Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Entre la Declaración Balfour en 1917 y la creación de la Agencia Judía Unida en 1929, la evolución del vocabulario político en relación a los grupos étnicos en Palestina acompañó la emergencia de un problema geopolítico cada vez más difícil.
En ese entonces, las nociones de nacionalidad estaban al centro de todos los temas de asuntos exteriores. Aunque fuera pregonada como solución para conflictos colectivos en general, la autodeterminación fue en el mejor de los casos una tenue idea que tendía a disimular la recomposición de imperios o, por lo menos, la transferencia de su control de una poderosa entidad a otra.
Portavoces del movimiento sionista intervinieron activamente en la prensa popular de EE.UU. durante ese período de transición entre la derrota del Imperio Turco (fines de 1917) y la eventual implementación del Mandato Británico en Palestina (abril de 1920). Esa actividad periodística fue particularmente importante en EE.UU. debido a que las donaciones financieras de la gran y relativamente acaudalada población judía fueron vitales para el proyecto sionista en Palestina.
Contrariamente a los pronósticos de estabilidad bajo el Mandato Británico, el control británico fue inaugurado con disturbios causados por el aumento de la inmigración judía. En julio de 1921, después de un año de la nueva administración británica, el Literary Digest señaló que temores respecto al proyecto sionista eran articulados en Palestina y también en países vecinos y en EE.UU. En un estudio de reacciones a los eventos en Palestina en publicaciones árabe-estadounidenses, el Digest estableció, como lo hicieron periódicos árabes en Oriente Próximo, que existía una cuidadosa distinción establecida entre las actitudes en relación con el pueblo judío y aquellas respecto al sionismo En Al-Bayan, un periódico sirio publicado en Nueva York, temían que existiera mucha tergiversación «en cuanto al verdadero motivo de la oposición al sionismo en Palestina.» Esa preocupación fue compartida por Meraat-ul-Gharb (Nueva York) que afirmó que «el pueblo de Palestina no odia a los judíos, pero odia al sionismo.» El Syrian Eagle (Nueva York) consideró irónico que se acusara precisamente a los palestinos de fanatismo religioso en circunstancias que eran los sionistas los que inmigraban a Palestina por motivaciones «religiosas sentimentales.» El editorialista preguntaba: «¿Se ha llegado a este punto, que tengamos que rogar a Inglaterra para poseer nuestro propio país, y probar a un mundo crédulo que realmente Palestina no pertenece a los sionistas?»
Aunque nunca haya sido explícitamente declarado, existió confusión sobre el modo de referirse a los miembros de diferentes grupos étnicos en Palestina. En un artículo en Literary Digest del 15 de noviembre de 1921, por ejemplo, hay una referencia editorial a «árabes mahometanos», «cristianos nativos» y «colonos judíos». Pero esta circunspección contrasta con las caracterizaciones étnicas de Chaim Weizmann, presidente del Congreso Sionista, quien en el mismo artículo se refirió simplemente a «judío y árabe», o a las del Alto Comisionado Británico para Palestina, Sir Herbert Samuel, a quien se cita aprobando «las legítimas aspiraciones de la raza judía (cursiva del autor)». Samuel (quien era judío) tendió a reducir la población de Palestina a «el judío», por una parte y a «el árabe», por la otra.
Incluso al tratar disipar los temores de la población no-judía de Palestina, Samuel empleó sistemáticamente un vocabulario esquemático que oscurecía las percepciones de la situación. Para él, las «juderías del mundo» simplemente intentaban establecer su hogar «en el país que fue el centro político, y siempre ha sido el centro religioso, de su raza.» Varios años después, el secretario político de la Organización Sionista Mundial, Conrad Stein, criticó a los «pocos revoltosos» que «hacen lo posible por mantener separadas a las dos razas en Palestina.» (Cursiva del autor)
En 1926, un anónimo «Visitante amigo» escribió en la revista Living Age sobre la «situación racial» en Palestina señalando que «hasta ahora las dos razas viven una junta a la otra sin entremezclarse» explicando que una tal exclusividad era buena porque la política sionista era de no explotar la mano de obra árabe, sino más bien alentar a los judíos a trabajar en todos los sectores de la economía. La idea era que el desarrollo separado, evitando la segmentación étnica de la fuerza laboral, llevaría a una mejora más rápida de los niveles de vida árabes: «en cuanto el nivel de vida de los árabes haya aumentado y los salarios de las dos razas se igualen una tal discriminación desaparecerá automáticamente.» Además, los judíos deben ser alentados a realizar trabajo agrícola, porque «nada si no es la agricultura puede cambiar a los judíos de ser una nación de comerciantes a ser una nación con una distribución normal de su gente en todas las ramas del trabajo productivo. El movimiento hacia la granja es la piedra fundamental de la regeneración racial.»
