Luz Gómez (editora) El llamamiento de la sociedad palestina al Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel (2005) se halla en un punto de inflexión. A la vez que la ocupación y el apartheid se han ido agudizando en estos años, se ha consolidado la campaña internacional para presionar a Israel a través del boicot económico, […]
Luz Gómez (editora)
El llamamiento de la sociedad palestina al Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel (2005) se halla en un punto de inflexión. A la vez que la ocupación y el apartheid se han ido agudizando en estos años, se ha consolidado la campaña internacional para presionar a Israel a través del boicot económico, académico y cultural. La Operación Plomo Fundido contra Gaza del invierno de 2008-2009 y la parálisis de la Autoridad Nacional Palestina han hecho posible el cambio de mentalidad en la solidaridad con Palestina. La sociedad civil internacional ha respondido al llamamiento palestino. El BDS se ha convertido en un instrumento eficaz de movilización social y presión política contra la permisividad de los Gobiernos con la ocupación y el apartheid israelíes. El avance del BDS supone la recuperación de una forma de entender la política y la solidaridad ya practicada contra el apartheid de Sudáfrica, pero arrinconada con el triunfo voraz del neoliberalismo en los últimos veinticinco años.
Lejos de avanzar en una solución que dé respuesta a los derechos de los palestinos reconocidos por Naciones Unidas, Israel ha seguido incumpliendo de forma sistemática todas sus obligaciones como potencia ocupante y como Estado de derecho para todos sus ciudadanos, incluidos los israelíes no judíos. El desprecio a las resoluciones de la ONU ha llegado al punto de que han dejado de ser la referencia en las llamadas «conversaciones de paz». Más colonias, más apartheid, más represión y violencia viene siendo la respuesta israelí a todo intento negociador. A esta realidad oficial se opone la petición de justicia y dignidad, objetivo del movimiento BDS. Sus medios, sean el boicot, las desinversiones económicas o las sanciones internacionales, no son un fin en sí mismos, sino que su verdadero fin es que se acabe el BDS: si el BDS triunfa, está condenado a desaparecer.
No ha llegado aún ese momento, pero sí está claro que ya no hay marcha atrás. Hace diez años la comunidad universitaria occidental acogió con cierta condescendencia el llamamiento al boicot académico de la Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI), pero a finales de 2013 varios sindicatos universitarios y asociaciones científicas, incluida la poderosa American Studies Association, han dado su apoyo expreso al BDS. Hace cinco años, antes de la guerra de Gaza, ninguna caja de ahorros, y menos aún holandesa, hubiera pensado en retirar sus inversiones en los bancos israelíes por operar indistintamente en Israel y los territorios ocupados; PGGM lo ha hecho en 2013 invocando su «responsabilidad social». Hace tan solo dos años era inimaginable que Alemania, como anunció su Gobierno en enero de 2014, bloqueara su financiación a instituciones y empresas ubicadas en las colonias de Cisjordania y Jerusalén Oriental. Es más, hace apenas un año el boicot era un tema tabú en los grandes medios de comunicación occidentales. El affaire Scarlett Johansson/Oxfam, denunciado masivamente en las redes sociales, ha acabado arrastrando a la prensa y la televisión al debate, y ha popularizado el BDS. Hasta el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, ha avisado a Israel de que el boicot será imparable si no se presta al acuerdo en la enésima ronda de negociaciones de paz.
Este libro presenta colaboraciones que reflejan, desde distintas perspectivas, las «formas de desposesión polivalentes» de la ocupación israelí de Palestina. Nuestra pretensión ha sido no solo contar la historia, el sentido y las prácticas del movimiento BDS, sino mostrar además el carácter transversal de la lucha por la justicia en Palestina, que el BDS vehicula. Es un libro con análisis, reflexiones y testimonios de autores palestinos e israelíes, pero también europeos, norteamericanos, sudafricanos e indios, y ha sido posible gracias a la colaboración desinteresada de todos ellos. Algunas contribuciones han aparecido con anterioridad en publicaciones digitales o en otras lenguas, como se recoge en el apartado de créditos.
Distintas personas han contribuido de un modo u otro a este proyecto. No podemos dejar de mencionar a Jorge Gimeno, que vio su necesidad cuando nada parecía hacerlo viable, e insistió en ella. Y, sobre todo, a los compañeros de Autónom@s por Palestina, el grupo BDS de la Universidad Autónoma de Madrid, que tiene la suerte de contar entre sus miembros con Héctor Grad, Laura Galián y Fernando García Burillo. Sin todos ellos el libro no hubiera salido adelante.
