«…La moderación es otra de las palabras que les gusta usar a los agentes de la colonia. Son moderados todos los que tienen miedo o todos los que piensan traicionar de alguna forma. El pueblo no es de ninguna manera moderado.» Comandante Ernesto Che Guevara. Discurso en el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. 28 de […]
«…La moderación es otra de las palabras que les gusta usar a los agentes de la colonia. Son moderados todos los que tienen miedo o todos los que piensan traicionar de alguna forma. El pueblo no es de ninguna manera moderado.»
Comandante Ernesto Che Guevara. Discurso en el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. 28 de julio de 1960
En los diálogos que celebraban los griegos antiguos entre libaciones de un vino «moderado» con la mitad de agua y la música y la grácil belleza de las calípiges bailarinas, nos cuenta Platón que era condición de inicio definir los términos del discurso, es decir, lo que significaban las palabras que se habrían de usar en la conversación. Intentaban establecer una base común mínima para el diálogo.
Por muy lejos que nos consideremos de la inteligencia y la sabiduría de aquellos primeros amantes del saber, en nuestros debates «modernos» – (entrecomillo la palabra porque ya después muy tempranamente los romanos dirían aquello de nihil sub sole, es decir, consideraban que nada nuevo había bajo el sol) – deberíamos seguir aquel prudente consejo, si es que, no sólo deseamos entendernos, sino tan importante como eso, evitar también que nos confundan y engañen.
Para confundir, uno de los recursos preferidos por los políticos de la falsa política, aquella que promete lo que sabe no va a cumplir, es provocar simpatía en su auditorio o lector. Pero se trata de la simpatía espuria, esa que se adorna con una esplendente sonrisa de oreja a oreja, y si es en compañía de su familia y su perro, mejor. (Tan efectivo es el recurso entre los incautos, que en la memorable ocasión de la visita a Cuba de un simpático presidente norteamericano, alguno de nuestros buenos defensores aconsejaba a los políticos cubanos que debían imitar aquellas actitudes.)
Pero el más efectivo de esos recursos, sonrisas mediante, es apropiarse del lenguaje y los objetivos del adversario de ideas, significando con ello lo que el auditorio desea oír, mentir con la verdad que no le pertenece, eso que en estos días se ha dado en llamar, con toda razón, la era de la postverdad.
Como estamos también en la era de los grandes fracasos, el fracaso escandaloso de un capitalismo que ya no puede ni prometer soluciones, sino saquear a sus propias sociedades, esas que llamaban las del bienestar y mientras llenan el orbe con el ruido de sus armas, y el fracaso que más publicitan los diarios transnacionales de mayor difusión , es decir, el de los «socialismos realmente existentes», la deformación de los conceptos políticos para hacer creer que no se pertenece ni a esto ni a aquello, se convierte hoy en el único recurso plausible para no aparecer como simpatizante ni del capitalismo, ni del socialismo. Hay que alejarse prudentemente de los dos fantasmas.
Entonces, el «político», o su intelectual orgánico, qué más da, procura desmarcarse del capitalismo tanto como aprovechar el descreimiento y la desesperanza del hombre simple por el socialismo. El no será tanto un enemigo del comunismo, como amigo y aliado temporal de aquellos que descrean de él. Se tratará de situar pues, todo lo más claramente que pueda, lejos de ambas visiones del mundo: es lo que se conoce como el centro político.
Y al centro político le define también el lenguaje correspondiente a ese difícil malabarismo. Si el capitalismo es la exacerbación de la crueldad que implica la ganancia a toda costa y el agotamiento de los recursos del planeta por la meta del crecimiento incesante e infinito, si el socialismo conocido ha sido «totalitario», el político centrista, o su intelectual orgánico, nos advierte que la radicalidad no logrará convencer a ninguno de los dos «enemigos» y entonces aconseja la «moderación», el punto medio.
En el llamado a la «moderación», lo primero que salta a la vista es a quién y con quién aconsejan ser moderados. Si el tema es la relación de Cuba con EEUU, el mundo y los adversarios de su socialismo, nunca se les ocurrirá tratar de persuadirlos a ellos para que sean tolerantes con nosotros, con nuestra autodeterminación, o cuando aconsejen «persuadir», no intentarán invitar a los enemigos de Cuba a que aflojen un poco la mano… No. Claramente que podrían responder: «pero aquellos son los fuertes…» Y entonces, por qué no intentar persuadir al más fuerte, si es que resulta ética y universalmente admitido que hay mayor honor y dignidad en llamar a la moderación, convencer y persuadir a Goliat que el uso de su mayor fuerza contra David es indigno, abusivo e injusto?
