Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
[La explosión en una mina de carbón en la ciudad turca de Soma el pasado 13 de mayo de 2014 tuvo como resultado la muerte de al menos 284 mineros; hay también otros 100 mineros desaparecidos, por lo que ha sido el peor desastre minero de la historia turca. Las posteriores manifestaciones registradas en numerosas ciudades turcas parecen haber trascendido la solidaridad con los mineros, convirtiéndose en una expresión de ira contra el gobierno del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan. Jadaliyya le ha pedido al coeditor de la Página de Turquía, Cihan Tugal, que aborde el análisis de las muertes de Soma y las protestas desencadenadas como respuesta.]
-Jadaliyya (J): ¿Responsabilizaron los manifestantes al gobierno por las muertes de Soma o están acusándole de dar una respuesta insuficiente?
-Cihan Tugal (CT): Los manifestantes, muchos periodistas y los dirigentes sindicales están responsabilizando al gobierno por varias razones. Aún no conocemos bien todos los hechos alrededor de este particular desastre, pero Turquía tiene un historial terrible de muertes laborales a lo largo de la última década. El principal partido de la oposición ha pedido que se investiguen los accidentes que ya se habían producido en Soma hace unas cuantas semanas. Pero el partido gobernante ha rechazado la propuesta al tener mayoría parlamentaria.
En tal sentido, la reciente explosión no es un suceso aleatorio. Los críticos ya no llaman accidentes a esos sucesos; la desregulación ha sido tan intensa que las empresas son prácticamente libres de actuar como les venga en gana. Dicho de otro modo, las muertes son ya moneda corriente esperada por todos.
Lo que distingue a Soma es la cifra masiva de muertos. Durante la última década, los trabajadores iban muriendo uno a uno (o por docenas en alguna ocasión) en supuestos incidentes aislados. La cifra total de víctimas es escalofriante. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha publicado una lista en la que Turquía está a la cabeza de Europa en muertes laborales y, a nivel mundial, figura en el tercer puesto. Desde 2002, han estado muriendo al mes casi cien trabajadores. Eso supone alrededor de 12.000 muertos en una década (más de mil de ellos mineros). Un informe oficial más reciente estimaba que cada día se producían cuatro accidentes laborales con consecuencias fatales. Soma ha sido una más de las masacres en curso, pero ha tenido trascendencia nacional e internacional.
-J: ¿Deberían contemplarse estas demostraciones en el contexto de la serie de protestas que empezaron el pasado año y que parecen representar el creciente desencanto respecto a un liderazgo que -aunque democráticamente elegido- lleva en el poder más de una década?
-CT: Las manifestaciones de Gezi en junio pasado y las posteriores protestas más pequeñas, que por todo el país se han venido produciendo hasta el mes de marzo, han ido contra muchos aspectos del nuevo régimen de Turquía pero las quejas se han unido en torno a dos cuestiones: los proyectos de renovación urbana que destruyeron comunidades, bosques y espacios públicos y el creciente autoritarismo. Las protestas en solidaridad con Soma representan un nuevo giro en la oleada de rebeliones al hacer hincapié en otra importante dimensión del desarrollo neoliberal: su carácter explotador. Junio de 2013 reflejó el desencanto con la mercantilización. Si las actuales protestas se masifican, podemos empezar a hablar de un levantamiento contra la explotación.
-J: ¿Son estas protestas el trabajo de un núcleo duro que se opone al gobierno y que utiliza cualquier oportunidad para manifestarse en su contra, o representan a un sector importante de la opinión pública turca?
-CT: Tenemos que entender que quienes desean utilizar cualquier ocasión para protestar contra el gobierno constituyen hoy en día cerca de la mitad de la población. Pero muchos de esos sectores podrían frenar ahora esa participación, ya que, a diferencia de junio de 2013, las protestas de los pasados días tienen un carácter de clase obrera. Dado el ambiente ideológico en Turquía de las tres últimas décadas y media, es más fácil que las clases medias se sitúen junto a los ambientalistas y ecologistas cultos que con los mineros del carbón. El valor de impacto de Soma y Gezi es muy diferente: en el primer caso, el impacto moral procede del elevado número de muertos, pero no de los aspectos cualitativos del suceso (todo el mundo sabía ya que los trabajadores, al igual que los kurdos y los alevíes, son menos que ciudadanos de segunda clase en la Turquía post-1980). En cambio, en los primeros tres días de las protestas de Gezi, muchos de los gaseados y hostigados eran los intocables y respetables ciudadanos de Turquía con años de educación en su haber que no estaban acostumbrados al maltrato por parte de las autoridades. Ese fue el choque moral cualitativamente más intenso.