La lucha contra el racismo y la segregación no conoce fronteras ni excepciones históricas. La justicia, como dice siempre Raji Sourani, o es universal o no existe. Para recordarlo y que se cumpla en Palestina, el BDS está en marcha.
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¿Quiere usted acabar con la violencia en Gaza? Boicotee a Israel
Naomi Klein
8 de enero de 2009
Ha llegado el momento. Hace mucho que llegó. La mejor estrategia para poner fin a la cada vez más sangrienta ocupación es convertir a Israel en objetivo del tipo de movimiento mundial que puso fin al régimen de apartheid en Sudáfrica.
En julio de 2005 una gran coalición de grupos palestinos planeó justamente eso. Hicieron un llamamiento a «las personas concienciadas de todo el mundo para imponer amplios boicots y adoptar contra Israel iniciativas de desinversión similares a las adoptadas contra Sudáfrica en la época del apartheid». Había nacido la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS).
Cada día que Israel aplasta a Gaza más conversos se adhieren a la causa del BDS, y las pláticas de alto el fuego no hacen que disminuya el ritmo de ese movimiento.
La campaña de boicot a Israel está comenzando a recibir apoyos incluso entre los judíos de Israel. En pleno ataque a Gaza unos 500 israelíes, decenas de ellos conocidos artistas y académicos, enviaron una carta a los embajadores extranjeros destacados en Israel. En ella hacían un llamamiento para «la inmediata adopción de medidas restrictivas y sanciones» y dibujaban un claro paralelismo con la lucha antiapartheid. «El boicot contra Sudáfrica fue eficaz, pero a Israel se le trata con guante de seda […] Este respaldo internacional debe cesar».
Sin embargo, a pesar de estos inequívocos llamamientos muchos de nosotros no podemos ir allí. Las razones son complejas, emocionales y comprensibles. Y al mismo tiempo no son lo suficientemente buenas. Las sanciones económicas son la herramienta más eficaz de que dispone el arsenal de la no violencia. Renunciar a ellas raya en la complicidad activa. A continuación exponemos las cuatro principales objeciones que se hacen a la estrategia del BDS, acompañadas de sus correspondientes refutaciones:
1. Las medidas punitivas no servirán para persuadir a los israelíes sino para acrecentar su hostilidad.
El mundo ha intentado lo que solía llamarse «compromiso constructivo» y ha fracasado estrepitosamente. Desde 2006 Israel ha ido aumentando sin pausa su nivel de criminalidad: ampliando asentamientos, iniciando una atroz guerra contra el Líbano e imponiendo un castigo colectivo a Gaza a través del brutal bloqueo. A pesar de esa escalada, Israel no ha sufrido ningún castigo, sino todo lo contrario. Las armas y los 3000 millones de dólares anuales de ayuda que EEUU envía a Israel son solo el principio. A lo largo de este periodo clave Israel se ha beneficiado de una notable mejora en sus actividades diplomáticas, culturales y comerciales con gran número de aliados. Por ejemplo, en 2007 Israel se convirtió en el primer país no latinoamericano en firmar un acuerdo de libre comercio con Mercosur. En los nueve primeros meses de 2008 las exportaciones israelíes a Canadá aumentaron un 45%. Un nuevo acuerdo comercial con la Unión Europea duplicará las exportaciones israelíes de alimentos manufacturados. Y el 8 de diciembre pasado los ministros europeos «mejoraron» el Acuerdo de Asociación UE-Israel, una recompensa por la que Israel suspiraba desde hacía mucho tiempo.
Este es el contexto en el que los dirigentes israelíes comenzaron su última guerra, confiados en que no les iba a suponer costes significativos. Es notable que tras más de siete días de guerra el índice de referencia de la Bolsa de Valores de Tel Aviv haya subido un 10,7%. Cuando no funcionan las zanahorias es preciso recurrir a los palos.
