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Cientos de miles de personas se manifiestan en Madrid para pedir pan, techo y el fin de los gobiernos de la Troika

Capital de la dignidad

Fuentes: Rebelión

Madrid, 22 de marzo de 2014 a las 16,30 horas. Un leve sol de incipiente primavera y ambiente algo fresco. Queda aún media hora para que empiece la gran Manifestación. Va acercándose la gente -colores, pitos y música en movimiento- al tramo Atocha-Colón, donde se pedirá -con lenguaje claro y duro, políticamente incorrecto- el final […]

Madrid, 22 de marzo de 2014 a las 16,30 horas. Un leve sol de incipiente primavera y ambiente algo fresco. Queda aún media hora para que empiece la gran Manifestación. Va acercándose la gente -colores, pitos y música en movimiento- al tramo Atocha-Colón, donde se pedirá -con lenguaje claro y duro, políticamente incorrecto- el final de los gobiernos de la Troika, pan, techo, servicios públicos y el impago de la deuda. Pinta a fiesta, reivindicación y justicia. A dignidad. Aunque desde unos días antes se han vertido perversas sombras: comparaciones con el nazismo griego, 1.700 policías antidisturbios presentes en la capital o un centenar de autobuses retenidos por la guardia civil, antes de que accedieran a Madrid.

Son protagonistas las 6 columnas de la Dignidad que proceden de las distintas áreas geográficas del territorio español. Pero incluso antes de que lleguen, ya huele a fiesta en los aledaños de Atocha y sobre todo en el Paseo del Prado. Suena el himno de Riego y la Internacional. Bocinas y estruendo de cohetes. Pero poco a poco. La tarde aún se despereza. Lentamente, grado a grado, va subiendo la temperatura. Se van mezclando en algarabía camisetas de «Coca-Cola, no al cierre de Fuenlabrada», de color naranja por los servicios sociales; verdes en defensa de la escuela pública; con la efigie del Che, moradas de la marcha por la dignidad, rojas y verdes de «Stop Desahucios», negras con el anagrama del 15-M, de partidos de izquierda y sindicatos… Banderas republicanas, rojas, rojinegras, andalucistas, gallegas, Ikurriñas, catellanas…Se arranca la batucada mientras se despliega una gran pancarta: «No al pago de la deuda». Primera ovación. Y continúa afluyendo gente y subiendo la temperatura. Pero todavía con el ritmo pausado de la tarde. El volumen aumenta cuando un grupo de bomberos pasa junto al Ministerio de Agricultura («¡Eso es un cuerpo, no el de policía!»).

Pasan de las 5 y la tarde ya cobra fuerza. La gente se arranca a gritar las primeras consignas. «Sí se puede» es la más repetida. La megafonía aviva la manifestación: «Lo llaman democracia y no lo es»; «España, mañana, será republicana» y «Esto nos pasa por un gobierno facha». Otros no dejan que el silencio se haga hueco e irrumpen: «La fuerza del obrero, la solidaridad», «Ningún ser humano es ilegal» o «Con este gobierno, vamos de culo». Una mujer joven, rubia, vestida de negro, con gafas de sol y rostro duro otea la manifestación subida a un banco del Paseo del Prado. Veteranos militantes coinciden en que se trata de una «infiltrada». Secretean entre ellos, hasta que uno se atreve a gritar: «¿Qué, todo en orden?». Dos helicópteros de la policía nacional acompañan todo el recorrido. De tanto en tanto, se le dedican pitos y peinetas.