Sin embargo, al contrario, las poblaciones kurdas del este y sudeste de Turquía, que permanecieron silenciosas durante junio de 2013 (con excepciones, sobre todo en las regiones kurdo-alevíes), podrían hoy expresar una mayor solidaridad porque es más fácil que se vean reflejadas en los sufrimientos de los trabajadores que en los jóvenes educados y las clases medias. Pero sus líderes e intelectuales podrían también tratar de restar importancia a los sucesos, teniendo en cuenta los altos intereses en juego en el proceso de paz iniciado por Erdogan con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán o PKK.
En resumen, las actuales protestas les implican a ambos por un lado más y por otro menos que a los grupos antigubernamentales de núcleo duro.
-J: ¿Espera que estas manifestaciones vayan más allá y tengan consecuencias significativas en la política turca?
-CT: Es muy difícil de prever. Otro caso a tener en cuenta son las protestas de 1990-1991, cuando la gente de una ciudad minera intentó llegar caminando hasta la capital (Ankara) en respuesta al plan del gobierno de cerrar la mina. Alrededor de cien mil personas se unieron a esa marcha, pero eran en su mayoría vecinos de la ciudad de Zonguldak, que tiene una clara identidad como clase trabajadora y clase política reformista. Esa huelga fue una de las razones que debilitaron a Turgut Özal, el iniciador de la reforma neoliberal turca. Cierto es que el eslogan de la huelga de Zonguldak (a pesar de no disponer de Internet) Çankaya’nin Sistani, isci düsmani («El gordo del palacio presidencial, el enemigo de los trabajadores») siguió con él después de 1991. Aunque se mantuvo en el palacio presidencial, su papel fue ya marginal en la política kurda hasta que murió de un (sospechoso) ataque al corazón en 1993. Los gobiernos siguientes se ajustaron igualmente a los principios neoliberales, pero hasta el ascenso del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el partido que gobierna desde 2002, nadie pudo hacer avanzar decisivamente el proceso debido, entre otros factores, a la sombra persistente de las protestas de los trabajadores de 1989-1991.
La situación en Soma es diferente. La ciudad no tiene una sólida identidad de clase obrera. En términos políticos, esta mucho más a la derecha que Zonguldak. Es uno de los nuevos bastiones del régimen en el oeste de Turquía. Es incluso, desde 1994, una firme partidaria de los partidos conservadores y nacionalistas-conservadores. Actualmente está incluso a la derecha de la mucho más amplia y muy conservadora provincia de la que forma parte, Manisa. Sobre el papel, parece muy improbable que se produzca una huelga (y marcha) de mineros similar. Sin embargo, hubo muchas sorpresas en Turquía a lo largo del pasado año. La situación es por tanto impredecible. Hasta hace dos días nadie hubiera imaginado que el héroe conservador del Oriente Medio, Erdogan, podría ser atacado y arrinconado en un supermercado de una ciudad tan conservadora. Se informó que Erdogan, cogido por sorpresa, se lió a bofetadas y a puñetazos con la gente durante el incidente. Los mineros se han quedado atónitos, al igual que al resto de Turquía.
Lo que verdaderamente podría cambiar la ecuación no es una repetición de junio de 2013, sino la propagación del descontento por los nuevos ejes de forma que se supere la división entre los que están a favor del AKP y los que están en contra. En estos momentos es muy difícil porque los seguidores del régimen consideran cualquier incidente que pueda perjudicar al gobierno como parte de una conspiración más amplia.
Una vez superado el dolor abrumador de estos días, puede esperarse que la prensa conservadora aparezca con alguna «prueba» de que fueron los enemigos de Turquía los que planearon la explosión; algunos periodistas están ya haciendo preparativos para cuando surja tal prueba). Sin embargo, si el gobierno sigue adelante intensificando la desregulación y explotación para reducir la influencia de la recesión mundial, podría tener que atacar y reprimir más a sus propios partidarios. El régimen podría provocar finalmente con el tiempo masivas protestas populares. El «imposible» de ayer podría convertirse en el nuevo «probable». La rabia con la que un militante del régimen (un burócrata educado de alto nivel) pateó al pariente de un minero apunta hacia esa misma posibilidad.
Cihan Tugal ha centrado sus investigaciones en el papel de la religión en los proyectos políticos. Es autor de «Passive Revolution: Absorbing the Islamic Challente to Capitalism«, publicado en 2009 en Stanford University Press. De origen turco, Tugal es profesor adjunto de Sociología en la Universidad de Berkeley, California. Es también coeditor de la página de Turquía en Jadaliyya.com.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/17720/quick-thoughts_cihan-tugal-on-the-soma-mining-disa