Si bien es cierto que nuestro planeta ha sufrido ciclos de calentamiento y enfriamiento a lo largo de su historia geológica producidos por causas naturales, los actuales procesos de Cambio Climático y Calentamiento Global tienen su origen en el siglo XVIII como consecuencia de la Revolución Industrial, que no solo incrementó la cantidad de gases […]
Si bien es cierto que nuestro planeta ha sufrido ciclos de calentamiento y enfriamiento a lo largo de su historia geológica producidos por causas naturales, los actuales procesos de Cambio Climático y Calentamiento Global tienen su origen en el siglo XVIII como consecuencia de la Revolución Industrial, que no solo incrementó la cantidad de gases de invernadero (dióxido de carbono, metano, oxido nitroso) en la atmósfera, sino que también aceleró la destrucción de ecosistemas a fin de contar con materias primas y tierras para la conquista colonial. Es decir, que el Cambio Climático comenzó junto con la expansión del capitalismo industrial en todo el planeta.
Por ello no es de extrañar que el primer debate en torno al tema se diera tempranamente a fines del siglo XVIII. Thomas Jefferson, que participó como representante del Estado de Virginia en la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos (1776) y mas tarde fue el 3º presidente del país entre 1801 y 1809, editó en 1799, mientras se desempeñaba como vicepresidente, un libro titulado Notes on the State of Virginia. Allí publicó los resultados de las mediciones climáticas que venía realizando desde el año de la Declaración de la Independencia, consignando todo tipo de fenómenos y anomalías climatológicas. Así llegó a la conclusión que «se está produciendo un cambio en el clima de manera notoria. Los inviernos son mucho mas moderados. Las nieves son menos frecuentes y menos copiosas. A menudo no se encuentran por debajo de las montañas mas de uno o dos días, y muy rara vez una semana. Los ancianos me cuentan que la tierra solía estar cubierta de nieve unos tres meses al año y los ríos que rara vez no se congelan en invierno, ahora casi nunca lo hacen. Este cambio ha producido fluctuación entre el calor y el frío, en la primavera de este año, lo cual es fatal para las frutas» (1).
Desde la recién creada Academia de Artes y Ciencias de Connecticut, el editor periodístico y escritor de textos escolares Noah Webster le respondió al vicepresidente Jefferson que sus mediciones no eran válidas por la dudosa precisión de los termómetros, el haber sido tomadas por una sola persona en lugares puntuales, y por apoyarse en creencias populares. Estaba de acuerdo en que la tala de bosques para convertirlos en campos de cultivo había producido un microclima más ventoso, pero el hecho de que se acumulara menos nieve en las tierras roturadas no significaba que estuviera cayendo menos cantidad de nieve de acuerdo al promedio nacional.
Webster negaba que la acción humana estuviera provocando un cambio climático, y su discurso terminó por imponerse durante 150 años.
En 1904 el sueco Svante Arrhenius pronosticó un cambio climático como consecuencia de la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, pero le atribuyó consecuencias benéficas ya que crearía un clima planetario mas uniforme y estimularía el crecimiento de las plantas y la producción de alimentos. En 1938 el británico Guy Steward Callender discrepó con el optimismo de Arrhenius, pero no obtuvo eco en la comunidad científica convencida de que la gran masa de agua que ocupa dos tercios del planeta actuaría como sistema regulador por su capacidad absorvente de CO2 (2).
En 1958 el estadounidense Charles David Keeling instaló una estación meteorológica en el Monte Mauna Loa (Hawaii) para monitorear la concentración de CO2 en la atmósfera. Ese año los niveles rondaban los 316 partículas por millón (ppm), encima de las 280 registradas a comienzos de la Revolución Industrial. Esto significaba que desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX la temperatura del planeta había aumentado un promedio de 0,5º, lo cuál representaba graves consecuencias para algunas regiones.