Hay cientos de miles de personas congregadas (dos millones según la organización). Con el chaleco reflectante de los «Yayoflautas» aparece muy tranquila, aunque lleva muchos días y horas en tareas de coordinación, María Luisa Urdiel, de 64 años. Es viuda y jubiliada. Con dos pensiones, asegura que no padece apuros económicos. Es la primera vez que se moviliza en su vida. ¿Por qué? «No quiero esto que nos dejan para mis hijos y mis nietos; a la gente no le llega para sobrevivir mientras rescatan a los bancos». Un perfil más militante es el de Carles Duro, de 24 años, estudiante de historia: «Hemos llegado a un punto insoportable, de emergencia, en el que hemos podido romper el bloqueo de la izquierda política y los movimientos sociales para emprender una acción unitaria. Y plantarnos en Madrid, el centro del poder». Carlos Prado, de 42 años, cobra una prestación por minusvalía al tiempo que participa en un taller de cerámica. Insiste en que el trabajo es un derecho, «pero nos lo ponen muy difícil». «Y cuando nos manifestamos, viene la represión policial». Dice que es parado y enfermo mental, «pero nunca voy a perder mi dignidad». Asiente Vicente Reig, jubilado: «Nos están masacrando; quieren que volvamos a las cavernas; esto es una agresión a nuestra dignidad».

Discurre la manifestación y la gente deja pancartas en los setos del Paseo del Prado. Otros las recogen. Son palos delgados con sencillas leyendas en un papel, pero algunas sutiles, con mucho ingenio. Otras contundentes. Se da, así, como una espontánea prueba de relevos. Una joven se apoya sobre la estatua de Velázquez (frente al museo del Prado) y junto a una bandera republicana deja un lapidario «Tu sobre, mi recorte». Por el transcurrir de la marcha hay como un enjambre de consignas en papel: «Contrato-basura, esclavo-libre»; «Ante la necesidad, la expropiación es un derecho»; «La euro-dictadura a la basura». Un joven enfundado en una camiseta negra («Una vez yo tuve derechos sociales y laborales») blande muy alto esta enseña: «País mudo no muda». Parece que es su compañera, quien enarbola un «Austerity Kills». Otros prefieren a los clásicos: «¿Qué es robar un banco en comparación con poseer un banco? (Bertolt Brecht)». Entre las más repetidas, figuran las sencillas y rotundas «Sí se puede, sí se debe», «Pueblo manso, buen esclavo» y «Justicia real para todos igual».

La manifestación llega a Colón, punto de destino, donde hay instalado un gran escenario. Con facilidad puede distinguirse la tribuna de oradores, con unas jóvenes que no dejan que la fiesta decaiga. Destilan nervio, sangre y rabia. También, mucha juventud. Piden todo el rato que el público pase a la Castellana, pues todavía permanece gente en la cabecera (Atocha). Lluis Llach, Labordeta, la canción de «la Muralla»… Vuelta a los «clásicos» para pedir la dimisión del gobierno, un cambio de Régimen y de Sistema. Muchos fotógrafos, cámaras de televisión y, en el estrado, una pancarta con representación de los movimientos sociales. Anochece, frío seco y principio del final. Se gritan consignas sin parar. Bulle, repleta, la plaza de Colón. Festín de banderas. Sobrevuelan los helicópteros policiales.

Se esperan en la plaza los parlamentos, que, más que anunciarse, irrumpen. Sin apenas presentaciones, leen a dúo el Manifiesto de las marchas el actor Willy Toledo y la periodista Olga Rodríguez. Se intercalan, cada uno en su estilo. Leer es un decir, en el caso del actor, pues se desgarra en cada frase. Sus palabras brotan sangre. La periodista clama alto, con voz más limpia. Antes que nada, mención especial para los trabajadores de la fábrica de Panrico en Santa Perpètua de Mogoda, cinco meses en huelga indefinida. «Vivimos un atropello a la dignidad colectiva de los trabajadores, mientras la patronal no deja de apretar las tuercas y bajar los salarios; el sistema nos obliga a mostrar nuestro agradecimiento a los empresarios, pero no estamos de acuerdo: ¡Es hora de repartir el trabajo y la riqueza!», grita Toledo, jaleado por un «¡Sí se puede!» coral.

