En la atroz situación que desgarra a los territorios y a los cuerpos de sus habitantes en el extremo mediterráneo oriental una semblanza, sin historia, registraría lo siguiente que procura, empero, respetar un grosero orden cronológico: a) bombardeos israelíes sobre la población palestina con la forma típica de los castigos colectivos: destrucción de usinas, puentes, […]
En la atroz situación que desgarra a los territorios y a los cuerpos de sus habitantes en el extremo mediterráneo oriental una semblanza, sin historia, registraría lo siguiente que procura, empero, respetar un grosero orden cronológico:
a) bombardeos israelíes sobre la población palestina con la forma típica de los castigos colectivos: destrucción de usinas, puentes, centrales de provisión de agua, bombardeos «acústicos» a todas las horas del día y de la noche que remedan los ruidos ensordecedores de los explosivos aunque sin ellos, que provocan rotura de tímpanos, enuresis y otras alteraciones y, ciertamente explosiones más o menos dirigidas a blancos prefijados (un jefe de la resistencia armada, por ejemplo) que suelen arrastrar en su estela de muerte a toda una serie de «daños colaterales» en la forma de tres vecinos, una hermanita, dos ayudantes, cuatro parientes… y, más en general, el asesinato «por goteo» de jóvenes que han empuñado alguna piedra u otros gestos de resistencia;
b) bombardeos israelíes a la población civil libanesa también bajo la forma de castigos colectivos; arrasamiento de centros poblados, puentes, carreteras, escuelas y consiguientemente de los humanos que allí estaban en ese «momento». Las poquísimas fotos que los medios de incomunicación de masas han dejado ver al público son más que elocuentes aunque se concentren sospechosamente en edificios espectacularmente derruidos o en autos semienterrados, en escombros más que en cuerpos exánimes y destrozados, de niñitos sin un pie o con la cabeza deshecha y otras consecuencias inevitables de este tipo de bombardeo;
c) bombardeos del Hezbollá sobre el territorio israelí o, mejor dicho, sobre el territorio al sur de El Líbano, lo cual incluye también los llamados «territorios palestinos». En este caso, llama la atención la baja relación entre el número de cohetes lanzados y la cantidad de víctimas. La calidad del armamento, su precisión no parece caracterizar los dispositivos del Hezbollá; incluso han caído misilazos sobre aldeas o campamentos palestinos, matando también a sus pobladores. Por otra parte, la población israelí, al menos la judía israelí, cuenta con refugios lo cual disminuye los márgenes de daño a los seres humanos y habla por sí de la disponibilidad de medios económicos que caracteriza al estado israelí.
¿Qué significa lo que bocetamos en a), b), c)? ¿Una guerra regular?, ¿un estado terrorista, el israelí, enfrentando una guerrilla asimismo terrorista (definimos como terrorista lo que provoca terror en y mata a la población civil)?, ¿que el estado israelí se está defendiendo de los ataques palestinos o libaneses, como sostiene la propaganda oficial y oficiosa del Estado de Israel y sus acólitos?, ¿que la resistencia libanesa, el Hezbollá, se está defendiendo de los ataques israelíes, que por cierto arrasan con mucho más de todo lo que pueda llamarse Hezbollá (es lo que sostienen a pie juntillas algunos de sus voceros locales)? A mi modo de ver, tenemos que presenciar (e inevitablemente responsabilizarnos) por una escalada que el Estado de Israel ha desencadenado usando como pretexto un par de episodios muy lesivos para su «orgullo nacional»: la captura de un soldado en la frontera de la Franja de Gaza que «obligó» al estado sionista a arrasar instalaciones y vidas palestinas en la Franja, una suerte de enorme campo de concentración o «palestinian reservation», sobre la cual ha empezado a actuar el ejército israelí con total «libertad», es decir impunidad, desde que Sharon ordenara el retiro de los ocho mil colonos que procuraban ir adueñándose de la Franja mediante asentamiento de colonias. Con la Franja de Gaza habitada exclusivamente por palestinos, el hostigamiento ha aumentado en proporción geométrica. El crimen, los vejámenes, el arrasamiento desatado sobre la población de la Franja de Gaza en presunta respuesta a la captura del soldado israelí dio pie a un segundo episodio; una intervención «aliada» de Hezbollá capturando a su vez a dos soldados israelíes más, tras un ataque cruento a un destacamento israelí en la siempre insegura frontera entre Israel y El Líbano (distintas fuentes dan permanentemente uno u otro lado de la frontera, procurando establecer con ello el carácter de la acción, si una agresión o un acto de resistencia). Ante la nueva captura, el Estado de Israel repitió ampliada, la operación desencadenada contra la Franja de Gaza, ahora contra El Líbano. Con un operativo demasiado grande como para responder tan solo a la escaramuza esgrimida como «causa» de contraataque; lo que tratamos de describir sucintamente en b). Y por último, secuencialmente, lo descrito en c).