A partir de la década de 1970 el problema del Cambio Climático empezó a ser debatido en diferentes foros. En 1977 el estadounidense Roger Revelle encabezó un panel en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, que encontró que el 40% del CO2 producido por la acción humana permanece en la atmósfera. Dos tercios de ese CO2 es resultado de la quema de combustibles fósiles (carbón, petroleo) mientras que un tercio proviene de la tala de bosques. El pronóstico era desalentador: si el calentamiento global continuaba el aumento de la temperatura produciría el derretimiento de los glaciares causando inundación y elevación del nivel del mar. En 1988 la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas crearon el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático.
Pero tan pronto como comenzó a debatirse el problema del Cambio Climático en la comunidad científica y los foros internacionales, surgió todo una «industria de la negación» interesa en posicionar este tema como una teoría mas que como un hecho. Corporaciones petroleras, automotrices, metalúrgicas y empresas de servicios públicos -que son las principales responsables del aumento de la temperatura que estamos padeciendo- crearon grupos de presión tales como la Global Climate Coalition y el Consejo de Información del Ambiente, que rápidamente contrataron científicos y especialistas en relaciones públicas para convencer a periodistas, gobernantes y al público en general de que los riesgos del cambio climático son muy inexactos como para justificar políticas de regulación sobre los gases de invernadero.
Anualmente estas empresas gastan miles de millones de dólares en campañas negadoras del Cambio Climático y el Calentamiento Global. Las mismas recuerdan las adoptadas por el lobby del tabaco después de que comenzaran a publicarse estudios científicos que comprobaban que el cigarrillo causaba cáncer. De hecho podemos comprobar una gran similitud entre el lenguaje usado por Phillip Morris y el lobby climático, etiquetando como «ciencia basura» a quienes difunden resultados diferentes a los suyos a los que califican como «ciencia sólida». Un informe publicado por The Guardian, señala que «estas organizaciones tienen una linea coherente en materia de cambio climático: que la ciencia es contradictoria, las científicos están dividido, los ambientalistas son charlatanes, mentirosos o locos, y si los gobiernos tomaran medidas para evitar el calentamiento global. Estarían poniendo en peligro la economía mundial sin una buena razón» (3). Las estrategias que utilizan estos grupos varían desde utilizar una selección de datos verídicos -como el enfriamiento de la tropósfera- para generalizarlos a todo el fenómeno, hasta la difusión de datos falsos o desactualizados.
En 2005 una investigación reveló que la petrolera británica Exxon Mobil financiaba a un grupo de investigadores para que elaborara informes que minimicen los efectos del Cambio Climático. Entre los beneficiarios se encontrarían la organización científica británica Scientific Alliance y el estadounidense Instituto George C. Marshall. Ambos publicaron en enero de ese año un informe que restaba importancia al Cambio Climático (4). Esta empresa es una de las que mas dinero invierte actualmente en campañas de negación.
Otros grandes donantes son los hermanos Charles y David Koch, propietarios de Koch Industries, dedicadas al negocio del petroleo, papel y productos químicos en mas de 60 países. Esta empresa tiene varias denuncias en los Estados Unidos por derrames de petroleo y vertido de productos químicos cancerosos en los ríos. En 2010 Greenpeace publicó un informe en donde probaba que esta empresa había donado $24.888.282 a organizaciones como American for Prosperity, Fraser Instituto, Independence Institute, American for Tax Reform o Federalist Society for Law and Public Policy Studies, que se oponen al reconocimiento del cambio climático, a las reformas de impuestos progresivas o a la universalización de la salud pública (5).
En 2013 el profesor Robert Brulle, de la Universidad de Drexel, publicó una investigación en donde identifica un muy buen organizado movimiento de negación que es apoyado por 118 entidades y que cuenta con un presupuesto de 1000 millones de dolares. Entre los donantes se encuentra la Exxon, junto con otras corporaciones y entidades «sin fines de lucro» ligadas a causas conservadoras como las fundaciones del Partido Republicano y el Tea Party de los Estados Unidos (6).
