Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Lejos del opulento hotel Golden Tulip, donde me estaba hospedando en Beirut y a un mundo de distancia del refulgente distrito comercial de Hamra se encuentra Chatila, el campo de refugiados palestinos donde en 1982 los falangistas cristianos, con la aprobación tácita de las fuerzas israelíes que ocupaban el Líbano, asesinaron a más de 1.000 hombres, mujeres y niños. Fue varios días después de los asesinatos, cuando el hedor de los cuerpos en descomposición llevó a los periodistas a la zona, que conocieron e informaron de los detalles de los acontecimientos. Poca atención prestan los medios de comunicación a los campamentos de refugiados palestinos en el Líbano, donde viven más de 300.000 personas. Estas personas son, rememorando la frase de Frantz Fanon, «los condenados de la tierra». Miserables, no debido a las condiciones precarias en que viven, sino desgraciados porque han sido repetidamente atacados, bloqueados, y porque se les niegan los derechos humanos. Sin embargo continúan resistiendo y viven con esperanza, valentía y optimismo.
En la década de 1950, Fanon profetizó que los condenados de la tierra, las naciones colonizadas, prevalecerían. Caminando a través de Chatila, se puede sentir claramente la urgencia y la esperanza por la liberación de Palestina. Éramos un grupo de nueve académicos de los EE.UU., que queríamos ver con nuestros ojos las condiciones de vida de los refugiados palestinos. A petición de un profesor palestino de la San Francisco State University, Sana’a Al-Hussein, una trabajadora social de Chatila nos guió a través de los estrechos callejones del campamento de refugiados. Fachadas desmoronadas de los edificios, algunos todavía destruidos por los ataques, calles encharcadas con basura apilada en los laterales, escaleras estrechas sin electricidad, y un entrecruzamiento de cables eléctricos aéreos señalan el campo. Sin embargo, es evidente que existe un vibrante sentido de comunidad. Hablando en árabe, Sana’a explica que a pesar de la pobreza y la dureza Chatila es un centro de la vida palestina real. Las familias entrecruzan su linaje con los pueblos específicos de la Palestina ocupada, y su vínculo con la gente de esos pueblos. Las marcas más visibles de Chatila son los cientos de afiches pegados en las paredes y colgados en los cables. La cara sonriente de Arafat está omnipresente, pero también se hace referencia a otros líderes. Hay carteles de los diferentes líderes palestinos; representando la expulsión de los palestinos de su tierra natal; de mujeres liderando la lucha, llevando la bandera palestina. Un cartel de Arafat saludando a las mujeres mártires, fotos de adolescentes que fueron asesinados por los israelíes, e incluso algunos de Saddam Hussein. Proliferan carteles de los diferentes grupos de la resistencia: la OLP, Hamás, Fatah, y muchos otros. Tal vez lo más conmovedor son los carteles publicitarios que marcan la geopolítica de Chatila: «Establecido en 1949 a 92 Km de distancia de [sic] la frontera palestina». Y están las omnipresentes flechas rojas con sus llaves, marcando en la dirección hacia Palestina y reclamando el derecho al retorno.
Vamos a la fosa común de las víctimas de Chatila. Sana’a tenía trece años cuando ocurrió la masacre, relata los acontecimientos. Recuerda que vio a hombres jóvenes, con banderas blancas de rendición, abatidos a tiros, y a los soldados entrar en la casa de un vecino y disparar a los padres delante de los niños. Recuerda que Sharon estaba en la embajada de Kuwait, a un tiro de piedra del campamento viendo Chatila iluminada en la noche para poder matar a la gente. Sana’a recuerda que no se les permitía salir del campamento y el olor de los cadáveres en descomposición en el estadio cerca de Chatila. Recuerda a hombres jóvenes yendo de casa en casa, diciendo a las familias quién había muerto.
