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Vida y muerte en la asediada ciudad de Alepo

Buscando plátanos y esquivando bombas

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.


6 de agosto de 2016: los sirios de Alepo celebran que los rebeldes hayan roto el asedio impuesto por el gobierno (AFP)  

El ejército sirio, con el apoyo de las milicias chiíes y de la fuerza aérea rusa, iba avanzando rápidamente por Alepo. Mientras llenaba su pequeña mochila, Mahmud me expuso su plan.

«En cuestión de un par de días tomarán la última carretera que conecta la ciudad de Alepo con su suburbio, Castello», dijo. «Debo irme ya».

En 2012, Mahmud Rashwani, un activista de 30 años, había dejado su hogar y su familia en Alepo después de que le arrestaran y torturaran por participar en manifestaciones pacíficas.

El 12 de julio, dejaba a otra familia -a mí y a nuestro bebé de seis meses- para volver a lo que queda del este de Alepo.

Las verduras y frutas eran ya escasas en la ciudad, por eso se llevó algunos tomates para compartirlos con sus amigos, caminando en medio de la noche con dos doctores que lograron infiltrarse con él en la ciudad a pesar del asedio del gobierno.

No pude evitar sentirme abandonada. Me dejó con la gran carga de cuidar sola de nuestro bebé. Al menos no ha sido por otra mujer, sino por un asedio y una causa… No podía abandonar a su ciudad cuando más le necesitaba.

Adaptándonos al hambre

«¡Hoy he visto una banana! Pero no pude cogerla. Íbamos a toda velocidad en el primer coche de la ayuda que entró en la ciudad», escribió Mahmud el 10 de agosto.

Mahmud no había podido conseguir ni verduras ni frutas para los alrededor de 300.000 a 400.000 personas que viven en la zona este de Alepo durante el mes pasado.

Además de la falta de alimentos frescos, los civiles de Alepo están sufriendo escasez de combustible, alimentos enlatados, huevos, azúcar, harina y leche maternizada.

Las panaderías han dejado de vender pan. No obstante, los consejos locales están distribuyéndolo para lograr equilibrar un poco las cosas y que la gente no trate de acaparar un bien tan preciado.

Cola del pan en el este de Alepo, el mes pasado (AFP)

Muchos activistas utilizan Facebook y las redes sociales para contactar con la gente en Ghuta, que llevan años bajo asedio, para pedirles consejo sobre cómo sobrevivir en medio de la escasez de suministros.

Entre los consejos recibidos han sido muy útiles las recetas de Alepo para poder seguir cocinando haciendo uso de los productos tradicionales que se guardan en los hogares sirios. En su mayoría se trata de recetas para cocinar legumbres, como la muyadara (un plato de arroz y lentejas), sopa de lentejas, lentejas con arroz y habichuelas secas con pasta de tomate.

Sin combustible no hay fuego

Hasta el gas para cocinar se ha convertido en un producto raro en el mercado y, si es que llega a encontrarse, la mayoría de los civiles no pueden permitírselo: las bombonas de gas que solían costar 5.000 libras sirias (10$), cuestan ahora 25.000 libras sirias. El precio de otros tipos de combustible se ha incrementado en parecida proporción.

Un litro de petróleo que antes costaba menos de 1$, cuesta ahora 6$. Los precios de los alimentos básicos, incluidos el arroz y el azúcar, cuestan ahora el triple.

«Las estanterías de las tiendas estaban todas vacías en la cuarta semana de asedio», me contó Salah, un activista de los medios que vive en Alepo. «Los grandes generadores que proporcionan electricidad a nuestros hogares han dejado de funcionar porque ya no se encuentra combustible».

Una de las barriadas destruidas en la zona este de Alepo (MEE/Mahmud Rashwani)

Tres días antes de que el asedio empezara, sintiendo que se acercaban más dificultades aún, Salah sacó a su mujer y a su hijo de ocho meses, Omar, a la periferia de Alepo.

«Lo más duro para mí es estar lejos de Omar. Le extraño mucho, pero al menos puedo estar seguro de que no va a pasar hambre o va a resultar herido mientras me quedo indefenso frente a él».

Las razones por las que Salah volvió a introducirse en Alepo no eran muy diferentes de las que llevaron a Mahmud a alejarse de nosotros. «Si estoy allí podré ayudar a los civiles sitiados, o documentar lo que les sucede con mi cámara, o darles ánimos», me dijo.

Una gran cárcel sin rejas

Aunque el cerco de Alepo se veía venir desde hace meses, la gente está aún conmocionada.

«Nos quedamos sorprendidos cuando se produjo, a pesar de llevar hablando de ello desde hacía mucho tiempo», dijo Samar, directora de apoyo social y asesoramiento de la organización Espacio de Esperanza, un grupo de desarrollo local que trabaja dentro de la ciudad.

El shock obligó a Samar a centrarse primero en trasladar confianza y fortaleza a su equipo antes de que pudieran empezar a ayudar a los beneficiarios de la organización.

«Les dije que no éramos la única ciudad asediada en Siria, que podemos aprender de la experiencia de otros, que primero debemos calmar a los civiles y luego ayudarles a sobrevivir», dijo.

