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El sindicato Acontracorrent organiza las III Jornades republicanes en la Universitat de València

Batalla por la memoria, lucha por el presente

Fuentes: Rebelión

A sus 93 años y tras permanecer 23 como preso político en las cárceles franquistas (el prisionero con una estancia más larga), el poeta Marcos Ana considera que, según la extrema derecha, hay que pasar página. «Sí, pero tras haberla leído», añade el escritor comunista. Así se expresó en una entrevista concedida en noviembre de […]

A sus 93 años y tras permanecer 23 como preso político en las cárceles franquistas (el prisionero con una estancia más larga), el poeta Marcos Ana considera que, según la extrema derecha, hay que pasar página. «Sí, pero tras haberla leído», añade el escritor comunista. Así se expresó en una entrevista concedida en noviembre de 2009 a «Heraldo de Soria».

Memòria històrica i Lluïta antifranquista. Es el título de una de las mesas redondas insertas en las III Jornades Republicanes organizadas por el sindicato Acontracorrent, que se celebran entre el 8 y el 12 de abril en la Universitat de València. En la conferencia han participado la historiadora, arqueóloga y diputada de EUPV-IU, Esther López; el profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València, Julián Sanz; y el sociólogo, historiador y responsable de Formación de EUPV-IU, José Manuel Sanz.

En el libro «Testimonio de la memoria», Esther López Barceló traza, desde una perspectiva de género y a partir de testimonios orales, la semblanza de unas mujeres que vivieron la lucha antifranquista en el «exilio interior». Serían, como escribió el historiador Ricard Vinyes, «aquellas mujeres irredentas que quisieron ser historiadoras de sí mismas». Muchas veces a contracorriente, pues -subraya la diputada e historiadora- «incluso en la memoria histórica antifranquista a menudo las mujeres han sido silenciadas y olvidadas».

Es lo que ha ocurrido con Esperanza Martínez, una de las mujeres retratadas en el libro, que terminó de escribir hace muy poco sus memorias. De forma autogestinada y con mucho esfuerzo. «Porque la voz de los vencidos no interesa a las grandes editoriales», aclara López Barceló. En las mujeres retratadas en «Testimonio de la memoria» se repite la misma pauta: «la conciencia de clase se la despiertan sus madres; es una época -1936- en la que se produce un fuerte empoderamiento de las mujeres en el campo y en las ciudades», explica la autora.

En el recuerdo de la lucha antifranquista afloran lagunas. Zonas de penumbra y olvido. Como el rol que desempeñaron los enlaces , a menudo relegados al segundo plano frente a la audacia de la guerrilla. La mayoría de los enlaces eran mujeres. Esperanza Martínez participó en estas redes de apoyo antes de echarse al monte. «Hacían lo mismo que los guerrilleros, sólo que en el llano y también exponiéndose a la amenaza de los verdugos; no se entiende, por tanto, este papel secundario que les otorgan los historiadores; los enlaces sostienen la lucha guerrillera», concluye Esther López.

» Testimonio de la memoria» también ahonda en la biografía de Ángela Losada. De familia guerrillera, escapa a la montaña con la fijación de derrocar al franquismo. Y por eso «recibe una doble estigmatización», señala la autora. «Se le tacha de roja y de fulana «, como a toda mujer que se echa al monte. Vivencia distinta es la de Odette Martínez, hija de guerrilleros que nace en el exilio francés y a quien marca desde la infancia el compromiso político de su familia. «No crece en un ambiente de ocultación y miedo, explica Esther López, como es el caso de las mujeres que viven en el exilio interior ; éstas se sienten con la necesidad de investigar para descubrir su pasado y asumir la causa de sus abuelos; pero Odette vive tan de cerca la historia familiar que se distancia y, en cierto modo, reniega de la misma». Hasta que adquiere conciencia. Y, ya en la cuarentena, abandona su trabajo de profesora de francés y se dedica en cuerpo y alma a investigar la memoria de las mujeres antifranquistas.

La memoria histórica es todo menos una abstracción. En los escenarios político y mediático se producen batallas casi cruentas. Y en la academia se ha ampliado la lente de estudio. «Muchos jóvenes investigadores han realizado trabajos que van más allá de cómo tradicionalmente se estudiaba la lucha antifranquista ( aparatos , organizaciones políticas y lucha armada)», explica el historiador Julián Sanz. Aunque, agrega, «algunos historiadores muy instalados en las torres de marfil han visto con recelo al movimiento en pro de la memoria histórica». Otro efecto beneficioso para la historiografía es el mayor recurso a las fuentes orales; o cómo se hace uso de la memoria histórica en artes como el cine y la literatura, además de su influencia en las batallas culturales. Incluso la memoria se considera objeto de investigación, como elemento sociológico de primer orden.

También en la academia es recurrente el debate de las esencias entre «memoria» e «historia». Aunque en la práctica, subraya el profesor de Historia Contemporánea, «son elementos muy interrelacionados y difíciles de separar». Siempre ha existido una elaboración del pasado. Los estados, desde sus orígenes, han utilizado la memoria histórica para legitimarse pero, más recientemente, la idea de memoria histórica se asocia a las grandes tragedias del siglo XX y a la necesidad social de reconocer a las víctimas.

