Durante el primer año de la Revolución, el pueblo cubano sufrió la dolorosa pérdida de quien, junto al Che, Raúl, Fidel y el recientemente fallecido Almeida, fuera, por méritos propios, una de las personas más queridas e importantes dentro de la misma. Obviamente me estoy refiriendo al comandante guerrillero Camilo Cienfuegos Gorriarán. Conocido también como […]
Durante el primer año de la Revolución, el pueblo cubano sufrió la dolorosa pérdida de quien, junto al Che, Raúl, Fidel y el recientemente fallecido Almeida, fuera, por méritos propios, una de las personas más queridas e importantes dentro de la misma. Obviamente me estoy refiriendo al comandante guerrillero Camilo Cienfuegos Gorriarán. Conocido también como el «Señor de la Vanguardia», «Comandante del Pueblo» o el «Héroe de Yaguajay». Camilo desapareció físicamente el 28 de octubre de 1959, luego de contribuir a abortar una temprana y traidora maniobra contrarrevolucionaria; pero hoy, cincuenta años después, sigue vivo en la memoria de su pueblo.
El 19 de octubre de 1959, justo el mismo día en que Raúl Castro tomaba posesión como ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias -FAR-, Fidel recibió una carta del comandante Hubert Matos, en la que anunciaba su renuncia a la Jefatura Militar de Camagüey y pedía su licenciamiento.
La carta, que se suponía secreta y privada, no era portadora precisamente de esos dos adjetivos cuando hubo llegado a su destino, ya que su autor, sin esperar disciplinadamente la respuesta del Comandante en Jefe, había impreso numerosas copias de ella y las había ampliamente distribuido. Con la ayuda de sus incondicionales, el contenido anticomunista de la misiva llegó a manos de gente cuya ideología era confusa, si no reaccionaria; llegó también a los oficiales del Regimiento; a las asociaciones de estudiantes y campesinos; a las direcciones provinciales de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC-Revolucionaria) y del Movimiento Revolucionario 26 de Julio…; las manos de los fiscales y otros funcionarios tampoco quedaron vacías. El propósito de Hubert Matos era el de, mediante el engaño, acumular fuerzas para transformar la situación del movimiento político, por supuesto que con él a la cabeza. Y en parte lo consiguió, ya que, inicialmente y producto del mencionado engaño, Matos llegó a conseguir una movilización política y social de solidaridad bastante importante; aunque, afortunadamente, ésta no tardo mucho tiempo en desvanecerse por completo.
El hecho fue sumamente grave. Sólo la rápida e inteligente intervención de Fidel al frente de la vanguardia revolucionaria, entre la que obviamente se encontraba Camilo, así como la valiente actitud del pueblo camagüeyano en apoyo a la Revolución, pudo evitar que la tentativa conspirativa pasara a mayores.
No renunciaba Matos, pues, con la pretensión de retirarse a la vida profesional, como aseguraba en su carta, sino que, disfrazado de víctima y con una imagen de «méritos mayúsculos» por él mismo previamente maquillada y difundida, procuraba asestar un golpe artero contra el naciente proceso revolucionario.
La traición de Hubert Matos, que contó con el apoyo de la burguesía nacional y del gobierno de los Estados Unidos, comenzó a ser abortada la noche del 20 al 21 de octubre de 1959. El mismo día 20 Fidel redactó una carta de respuesta al traidor, y ordenó a Camilo que, al frente de la compañía de seguridad del Estado Mayor del Ejército Rebelde, viajara a Camagüey, adonde llegó en horas de la madrugada del día 21.
Localizado Matos, el Señor de la Vanguardia le entregó la respuesta de Fidel a su carta y, comunicándole que a partir de aquel momento asumía el mando militar de la provincia, el traidor quedó arrestado.
Pocas horas después y sin que nadie lo esperara, Fidel llegó a la ciudad agramontina para dirigirse a pie hacia el local de Radio Legendario y convocar al pueblo. No lo hizo solo, pues una multitud, que a cada paso aumentaba como la espuma, lo siguió durante todo el trayecto. En este lugar Camilo se reunió con Fidel, a quien informó de la gravedad de la situación política en el regimiento que, aunque bajo control, todavía existía debido a la gran confusión reinante. Nuevamente a pie y desarmados, Fidel y Camilo acompañados por la multitud que les seguían llegaron al edificio de la jefatura del distrito militar Ignacio Agramonte. Asomados al balcón, los dirigentes revolucionarios informaron al pueblo de Camagüey y a los soldados del Ejército Rebelde sobre la traición que en esos momentos se estaba neutralizando. Denunciando la conspiración reaccionaria, Fidel respondió públicamente a la carta que Matos le había enviado con el perverso propósito de justificar su actitud y desviar la atención de sus verdaderas intenciones. Siempre confiado en su pueblo, el líder de la Revolución llegó a decir en su discurso: «Había una conjura en un gran cuartel, y ¿qué pasó? Nosotros teníamos soldados numerosos. ¿Qué hicimos? Nos trasladamos a Camagüey y me apeo en mi cuartel, que es la plaza pública; me apeo en mi cuartel, que es la ciudad. Me bajo en el pueblo, porque yo sí creo en el pueblo…
Se equivocaron los traidores porque no contaron con el pueblo. Lo creyeron tan ingrato como ellos, y perdieron. Se confunden, creen que el pueblo son ellos, y por eso fracasan y triunfamos nosotros […] Hombres puede haber traidores, pero no pueblos».