2. Israel no es Sudáfrica.
Por supuesto que no lo es. Lo relevante del modelo sudafricano es que demuestra que las tácticas del BDS pueden ser eficaces cuando medidas más suaves (protestas, peticiones, cabildeos) han fracasado. Y en los territorios palestinos ocupados se detectan inequívocos y muy angustiosos ecos del «apartheid» de Sudáfrica: documentos de identidad y permisos de viaje de colores distintos, viviendas arrasadas y expulsiones forzosas, carreteras para uso exclusivo de los colonos judíos. Ronnie Kasrils, un destacado político de Sudáfrica, dijo que la arquitectura de segregación que observó en Cisjordania y Gaza es «infinitamente peor que el apartheid». Eso fue en 2007, antes de que Israel comenzara su guerra total contra la prisión a cielo abierto que es Gaza.
3. ¿Por qué elegir a Israel como único objetivo de la campaña BDS cuando los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países occidentales hacen las mismas cosas en Irak y Afganistán?
El boicot no es un dogma sino una táctica. La razón por la que la estrategia del BDS deba intentarse contra Israel es de tipo práctico: en un país tan pequeño y dependiente del comercio, podría dar resultados.
4. Los boicots cortan los canales de comunicación; lo que necesitamos es más diálogo, no menos.
Voy a responder a esta objeción con una historia personal. Durante ocho años mis libros han sido publicados en Israel por una casa comercial llamada Babel. Pero cuando publiqué The Shock Doctrine quise respetar el boicot. Con el asesoramiento de activistas del BDS, entre ellos el maravilloso escritor John Berger, me puse en contacto con una pequeña editorial llamada Andalus. Andalus es una editorial militante profundamente involucrada en el movimiento de la lucha contra la ocupación israelí y la única editorial israelí dedicada exclusivamente a la traducción al hebreo de libros árabes. Redactamos un contrato para garantizar que todos los ingresos procedentes de la venta del libro se destinaran al trabajo de Andalus, sin reservarme nada para mí. En otras palabras, estoy boicoteando la economía israelí pero no a los israelíes.
Sacar adelante nuestro modesto plan de publicación requirió docenas de llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes entre Tel Aviv, Ramala, París, Toronto y la ciudad de Gaza. Lo que quiero decir es lo siguiente: desde el momento en que se empieza a aplicar una estrategia de boicot el diálogo aumenta drásticamente. ¿Y por qué no habría de hacerlo? Para construir un movimiento se requiere un flujo de comunicación incesante, como recordarán muchos activistas de la lucha antiapartheid. El argumento de que apoyar los boicots significará romper los lazos entre unos y otros es particularmente engañoso habida cuenta de la variedad de tecnologías de la información que tenemos a nuestro alcance a precio módico. Estamos inundados de formas para transmitir nuestros argumentos por encima de las fronteras nacionales. No hay boicot que nos pueda detener.
Justamente ahora muchos orgullosos sionistas se están preparando para obtener beneficios récord. ¿Acaso no es cierto que muchos de esos juguetes de alta tecnología proceden de parques de investigación israelíes, líderes mundiales en infotecnología? Sí, es cierto, pero no todos ellos van a salir beneficiados. Varios días después de iniciado el asalto israelí contra Gaza, Richard Ramsey, director gerente de una empresa británica de telecomunicaciones especializada en servicios de voz vía Internet, envió un correo electrónico a la empresa de tecnología israelí MobileMax: «Como consecuencia de la acción emprendida por el Gobierno israelí en los últimos días ya no estamos en condiciones de pensar en seguir haciendo negocios con ustedes o con ninguna otra empresa israelí».
Ramsey dijo que su decisión no era política. Simplemente, no querían perder clientes: «No podemos permitirnos el lujo de perder a uno solo de nuestros clientes», explicó, «de modo que se trata de una decisión comercial puramente defensiva».
Fue este tipo de frío cálculo empresarial lo que llevó a muchas empresas a retirarse de Sudáfrica hace dos décadas. Y es precisamente el tipo de cálculo sobre el que se asienta nuestra esperanza más realista de lograr la justicia negada durante tanto tiempo a Palestina.
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Hay que organizar la resistencia
Entrevista a Ken Loach por Frank Barat
24 de octubre de 2013
-Frank Barat (FB): ¿Podría explicar cómo comenzó su implicación en la lucha por los derechos de los palestinos?