¿Qué significa bombardear civiles desarmados, incluyendo niños, enfermos, ancianos? Un desprecio absoluto por la vida, que asociamos con las más pesadillescas formas de dominio político y dictadura, como las del nazismo. Pero no solamente. Ni mucho menos. El sionismo se sintió atraído hacia la tierra de Canaán por la historia del propio pueblo judío, con el cual se ha identificado plenamente (aunque haya buenos motivos para diferenciar las poblaciones bíblicas judías de las de la judería del siglo XX, cuando se expande el sionismo). Pero más allá de la idea-fuerza del retorno, una convicción propia del eurocentrismo colonialista se hizo carne en el sionismo: «conseguir una tierra sin hombres para hombres sin tierra.» Como en América sobre todo del Norte, como en Sudáfrica. Semejante representación muestra a las claras que la población que efectivamente existía en Palestina, los milenarios palestinos, muchos en realidad cananeos con otro nombre, no contaban. No contaban como hombres, como seres humanos. Como no contaban los oriundos americanos o los afros del sur. Eran en todo caso, con lenguaje del British Empire, natives. Sólo eso.
¿Qué significa bombardear natives para el colonialismo? Poco y nada. Ya nos ha recordado Noam Chomsky que W. Churchill sostenía como política de ocupación de territorios la de gasear natives (en África) si se ponían demasiado refractarios, resistentes… revoltosos, diríamos con lenguaje colonialista y/o paternalista (que el colonialismo confundía deliberadamente, aunque cualquier colonialista que no ama a los colonizados, ama en cambio, siquiera a su manera, a sus vástagos). A Churchill jamás se le ocurrió gasear británicos, ni siquiera opositores… (con irlandeses o rusos bolcheviques es otra historia). La raíz ideológica colonialista del estado israelí le ha permitido arrasar reiteradamente a la población palestina (que por cierto ha ofrecido tenaz resistencia; civil, con piedras, armada y mediante inmolaciones) y otras aledañas como es el caso de las de El Líbano. Siempre ha contrastado que manifestantes palestinos mueran tan fácilmente por las balas militares israelíes en tanto manifestantes judíos, incluso reprimidos por el mismo ejército, jamás hayan sido baleados (en la historia oficial del estado sionista hay un único judío muerto por la represión estatal y fue un verdadero escándalo que conmocionó a la sociedad israelí). Esa llamativa asimetría se observa por doquier dentro de Israel: hasta un diario progresista israelí, el Ha’aretz, ante el tendal de muerte y desolación que sembrara el ejército israelí a fines de julio por todo el sur de El Líbano, y la respuesta comparativamente mínima de los misilazos erráticos del Hezbollá a las poblaciones israelíes, no tiene una palabra para los centenares de muertos libaneses y abre una campaña para «una tregua de vacaciones sin cohetes para los niños israelíes. El Fondo Nacional Judío está juntando dinero para poner a cubierto a los niños israelíes […] Caminos seguros en las fronteras con El Líbano y la Franja de Gaza para que puedan ir a la escuela o al trabajo. Estos caminos seguros cuestan hasta un millón de dólares por kilómetro. Precisamos su ayuda para proteger a los ciudadanos israelíes y a sus niños ante aquello que pueda dañarlos.» A veces, el recorte de la realidad puede llegar a expresar un egoísmo atroz. Luego de encarar una colecta en esos términos, no hay que extrañarse que Ha’aretz se haya convertido al chovinismo más cerril: en un documental «Líbano: mito y realidades», de dos minutos, el 6 de agosto, procurando «presentar los hechos», afirma en blanco sobre negro: «Israel se afana en minimizar víctimas civiles. Hezbollah se afana en maximizar víctimas civiles.» Dejando momentáneamente la intención, que es en rigor a lo que aluden las frases, los hechos que dicen presentar (¡y no lo hacen!) son tercos: a esa fecha eran varios cientos los civiles libaneses muertos, ajenos al Hezbollah, y los muertos por los misilazos del Hezbollah no debían pasar la veintena o tal vez ni siquiera la decena.