Después, por la tarde, el Comandante en Jefe partió hacia La Habana, y Camilo prolongó su estancia en Camagüey para ocuparse de reestructurar los mandos militares, depurar responsabilidades y seguir esclareciendo los nefastos acontecimientos.
Ese mismo día y a bordo de un avión B-25, Pedro Luis Díaz Lanz -otro traidor, que había sido jefe de la Fuerza Aérea- lanzó octavillas sobre La Habana con mensajes contrarrevolucionarios, ametralló calles muy concurridas de la ciudad y dejó caer sobre las mismas un número elevado de granadas. El resultado de la agresión fue de dos personas muertas y 47 heridas. Además de criminal, Díaz Lanz demostró ser un tipo poco inteligente, porque si buscaba proporcionar apoyo a la acción sediciosa de Hubert Matos, el efecto causado fue justo el contrario, ya que lo que consiguió fue crear una enorme indignación popular nada favorable para los planes del traidor.
El 22 de octubre, Camilo compareció en el canal 11 de la televisión camagüeyana e informó sobre los hechos conspirativos, explicando que existía un contubernio entre Hubert Matos, Díaz Lanz y el ex presidente provisional Manuel Urrutia Lleo con intenciones de traicionar el desarrollo de la Revolución. También respondió sin tapujos a la pregunta realizada por Matos a Fidel acerca de hasta dónde llegaría la Revolución: «Hasta dónde vamos se nos pregunta, y nosotros decimos que nosotros vamos con esta Revolución hasta el final. Vamos a realizar una verdadera justicia social, vamos a sacar a los campesinos y a los obreros de la miseria en que los tienen sumidos los intereses que hoy mueven las fuerzas de la contrarrevolución…»
La actividad de Camilo y sus compañeros fue frenética durante varios días, realizando cambios en los mandos militares de la provincia, así como en la dirección del Gobierno territorial y en la del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
El día 23, Camilo entregó los edificios del distrito militar Ignacio Agramante al Ministerio de Educación; un paso previo para, al igual que al Columbia, al Moncada y a otros cuarteles, convertirlo en ciudad escolar.
De regreso a La Habana, el 25 de octubre participó en una reunión en la que, presidida por Fidel, se acordó convocar una concentración frente al Palacio Presidencial. Se trataba de dar respuesta a las agresiones aéreas desde el exterior -a la anteriormente narrada y a otras- y mostrar al imperio amenazante y a todo el mundo el enorme respaldo popular con que contaba la Revolución.
La concentración se celebró el día 26. En el transcurso la misma y ante más de un millón de personas, discursaron varios dirigentes revolucionarios; entre ellos, por supuesto, Camilo Cienfuegos. Sería su último discurso, las últimas palabras que pronunció ante el pueblo, que lo ovacionó repetidas veces: […] «hoy se demuestra que lo mismo que supieron morir veinte mil cubanos por lograr esta libertad y esta soberanía, hay un pueblo entero dispuesto a morir si es necesario por no vivir de rodillas. Porque para detener esta Revolución cubanísima, tiene que morir un pueblo entero, y si eso llegara a pasar, serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne:
Si deshecha en mil pedazos
llega a ser mi bandera algún día,
nuestros muertos alzando los brazos,
¡la sabrán defender todavía!
Dicen los que tuvieron el honor de escucharle, que nunca antes los sentidos versos de Byrne sonaron tan emotivos como con la voz del comandante Camilo Cienfuegos.
El 27 de octubre, el Señor de la Vanguardia lo pasó en La Habana. Camilo estaba absolutamente convencido de que Hubert Matos sentía una feroz y enfermiza envidia por Fidel, y que su traición estaba motivada por una ambición desmedida. «Debemos estar alertas -dijo a su compañero William Gálvez ese mismo día-, porque hay un grupúsculo de gente que luchó contra Batista por puestos y prebendas, pero no por hacer una verdadera revolución».
