Qana es un pueblo pequeño, irregular y polvoriento en el sur libanés, enclavado entre las muchas elevaciones que conforman el paisaje de esa región, a diez kilómetros del Mediterráneo y a menos de treinta de la frontera con Israel. Debe su nombre a Canaán, el que se daba a toda esta región en los tiempos […]
Qana es un pueblo pequeño, irregular y polvoriento en el sur libanés, enclavado entre las muchas elevaciones que conforman el paisaje de esa región, a diez kilómetros del Mediterráneo y a menos de treinta de la frontera con Israel. Debe su nombre a Canaán, el que se daba a toda esta región en los tiempos bíblicos.
La vida allí sería insignificante y Qana no sería conocida más allá de su pequeño entorno si no fuera por dos acontecimientos que la han introducido definitivamente en la historia de la humanidad.
El primero es el que le atribuye la tradición: el lugar donde Cristo habría realizado su primer milagro, al convertir el agua en vino durante unas bodas –las Bodas de Canaán. El gobierno libanés -recuérdese que Jesús es una figura primordial tanto para cristianos como musulmanes– construyó allí facilidades para los turistas que visitan el lugar. La ruta turística bordea la ladera de una montaña hasta una cueva que, según se dice, formó parte del sitio de los festejos.
La cueva es pequeña, demasiado para haber servido de escenario de las bodas, y resultan más interesantes los bastos relieves esculpidos por los primeros cristianos en las rocas, que reproducen escenas de los evangelios. De hecho, otro poblado también llamado Qana, situado en Galilea, al norte de Israel, le disputa al villorrio libanés haber sido el sitio del primer milagro cristiano.
El segundo acontecimiento tiene poco o nada que ver con las enseñanzas éticas judaicas o cristianas. Los habitantes del lugar parecieron abandonados por la bendición de Jesucristo y de Jehová el 18 de abril de 1996, cuando el gobierno israelí, presidido entonces por Shimón Peres –quien para mayor ironía había recibido dos años atrás el premio Nóbel de la Paz– lanzaba contra el Líbano la operación Viñas de la Ira. Las invasiones israelíes anteriores al pequeño país habían sido tan criminales como ingloriosas. En 1996, como hoy, se evitaba exponer las vidas de soldados israelíes. La bien dotada aviación sionista se encargaba del trabajo grueso, que incluyó bombardeos al sur libanés y a Beirut, además del bloqueo naval y terrestre.
Al final, un solo hecho, ocurrido justamente en Qana, quedaría para la historia como el más sangriento recuerdo de esta patética operación: el bombardeo despiadado contra una instalación de las fuerzas de interposición de Naciones Unidas, visible y bien caracterizado, de paredes blancas y grandes siglas azules, con la bandera de la organización internacional, y que había sido utilizado como refugio por más de cien ancianos, mujeres y niños, quienes creían estar así a salvo de la salvaje agresión aérea israelí.
Hoy hay allí un museo del cual es difícil salir sin lágrimas en el rostro o, al menos, en el alma. Las fotos de la masacre, de los 106 muertos y 116 heridos, víctimas indefensas del genocidio, son francamente espantosas. Las tumbas colectivas que veneran los visitantes y pobladores son de una dureza estremecedora. Siempre hay cerca de quienes acuden al lugar, familiares desconsolados de las víctimas que se acercan para recordar los que fueron los peores momentos de sus vidas. Recuerdo la reacción de uno de los visitantes a los que acompañé al lugar: Qana, dijo, debe ser visitado por toda la humanidad para que todos los hombres sepan cuáles son los límites increíbles de la barbarie humana.
Hasta el pasado domingo. Otra vez, los dioses dejaron desamparados a los habitantes de Qana Sin justificación alguna –en aquel minúsculo villorrio no hay nada que parezca ni lejanamente un objetivo militar– la aviación israelí volvió a ensañarse con sus habitantes. En la acción más sangrienta de esta impúdica guerra –que va totalizando ya 500 muertos civiles en el Líbano-, el bombardeo de un edificio de viviendas de tres pisos añadió más de 60 muertos al extenso martirologio de Qana.
Quizás los arqueólogos descubran finalmente que no fue en esa Qana, sino en la de Galilea , donde se operó el recordado primer milagro cristiano. Pero no creo que esa posibilidad preocupe hoy a ningún libanés ni, por supuesto, a ningún habitante del martirizado poblado. Para ellos, y para la historia de la vergüenza humana, Cana será el símbolo de la crueldad y de la barbarie, no menos que Auschwitz, por ejemplo, o que los multitudinarios crímenes de las colonizaciones europeas y de la esclavitud americana.
Las aguas que corren hoy en Qana convertidas en sangre, no son la obra de ningún milagro. Son otro nefasto capítulo, impune como los anteriores, del racismo sionista, ejercido alegremente por los pilotos de algún moderno avión de fabricación estadounidense. En 1996 no hubo, como hoy, ningún arrepentimiento público por parte de Israel ni de su aliado principal, Estados Unidos. William Clinton, entonces presidente de ese país, recibió una semana después a Shimón Peres. No hubo un solo comentario sobre el crimen. Poco tiempo más tarde, Clinton dijo algo que recuerda -nada sospechosamente– lo que en estos días ha declarado George W. Bush: «Creo que es imperativo que Israel mantenga la seguridad de su frontera norte. Creo que los Estados Unidos deben ser respetuosos ante tales circunstancias.»
http://www.granma.cu/espanol/2006/julio/lun31/bodas-e.html