-Ken Loach (KL): Todo comenzó hace algunos años, cuando estaba yo escenificando una obra de teatro titulada Perdición. Evocaba el sionismo en la Segunda Guerra Mundial y un acuerdo suscrito entre algunos sionistas y los nazis. La obra arrojaba una luz completamente nueva sobre la creación de Israel y la política del sionismo. Entonces comencé a tomar conciencia y poco a poco me fui convenciendo de que la fundación de Israel se basaba en un crimen contra los palestinos. Después siguieron otros crímenes. La opresión de los palestinos -que perdieron sus tierras, cuya vida cotidiana se ve perturbada por la ocupación, que siguen viviendo hoy en un estado de depresión permanente- es algo de lo que debemos ocuparnos.
-FB: ¿Por qué Palestina, por qué la lucha por la justicia en Palestina es un símbolo?
-KL: La opresión existe en todo el mundo, pero hay cierto número de cosas que hacen que el conflicto israelo-palestino sea especial. En primer lugar, Israel se presenta ante el mundo como una democracia, un país similar a cualquier otro Estado occidental, cuando de hecho está cometiendo crímenes contra la humanidad. Ha creado un Estado que está dividido según criterios raciales, como el régimen del apartheid en Sudáfrica. Europa y los Estados Unidos lo sostienen en el plano militar y financiero. Hay por tanto una enorme hipocresía: ayudamos a un país que dice ser una democracia, le apoyamos de todas las maneras posibles, y eso que está implicado en crímenes contra la humanidad.
-FB: Hay diversos instrumentos para tratar de cambiar esto. Uno de ellos es el llamamiento BDS. Usted fue una de las primeras personalidades en apoyar el llamamiento al boicot cultural a Israel y allanó así el camino para que muchas otras hicieran lo mismo. Hay personas que dicen que no habría que boicotear la cultura. ¿Qué responde usted a esto?
-KL: De entrada, uno es un ciudadano, un ser humano. Cuando uno se ve confrontado con semejantes crímenes, tiene que responder como ser humano, independientemente de si uno es artista, un VIP u otra cosa. Antes que nada, hay que responder y actuar de manera que se pueda llamar la atención del público sobre esta cuestión. Un boicot es una táctica. Es eficaz contra Israel porque Israel se presenta como un faro de la cultura. Por tanto, es algo que les molesta mucho. No deberíamos tener nada que ver con los proyectos que reciban el apoyo del Estado de Israel.
Esto no afecta a los particulares, sino que debemos centrarnos en las actividades del Estado de Israel. Ahí es adonde hemos de apuntar. Y lo hacemos porque no podemos permanecer de brazos cruzados y contemplar cómo la gente vive toda la vida en campos de refugiados.
-FB: Israel utiliza el cine para una campaña denominada «Marca Israel». Por tanto, el arte deviene política, incluso si determinados artistas que no participan en la campaña BDS se defienden diciendo que son cantantes, artistas, músicos… pero no políticos. En lo que se refiere a usted, todos sus films son políticos. Por tanto, desde su punto de vista, ¿el arte puede ser un instrumento para combatir la opresión?
-KL: Opino que sí. La cuestión fundamental es la siguiente: cualquiera que sea el argumento que uno quiera contar o las imágenes que uno desee mostrar, lo que uno selecciona indica cuáles son sus preocupaciones. Si uno hace cosas que pertenecen en su totalidad al ámbito de la evasión en un mundo que está lleno de opresión, ya revela cuáles son sus prioridades. Así, una superproducción comercial, destinada a sacar mucho dinero, indica algo. Tiene consecuencias políticas e implica un posicionamiento político. La mayoría de las obras artísticas tienen un contexto político e implicaciones políticas.
-FB: ¿Ha oído hablar usted de World War Z, la película protagonizada por Brad Pitt en que un virus mata a la gente en todo el mundo y en la que el único lugar seguro es Israel gracias al Muro que ha construido?
-KL: No la he visto, pero suena a una historia de extrema derecha. Habría que ver la película antes de juzgar, pero eso suena realmente, según su descripción, a una ficción de extrema derecha. Es interesante ver cómo Israel se revela así a través de sus amigos. En Irlanda del Norte, que tiene una larga historia de división entre lealistas (probritánicos) y republicanos (partidarios de la unidad irlandesa), en las paredes de los barrios lealistas se ven banderas de Israel y de los blancos de Sudáfrica, mientras que en los muros republicanos se ven banderas palestinas y del Congreso Nacional Africano. Es curioso ver cómo estas alianzas revelan tantas cosas sobre lo que la gente piensa realmente.