Por supuesto, la motivación para que no se haga lo que éticamente es superior, no está en el cálculo de las fuerzas, sino en la fuerza del cálculo…económico, político e ideológico. Nuestros políticos o académicos consejeros, o periodistas por cuenta propia (que ese también es un trabajo privado, no, y bien remunerado) promueven el gesto que dicen que «nos conviene», persuadir nosotros al enemigo, moderar el lenguaje y la política para con ellos y también para los que internamente en Cuba compartan sus mismas simpatías.
Pero en el fondo de la manipulación está el lenguaje, la búsqueda de la mediática simpatía, el «con todos y para el bien de todos» tergiversado, que concita al apoyo emocional automático, porque la virtud declarativa abstracta que tiene «ser bueno», posar de flexible y equilibrado nadie se atreve a refutarlo, como no convenía a aquel rey admitir que no estaba desnudo, si ver sus ropas era prueba de su grandeza y no verla prueba de su condición nada divina.
Pero sucede que las palabras tienen varios niveles y jerarquías de significación. Moderado y sus términos afines, tolerante, flexible, es algo distinto en las relaciones interpersonales, en el diario vivir cotidiano, aunque en ellas las personas que respetan su integridad y la ajena no confunden la cortesía y las buenas maneras de la moderación con la dejación de sus principios cuando ser moderado con el otro comienza a exigir que neguemos nuestras convicciones. Ser radical no significa que no se utilicen las artes diplomáticas, las negociaciones, el diálogo. Tener una convicción no equivale a seguir un dogma. Un dogma es lo que niega inflexiblemente una verdad. Un torcimiento del lenguaje es igualar radicalidad con fanatismo, capacidad negociadora con moderación. Ser radical no significa no saber usar la flexibilidad en el trato. Ser radical significa descubrir las causas profundas de los eventos y los procesos, ir todo lo más que el conocimiento permita a la raíz y tratar de ser coherente y consecuente con ello.
Ahora, en política, en el enfrentamiento a las dominaciones, la «izquierda moderada» acepta lo inaceptable, lo que no puede aceptar el radical, no el fanático: el moderado, aunque no lo acepte, parte de la premisa de que no se puede cambiar el orden existente. Porque aquí, al no ser radical, la moderación significa en el fondo desconocimiento, o la traición de lo que no se desconoce. Moderación para unir a los propios, a los intereses comunes, es una táctica útil, sabia; moderación para tratar de convencer al enemigo siempre deviene o, en una resignación, o una traición.
Maceo seguramente fue muy cortés con Martínez Campos en los campos de Baraguá, quizás «moderado» en las maneras, como guerrero educado que era, (cuentan que hablaba serenamente y era de suaves gestos), pero jamás moderado en su convicción de que se debía romper nuevamente el corojo. Y mucho menos se le ocurrió persuadir al enemigo. Curiosamente era el enemigo quien deseaba persuadirlo a él de que depusiera las armas pues…»no había alternativas…».
En el nivel político e ideológico, y en última instancia, en el de la filosofía política, la moderación, la izquierda moderada significa la aceptación de que no hay alternativas para el orden político y económico existente. Moderado en ese nivel significa aceptar que un orden social distinto al capitalismo no es posible, que esa es la fatal realidad, y contra ella es absurdo oponerse y luchar. El gran filósofo marxista Itsván Mészáros explica la moderación política (y filosófica) de esta manera en su libro Más allá del Capital: «En nombre de la razón, del sentido común y la «política real» se nos invita a resignarnos al estado de cosas existente sin que importe lo destructivos que puedan ser sus antagonismos. » En esencia, el político moderado niega los antagonismos y en política, la lucha de clases.
Y para dejar esta pequeña reflexión bien corta, termino con otra cita del notable marxista:
«Una vez que la gente que se dice socialista adopta la conseja de que «no hay alternativa» como la justificación de las políticas que se siguen, deja de tener algo que ver con el socialismo. Porque el proyecto socialista fue definido desde su comienzo mismo como la alternativa para el orden social establecido. Por consiguiente no sorprende en lo más mínimo que durante los años en el desempeño de su cargo, en la secuela de su conversión a la filosofía de «no hay alternativa», Mikhail Gorbachov haya abandonado hasta la más vaga referencia al socialismo». ¿Les recuerda algo a nuestros lectores?
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