En abril de 2007 la Corte Suprema de los Estados Unidos reprendió a la administración de George W. Bush por no regular los gases de invernadero, dos meses después de que el vicepresidente Dick Cheney declarara que «puntos de vista conflictivos siguen estando acerca de la magnitud de la contribución humana al problema (del cambio climático)». Son conocidas las conexiones entre el entonces vicepresidente con el lobby energético que incluye a Exxon, Conoco, British Petroleum y Shell, entre otras. Estas han influido para que Estados Unidos rechazara sistemáticamente el Protocolo de Kyoto, aprobado en 1997, para limitar las emisiones de CO2 a la atmósfera. Las mismas corporaciones -junto con industrias de otro sector como las alemanas Bayer y Basf- son las que financian las campañas de políticos estadounidenses de ambos partidos mayoritarios (el demócrata y el republicano) que niegan el cambio climático.
Pero además del sector energético hay otras industrias interesadas en negar el cambio climático debido a los beneficios económicos que le traería. Las asegurados podrían incrementar sus ganancias con el aumento de los desastres socio-naturales que se van a incrementar en los próximos años. Las empresas constructoras se beneficiarían construyendo casas adaptadas a los desastres y con sistemas de ahorro de energía. Las sequías cada vez más frecuentes en inmensas áreas del planeta serían una bendición para las compañías de agua que obtengan la concesión para trasladar un recurso cada vez más escaso, mientras que las grandes compañías agrícolas (Monsanto, Cargill, DuPont, Syngenta) podrían vender cultivos transgénicos resistentes a los cambios de temperatura y a las nuevas plagas. También hay grupos empresarios que especulan con la desaparición de especies, como los acaparadores de marfil que esperan la extinción de los elefantes para subir el precio del producto.
Estas empresas llegan incluso a utilizar argumentos de la izquierda o el progresismo, tales como que se quiere evitar que los países pobres utilicen combustibles fósiles compitiendo con los desarrollados, que se quiere obtener ganancias ilícitas a través de los impuestos al carbono, o que es otra forma de disparar una «histeria colectiva» para justificar políticas represivas o de control social. (7). Sin embargo no debemos caer en la trampa, ya que quienes difunden estos argumentos no están interesados en defender los derechos humanos, las libertades individuales o la justicia social, sino las ganancias de las empresas capitalistas explotadoras y contaminantes.
Pareciera ser que la campaña negadora viene cosechando buenos resultados. En 2010 se publicaron numerosos estudios sociológicos que muestran que el porcentaje de personas que niegan el Cambio Climático en los países occidentales se han incrementado en los últimos años. Según una encuesta realizada por la Universidad de Yale, el número de negadores en los Estados Unidos se duplicó en dos años llegando al 20%. En Gran Bretaña, ese mismo año, un 78% de los encuestados respondió afirmativamente a la pregunta «¿Cree usted que el clima está cambiando?» frente a un 15% que respondió negativamente, mientras que en el 2005 las cifras habían sido de 91 y 4% respectivamente. Ante una pregunta similar en Alemania, país de un importante movimiento ecologista, solo el 66% respondió afirmativamente frente a un 33% que lo negaba (8).
Pero mientras los grupos de presión continúan con la negación, el resto del mundo sufrimos los efectos del cambio climático. En 2003 el Banco Mundial, a quién nadie puede acusar de simpatías ecologistas o progresistas, reconoció que anualmente morían 150 mil personas como consecuencia de la crisis climática. Desde entonces ese número se ha incrementado como consecuencia de la multiplicación de los desastres climáticos: el huracán Katrina que asoló New Orleans en 2005, los incendios forestales en Australia y Bolivia en 2010, la inundación en Birmania ese mismo año, la sequía que en Somalia mató a 100 mil personas en 2011, las diversas inundaciones que se registraron en Argentina entre 2007 y 2013, y el reciente tifón Haiyan en Filipinas que en diciembre de 2013 causó la muerte de 10 mil personas, son un ejemplo de las consecuencias que estamos viviendo.