¿Resulta el estado español un caso excepcional en la batalla por la memoria? No, sólo que incorpora estas querellas años después que otros países europeos. Julián Sanz recuerda el «Síndrome de Vichy», en relación con la entusiasta colaboración de buena parte del establishment y el pueblo francés con el nazismo (incluidas las deportaciones de judíos). O los grandes debates en Italia fascismo/resistencia. Porque, aclara Sanz, «hay diversas memorias históricas». En el estado español, la memoria de las víctimas de la represión franquista eclosiona en los 90 y se desarrolla durante los últimos 15 años. «Pero tampoco es algo nuevo», matiza Sanz. «Durante la transición y en la década de los 80 se publican trabajos e investigaciones sobre la represión franquista; lo que no hubo en esa época fueron políticas públicas ni pedagogía sobre los vencidos, como sí sucedió en Alemania con el nazismo o con el reconocimiento en Italia de la resistencia antifascista», añade.

Algo singular de los últimos años en el estado español es la barahúnda mediática en torno a la memoria. La proliferación de panfletos revisionistas («publicística neofranquista», según Julián Sanz) que omiten todo tipo de hechos y fuentes. Pío Moa y César Vidal figuran como grandes estrellas del género (igual que antes lo fueron Ricardo de la Cierva o Vizcaíno Casas). «Tienen un impacto enorme, que tal vez se explique por la herencia del franquismo sociológico», concede Julián Sanz. «Escriben con finalidad política (en el sentido peyorativo del término)» e intentan contrarrestar a los historiadores que investigan la represión franquista y el papel de las víctimas. Sea como fuere, pervive un sustrato cultural en la sociedad española que explica su éxito. ¿Cómo entender, si no, la asociación (impune) entre los hechos de Paracuellos y la oposición a un desahucio? Pero se da otro «revisionismo» («más serio», según Julián Sanz): el de historiadores (en la línea de Fernando del Rey) que plantean una revisión «completa y denigratoria» de la II República. No es algo neutro ni inocente. Son concepciones que se trasladan a los libros de texto y a los discursos públicos, alerta Sanz. Y añade: «hay un riesgo de que vuelva el discurso de condena de la República como régimen fallido y fracasado , mientras se plantea la actual democracia como modelo de convivencia ; eso sí, siempre con una impronta científica».

A menudo se asumen los términos sin reparar en su complejidad, y se termina simplificándolos. O peor. En aras de hacerlos digeribles, se reducen a consigna con lo que se mengua la riqueza conceptual. ¿Ocurre algo parecido con la memoria histórica? Según el historiador y sociólogo José Manuel Sanz Molinero, «existen muchas memorias, más aún, un conflicto entre memorias dentro de sociedades en conflicto». Por eso, «las memorias nunca son neutrales», subraya. «La recuperación y definición de la memoria forma parte de la acción política; no es un mero objeto de estudio para las Ciencias Sociales». Además, para numerosos historiadores y sociólogos vivimos en «la era de la memoria». Por tanto, el escenario del conflicto se ha desplazado; tiene lugar en el campo de la memoria, no tanto en el de la historia.

Y esto tiene consecuencias bien mundanas y tangibles. «Hay un gran negocio y toda una industria cultural en torno a la construcción de la memoria, que en el fondo no es más que una típica construcción de hegemonía gramsciana», subraya Sanz Molinero. De hecho, «nuestra democracia se ha edificado sobre mitos; por eso es tan necesaria la lucha por la memoria. Todos los países que han pasado por el fascismo han hecho una relectura de su memoria y reconocido a las víctimas. En el estado español no ha sido así. Se ha impuesto una memoria sectaria y excluyente, impuesta sobre el silencio por los cientos de miles de muertos y desaparecidos».

El gran mito fundacional es el de la transición (exportada a todo el mundo, incluida la Europa del Este), cimentado sobre lugares comunes como «concertación», «consenso» o «acuerdo» pero que, según Sanz Molinero, implicó «muchos olvidos». Pues ¿Cómo llegar a un «acuerdo» en una sociedad que ha vivido un genocidio político? Hay un factor que lo explica: el miedo. Y, con este punto partida, «convertir la militancia en apatía («la gente de bien no habla de política»); fomentar el olvido para reconstruir la vida personal; y los efectos de cuatro décadas de socialización franquista, con la propagación de mitos -por ejemplo- sobre el PCE». Subraya José Manuel Sanz que en la década de los 60 la dictadura abandona la idea de «cruzada» y empieza a propalar interesadamente el mito de la «guerra civil» (la II República terminará asimismo asociándose a esta idea). Pero conviene introducir matices. El historiador Julián Sanz previene contra la «idealización» y recuerda la pervivencia, en buena medida, del aparato de espionaje, militar y judicial nazi después de 1945. Cómo perdura tras la Segunda Guerra Mundial la superestructura y la legislación heredada de Mussolini en Italia o cómo Francia ocultó las vergüenzas del régimen de Vichy. Desenmascarar estos mitos, el gran objetivo de la memoria histórica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.