo, la naturaleza, el mundo tendrían sentido y, sin embargo, conocer al mundo sería destruir el sentido. Esta es una hipótesis romántica, idealista, muy poco consistente. El mundo o tiene sentido o no lo tiene, para quien sea capaz de hablar de sentido de las cosas objetivas. Para gente de formación más analítica, como es mi caso, para bien o para mal, lo que no tiene sentido es hablar de sentido del mundo.
Tenían sentido las acciones humanas. Tenía derecho a hablar de sentido del mundo, de las cosas, quien creyera que el mundo era producto de un Dios creador: la realidad objetiva tendría el sentido insuflado por el acto de creación voluntaria y planificada. Si uno no hacía o no admitía la hipótesis de un Dios que creara el mundo con una intención, entonces no tenía derecho a buscar sentido en el mundo. Sentido era una noción que tenía que ver con las intenciones, en el doble sentido de intenciones de la voluntad e intenciones del lenguaje. Donde no había lenguaje para expresar, ni conocimiento ni intención, no tenía sentido hablar de sentido diría una persona de formación analítica como era el caso de Sacristán. Pero era pobre, muy pobre -nueva capa crítica, esta vez dirigida hacia otras perspectivas-, quedarse en ese comentario porque si se ayudaba un poco a Roszak, si se le ayudaba a decir con más precisión analítica las cosas que estaba sugiriendo, salía algo que sí se podía entender.
[…] Si en vez de hablar de sinsentido del mundo o de las cosas, uno se pone a hablar de sinsentido de las acciones humanas, de la conducta humana y de la convivencia humana, entonces Roszak puede estar queriendo decir que esta cultura de base tecnocientífica está rompiendo las redes de sentido de la convivencia humana. Y esto sí que tiene sentido y se entiende bastante mejor.
Con un poco de buena intención, proseguía Sacristán, siendo generosos con él, se podría pensar que Roszak estaba aludiendo al hecho de que en una megalópolis moderna, una persona podía ser atacada a puñaladas, tirada en el suelo o atropellada por un automóvil, sin que eso influya para nada en la conducta de los que está pasando alrededor, cosa que veíamos frecuentemente en los lugares más avanzados de nuestra civilización, Nueva York, por ejemplo. Civilización, matizaba, en otro sentido, no en el sentido de sociedad avanzada, pero sí en el sentido de que eran producto del mismo desastre. También ciudades como Tokio, desde luego, o bien, para referirse a una experiencia que le traumatizó, Barcelona y fue aquí cuando nos habló de su piso de Diagonal.
Yo vivo en un lugar diabólico que es la esquina de Diagonal con la avenida de Sarrià, que es un cruce de carreteras como es obvio, y, por tanto, se ha vuelto un infierno. Pero vivo allí desde hace tiempo, cuando aquello no era un infierno sino un lugar campestre. En aquel cruce, que siempre ha sido peligroso, […] un automóvil atropelló a un guardia de tráfico, ya de noche, es decir, se veía poco, no había tantas luces como ahora. Sin embargo, yo empezaba a cruzar en aquel momento y corrí a recoger aquel guardia y cuando llegué éramos, por lo menos, cinco personas recogiéndolo. En segundos, habíamos acudido allí cinco personas. Lo montamos en un taxi, que paró inmediatamente al ver el accidente. Fuimos al Clínico, lo operaron. Media hora después estaba en el quirófano.
El suceso había pasado diez o quince años atrás. En cambio, el año pasado, había muerto allí, yendo en moto, atropellada por un coche, la hija de un médico amigo suyo. La habían recogido una hora más tarde, o algo más, y había ingresado muerta en el Clínico. No nos debíamos hacer ilusiones. Situaciones así no sólo pasaban en Nueva York, empezaban a pasar ya en ciudades como Barcelona. A Sacristán le obsesiona mucho el caso, por el doble motivo de que era un conocida y había sido delante de su casa.
Esa casa, en la que yo nunca estuve, lo sé por amigos, discípulos, familiares y compañeros de Sacristán, esa casa en la que vivían Giulia Adinolfi, Vera Sacristán y Manuel Sacristán, fue un activo y muy visitado polo político-cultural en la Barcelona en los años setenta y ochenta.
Cuando pudo serlo, claro está. La clandestinidad durante años dificultó encuentros y reuniones. No olvidemos que Sacristán fue miembro del comité ejecutivo del PSUC desde 1965 hasta 1969 y del comité central del partido, del partido de la resistencia antifranquista, desde 1956. En aquella casa estuvieron Agustín García Calvo, Carmen Martín Gaite, Javier Pradera, Francisco Fernández Buey, Toni Doménech, Juan-Ramón Capella, Jacobo Muñoz, Rafael Argullol, Alejandro Pérez, Teresa Comte, Xavier Folch, Carlos Castilla del Pino, Jesús Mosterín y tantos otros amigos, compañeros políticos, con o sin partido, e intelectuales antifascistas.
Xavier Juncosa, el cineasta barcelonés autor de ocho documentales (¡ocho!) sobre la vida y obra de Sacristán («Integral Sacristán», El Viejo Topo, Barcelona, 2006, uno de ellos dedicado a Giulia Adinolfi), tuvo hace un par de años la magnífica idea de que una placa ciudadana recordara que en ese edificio de Diagonal había vivido el que algunos han considerado el mejor filosofo hispánico de la segunda mitad del siglo XX. No es, desde luego, la única idea que Xavier Juncosa ha tenido sobre Sacristán y su legado. Todas ellas valiosas, de interés, que se suman a la excelencia y generosidad de su obra cinematográfica.