Cuando empezó el asedio, reforzaron un proyecto de cultivos caseros dirigido por activistas que se han ofrecido voluntarios para encontrar y distribuir semillas de vegetales básicos para las familias, a fin de que puedan conseguir cierta autosuficiencia alimentaria.

Al igual que otras organizaciones en Alepo, Espacio de Esperanza no ha dejado de ofrecer servicios y de gestionar centros educativos infantiles durante el asedio. «Hay que conseguir que la gente tenga la sensación de que la vida no se ha detenido, así que seguimos adelante con nuestros proyectos», me dijo Samar.

El principal reto a que ha tenido que hacer frente la organización ha sido la falta de combustible y que todo el transporte haya tenido que parar. Incluso en medio del calor sofocante y con los cielos plagados de aviones al acecho, caminar es la única opción disponible.

Algunas personas mostraron su peor rostro el mes pasado. Ciertos comerciantes escondieron alimentos para venderlos después a precios aún más altos. Pero otros dejaron los precios como estaban, diciendo a los compradores: «Vivimos juntos y moriremos juntos».

Algunos activistas convirtieron sus coches en taxis gratuitos para ayudar a los que luchan a trasladarse por la ciudad.

La ciudad más peligrosa del mundo

A nivel personal, Samar tiene que luchar con algo más.

«Antes nunca había sabido lo que era el hambre y la ciudad no había sido atacada de forma tan intensa como ahora. Sin embargo, eso no es lo más duro para mí», dijo.

«Lo más duro es el anhelo de ver a mis hijas, a las que envié a Turquía antes del asedio».

Samar lleva cuatro meses sin ver a sus hijas de 19 y 12 años, y cuando finalmente consiguió permiso para cruzar la frontera turca para visitarlas, cortaron la carretera de Alepo que iba hasta la frontera.

«Me sentía tan triste y desesperada que no pude contener las lágrimas y dejé de hablar con ellas temiendo venirme abajo», dijo.

Su voz, temblorosa, se apagó en ese momento, después continuó: «Cuando los rebeldes abrieron la carretera, sentí una felicidad absoluta, mucho más que cuando sostuve a Momina (una de sus hijas) en mis brazos por vez primera. Realmente, no puedo describírtelo».

¿El destino de Madaya?

En medio del asedio y antes de la contraofensiva de los rebeldes, el ánimo de la gente estaba por los suelos. Se habían resignado a soportar un destino como el de Madaya, una ciudad que lleva años sufriendo asedio y hambre.

Cuando empezó la batalla para romper el asedio, todos los ojos estaban puestos en la situación militar.

«Cada vez que íbamos a algún sitio, la gente nos preguntaba cómo iba la batalla, ‘¿Siguen avanzando los rebeldes? ¿Dónde están ahora?’ Querían conocer todos los detalles», dijo Moyahid Abo Ayud, un activista de los medios que trabaja para el Centro de Medios de Alepo.

«Pero hace un par de días, lo que preguntaban todos era, ‘¿hay arroz hoy? ¿Dónde podemos conseguir azúcar? ¿A cuánto está el bulgur (trigo partido)?'»

Cuando se rompió el asedio, Salah dijo: «La gente se animó extraordinariamente, salían a las calles ofreciendo cualquier tipo de ayuda, empezaron a quemar neumáticos para crear una nube negra que impidiera la visión a la fuerza aérea [rusa y siria], consiguiendo una zona de exclusión aérea casera».

Cascos Blancos y voluntarios sacan a un hombre herido de los escombros de un edificio destruido durante un ataque con bombas de barril de las fuerzas del gobierno en el este de Alepo (26 de julio de 2016, AFP)

Aunque tampoco es que ofrezca mucha protección. Los bombardeos a lo largo del asedio, e incluso ahora, son exhaustivos, atacando sobre todo la carretera por la que la gente podría huir de la asediada ciudad.

«Así es como son los corredores humanitarios sugeridos por el régimen», me dijo Berbers Meshaal, uno de los líderes de los Cascos Blancos (fuerza de la defensa civil).

Berbers vive con su mujer en la ciudad y está esperando que lleguen más suministros, mientras Salah, Samar y Mahmud no quitan ojo de la carretera, del par de metros de asfalto que les separa de sus familias, algunos durante años, en un recurrente escenario para los sirios, un escenario que a la ONU, según parece, le preocupa, sólo le preocupa.

Zaina Erhaim es una periodista siria, cuyos relatos han sido en muchas ocasiones la única fuente sobre los efectos del conflicto en la población civil y en la resistencia de las mujeres. Tiene un máster en periodismo internacional por la Universidad de Londres. Estuvo un año como corresponsal en el servicio en árabe de la BBC antes de volver al norte de Siria. Ha trabajado para Orient TV, Al Hayat y Syria News. Es también la coordinadora para Siria del Institute for War and Peace Reporting. En 2015 fue nombrada periodista del año por Reporteros Sin Fronteras. En 2016 ha recibido el Premio a la Libertad de Expresión en el periodismo.

Fuente: http://www.middleeasteye.net/news/chasing-bananas-dodging-bombs-life-and-death-besieged-aleppo-1409993975

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.