-FB: ¿Le inquieta el ascenso de la extrema derecha y de sus ideas en toda Europa? Esto se parece a los primeros años de la década de 1930, ¿no?
-KL: El ascenso de la extrema derecha siempre acompaña a la recesión económica, a la depresión y al paro masivo. Los que están en el poder y desean conservarlo siempre buscan chivos expiatorios porque no quieren que la gente se alce contra el verdadero enemigo, que es la clase capitalista, que son los propietarios de las grandes empresas, los que controlan a los políticos. Tienen necesidad de encontrar chivos expiatorios: los más pobres, los inmigrantes, los solicitantes de asilo, los gitanos. La derecha escoge a los más vulnerables, a los más débiles, para declararlos responsables de la crisis de su sistema económico.
En una situación de paro masivo, la gente está descontenta y busca algo contra lo que luchar. En la década de 1930 se atribuyó la responsabilidad a los judíos, que fueron víctimas de terribles desmanes. Ahora miran a los inmigrantes, a los parados… En Gran Bretaña tenemos una prensa horrible que responsabiliza a la gente parada de no tener trabajo, cuando está claro que no hay puestos de trabajo disponibles.
-FB: ¿Cómo podemos responder a una situación en que las mismas personas controlan todo: la prensa, el capital, la política? ¿Cómo puede la sociedad civil, que no tiene acceso a los medios de masas, contestar esta ideología y derrotarla?
-KL: Buena pregunta. En última instancia, no queda otra opción que la política. Hay que analizar la situación y organizar la resistencia. Cómo hacerlo es siempre una cuestión clave. Hay que responder a los ataques en cada terreno y solidarizarse con las personas más amenazadas. También hay que organizar partidos políticos. El problema es que tenemos partidos políticos que hacen un análisis equivocado. Los partidos estalinistas han llevado a la gente a un callejón sin salida durante años; luego tenemos a los socialdemócratas, que quieren hacernos creer que debemos trabajar dentro del sistema para reformarlo, que podemos hacer que funcione, cosa que sin duda es una fantasía, pues no funcionará jamás. Por lo tanto, la gran pregunta es ¿qué política? La gente se plantea este problema todos los días.
-FB: Su última película Jimmy’s Hall gira en torno a esto, a personas marginadas debido a sus opiniones políticas. Hoy he leído que podría ser su última película y que a partir de ahora usted quiere concentrarse en documentales, cosa que sería una buenísima noticia para Palestina.
-KL: No lo sé. El rodaje de Jimmy’s Hall se ha alargado mucho y es un trabajo muy duro. No estoy seguro de que pueda hacer otra película como esta. Pero todavía quedan pitotes que montar en alguna parte, por lo que tendré que buscar alguna manera de meter un poco más de cizaña.
Seguro que habrá que realizar películas sobre Palestina. De hecho, deberán hacerlas los palestinos. La lucha del pueblo palestino, al final, la ganarán los palestinos. Las cosas no se mantienen iguales eternamente. Esto terminará con una victoria. La gran pregunta es: ¿qué tipo de Palestina emergerá? No se trata únicamente de poner fin a la opresión israelí, sino también de la eterna cuestión de qué Estado surgirá. ¿Actuará en interés de toda la población? ¿O estará dominado por una clase de ricos que oprimirá al pueblo, pese a su origen? Qué tipo de Estado emergerá, esa es la gran pregunta.
BDS por Palestina. El boicot a la ocupación y el apartheid israelíes
En edición de Luz Gómez, con la participación, por orden alfabético de Frank Barat, Omar Barghouti, Ramzy Baroud, John Berger, Judith Butler, Angela Davis, Richard Falk, Daniel Gil, Luz Gómez, Héctor Grad, Ran Greenstein, Aitor Hernández, Stéphane Hessel, Shir Hever, Ayesha Kidwai, Naomi Klein, Gideon Levy, Ken Loach, Haneen Maikey, José Luis Moragues, Ilan Pappé, Prabir Purkayastha, Raji Sourani, Magali Thill, Desmond Tutu, Alice Walker, Roger Waters y Slavoj Zizek.
Ficha técnica: Autores: AA.VV. Título: BDS por Palestina. El boicot a la ocupación y el apartheid israelíes. – Colección Disenso, nº 4 – ISBN 978-84-941292-7-8 – PVP 12 €.
Fuente original: http://disenso-orienteymediterraneo.blogspot.com.es