El día 28, en horas tempranas de la mañana y a bordo de un avión bimotor Cessna 310, el jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde volvió a Camagüey. El piloto era el primer teniente Luciano Fariñas, y completaban la tripulación el escolta de Camilo, Félix Rodríguez, y el capitán Senén Casas Regueiro. El objetivo del viaje -pensaba regresar a La Habana el mismo día- era el de concluir las actuaciones emprendidas durante su anterior viaje a la ciudad agramontina y acabar de depurar las responsabilidades. Eso es lo que hizo antes de iniciar el regreso hacia la capital del país. Camilo emprendió el vuelo a las seis y cinco de la tarde con los mismos compañeros, excepto Senén Casas Regueiro, que por la mañana había proseguido el viaje hasta Santiago de Cuba, pero ni el avión ni sus ocupantes llegaron a su destino. Al partir a Camagúey, Camilo dijo al jefe de su escolta, el capitán guerrillero Manuel Espinosa, Cabeza, que lo esperara en el mismo aeropuerto de Ciudad Libertad, que llegaría entre las siete y las siete y media de la tarde. Pasadas las ocho y preocupado por la tardanza, Cabeza puso el hecho en conocimiento de Osmany Cienfuegos, hermano de Camilo. A partir de ese momento, el revolico que se montó en todo el país fue mayúsculo.
Dirigida personalmente por Fidel, pronto se organizó la búsqueda por tierra y mar con la participación de prácticamente todo el pueblo. A pesar de la intensidad de la misma -el propio Fidel llegó a decir que se había hecho lo humano y lo no humano por hallar a Camilo-, doce días después aún no se tenía noticias ni del avión ni de sus tripulantes. El 11 de noviembre el Comandante en Jefe, en comparecencia radial y televisiva, informó lo que ya era más que evidente: que el Señor de la Vanguardia había desaparecido definitivamente.
Siete días de luto oficial se guardó por la muerte física de Camilo. La jefatura del Estado Mayor del Ejército Rebelde fue ocupada por el comandante Juan Almeida Bosque, y la jefatura de la Fuerza Aérea que ostentaba Almeida fue asumida por el comandante Sergio del Valle Jiménez. Así se resolvió el vacío de mando que provoco la desaparición de Camilo.
Como cabía esperar, no faltaron las especulaciones sobre la desaparición de Camilo por parte de la contrarrevolución. Con el perverso objetivo de dividir a los revolucionarios, aquellos inventaron tremenda cantidad de mentiras; entre ellas la de que Raúl y Fidel habían ordenado asesinar al Héroe de Yaguajay, porque, siempre según los calumniadores, éste estaba en desacuerdo con el rumbo de la Revolución.
Para desmontar tan infames acusación, existen infinidad de argumentos. Pero expondré las palabras pronunciadas por un individuo nada sospechoso de ser amigo del proceso revolucionario. Me refiero a Andrés Nazario Sargén, secretario general de Alpha 66, una organización terrorista que asumió la autoría de los atentados más dañinos contra Cuba: «Les voy a ser sincero. Castro es mi enemigo, pero estoy seguro que nada tiene que ver con la muerte del comandante Camilo Cienfuegos. Camilo, a quien yo admiraba enormemente, desapareció en el mar. Yo ayudé a buscar la avioneta por varios días. Y nada. ¿Qué pasó? Ese día el tiempo no era bueno. Y casi todos los pilotos con que contaba la Revolución eran aprendices. Para mi el mal tiempo y la inexperiencia del piloto fueron los responsables».
Hubert Matos fue juzgado y condenado a veinte años de prisión, condena que cumplió íntegramente. Tras su puesta en libertad abandonó Cuba, para, desde los Estados Unidos y otros países latinoamericanos, organizar campañas diversas contra la Revolución. Durante su estancia en la cárcel, Matos no perdió su vena egocéntrica y ambiciosa, todo lo contrario; hasta el punto de que no pocos de sus seguidores más leales en sus proyectos contrarrevolucionarios lo abandonaran en su miserable camino.
Tremendamente carismático como era, la población revolucionaria de Cuba y de todo el mundo sintió enormemente la desaparición física de Camilo. Fidel dijo que «el consuelo que debe tener nuestro pueblo es que en el pueblo hay muchos Camilos, y que Camilo seguirá viviendo en hombres que se inspiren en él, porque lo único que nosotros podemos pedirle a nuestro pueblo es que cada vez que la patria se encuentre en una situación difícil, que cada vez que la patria se encuentre en un momento de peligro, se acuerde de Camilo…» Y el Che dijo de su compañero y amigo que «la vida de hombres como él tiene su más allá en el pueblo; no acaba mientras éste no lo ordene».
Todos los 28 de octubre, los niños y las niñas de Cuba dejan momentáneamente sus escuelas y acuden a las orillas de los mares y ríos para arrojar flores a sus aguas en recuerdo del comandante guerrillero. En esta ocasión harán exactamente lo mismo, pero las actividades en todo el territorio nacional serán más emotivas, si cabe. Camilo cumple hoy cincuenta años de desaparecido; sólo físicamente, por supuesto, porque, como no puede ser de otra manera, el Señor de la Vanguardia vive eternamente en la memoria de su pueblo.
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