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Detengan el cáncer, terminen la ocupación

¡Buenas días, Elijahu!

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Chelo Ramos

Cuenta una anécdota que una vez Oscar Wilde asistió al estreno de la obra de teatro de un colega y que cada pocos minutos se levantaba el sombrero. Cuando se le preguntó la razón de este extraño comportamiento respondió: «Soy una persona educada. Me levanto el sombrero cada vez que me cruzo con a un viejo conocido.» Si llevase sombrero, estos días tendría que levantarlo cada pocos minutos cuando veo los programas de opinión de la televisión, oigo la radio o leo los periódicos. A cada momento encuentro cosas que escribí hace varios años y, especialmente, cosas que he escrito desde el comienzo de esta guerra.

A título de ejemplo, durante décadas he advertido una y otra vez que la ocupación está corrompiendo a nuestro ejército. Ahora, los periódicos están llenos de artículos escritos por comentaristas muy respetados que han descubierto -¡sorpresa, sorpresa! -que la ocupación ha corrompido a nuestro ejército. En casos como estos, en hebreo decimos ¡»Buenos días, Elijahu! Al fin te has despertado. Pido disculpas si mi comentario suena un poco irónico, después de todo, escribo con la esperanza de que mis palabras convenzan a los lectores -especialmente a la clase gobernante israelí- y de que las difundan. Estoy muy contento con el plagio que está ocurriendo con este tema. Pero es importante dejar claro de qué forma la ocupación ha «corrompido a nuestro ejército», pues de lo contrario solo se tratará de una consigna vacía y no aprenderemos nada de ella.

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Una escena retrospectiva personal: En medio de la guerra de 1948 tuve una desagradable experiencia. Después de un día de intensos combates, estaba profundamente dormido en un campo cercano al pueblo árabe de Suafir (ahora Sapir). A mí alrededor dormían otros soldados de mi compañía, los Zorros de Sansón. De pronto me despertó una tremenda explosión. Un avión egipcio nos había lanzado una bomba. Muertos: ninguno. Heridos: uno.

¿Cómo pudo pasar? Muy sencillo, todos estábamos dentro de nuestras trincheras individuales, las cuales habíamos cavado, a pesar de lo fatigados que estábamos, antes de irnos a dormir. Para nosotros era obvio que cuando llegábamos a cualquier sitio lo primero que teníamos que hacer era cavar. Algunas veces cambiamos de sitio tres veces al día, y en cada nuevo sitio cavábamos nuestras trincheras individuales. Sabíamos que nuestras vidas dependían de ello.

Ya no es así. En uno de los sucesos con más muertos de la Segunda Guerra de Líbano, doce miembros de una compañía fueron muertos por un cohete cerca de Kfar Giladi, cuando estaban sentados al aire libre. Luego los soldados se quejaron de que no habían sido llevados a un refugio. ¿Los soldados de ahora nunca han oído hablar de las trincheras individuales? ¿Nunca les han suministrado sus palas personales?

¿Por qué en Líbano los soldados se congregaban en los salones de las casas donde eran alcanzados por los cohetes antitanques, en lugar de cavar trincheras?

Al parecer el ejército ya no acostumbra realizar esta práctica. Claro: un ejército que se enfrenta a «terroristas» en Gaza y Cisjordania no tiene que tomar ninguna precaución especial. Después de todo, ninguna fuerza aérea los bombardea, ninguna artillería les lanza cohetes. No necesitan protección especial.

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Esto es cierto respecto a nuestras fuerzas armadas en aire, mar y tierra. Realmente, es un lujo pelear contra un enemigo que no puede defenderse debidamente. Pero es peligroso acostumbrarse a ello. La armada, por ejemplo. Durante años ha navegado en las costas de Gaza y Líbano, disparando a placer, arrestando pescadores, revisando barcos. Nunca soñó que el enemigo podría devolverle los disparos, y de repente sucedió, -en vivo y en directo- Hizbulá la alcanzó con un cohete aire-tierra.

La sorpresa no tenía fin. Casi se le consideraba un atrevimiento. No puede ser, ¿un enemigo que responde los disparos? ¿Y después de esto qué? ¿Por qué la inteligencia del ejército no nos advirtió que tenían algo tan insólito como un cohete aire-tierra?

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En el aire igual que en el mar. Durante varios años, los pilotos de la Fuerza Aérea han disparado y bombardeado y asesinado a voluntad. Podían acertarle a un automóvil en movimiento (y a los pasajeros, por supuesto) con gran precisión. Su capacidad técnica es excelente. Pero, ¿cómo no acertar si nadie les disparaba a ellos mientras lo hacían? Durante la  guerra relámpago, los muchachos de la Real Fuerza Aérea («los pocos a los que tantos le deben tanto») tenían que enfrentarse a los decididos pilotos de la Luftwaffe y muchos de ellos murieron. Más tarde, los británicos y los usamericanos que bombardearon Alemania se enfrentaron a la artillería antiaérea. Pero nuestros pilotos no tienen esos problemas. Cuando vuelan sobre Gaza y Cisjordania no encuentran pilotos enemigos, ni cohetes aire-tierra. El cielo les pertenece y pueden concentrarse en su verdadero trabajo: destruir la infraestructura de la vida y actuar como verdugos volantes, «eliminar» a quienes son objeto de los «asesinatos selectivos», sintiendo apenas «un ligero golpe en el ala» cuando lanzan una bomba de diez toneladas sobre un área residencial.

