Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
¿Ha ganado ya la facción liderada por el Presidente Bashar al-Asad la guerra civil que dura tres años en Siria?
Los comentaristas occidentales tienden a responder a la pregunta con un sí con reservas. Algunos en Teherán y Moscú, los principales patrocinadores de Asad en esta trágica guerra, están silbando una melodía parecida.
El General Qasem Suleimani, considerado por algunos como el verdadero gobernante de Siria, afirma que su Fuerza Quds ha inclinado ya la balanza a favor de Asad. Russia Today, la red global de medios de comunicación del Presidente Vladimir Putin, ha decidido también que Asad ha ganado y que Siria va camino de la normalización.
¿Refleja ese análisis la situación real en Siria? No estamos tan seguros. En realidad, creemos que la lucha en Siria está sólo completando su segundo acto. Nadie sabe a ciencia cierta qué podría acontecer en el tercero.
Incluso en Teherán, no todos son tan optimistas como el General Suleimani. En una reunión con el primer ministro pakistaní, Nawaf Sharif, que visitaba el país, el ex presidente de la República Islámica, Hashemi Rafsanjani, silbó una melodía diferente.
«La intervención en Siria es muy costosa, causa divisiones en el mundo musulmán, se lleva vidas inocentes y no produce beneficios a nadie», le dijo al líder pakistaní.
El acontecimiento que ha activado la teoría de «Asad ha ganado» fue la reciente evacuación de Homs, conocida anteriormente como «capital de la revolución», de las fuerzas anti-Asad, Sin embargo, teniendo en cuenta un panorama más amplio, aunque la evacuación es tácticamente importante para la facción de Asad, puede tener poco o ningún significado estratégico. Una guerra civil no es una guerra de posiciones.
En una guerra civil, la facción que desafía el orden establecido se coloca a sí misma en desventaja al tener que dedicar sus fuerzas y sus necesariamente escasos recursos a mantener el territorio. El contendiente depende de la movilidad y la sorpresa, atacando donde puede y retirándose de donde se siente vulnerable. Durante la guerra civil china, Mao Zedong forjó más su fama como líder guerrillero mediante acertadas retiradas que por mantener el territorio. De hecho, el campo nacionalista, dirigido por el General Chiang Kai-shek, tuvo el control nominal de gran parte de la masa terrestre china hasta la fase final de la guerra.
En una guerra civil, el territorio se controla a través de toda una variedad de formas. En ocasiones, una de las facciones ejerce el control durante el día mientras la otra lo ejerce por la noche. Esto fue lo que sucedió en grandes zonas de Argelia durante su guerra de independencia contra Francia. Vietnam del Sur experimentó una situación parecida respecto a los «equilibrios de poder» hasta el final de la intervención militar estadounidense.
En otros casos, una facción controla las principales carreteras mientras la facción rival domina el interior del país. Esto fue lo que sucedió en la larga guerra de once años que sufrió Malasia y que implicó, por un lado, a los británicos junto al lado malasio, contra los insurgentes comunistas por el otro lado. Una situación similar se vivió en Afganistán en los años finales del régimen comunista en Kabul, con el ejército soviético controlando las principales carreteras mientras los muyahaidines deambulaban por las zonas rurales.
En algunos casos, como ocurrió en la guerra civil española, las facciones rivales ejercen diferentes grados de presencia efectiva en distintas partes de un mismo país: El bando nacionalista se hizo rápidamente con el control en Galicia pero no pudo imponerse en Cataluña hasta las últimas fases de la lucha.
La estrategia actual de la facción de Asad está parcialmente copiada de un plan de seguridad elaborado y puesto en práctica por los franceses en algunas partes de Siria durante la revuelta dirigida por el líder druso, el Sultan Al-Atrash, en la década de 1920. El plan dividía Siria en tres zonas. La primera aparecía con el nombre de «la Siria útil», que incluía Damasco y unas pocas ciudades donde la potencia colonial hacía ondear su bandera, así como las líneas de comunicación necesarias para los fines logísticos, como hacer llegar fuerzas de refresco desde fuera. La segunda zona se descartó al ser áreas controladas por los rebeldes. La tercera zona era un área intermedia en la que el ejército colonial combatía contra los rebeldes para hacerse con su control. Allí, los dos bandos cambiaban frecuentemente de posición, convirtiéndose uno en blanco fijo mientras el otro actuaba como atacante móvil y viceversa.
La estrategia de la «Siria útil» de Francia fracasó y creo que la versión modificada de Asad está también abocada al fracaso. Se debe a que, durante el mandato, una mayoría de los sirios no quería un gobierno extranjero y, actualmente, una mayoría similar rechaza la dominación ejercida por el clan Asad.
Más que cualquier otra forma de contienda, una guerra civil tiene más que ver con los corazones y las mentes que con el territorio. En virtud de ese criterio, la posición de Asad hoy en día debe ser más débil que al comienzo del conflicto. En aquel momento, muchos sirios estaban aún dispuestos a concederle el beneficio de la duda o, al menos, a no culparle por las atrocidades perpetradas durante el gobierno de su padre. Sin embargo, ahora ha dirigido atrocidades mayores que las que Hafez Al-Asad podría haber imaginado.
Hace tres años, Bashar no tenía aún ese record. Hoy sí lo tiene, y es un record muy sangriento.
Ninguna guerra civil puede terminar al menos hasta que el contendiente admita la derrota. Eso no puede suceder sin que una de las partes consiga una victoria convincente en términos militares. Basta con que una de las partes arroje la toalla como fruto de la desmoralización más que por los actuales reveses en el campo de batalla. Dudo de que la mayor parte de los sirios que se levantaron contra Asad estén lo suficientemente desmoralizados como para darlo todo por finiquitado. Podrían reagruparse fácilmente y continuar con una guerra de baja intensidad contra un régimen que es, sin género de dudas, mucho más impopular ahora que hace tres años.
Una guerra civil no está sometida a los límites y plazos tradicionales de las guerras convencionales impuestos por las autoridades de las naciones implicadas. Una guerra civil puede proseguir durante décadas. La guerra civil entre los optimates y los populares en la antigua Roma duró cuarenta años. La guerra civil en la República Democrática del Congo va ya por su tercera década.
Sólo la eliminación de la causa auténtica de la guerra siria podría poner el punto final. Esa causa original es el despotismo. El símbolo de ese despotismo es Bashar Al-Asad.
Amir Taheri fue editor ejecutivo en el diario Kayhan de Irán entre 1972 y 1979. Ha escrito innumerables artículos, publicado once libros y, desde 1987, es columnista del Asharq Al-Awsat desde 1987. El Sr. Taheri ha ganado varios premios de periodismo y en 2012 fue nombrado Periodista Internacional del Año por la British Society of Editors y la Foreign Press Association en los premios anuales a los medios de comunicación que se conceden en el Reino Unido.
Fuente original: http://www.aawsat.net/2014/05/article55332515