Mientras caminamos por las calles, niños pequeños corren a nuestro lado, algunos intentan dirigirse a nosotros en inglés, algunos, con picardía, nos exigen que nos llevemos las fotos que tomaron. Obviamente utilizan estas estrategias con los extranjeros que vienen al campo y disfrutan llamando nuestra atención. También son expertos en medios de comunicación, y cuando un niño consigue que yo haga un video teniéndolo como protagonista, levanta los dedos con el signo de la victoria y canta «Allah ho Akbar«. Empiezo a sentirme como un turista político. Sana’a nos lleva a la casa de su madre en Chatila donde vive la familia extendida, en pequeños cuartos. Hace frío y no hay calefacción. Sana’a nos sirve té y galletas, mientras su madre, de setenta y ocho años, recuerda cuando los expulsaron de sus hogares en Israel. La madre tiene una cara tierna, amable, con una voz suave y ojos soñadores. Repasa las cuentas de su rosario mientras nos cuenta su historia. Tenía trece años en 1948 y recuerda haber oído de masacres, de los pueblos rindiéndose a los colonos judíos, y luego un misil cayendo sobre una casa en el centro de la ciudad. La madre de Sana’a tiene sentido del humor. Recuerda a hombres del «ejército de salvación» árabe, como ella los llama, que supuestamente estaban allí para protegerlos, pero que simplemente se sentaron y comieron. Durante los seis días después de la ocupación en que la familia de la madre de Sana’a se quedó en su pueblo, vieron casas de los vecinos que fueron saqueadas, los hombres ejecutados bajo sospecha de colaborar con los árabes y con la resistencia, y familias demasiado asustadas como para salir de sus casas para enterrar a sus muertos. Cuando el abuelo materno de Sana’a se escapó y pagó a alguien para rescatar a su familia, se fueron con lo puesto y caminaron durante días, uniéndose a las caravanas de refugiados que huían de la persecución. Este mismo abuelo de Sana’a alquiló unos terrenos en Chatila e inauguró el campamento en 1949. Recuerda que vivían en tiendas de campaña en el invierno, y luego en una casa de uralita donde no se les permitía tener agua dentro del hogar, tampoco afirmar la vivienda en el suelo. Las construcciones sólidas sólo fueron posibles con el inicio de la lucha armada palestina en la década de 1970. La madre de Sana’a ha vivido un trauma, pero resiste. Es analfabeta, pero inmensamente sabia. Habla de la primavera árabe, de los ataques de Assad a su pueblo en Siria, y del Marmara Mavi (el ataque de Israel a la flotilla de la Libertad de Gaza). Habla con desdén de los jóvenes actuales que están interesados en el lápiz labial Al preguntarle qué piensa de los estadounidenses sonríe y dice «Que Dios les ayude. Ellos también están oprimidos».
Dejamos el campamento exhaustos, y sin embargo llenos de energía. Cuatro generaciones han vivido en el campamento. No tienen la ciudadanía, sólo las tarjetas de identidad de la ONU, y tienen prohibidas 72 ocupaciones en el Líbano. Rabie Zaaroura, un joven que se graduó con una licenciatura en Administración de Empresas, está desempleado y no tiene perspectivas en el Líbano. Quiere una nacionalidad, sabe que los animales tienen más derechos que él. Pero él nos da la bienvenida a su casa. La casa de la madre de Sana’a ha sido destruida y reconstruida tres veces, pero nos dice que es paciente. Nosotros, como académicos somos pacientes. Todos apoyamos el movimiento por el boicot, desinversión y sanciones (BDS), movimiento que se ha modelado después de los movimientos de las desinversiones en Sudáfrica para lograr el fin del apartheid, e insta a las empresas, universidades y otras organizaciones a detener la colaboración económica con Israel. Las principales iglesias presbiterianas de los Estados Unidos, la Iglesia Unida de Cristo y la Iglesia Metodista Unida han apoyado el movimiento BDS. Como académicos, todos apoyamos la campaña en EE.UU. para el Boicot Académico y Cultural a Israel (USACBI), que tiene el compromiso de abstenerse de colaboración académica, cultural y económica con las instituciones israelíes e insta a nuestros administradores a suspender las relaciones con las instituciones israelíes (Para más información o para inscribirse, vaya a http://www.usacbi.org/ ). Esperamos que estas medidas pongan fin a la ocupación y los campos de refugiados, como lo hicieron con el apartheid en Sudáfrica. USACBI comenzó en 2009 y sólo tiene 600 signatarios hasta la fecha. Pero como la madre de Sana’a nos dice, tenemos que ser pacientes.
Malini Johar Schueller es profesora de inglés en la Universidad de Florida. Su ultimo libro es Locating Race: Global Sites of Post-Colonial Citizenship y coeditora de Dangerous Professors: Academic Freedom and the National Security Campus.
Fuente: http://www.counterpunch.org/