Portavoces sionistas subrayaron incesantemente que los judíos eran un pueblo o raza distinguible y separable. Al mismo tiempo, se referían a los musulmanes y a los palestinos cristianos como grupo racial: los «árabes». Los diferentes participantes en el drama eran cada vez menos denominados como europeos y palestinos, o judíos, musulmanes, cristianos o drusos. De más en más parecía haber sólo dos grupos presentes: los «judíos» y los «árabes». En sólo unos pocos años, representantes no-judíos de la región comenzaron también a hablar en términos de «raza» cuando se referían a los diferentes grupos étnicos en Palestina.
Arnold Toynbee, el famoso historiador, planteó un tema relacionado en The New Republic en 1922. Para él, el problema en Palestina residía en la imposición de una idea occidental – el nacionalismo – en una región que culturalmente no estaba preparada para ella. Palestina, a pesar de su complejidad religiosa, era en realidad «un país comparativamente homogéneo.» Pero una idea política occidental llamada «nacionalidad» y el aumento del sentimiento nacional en Palestina ha «producido dos efectos. Por una parte, los árabes musulmanes y cristianos comenzaron a sentirse identificados a sus vecinos árabes, especialmente con los de Siria, de los cuales Palestina no está dividida por fronteras físicas. Por otra parte, los judíos palestinos, especialmente los colonos agrícolas, y, aún más, una mayoría de la «Dispersión» judía por todo el mundo, comenzaron a esperar ansiosos que Palestina terminara por ser suya en el sentido en que EE.UU. pertenece al pueblo estadounidense o Francia a los franceses.» Toynbee observó que el compromiso de los gobiernos británico, estadounidenses, francés e italiano con el «peligroso experimento» de la implantación del sionismo en Palestina llevaría a más y más explosiones de violencia.
A fines de 1922, el futuro de conflicto social dentro de Palestina, y la utilización de Palestina por Estados poderosos, habían sido discutidos exhaustivamente. La naturaleza del sionismo como movimiento político nacionalista, su utilización por los gobiernos de los principales países occidentales, los eventos determinantes en una situación política casi inmanejable, todas estas dimensiones de la «cuestión de Palestina» eran bien conocidos por lectores educados. El camino hacia la eventual creación de un Estado judío parece haber sido trazado mucho antes del evento en sí.
A fines de los años veinte, estallidos de violencia étnica en Palestina tendieron a reforzar la idea de que la población estaba dividida en dos campos irreconciliables. Un resultado fue la atenuación de los desacuerdos entre judíos sobre la legitimidad del proyecto sionista. La creación de una Agencia Judía reorganizada que apoyaba la colonización de Palestina, pero no era oficialmente sionista, parece estar relacionada con esa situación.
En noviembre de 1928, Literary Digest citó a una serie de periódicos judíos estadounidenses (como ser American Hebrew en Nueva York, Jewish Tribune en Nueva York, Jewish Exponent en Filadelfia, y
Canadian Jewish Chronicle en Montreal) en los que varios voceros «no-sionistas» expresaban su solidaridad con la inmigración judía a Palestina. En una conferencia en Nueva York organizada por el jurista Louis Marshall, éste proclamó: «ya no hay sionistas y no-sionistas. Somos todos judíos unidos.» «Israel estadounidense,» fue la conclusión, «está por fin unido en un ‘pacto de gloria’ […] por la construcción de Palestina.» Aquí, el uso del término «Israel» para referirse a la población judía de EE.UU. es significativo por sus implicaciones «nacionales.» La expresión «Israel», utilizada para designar a un pueblo visto como nación, terminó por denotar a la nación tal como es concretizada en la «nación-Estado».
Cuando la Agencia Judía Unida fue oficialmente formada en el congreso sionista en Zurich en agosto de 1929, su creación anunció una nueva fase en el conflicto por el destino de Palestina.
La nueva Agencia creada en la reunión sionista incluía una mitad de miembros no-sionistas. Lo importante era que esos no-sionistas prometieron apoyar la dedicación a los proyectos judíos en Palestina, proyectos que, en los hechos, son apropiadamente llamados «sionistas.» Pero la colonización judía de Palestina ya no era presentada como un proyecto específicamente sionista, sino más bien como una aspiración «judía». En consecuencia, la transformación demográfica de Palestina ya no expresaba el mismo grado de disensión entre judíos.
La referencia a «sionistas» tendería desde entonces a ser percibida como una evaluación implícitamente crítica del proyecto en sí. La nueva corrección política no era la palabra «sionista», que implicaba un movimiento político secular a favor de un grupo étnico en particular, sino más bien una nueva aplicación de ese contexto político particular de la palabra «judío». El reemplazo de «sionista» por «judío» unió consensualmente a todos los miembros del grupo confesional en el mismo proyecto al decidir no estar en desacuerdo sobre modos de expresión y objetivos finales.