Con el apoyo de Vera Sacristán, Francisco Fernández Buey y Enric Tello, la sugerencia empezó a tomar cuerpo. No había ningún inconveniente por parte del Ayuntamiento de Barcelona. Más bien lo contrario. Si no recuerdo mal, se llegó a acordar una fecha para la colocación de la placa: mediados de diciembre de 2007. Pero surgió un inconveniente, consistente por lo demás, muy consistente, con la naturaleza poliética esencial del homenajeado.
La propietaria del edificio, por lo que parece propietaria de todos los pisos del edificio, que probablemente fue vecina de Sacristán durante años y a la que saludaría amablemente en numerosa ocasiones -«Buenos días», «buenas tardes», «¿qué tal va todo?»-, se opuso. Firmemente, con rotundidad incluso, sin margen para el acuerdo. No quería que una placa que hablara de Sacristán se colocara en la fachada del edificio. Ella tenía derechos como propietaria y su voluntad ya había sido formulada con claridad. ¿Por qué? No puedo explicitar mis fuentes, por cortesía y prudencia, pero es muy probable, altamente probable, con probabilidad cercana a 1, que la señora propietaria razonara del modo siguiente: ¿Y si cambian las cosas? ¿Y si vuelven los otros, acaso los míos, y ven en el edificio una placa en la que se habla de Manuel Sacristán, un filósofo marxista-comunista? En definitiva, diciéndolo rápido y aunque pueda parecer increíble: Sacristán era un rojo, que no dejó nunca de serlo, y lo mejor, lo más prudente en estos casos es no homenajearles. El resto, esta vez, debe ser silencio, olvido. Nada.
Y así fue. La suerte parecía echada, la primera batalla se perdió. Pero, como se sabe, hay que dar batallas muchas veces aunque se sepan perdidas. Nos lo enseñó el mismo Sacristán a propósito de Jerónimo: ésta no se ha perdido finalmente
La insistencia de Enric Tello, la admirable insistencia y la búsqueda de una salida razonable del autor de La historia cuenta ha tenido sus frutos. Con el apoyo de Xavier Juncosa, Francisco Fernández Buey y Vera Sacristán, con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona, representado si no ando errado por la señora Pilar Serrano y con la intervención directa en el asunto de la regidora y durante tiempo teniente de alcalde de ICV-EUiA, Imma Mallol, y Enric Tello, es necesario insistir, como maestro de ceremonias, finalmente la racionalidad y el buen sentido se han impuesto y el marxista revolucionario, autor de «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», tendrá su placa en Diagonal.
La placa en su recuerdo se situará en el parterre de delante de la casa del número 527. No les garantizo que la propietaria del edificio no sufra por ello algún ataque de ansiedad. Haremos lo posible para evitarlo, intentaremos disolver sus miedos. ¿Seremos capaces de ganarla para la causa?
La placa dirá así:
- MANUEL SACRISTÁN LUZÓN
(Madrid 1925 – Barcelona 1985)
Pensador marxista, lògic i metodòleg de la ciència, professor i traductor
Visqué a la casa de la Diagonal 527
Any de la Ciència, 2007.
Ajuntament de Barcelona
El texto no necesita traducción.
El acto de colocación de la placa será el próximo miércoles, 10 de diciembre, a las 11 de la mañana.
Sé que la hora no es la más adecuada. Hagan un esfuerzo. Sacristán y lo que él representaba (y sigue representando, no sólo estamos ante un acto de memoria histórica) merecen su presencia. Si son profesores o estudiantes universitarios acuerden otro día para la case o, incluso, háganla en la calle esta vez. Les queda cerca. Si son profesores o profesoras de secundaria o primaria, lo tienen más difícil pero intenten algún cambio. Su presencia en Diagonal lo merece. Si son funcionarios, y no lesionan a ningún ciudadano o ciudadana, pidan permiso: una hora o algo más en total. Esperemos que en su responsable no habite el olvido. Si son trabajadores de empresas privadas, y ningún servicio esencial depende de ustedes, no lo duden: pónganse enfermos. Que el empresariado no les extraiga plusvalía la mañana de ese día es consistente con el legado del traductor de El Capital. Si además, alguna manifestación, algunos manifestantes de empresas en crisis (¿cuáles no?), de acercaran al cruce de Diagonal con la Avenida de Sarriá, lo óptimo sería compañía de lo deseado. Recordemos que el primer maestro marxista de Sacristán (o el segundo, tras el lógico Ettore Casari) fue un obrero fresador alemán, Hans Schweins, y que es sabida su admiración, con momentos críticos desde luego, como cualquier relación intensa, con los fallecidos Miguel Núñez, Cipriano García y Gregorio López Raimundo, obreros, combatientes comunistas que lucharon como pocos por la libertad, la justicia, el socialismo, la igualdad y la fraternidad. Un excelente plan de vida y trabajo para todos los días, meses y años de nuestras vidas que Sacristán, igual que ellos, no dejó de transmitirnos. Sin decirlo, sin señalarlo explícitamente. Viviendo ya, intentando vivir de otra forma, de otro modo que, como escribiera su admirado Jaime Gil de Biedma, acaso el tiempo no pueda por ahora imaginarse.