No, no es por reclamar medallas, pero que un 14 de julio, el último día sanferminero, el del «pobre de mí» -¡y tanto!- alguien suba a un autobús en Iruñea para hacer durante ocho días varios miles de kilómetros, a 40º C de promedio, visitando engendros militares, CIEs, vallas fronterizas, invernaderos almerienses y demás desvergüenzas […]
No, no es por reclamar medallas, pero que un 14 de julio, el último día sanferminero, el del «pobre de mí» -¡y tanto!- alguien suba a un autobús en Iruñea para hacer durante ocho días varios miles de kilómetros, a 40º C de promedio, visitando engendros militares, CIEs, vallas fronterizas, invernaderos almerienses y demás desvergüenzas políticas, tiene su mérito. ¡Que conste!
Aún con todo, el chupinazo caravanero no lo dimos en Iruñea, sino frente al Polígono de Tiro de Bardenas, en la Ribera navarra. Allí nos juntamos más de 200 personas de toda Euskal Herria que íbamos a participar en la Karabana para denunciar al ejército español y a la OTAN -organización criminal a la que Euskal Herria dijo NO en al referéndum de 1986- por su responsabilidad directa en las guerras y conflictos africanos y de Oriente Medio que están ocasionando tanta destrucción, penalidades, hambrunas, muerte, emigración y exilio.
A la navarrada nos tocó compartir autobús con Gipuzkoa. Enemigos ancestrales ambos (para nosotros, ellos son «robasetas», y, a la inversa, nosotros «meaplayas»), la Karabana ha creado lazos y roces que difícilmente desaparecerán. Tanto es así que la delegación guipuzcoana ha aprendido incluso a cantar jotas, demostrándose así que estas iniciativas sociales unen más que solemnes afirmaciones sobre nuestro acervo histórico-político común
Tras la oleada reivindicativa que sacudió la vida social y política los pasados años, formas organizativas abandonadas han sido recuperadas, a la par que han surgido otras nuevas: asambleas callejeras, marchas de todo tipo, desobediencia civil, ocupación de locales y centros de trabajo, huelgas generales,…. Pues bien, nuestra Karabana ha hecho aflorar una nueva: el autobús. El autobús como célula básica de democracia directa que aprovecha el viaje para debatir sobre todo lo divino y lo humano; el autobús como célula dormida generadora de maldades y desobediencias; como espacio de roce y creación de afinidades, como lugar creativo de canciones y coreografías con las que sorprender al variopinto maderamen defensor del statu quo y la sosez institucional… El autobús: ¡todo un invento de subversión y democracia directa!
En Madrid, tras unirnos al resto de gentes procedentes del resto del Estado, realizamos una concentración ante el Congreso. Denunciamos allí la política sobre «extranjería» impulsada por los distintos gobiernos del PSOE y PP que, in crescendo, ha creado todo un entramado legal, social y policial y ha convertido a la migración en un sub-mundo en el que los más elementales derechos humanos son negados y pisoteados a diario.
De allí nos desplazamos a Sevilla partiendo en manifestación hasta la Alameda donde se realizó un importante acto político-solidario. A destacar desde este momento lo que luego sería una constante en la marcha, sobre todo en Melilla. Las aproximadamente 450 personas de la Karabana hemos sido como una especie de mancha de formas no definidas que lo mismo se manifestaba compacta, que se desperdigaba en pequeños grupos de 10, 20 o 50 personas por calles y plazas o terrazas y cafeterías. Si a eso se unía el portar numerosas banderolas, pañuelos, camisetas y pancartas, el resultado ha sido conseguir multiplicar los efectos propagandísticos de la Karabana.
En Algeciras y Tarifa el objetivo fue concentrarnos y manifestarnos contra los CIEs allí existentes, auténticas cárceles donde de forma totalmente ilegal se encierra a personas que no han sido imputadas, procesadas ni, mucho menos aún, condenadas por la comisión de delito alguno. Centros carcelarios periódicamente denunciados y señalados como espacios de impunidad en los que los derechos humanos son vulnerados y violentados frecuentemente.
Melilla es, ante todo, una plaza militar de ocupación. Oír en directo, tras la ducha mañanera, el toque militar de fajina del cercano cuartel, te anuncia ya lo que luego verás. Calles dedicadas a alféreces, falangistas y generales africanistas; cuadrillas de musculosos treintañeros de pelo rapado, barbas legionarias y bigotes militares. Y en el puerto, rubricádolo todo, la estatua de Franco, para que no olvides de qué va la cosa. En su día, en la escuela «nacional», nos contaron aquello tan gracioso de la españolidad de Guinea, Sáhara, Ifni y el Peñón de Alhucemas. Hoy dicen lo mismo de Ceuta y Melilla.
La cara no militar de Melilla y sus entornos funcionariales es la de los «no derechos». Una ciudad-sociedad asentada en el racismo social e institucional y la violación diaria de derechos humanos, que es fuente millonaria a la par, legal-alegal-ilegal de muchas empresas y lobbies del sector seguritario y el comercio-contrabando transfronterizo. Camareras, taxistas, paseantes y jóvenes con los que charlamos se refirieron a ello. Y frente al «¿qué habéis venido a hacer aquí?», o, «¿por qué no os los lleváis a vuestra casa?» del primer mundo melillense, estaba el «¡no dejéis de contar todo esto!» o aquel otro «¡gracias, gracias!» de las mujeres rifeñas porteadoras del paso de Beni-Enzar.
No es lo mismo ver vídeos sobre los CIEs, los invernaderos y la valla de Melilla que hacerlo allí, en directo. Ni lo es expresar tu solidaridad aquí, en Iruñea, que estrechar manos junto a los plásticos de Nijar, o exigir la demolición de vallas y muros desde la distancia, que hacerlo allí, frente a todo tipo de uniformados. El Delegado del Gobierno calificó como «hecho vandálico» hacer una pintada afirmando «¡No son muertes, son asesinatos!». Toda una muestra de profundidad de análisis político-policial. Es lo que hay. No da más de sí.
Son muchas cosas más, muchas más, las que se quedan en el tintero. Todas ellas igual de importantes, igual de sentidas. Pero por encima de todo debe destacarse la dignidad que reflejaban todas aquellas personas, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, rifeños y africanas que hacen frente al desierto, las vallas, la persecución policial y la sobre-explotación y luchan por un futuro de paz, libertad, justicia y solidaridad entre los pueblos. Son las mujeres porteadoras, los «menas» («menores extranjeros no acompañados»), la juventud rifeña, las abuelas y ancianos que aún recuerdan a Abd el-Krim.
La Karabana a Melilla ha sido mucho más que un viaje solidario.
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