Las víctimas de este crimen brutal del capitalismo contra el planeta son en su mayoría pobres, y los sobrevivientes quedan en una situación de carencia y desamparo que los convierte rápidamente en marginados o en mano de obra desesperada que es fácilmente explotable.
El 9 de mayo de 2013 se rebasó la cifra de 400 ppm de CO2 en la atmósfera y, en palabras de Renán Vega Cantor, la humanidad «da un salto hacia lo desconocido, a un punto de no retorno» (9). La poca cobertura mediática de esta noticia muestra el poder que los negadores tienen en los grandes medios concentrados. Al mismo tiempo el capitalismo continúa incentivando la producción y el consumo de «necesidades» ficticias creadas con ánimo de lucro, la explotación de minerales y combustibles fósiles con técnicas cada vez mas contaminantes (minería a cielo abierto, hidrofractura o fracking, uso de cianuro, explotaciones en el fondo marino), la tala de bosques, el consumo de carne, y la agricultura intensiva con agrotóxicos y transgénicos.
En definitiva, la negación del cambio climático tiene como objetivo salvar al sistema capitalista que lo produjo. A diferencia de lo que sostienen algunos movimientos ecologistas, ambientalistas o seguidores de Al Gore, no es posible pensar un «capitalismo verde». El afán de lucro permanente del sistema lleva necesariamente a la depredación de los ecosistemas, y el respeto a los ciclos de la naturaleza generaría un enletecimiento de las ganancias que la burguesía no está dispuesta a tolerar. Como es el capitalismo el culpable del Cambio Climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los bienes comunes, la solución a los problemas ambientales no va a venir de adentro de sus entrañas.
La actual lucha contra el cambio climático y el calentamiento global implica emprender necesariamente una lucha de clases contra el sistema capitalista explotador del ser humano y la naturaleza. Solo a través de un nuevo sistema basado en la solidaridad y la igualdad podremos llevar adelante la reconversión hacia fuentes de energía limpias y renovables, una forma de producción que respete los ciclos naturales, y un estilo de vida que no esté basado en el lucro y el consumismo desmedido.
Notas:
(1) Sanz, Javier; «En 1799 se produjo el primer debate sobre el Cambio Climático», en Historias de la Historia, www.historiasdelahistoria.com, 23 de octubre de 2011.
(2) Delgado Castillo, Rolando y Perez Marchena, Rafaela; «El calentamiento global y sus consecuencias se debaten en la comunidad científica desde fines del siglo XIX», en: www.galeon.com/cienbas
(3) Monbiot. George; «The denial industry», en The Guardian, 19 de septiembre de 2006.
(4) Mehler; «Exxon para a científicos para que resten importancia al Cambio Climático», en Rebelión, www.rebelion.org, 01 de febrero de 2005.
(5) Se puede consultar el informe de Greenpeace; Koch Industries: la oscura financiación del negacionismo climático, en: http://www.greenpeace.org/espana/Global/espana/report/cambio_climatico/100421-2.pdf
(6) Valencia Restrepo, Darío; «Cambio Climático: evidencia y negación», en El Mundo, www.elmundo.com, 27 de diciembre de 2013.
(7) Basta con colocar en el buscador «el fraude del cambio climático» para encontrar cientos de estos argumentos.
(8) Heras Hernández, Fransisco; «Negacionistas, refractarios e inconsecuentes. El difícil reto de reconocer el Cambio Climático», en EcoPortal, http://www.ecoportal.net, 21 de marzo de 2012.
(9) Vega Cantor, Renan; «La peor noticia de 2013: los niveles de carbono superan los 400 ppm y el salto de la humanidad a lo desconocido», en Rebelion, www.rebelion.org, 9 de enero de 2014.
Luciano Andrés Valencia es escritor, autor de La transformación interrumpida (2009) y Páginas socialistas (2013), además de numerosos artículos en medios de prensa y libros colectivos. Contacto: [email protected].
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.