Adel regresó al Líbano natal luego de 15 años en Venezuela, e instaló con varios socios una fábrica de plásticos y luego otra de insumos médicos cerca de la frontera con Israel. La fábrica se convirtió en pocos años en la principal distribuidora de su clase en la región. Un éxito que el Estado israelí […]
Adel regresó al Líbano natal luego de 15 años en Venezuela, e instaló con varios socios una fábrica de plásticos y luego otra de insumos médicos cerca de la frontera con Israel. La fábrica se convirtió en pocos años en la principal distribuidora de su clase en la región. Un éxito que el Estado israelí no estaba dispuesto a seguir tolerando. Su total destrucción por medio de un bombardeo los primeros días del ataque masiva a la nación es un mensaje claro del imperialismo: «Váyanse, ríndanse, entreguen sus tierras, dejen paso a la democracia occidental…». Pero nadie se ha ido.
Un ataque minuciosamente planeado
El 16 de julio, desde algún lugar de Israel, salieron varios aviones cargados de bombas con la misión de destruir una peligrosa fábrica libanesa instalada a 20 kilómetros de la frontera. La inteligencia israelí no podía fallar al determinar las coordenadas del objetivo que ese domingo sufriría una lluvia de bombas de tal magnitud que desaparecería del mapa. El Mossad (versión Israelí de la CIA) habría estudiado cada rincón de ese lugar, contabilizando a las peligrosas personas que allí debían encontrarse, y muy seguros de la importancia que para sus planes significaba la destrucción de aquella misteriosa industria. Todo salió según lo habían planificado.
La primera bomba fue lanzada sobre la entrada de la fábrica, abriendo un hueco en la tierra de más de diez metros de profundidad. El acceso a la fábrica quedó así cerrado por completo. Algún jerarca militar de Israel daría el parte a sus superiores, señalando orgulloso que la primera fase del ataque se habría cumplido con éxito.
En la segunda fase, ese mismo día, los aviones israelitas lanzaron alrededor de 35 bombas más sobre los galpones y oficinas, según contabilizó Hassan Soulaiman, el encargado de la fabrica que presenció el ataque desde su casa en el pueblo vecino. Solo hierros retorcidos y cenizas quedarían de lo que fue en su momento la más importante fábrica de ciertos productos muy peligrosos para Israel.
Una Fábrica de insumos farmacéuticos bajo ataque
Pues resultó que era una fábrica libanesa de productos para la industria farmacéutica. Uno de los socios de esa empresa es Adel Safieddie, un libanés-venezolano con quien recorrimos lo que fue el complejo industrial Plastitec – Plastimed. Hassan y Mahmud Bdah nos acompañaron en el recorrido, junto a otros trabajadores.
Los tres se adentran entre los escombros y regresarpn con las «evidencias» que justificaron el bárbaro ataque israelí: «Estas son la armas que nosotros fabricamos en este lugar – comenta Adel – por eso bombardearon esta fábrica. Fabricamos inyectadoras, bolsas de plástico para suero con sus accesorios, esos son los misiles que fabricamos y por eso bombardearon esta fábrica. Este es un macro gotero para la bolsa de suero, esta es una pireta que nosotros fabricamos. Nosotros no fabricamos misiles.»
Adel nació en el Libano y salió de allí por la guerra. Llegó a Venezuela, donde conoció a quien sería su esposa. Luego de 15 años de estancia en la isla de Margarita, decidió regresar a su Líbano natal donde se instaló junto a su familia. Con varios socios, creó a finales de los 90 una fábrica de plásticos, que luego daría paso a otra mayor, donde la materia prima sería convertida en insumos médicos.
Mientras recorremos los restos de la fábrica en la que invirtió su futuro, relata el éxito notable de la iniciativa y su positivo impacto en toda la región: «Son dos fábricas, Plastitec y Plastimed. Empezamos en el 97 con Plastitec y luego con la otra, Plastimed, en 1999. Nosotros fabricábamos nuestros productos para muchas partes del mundo, incluyendo a Venezuela, Armenia, Colombia, Siria, Irak. Cubríamos el 70% del mercado del Líbano. Nosotros fabricábamos para enviar a muchas partes del mundo. Porque son cosas necesarias, esto es como el pan diario. No había una fábrica como esta aquí. Nosotros no teníamos competencia en la zona. Lo perdimos todo, todo. Gracias a Dios las familias de nosotros están bien.»
Un estorbo para el «libre mercado«…
La destrucción de este complejo industrial deja abierto el mercado para productos Made in Israel y USA en la región, pues Plastimed era la primera fábrica del Medio Oriente en su línea. Sería absurdo pensar que un ataque tan intenso fue un error de cálculo. Su premeditación es evidente.
Los servicios de inteligencia israelitas espían más allá de sus fronteras desde hace 50 años, cuando comenzaron a usurpar territorio palestino. Inclusive operan en los cinco continentes, y brindan apoyo y adiestramiento a servicios secretos de naciones aliadas. Por eso, una industria como ésta, cercana a la frontera, y cuyos productos están en todas las farmacias de la región – con la dirección exacta y los teléfonos en los empaques – no podría pasar desapercibido.