Es posible que el nuevo consenso entre judíos no-palestinos (europeos y norteamericanos), simbolizado por la Agencia Judía Unida, haya contribuido a los trágicos eventos que acompañaron su aparición. La violencia inter-étnica de agosto de 1929 puede haber estado directamente relacionada con la creación de la Agencia Judía Unida. Es la opinión del bien conocido autor John Gunther, quien no era inamistoso hacia la causa sionista. Según su persona: «la formación de la Agencia fue un factor directo que contribuyó a los disturbios, porque incitó a estallidos de chovinismo de judíos en Palestina, y eso llevó a represalias árabes.»
Sea cual sea el caso, la década de los años veinte fue testigo de la emergencia de hostilidades étnicas en Palestina que no fueron resueltas mediante la eventual creación del Estado de Israel. El dilema de las identificaciones «nacionales» vinculadas a nociones racistas es un campo para explotación política que ha seguido siendo demasiado fértil y tentador para demagogos de todas las tendencias. En este caso, al yuxtaponer incesantemente los dos términos, «judío» y «árabe» a menudo en un contexto de evaluación comparativa lesiva para este último, se creó una confusión entre, por un lado, la confesión religiosa y, por el otro, la cultura sin tener en cuenta la religión.
Desde un punto sionista, esa amalgamación terminológica era posiblemente necesaria para unir a los judíos palestinos y a los recién llegados. La dicotomía «judío-árabe» también era conveniente ya que introducía una cuña entre los palestinos judíos y no-judíos. El problema era (y es) que los términos se refieren a poblaciones, gente real, que fueron alentadas a verse y a «los otros» como diferentes de algún modo cualitativo.
No es sorprendente que el término «raza» – que en el Siglo XIX tenía connotaciones que eran tanto culturales como raciales – debía ser utilizado en referencia a las características generales de ambos grupos ampliamente definidos. Es una lástima, sin embargo, que «judíos» y «árabes» hayan llegado a ser vistos como tales pueblos separados. Todos los antiguos prejuicios «orientalistas» del Siglo XIX, incluyendo el antisemitismo, podían ahora ser aplicados en un nuevo entorno geopolítico en el que los intereses de las grandes potencias se verían justificados, una vez más, por el principio de la autodeterminación nacional, pero esta vez al ayudar a crear una entidad nacional en la que el pueblo denominado como su población activa era no sólo una minoría, sino también compuesto por inmigrantes recientes. Era un proyecto legitimado en gran parte por la idea de que poblaciones «árabes» eran incapaces o no estaban preparadas, para asumir responsabilidad por sus destinos políticos.
Después del período entre las guerras el término «raza» fue evitado en referencia al conflicto «judío-árabe» (por la prominencia de la ideología racista en la realización del genocidio perpetrado por el régimen nazi contra judíos y otros). ¿Pero fueron excluidas las connotaciones racistas de semejante terminología? Ciertamente no. Incluso después de la creación del Estado de Israel y la emergencia de un nuevo modo de referirse al conflicto como «árabe-israelí», el término «árabe» sigue incluyendo connotaciones aborrecibles. Es, desgraciadamente, sólo un ejemplo de cómo un lenguaje poco preciso y engañoso es un instrumento para la manipulación política que ofrece posibilidades de inspirar prejuicios tenaces, todos en función de la limpieza étnica.
Israel fue creado sobre esta base, y su cultura y su derecho están imbuidos de presunciones racistas. La idea misma de un «Estado judío» , la operación de limpieza étnica de baja intensidad como política estatal, la «ley del retorno» que designa a Israel como «patria» para todos los «judíos» sin tener en cuenta su actual ciudadanía o su origen geográfico, la definición biológica del término «judío» (los nacidos de una madre «judía»), las prácticas genocidas de control y represión infligidas a los que son desarraigados de sus tierras y casas en los territorios que fueron apropiados en 1948 y de los que viven en los territorios ocupados en junio de 1967 (vea la Convención de la ONU sobre el Genocidio para la definición), el estatus de segunda clase infligido a los palestinos no-judíos en Israel, todas esas cosas provienen de una concepción racista de la etnicidad. El movimiento sionista fue fundado con esta concepción, y a pesar de los juegos de palabras o los pensamientos ilusorios, el Estado sionista sigue adelante sin tregua con su proyecto a largo plazo.
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Larry Portis es profesor de estudios estadounidenses en la Universidad de Montpellier, Francia, y miembro fundador de Americans for Peace and Justice en Montpellier. Para contactos escriba a: