Desde el 5 de julio, conmemoración de su nacimiento en 1885, hasta el 11 de agosto, aniversario de su asesinato en 1936, se están sucediendo actos de diverso tipo en torno a la figura de Blas Infante. En realidad, este se ha convertido en el cuarto referente simbólico (junto a la bandera, el escudo y el himno) de Andalucía como sujeto político. Ello hace justicia a su papel central en la activación de nuestra conciencia de pueblo y en la afirmación del derecho a autogobernarnos libremente, pero ello, también –por la polisemia inherente a los símbolos–, expone a su vida y pensamiento a lecturas e incluso falsificaciones que traicionan abiertamente sus contenidos y significados.
No es cierto que cuantos en estas fechas invocan su nombre e incluso dicen homenajearlo sean, ni remotamente, seguidores de los argumentos y de la ética de quien está reconocido en el vigente Estatuto de Autonomía como padre de la patria (¿mejor matria?) andaluza.
Aquí y ahora, la posición respecto a la paz es una buena piedra de toque para distinguir el andalucismo blasinfantiano de los pseudoandalucismos que hoy tanto proliferan en instituciones y partidos.
Para Infante, la búsqueda de la paz fue piedra angular de su pensamiento. En una triple dimensión: social, internacional y con la naturaleza. Una paz entendida siempre como consecuencia de la justicia, de la libertad y del reconocimiento de derechos.
Para conseguir una paz verdadera en nuestra Andalucía él consideraba como requisito superar las terribles desigualdades sociales, resultado en primer lugar de la apropiación ilegítima de la tierra por parte de la nobleza y la gran burguesía agraria, acentuada por las desamortizaciones de los bienes comunales y de propios en el siglo XIX.
Por ello, el acceso a la tierra de los jornaleros había de ser “el primero y más próximo de los ideales”. Ya en 1914 afirmaba: “Andalucía se redimirá cuando sobre los cimientos de la oscura gañanía se levante la granja luminosa donde viva, trabaje, goce y estudie el campesino andaluz”. Solo esto, mediante la expropiación de los latifundios, podría resolver la violencia social siempre presente.
La paz mundial –un objetivo que se planteaba a finales de la primera Gran Guerra, en 1918– solo sería posible sobre dos pilares. El primero habría de ser el reconocimiento del derecho a autodeterminarse de todos los pueblos, sean colonias exteriores o internas –incluida Andalucía como pueblo-nación–, y la subordinación de los intereses particulares al Bien Común de la humanidad.
El segundo, “un desarme absoluto y universal”, para lo cual “conviértanse en mercantes los buques de guerra, fúndanse cañones y fusiles y funcionen las fábricas de guerra como forjas de industrias de vida y útiles de labranza…”.
Y la paz no sería nunca completa si no consistiera también en la armonía de los humanos con y en la Naturaleza –con la Madre Tierra–, respetando a esta y a la vida en todas sus formas.
También en esto, Infante se adelantó a su tiempo. Así lo refleja su ecopacifismo y su visión holística del planeta. Entre otras cosas, el padre del andalucismo escribió: “el hombre cruel con los animales lo será también con los mismos hombres, porque la crueldad es siempre una cosa misma, aun cuando cambie su objeto”.
¿Qué pensaría hoy Blas Infante de quienes dicen homenajearlo mientras acentúan las injusticias y desigualdades sociales, discriminan e incluso criminalizan a inmigrantes, minorías étnicas y excluidos sociales, apoyan un ciego rearme y la multiplicación de los gastos militares, son cómplices de genocidios y sacrifican a la Naturaleza, violando sus reglas, para obtener gigantescos beneficios?
Isidoro Moreno. Catedrático emérito de Antropología
Fuente: https://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/blas-infante-paz_0_2004550341.html
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