¿Qué significa bombardear civiles desarmados israelíes para el Hezbollá? Por lo pronto igualarse en el tratamiento, en los métodos con el opresor. ¿Igualarse en los métodos es igualarse en los resultados? Por una parte, es cierto que un acto lesivo más otro acto lesivo no se anulan mutuamente: uno más uno no es cero, es dos. Por otra parte, hay algo incongruente en la posición de tantos agrupamientos palestinos y musulmanes de luchar violentamente por el logro de un estado laico, no confesional, que habilite la convivencia de musulmanes, cristianos, judíos y otros. Con la vía violenta, jamás vamos a llegar a la convivencia en un estado multiétnico y plural. Si la vía violenta lograra el éxito que jamás tuvo hasta ahora (lo cual consideramos imposible por el armamento nuclear de que dispone Israel), el resultado más probable sería la realización de aquella consigna «tirar los judíos al mar», en el más benévolo de los desenlaces. Con lo cual estaríamos en un Nakbha invertido. A años luz de un estado común y pacífico. Para superar, entonces, una situación de injusticia sus refractarios siempre tienen, como el dios Jano, dos potencialidades. Los estados represivos, torturan y quienes resisten semejante estado de cosas, no pueden aceptar la tortura como método. Aunque a veces sí; los refractarios a un estado terrorista quieren únicamente «dar vuelta la tortilla», pero también están los que saben que si se emplean los mismos «recursos» con que el enemigo ha vejado y destrozado una sociedad, no se saldrá de la noria… Pero la situación que estamos analizando tiene un segundo momento: los estados terroristas aterrorizan a la población. A su población. Pero los estados terroristas coloniales aterrorizan a una población ajena (e incluso pueden, al mismo tiempo, hacer un culto extremo a la democracia interna, como el British Empire con su Hyde Park dominical). Ante una situación colonial se plantea qué tratamiento es admisible o legítimo desde la resistencia hacia el pueblo colonizador, hacia sus miembros no directamente implicados en la actividad colonial, represiva. Hacia la sociedad civil, desarmada, en principio ajena al ejercicio represivo. La pregunta previa es si una sociedad colonial cuenta con eso, si en su tejido social se forma una sociedad civil que no responda a la lógica de la ocupación y sus implicancias de sojuzgamiento del otro. Porque lo que estamos presenciando en Palestina/Israel/Líbano es lo que caracteriza una situación colonial, donde necesariamente tenemos que hablar de dos sociedades superpuestas. De dos poblaciones altamente diferenciadas. Ante la guerra colonial, no cabe pararse del mismo modo que ante la guerra civil. Porque el ocupante, si hace las cosas a fondo, forja una sociedad suya, propia, encima de la aborigen. Eso es muy evidente en los desgarrados territorios que venimos observando. Y la sociedad colonialista es de algún modo, una red militante para el establecimiento de «un mundo nuevo» (sobre el viejo y a costa de él). Construida en riguroso apartheid (Jerusalén, nada menos, está considerada una de las ciudades más segregadas del mundo entero, caracterizada como hipersegregación: un palestino y un israelí jamás toman los mismos medios de transporte, por ejemplo). Por eso, en algún momento, movimientos de liberación nacional anticoloniales han atacado a todo el universo colonial. Como pasó con los Mau-mau en Kenya, como pasó en Argelia, con los atentados a los lugares de recreación de los pies negros.** Por eso los resistentes armados palestinos han incursionado hasta contra edificaciones donde los colonos sionistas viven con sus familias. El colonizado en rebeldía se ve compelido a expandir su resistencia y sus acciones violentas hasta alcanzar la red social del sistema que lo oprime negándolo. Porque el poder colonial invade la vida de los colonizados por todos lados y se las reconfigura. Para conmover al poder colonial, los refractarios tratan de hacerle sentir algo de ese mismo trastorno sustancial. Y sin embargo, asimilar su comportamiento al del invasor, al del colonizador lleva al movimiento de resistencia a una derrota psíquica, moral. No diferenciarse, indiferenciarse, tiene su costo político, ideológico, cultural. Porque en última instancia, aunque la incursión colonizadora no constituye una sociedad civil «normal» (con la característica de crecimientos endógenos; en el caso israelí se percibe claramente el grado de militarización que sufre toda la sociedad, aunque también sea cierto que la comunidad judía de la que se nutre el sionismo constituía y constituye una sociedad de una riqueza cultural importante) de todos modos, en forma atrofiada o no, un emprendimiento colonialista genera una vida social y una sociedad civil. Un solo ejemplo: matar niños siempre es un delito, trátese de los de nativos, de pobres o de aristócratas racistas o de nazis.
