La semana pasada, poco después de que el viceministro israelí de la Guerra amenazara a los palestinos con «un holocausto mayor», la Tsahal o ejército israelí bombardeó la sede gazana del histórico sindicato PGFTU. Dos misiles guiados, cada uno con una tonelada de carga explosiva, redujeron a escombros el edificio de cinco plantas, construido con […]
La semana pasada, poco después de que el viceministro israelí de la Guerra amenazara a los palestinos con «un holocausto mayor», la Tsahal o ejército israelí bombardeó la sede gazana del histórico sindicato PGFTU. Dos misiles guiados, cada uno con una tonelada de carga explosiva, redujeron a escombros el edificio de cinco plantas, construido con dinero noruego. Las instalaciones albergaban también la mutua sindical, donde se prestaba atención sanitaria a las decenas de miles de afiliados y a sus familias. El ataque dejó un muerto y 37 heridos graves, en su mayoría mujeres y niños, y arrasó igualmente las viviendas circundantes.
Los miembros del sindicato han reanudado su trabajo en una tienda de campaña, recuperando ficheros y documentos de entre las ruinas. Nabil al-Mabú, secretario general en funciones, declaraba a la agencia IPS: «No somos militantes islámicos. Somos un sindicato abierto a trabajadores de todas las filiaciones políticas y mantenemos relaciones internacionales con muchos otros sindicatos. Nosotros no disparamos cohetes.» Al-Mabú hace un llamamiento «a todos los sindicatos del mundo» para apoyarles frente al intento de «someter a los trabajadores palestinos».
Últimamente son muchas las organizaciones que han decidido solidarizarse con esta lucha. Sin duda por razones de facilidad idiomática, los primeros han sido los anglófonos: los principales sindicatos británicos (UNISON), irlandeses (SIPTU, NIPSA, ICTU), sudafricanos (COSATU, que ya sabe lo que es enfrentarse a un régimen colonial) y canadienses (CUPE) han aprobado mociones de boicot contra el autodeclarado «Estado judío». Se trata de un movimiento imparable que empieza a extenderse a otros países. En España, lamentablemente, los sindicatos de clase (de los sindicatos amarillos no esperamos gran cosa) todavía no parecen darse por aludidos.
Según el profesor Ilan Pappé, disidente israelí exiliado en el Reino Unido, estos boicots no tienen sólo un efecto económico sino sobre todo psicológico, al enviar un mensaje muy claro a la sociedad israelí (y, en este caso concreto, al sindicato sionista Histadrut): «El sionismo es una forma de racismo inadmisible en pleno siglo XXI. Estamos dispuestos a aceptaros entre nosotros como uno más, pero para ello tenéis que renunciar al sionismo como los bóers renunciaron al apartheid. No se puede ser racista y pretender que los demás te traten con normalidad. Tenéis que elegir.»