¿Se crea así una buena fuerza aérea? ¿Los prepara para una batalla con un enemigo real? En Líbano, los pilotos (todavía) no han encontrado fuego antiaéreo. El único helicóptero derribado fue alcanzado por fuego antitanques cuando descargaba tropas. Pero ¿qué pasará con la próxima guerra de la que todo el mundo habla?

Durante treinta y nueve años han sido obligados a realizar el trabajo de una fuerza policial colonial: correr detrás de niños que tiran piedras y cócteles Molotov, arrastrar mujeres que tratan de impedir que arresten a sus hijos, capturar personas que duermen en sus casas. Estar por horas en un puesto de control y decidir si se deja que una mujer embarazada llegue al hospital o no dejar pasar a un viejo enfermo. En el peor de los casos, tienen que invadir una casbah, enfrentar «terroristas» que no están entrenados y que para pelear contra los tanques y los aviones de sus ocupantes no tienen más que Kalashnikovs, valor y una increíble determinación.

Repentinamente, estos soldados fueron enviados a Líbano para enfrentarse a guerrilleros bien entrenados y muy motivados, a quienes no les importa morir mientras cumplen su misión. Luchadores que han aprendido a aparecer donde nadie los espera, a desaparecer en refugios subterráneos bien preparados y que usan armas modernas y eficaces.

«¡No nos entrenaron para esta guerra!» se quejan ahora los reservistas. Tiene razón. ¿Dónde podían haber sido entrenados? ¿En los callejones del campo de refugiados de Jabalieh? ¿En las bien ensayadas escenas, con lágrimas y abrazos, de remoción «con sensibilidad y determinación» de mimados colonos? Está claro que era más fácil bloquear a Yasser Arafat y a sus pocos guardaespaldas en el complejo de la Mukata’ah que conquistar Bint Jbeil una y otra vez.

Esto es aún más cierto con respecto a los tanques. Es fácil conducir un tanque por la calle principal de Gaza o sobre una fila de casas en un campo de refugiados, enfrentándose sólo a niños con piedras, cuando el oponente no tiene soldados entrenados ni armas más o menos modernas. Pero es muy distinto conducir el mismo tanque en un área con construcciones en Líbano, cuando un guerrillero bien entrenado portando una eficaz arma antitanques puede estar escondido detrás de cualquier esquina. Es una historia completamente distinta. Especialmente porque los tanques más modernos de nuestro ejército no son inmunes a los cohetes.

La peor podredumbre apareció en el sistema logístico. Sencillamente no funcionaba. ¿Y por qué debía funcionar? No se requiere una compleja logística pata traer agua y comida a los soldados del puesto de control de Kalandia.

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La pura verdad es que durante décadas nuestro ejército no se ha enfrentado a ninguna fuerza militar seria. La última vez fue hace ya veinticuatro años, durante la Primera Guerra de Líbano, cuando peleó contra el ejército Sirio.

En ese entonces dije en mi revista, Haolam Hazeh, que la guerra era un completo fracaso militar, lo que fue suprimido por todos los comentaristas militares. Tampoco en esa guerra logró nuestro ejército sus objetivos a tiempo de acuerdo con el plan: los logró más tarde o, simplemente, no los logró. En el sector sirio, el ejército no alcanzó su objetivo: la carretera Beirut-Damasco. En el sector palestino, llegó a esa carretera demasiado tarde y ello sólo después de violar al cese al fuego acordado.

La última guerra seria de nuestro ejército fue la guerra de Yom Kippur. Después de varios importantes reveses, obtuvo una victoria impresionante. Pero cuando eso ocurrió la ocupación sólo tenía seis años. Ahora, treinta y tres años después, vemos el daño hecho por el cáncer llamado ocupación, que ya se ha esparcido a todos los órganos del cuerpo militar.

¿Cómo detener el cáncer?

El comentarista militar Ze’ev Schiff tiene la medicina adecuada. Schiff generalmente refleja las opiniones del alto mando del ejército. (Quizá, en algunas ocasiones durante los últimos cuarenta años ha expresado opiniones que no eran idénticas a las del Estado Mayor, pero si es así, no me he dado cuenta). Schiff propone transferir la carga de la ocupación del ejército a la Policía de Fronteras.

Suena razonable, pero no es nada realista. ¿Cómo puede Israel crear una segunda gran fuerza, además del ejército, para mantener la ocupación que ya cuesta cerca de 12 mil millones de dólares al año?

Pero, afortunadamente, hay otro remedio. Uno increíblemente sencillo: librarnos de la ocupación de una buena vez. Salir de los territorios ocupados de acuerdo y con la cooperación de los palestinos. Hacer la paz con el pueblo palestino para que éste pueda establecer su estado independiente al lado de Israel.

Y, ya que estamos en ello, hacer la paz con Siria y Líbano también. De manera que el «Ejército de Defensa de Israel», como se denomina oficialmente en hebreo, pueda volver a su propósito original: defender las fronteras del Estado de Israel reconocidas internacionalmente.

Uri Avnery es escritor y pacifista israelí, militante de la organización Gush Shalom. Es uno de los autores incluidos en «The Other Israel: Voices of Dissent and Refusal». También es colaborador del nuevo libro de CounterPunch «The Politics of Anti-Semitism». Su correo electrónico es: [email protected].

Publicado originalmente en http://www.counterpunch.org/avnery08242006.html

Chelo Ramos es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de mencionar al autor, al traductor y la fuente.