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Bono y su discurso carlista

Fuentes: Rebelión

El pasado ocho de diciembre, en pleno puente de la Constinmaculada, el expresidente Bono nos volvió a sorprender con su particular forma de entender qué cosa es España. Ante un público repleto de hooligans, todos menos uno o dos, se atrevió a hilvanar un discurso que enlazaba nada más y nada menos que la Constitución […]

El pasado ocho de diciembre, en pleno puente de la Constinmaculada, el expresidente Bono nos volvió a sorprender con su particular forma de entender qué cosa es España. Ante un público repleto de hooligans, todos menos uno o dos, se atrevió a hilvanar un discurso que enlazaba nada más y nada menos que la Constitución con la festividad de la concebida sin mácula, la Inmaculada. En cualquier país europeo y moderno se hubieran meado de la risa, pero aquí y ante tal público todo fue halagos y aplausos, aunque espero que ZP saliera de la encerrona del Alcázar algo sonrojado. De las acciones del expresidente hemos aprendido que deja poco a la improvisación y que sus actos rezuman más simbología que política práctica y como consecuencia de ello el anuncio del Presidente Zapatero de la aprobación de la Ley Orgánica de la Defensa, ha quedado en la letra pequeña de los diarios, ya que Bono preparó «su» acto para proclamar su buena nueva de Patria, Constitución y Virgen Inmaculada.

Cuando el país entero, y su partido el primero, está hablando de la reforma constitucional, de España como nación de naciones y de la aconfesionalidad del Estado, su discurso carlista de patria, ley (fuero) y religión, aglutina los paradigmas más rancios de la derecha española y de los movimientos tradicionalistas/fundamentalistas. Siendo presidente de Castilla-La Mancha tuvo el acierto político de revalidarse elección tras elección con este discurso de la paradoja nacional-esencialista argumentada a favor cuando de España se trataba y rechazada con estridencias si el nacionalismo provenía de la galeuzca (Galicia, Euzkadi, Cataluña). Pero ahora no se trata de Castilla-La Mancha, estamos hablando del concepto de España y de su futuro como Estado en la época de la globalización y caducidad de los estados-nación.

El discurso de Bono no es sólo conservador por su contenido ideológico, sino también porque toda su retórica está imbuida de la permanencia y estatismo que caracteriza a los grupos inmovilistas, no tiene en cuenta el factor tiempo y la posibilidad de cambio, como lo demuestra en su frase «… dentro de la nación que es España …..(en ella) hoy, no cabe más que lo que cabe en la Constitución», como si nada se pudiera cambiar. Mientras que la sociedad vive en un perpetuum mobile, él prefiere los valores seguros de un «patriotismo español de identidad, de pertenencia y de sentimiento», donde no tienen cabida las otras identidades que antepongan las lealtades a otro territorio que no coincida con el Estado. Como le ocurre a la derecha, Bono no distingue las diferencias existentes entre nacionalismo y patriotismo, según las adhesiones de los individuos se dirijan a una cultura (nacionalismo) o a un ente político de dominación (patriotismo), lo que le lleva a identificaciones erráticas no comprensibles en un político de centro o de izquierdas. Cuando queremos que una sola patria abarque a otras naciones o nacionalidades corremos el peligro del caso extremo del nacionalsocialismo hitleriano. Bono en su arenga del otro día utiliza sesgadamente los conceptos de nación y patria contenidos en la constitución de 1978 y olvida conscientemente referirse a otros que reconocen las nacionalidades y la diversidad. Él conoce perfectamente la historia reciente de España y cómo nace la nación española, no viniendo a cuento, en la actual coyuntura política, el regodeo patriotero esgrimido en aras a contentar a no sé a quien, porque los militares nunca han estado tan callados como ahora. Parece que la arenga se dirigía no a calmar a los asistentes, sino a molestar a los ausentes.

Uno de los logros mayores de la transición política española fue reinventar con bastante acierto un nuevo Estado que permitía la convivencia entre distintas comunidades autónomas, unas que ya eran cuasi-nación y otras que tras un cuarto de siglo han llegado a serlo. Ello fue posible por el artículo 2 de la Constitución que, tras la unidad indisoluble de España, reconocía las nacionalidades y regiones, lo cual, junto al título VIII ya totalmente desarrollado, ha modificado el modelo de Estado homogéneo de etapas históricas anteriores, añoradas, al parecer por el Sr. Bono.

Si es cierto, como se dice, que estamos ante el final de una época donde los estados nación eran hegemónicos, la experiencia de España puede ser muy útil, en primer lugar para nosotros mismos y, en segundo lugar, como referencia y reflexión ante posibles segmentaciones ya vividas en la ex Yugoslavia, países del centro y este de Europa, o las amenazas de estos últimos días de Ucrania o el referéndum de la ciudadanía magiar. Pues bien, es lástima que con el repertorio y reflexión sobre la ciudadanía diferenciada que España puede ofrecer al mundo, las arengas del ministro actual de defensa, que no es Federico Trillo, se construyan sobre recursos argumentales de España basados en las viejas etnicidades que cimentaron la España casticista y carlista.