El empuje de esta industria es una de las muchas muestras de la vigorosa recuperación progresiva de la nación libanesa, que desde hace 15 años recomponía su tejido y economía, luego de dos décadas de devastación producto de la guerra civil y la ocupación israelí. Recuperación que fue avalada por organismos internacionales, que señalaban al Líbano como uno de los países con mejor perspectiva de cumplir las famosas Metas de desarrollo del Milenio.
Hasta el Fondo Monetario Internacional, brazo financiero del imperialismo, publicó un informe titulado «Líbano desafía la gravedad«, un día después de la acción de la aviación israelí contra la «diabólica» fábrica . En él, los tecnócratas transnacionales del hambre de los pueblos se congratulaban de la buena marcha de la economía libanesa, pese a la enorme deuda externa derivada de los costos de la reconstrucción. Cuando la publicación llegó a la calle, hacía días que el aeropuerto de Líbano había sido atacado por la aviación israelí, así como el puerto y otras infraestructuras vitales para la economía, mientras las víctimas mortales civiles aumentaban a cada acción «defensiva» israelí.
Adel lo tiene claro: «La guerra de Israel no es una guerra contra Hizbolláh como dicen. Esta es una guerra contra la plataforma, contra la infraestructura del Líbano. Y lo que nos ocurrió aquí es un ejemplo. Vea como lo dejaron todo destruido. En este sitio no había nadie de Hizbollah pero con esos ataques ahora lo apoyan mucho y cada vez más.»
Mahmud Bdah era el único trabajador de la fábrica que se encontraba allí, en una caseta a la entrada de las instalaciones, momentos antes de iniciarse el bombardeo. Tras relatarnos cómo escapópara resguardar su vida cuando sintió acercarse los aviones, nos mostró restos dispersos de los productos médicos que allí producían: «Estas son las armas que producíamos, estas son…»
Mahmud comparte su opinión con respecto al apoyo de EEUU al ataque israelí y de sus planes para un «nuevo» Medio Oriente: «Vea la democracia del presidente Bush y la democracia que están hablando ellos con Israel. Esa es la democracia de ellos. Parece que fue una bomba atómica la que pasó por aquí. Esa es la democracia de los norteamericanos. Los norteamericanos son lo que están apoyando Israel para bombardear todo, por eso yo acuso a Bush, no a los americanos como pueblo sino a Bush».
El bombardeo a esta fábrica es uno más de los miles que ha lanzado Israel sobre la pequeña nación del Líbano durante 33 días, causando más de 1.200 muertos y miles de heridos, la inmensa mayoría civiles desarmados. Como resultado de esta nueva guerra unilateral contra todo un pueblo, 15.000 viviendas han sido destruidas, todas las vías de comunicación afectadas y la economía del Líbano está arruinada.
Sus voceros y aliados han querido presentar al mundo esta barbarie como un legítimo ejercicio del derecho a la defensa. Pero en realidad, una palabra define a la alianza entre el gobierno imperialista de Bush y el gobierno militarista y colonialista del presidente Olmert en Israel: TERRORISTA. A su vez, otra palabra señala el móvil del ataque: IMPERIALISMO.
Ambas son certezas que hoy comparten la mayoría de los libaneses, independientemente de su credo y su opción política. El saldo de destrucción y el cinismo del discurso que la ha acompañado así se lo demuestran. Y su consecuencia no es el amedrentamiento de un pueblo, sino el crecimiento masivo del apoyo a la resistencia, tanto en el Líbano y Palestina como en el conjunto de países musulmanes que hoy son gobernados por élites sumisas a esos planes de dominación.
Nadie se ha ido…
El testimonio del bombardeo a esta fábrica de plásticos e insumos farmacéuticos en el sur del Líbano, muy cerca de la frontera con Israel, es un mensaje claro de esa alianza imperialista: «Váyanse, ríndanse, entreguen sus tierras, dejen paso a la democracia occidental…». Pero nadie se ha ido, y los que en las pasadas semanas buscaron refugio de las bombas más al norte del país, regresaron ya a sus casas para tomar de nuevo posesión del territorio ancestral que les pertenece como pueblo.
Cuando hablamos con Adel, Hassan, Mahmud no vimos hombres derrotados, ni asustados. Vimos gente golpeada, indignada, pero consciente de que lo más valioso, la vida, no se lo pudieron quitar. En sus palabras vimos la fe de los que van a levantarse y continuar, reconstruyendo sus sueños y consolidando su presencia en la tierra que les pertenece.
En cambio, en las huellas que dejaron Israel y Bush en su nuevo ejercicio de devastación criminal, sólo vimos claramente su propio reflejo: la basura, que junto al saldo de muertos y heridos, se erige como una certera denuncia del genocidio deliberado, y que señala ante la historia a ambos gobiernos como los auténticos líderes del terrorismo a escala mundial. Por eso, la verdadera «guerra global contra el terrorismo» no pasa por seguir sus planes, como hacen tantos gobiernos serviles y cobardes del mundo, sino en enfrentarlos con las armas de la razón y la justicia.