La periodista Olga Rodríguez apela a «nuestra juventud sin futuro, que emigra para buscar trabajo en el extranjero, como nuestros padres y abuelos». Un segundo «mensaje»: «Nos oponemos al sistema patriarcal que nos quita el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, y nos devuelve a los hogares, a la crianza». En cuanto a los políticos del PP, recuerda la periodista, «nos gobiernan al dictado de la Troika; nos obligan a que paguemos una deuda ilegítima que no han contraído los ciudadanos, sino los especuladores financieros y los excesos de los gobiernos». Para ello se recorta en salud, educación, derechos sociales, y se rebaja el poder adquisitivo de los mayores.

Se ilumina la palestra, pues raya la noche. Se presentan, uno a uno, a diferentes representantes de las marchas por territorios, que han llegado a Madrid tras una larga caminata. Hacen todos un breve discurso y, cuando corresponde, se utilizan las lenguas nacionales. Muchas de las portavoces son mujeres. Algunas de las intervenciones, además, encienden la plaza. Hasta que pasa del segundo plano a la tribuna Diego Cañamero. Su sindicato se ha dejado la piel en las marchas y las banderas andalucistas, con el anagrama del SAT, han estado muy presentes. Casi sin voz, Cañamero grita por las vísceras. Las palabras vienen de muy adentro, de años de ocupaciones y hambre jornalera. «La unidad del pueblo, esos son nuestros tanques y nuestras balas», afirma. «Hace falta una economía del pueblo y una rebelión pacífica de los pueblos». Como en su día hizo Espartaco.

Antes de la conclusión, se anuncian las actividades para los días siguientes. El domingo 23 por la mañana, Asamblea en Jardines Descubrimiento (Colón); el lunes 24, entre las 11,30 y las 13,30 horas, acción «Rodea el capital» en la Bolsa de Madrid. Y el lunes 24, por la tarde, manifestaciones entre los ministerios de Economía y Sanidad con el lema «No pagamos vuestra crisis». Con tranquilidad, la concurrencia abandona la plaza de Colón. A sus casas, los residentes en Madrid; a los puntos de encuentro con autobuses y estaciones de tren, o a su vehículo particular, quienes han venido de fuera de la capital. Jornada, días, muy intensos y llega la hora del descanso.

Pero empiezan a correr los rumores y las llamadas telefónicas bullen. Cargas en la calle Génova (sede del PP) y en la Plaza de Colón. En la puerta de una cafetería de Serrano se emplazan varias furgonetas de la policía antidistubios. Se dice que buscan a una pareja. Comienza el número. Se da inicio al espectáculo. Por Alcalá-Retiro y arterias principales, furgonetas y automóviles de la policía nacional, y motos de la policía local circulan a todo trapo con las sirenas encendidas. Es la escenografía deseada. Carreras. Un joven señala golpes en el cuello. Se habla de las primeras detenciones. La gente busca refugio y las paradas de los autobuses para el regreso. Se corta el centro. Llegan noticias de los incidentes. Los jefes de prensa de Fernández Díaz y Cifuentes sacan del archivo las notas de prensa y empiezan a difundir imágenes y «cortes» para agencias, radios y televisiones: «delincuentes»; «se han cumplido nuestras peores expectativas»; «bidones con gasolina, bengalas y navajas»; «antisistema»; «condena de los violentos». Al día siguiente, El País titula con la cifra oficial de manifestantes y una imagen de encapuchados atacando un coche de la policía. En la crónica, sutiles y exquisitas (marca de la casa) alusiones a la violencia. El día 22 este rotativo no dedicó una línea a las marchas, pero sí dos páginas a la figura de Adolfo Suárez (que aún no había fallecido). Etcétera.

Texto y fotos: Enric Llopis

Más fotos: http://disopress.com/gallery.php?mode=all&id=NTA1MTMxZTZmMjk3Nw==&page=1

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