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Brasil: Sequía castiga a soja transgénica

Fuentes: IPS

La sequía en el sur de Brasil redujo drásticamente la actual cosecha de soja en el sureño estado de Rio Grande do Sul y agregó nuevo combustible a la polémica sobre la producción de transgénicos.

Las variedades genéticamente modificadas, que dominan la sojicultura en ese estado, sufrieron pérdidas mayores que las convencionales, admitieron productores locales.

Es natural, porque las semillas transgénicas eran contrabandeadas de Argentina, no estaban aclimatadas y por eso presentaron resistencia menor a la escasez de agua, explicó Narciso Barison, presidente de la Asociación de Productores y Comerciantes de Semillas y Plántulas del estado.

Las variedades convencionales, desarrolladas por empresas nacionales, certificadas y adaptadas a la región, tuvieron mejor desempeño. La diferencia de pérdidas varió según las condiciones de cada siembra, alcanzando «un máximo de 25 por ciento», calculó.

La empresa estadounidense Monsanto, que desarrolló soja resistente a su herbicida glifosato, y potencia así la venta de ambos productos, rechaza la comparación.

«La intensidad de la sequía no permite comprobar diferencias de productividad», sostuvo Ricardo Miranda, director de Desarrollo de Producto de la empresa.

«Ninguna soja soporta ese nivel de estrés hídrico», que en algunas áreas causó la pérdida de 80 por ciento de los cultivos, argumentó.

Además hay dos factores, según Miranda, que determinan un mejor desempeño ante la sequía de la soja transgénica: ésta facilita y estimula la siembra directa (y por lo tanto retiene más humedad en el suelo), y permite mejor control de las malezas, lo que a su vez elimina competencia por el agua escasa.

La sequía que se prolonga hace cinco meses en Rio Grande do Sul castiga más duramente la soja, que se siembra sobre todo en octubre y noviembre.

La estatal Empresa de Asistencia Técnica y Extensión Rural calculó una reducción de 61,04 por ciento en el promedio de productividad de esa oleaginosa en el estado, cayendo de los esperados 2.007 kilogramos por hectárea a sólo 782. De esa forma, los 8,3 millones de toneladas de producción que se esperaban caerían a 3,2 millones.

La soja RR (Roundup Ready, o sea «lista para el Roundup», una marca de glifosato) de Monsanto empezó a entrar ilegalmente al estado hace casi diez años y se expandió a cerca de 80 por ciento del área sembrada, según evaluaciones que obviamente son difíciles de comprobar.

En los dos últimos años, ante el hecho consumado, el gobierno trató de dar legalidad temporal a la soja prohibida mediante un fallo judicial de 1999.

Ahora, con la Ley de Bioseguridad aprobada por el Congreso el 2 de marzo, se busca una solución definitiva a las incertidumbres jurídicas que afectan la nueva tecnología en Brasil.

La siembra clandestina y la confusión jurídica de los últimos años dejaron en situación crítica al sector de producción de semillas, especialmente en Rio Grande do Sul. Sus empresas fueron alejadas del mercado ante el avance de los transgénicos, cuyas semillas no podían producir legalmente.

Ahora que la sequía comprobó las ventajas de cultivos mejorados para el clima y el suelo local, debe haber una «carrera» de los agricultores por semillas certificadas, pero no las hay en cantidad suficiente en el mercado, observó Barison.

La multiplicación de las semillas transgénicas para atender la siembra en todo el estado demandaría tres años, previó, y las convencionales son ahora insuficientes, debido a su baja demanda en los últimos años.

Por ello, la sojicultura en Rio Grande do Sul, que era responsable de más de 15 por ciento de la producción nacional, demorará algunos años para recuperar el volumen anterior de producción. En la próxima siembra los agricultores tendrán que usar sus propias semillas, de baja calidad empeorada por la sequía.

«Es la oportunidad para un debate más profundo sobre el modelo de desarrollo agrícola» en el país, opinó Altermir Tortello, coordinador de la Federación de los Trabajadores en la Agricultura Familiar de la Región Sur y miembro de dos Consejos del gobierno brasileño, el de Seguridad Alimentaria y el de Desarrollo Económico y Social.

En su evaluación, esta sequía «fue una gran lección» no sólo sobre la cuestión de los transgénicos, sino también sobre el monocultivo.

La llamada «revolución verde», iniciada en los años 70 en Brasil, con amplia mecanización, abuso de insumos químicos y monocultivos para exportación, es una de las causas de la fuerte sequía actual en el sur, o por lo menos de su agravamiento, afirmó Tortello.

Ese modelo se hace con deforestación generalizada, drenaje de pantanos y uso intenso de agua, desequilibrando ecosistemas, argumentó. En Rio Grande do Sul «se viaja centenares de kilómetros sin ver ningún bosque, sólo soja», lamentó.

Los pequeños agricultores que se ilusionaron con el monocultivo de la soja, porque parecía «una mina de oro», ahora quebraron, observó Tortello, quien aboga por un «cambio en el modelo» en favor de la diversificación de cultivos, como factor de sustentabilidad ambiental y también social.

Los transgénicos fortalecen y agravan el modelo de monocultivo exportador, que concentra la propiedad de las tierras en pocas manos, expulsa y empobrece los campesinos, además de degradar el ambiente, sentenció.

Barison, al contrario, defiende la liberación de los transgénicos para que los agricultores puedan elegir la siembra que más les convenga. Él opina que los sojicultores sureños «pagan el riesgo que asumieron» con la siembra ilegal, y que las pérdidas agravadas no se debieron a la modificación genética, sino a las semillas impropias.

Varias empresas tecnológicas, incluso la estatal Embrapa, desarrollaron cultivos transgénicos de buena productividad, incorporando el gen de la Monsanto que incluye la resistencia al herbicida glifosato.

Miranda cree que si entra en vigencia la Ley de Bioseguridad tal como fue aprobada, habrá una rápida expansión de las siembras transgénicas, debido a la fuerte demanda de los agricultores.