Bombardear civiles para el colonizador es como arrasar yuyos. Bombardear civiles para el colonizado, para el arrasado, se constituye en un gesto trágico porque niega la humanidad (o la desprecia, que es lo mismo) de quienes le niegan la humanidad. En la tragedia israelí, esta dialéctica de amo y esclavo se asienta y se eslabona con un momento anterior, donde el pueblo judío, cuna del sionismo, debió sufrir, in toto, ¡y de qué modo! la deshumanización que ejecutó fría y racionalmente el nazismo sobre él. Fue precisamente el alcance atroz de tal política, de tal genocidio, el que procuró remediar o al menos mitigar el Reino Unido, EE.UU. y la URSS en 1947-1948 otorgando un Hogar Judío en Palestina. Pero el estilo de la «solución» ratificaba el colonialismo sionista: recordemos que los palestinos rechazaron la solución del despojo de sus tierras y remitieron a las naciones vencedoras del nazismo la contrapropuesta de habilitarle a la comunidad judía territorios libres y propios en los países europeos donde se habían consumado las persecuciones. ¿Pero desde cuándo las «naciones civilizadas» (y vencedoras) iban a aceptar el parecer del submundo periférico? A los natives no se les consulta, y menos aun, se escuchan sus consejos. Así se consuma el despojo de 1948; el principio de un etnocidio sobre el pueblo palestino.
Y sin embargo, siguen existiendo entre judíos y entre musulmanes los que predican una coexistencia pacífica, laica, fraterna. Para lograrla es imprescindible «presentar los hechos» no al estilo que vimos en Ha’aretz sino ciñéndonos a lo que son o han sido los hechos. El informe de la Secretaría General de la ONU ha revelado unos quince ataques con cohetes desde territorio libanés al norte de Israel desde el retiro de las tropas israelíes en el 2000 hasta su reinvasión en julio de 2006. Pues bien: el impacto de tales misilazos es irrisorio respecto del período de seis años: apenas algunos daños materiales y bajísima cantidad de lesiones sobre sus habitantes. Y una observación llamativa: en general esos erráticos disparos responden a las frecuentísimas incursiones aéreas de la aviación israelí que jamás cesaron durante todos estos seis años, como si el retiro de las tropas hubiese sido de las terrestres, en absoluto de las aéreas. Los medios de incomunicación de masas nos apabullan con la acusación de que el Hezbollá se camufla en la población civil para obligar al ejército israelí a atacar indiscriminadamente («Jóvenes argentinos judíos»). Sin embargo, los m.i.m. nada dicen que Israel tiene sus cuarteles y arsenales en medio de la población, incluso al lado de población árabe israelí, convertida así en rehén del ejército de «su» estado. Tampoco se especifica lo que los militares israelíes definen como objetivo militar cuando declaran abiertamente que todo el Hezbollá está bajo la mira. Que esto incluye la actividad social y asistencial que el Hezbollá desde su fundación lleva adelante en El Líbano, o los domicilios privados de sus dirigentes. Con tanta amplitud en la definición de «objetivos militares» no es de extrañar que la población civil libanesa muera a borbotones asesinada en los operativos que incluyen escuelas, geriátricos, viviendas, etcétera. En resumen, lo que vemos es que el arrasamiento de la Franja de Gaza y El Líbano no es sino la conti-nuación de la guerra de devastación que el estado sionista lleva adelante desde hace medio siglo contra las poblaciones locales oriundas. Y que tanto Hezbollá como Hamas procuran no dejar sin respuesta.
Por último: los castigos colectivos, bíblicos o no, sobre palestinos y libaneses en el 2006 no provienen de las capturas de los soldados israelíes sino de planes a mucho más largo plazo de los grupo de poder sionista y estadounidense. Nos parece que la actual escalada se abre con el retiro táctico de los colonos de la Franja de Gaza, hace unos meses, mientras simultáneamente procuraban adueñarse decisivamente de la Margen Occidental y de Jerusalén: mientras retiraban los 8 mil colonos de Gaza, se aposentaron 14 mil judíos en Jerusalén sin que nos enteráramos por radio, TV o diarios; en Gaza desmontaron un puñado de asentamientos o colonias; simultáneamente abrieron tres o cuatro veces su número en Cisjordania, valiéndose del muro de la infamia y el arrebato territorial. Eso tampoco se publicitó. Y este operativo de pinzas se expresó por boca de la emisaria imperial Condoleezza Rice, invocando durante los peores bombardeos «dolores de parto» [sic], con lo cual nos anuncia la aparición de una «criatura» en el Cercano Oriente: ¿una neodependencia afgana e iraquí, el arrasamiento de resistencias al ensanche de Eretz Israel, el Gran Israel, que vaya del Mar Rojo al Éufrates? ¿Arrasando lo que queda de Palestina y El Líbano, y Jordania y partes de Siria e Iraq? Con sus poblaciones. El colonialismo, racista como todo colonialismo, está en marcha. Pero hay piedras en el camino. Y cada vez pueden tapar menos el desastre humanitario que al parecer está en su naturaleza provocar. La luz, como a los vampiros, los daña. Que se sepa los daña. Que se resista los daña.