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Carlos Alberto Montaner, la literatura de ficción y el último deseo de un condenado a muerte

Fuentes: Rebelión

No me imaginé que Carlos Alberto Montaner estuviera en tan delicado estado de salud. El solo hecho de que se haya dado de baja como activista «activo» por la libertad de Cuba y haya confesado: «quiero dedicar los años y la salud que me queden a escribir unos cuantos libros de ficción y, probablemente, mis […]

No me imaginé que Carlos Alberto Montaner estuviera en tan delicado estado de salud. El solo hecho de que se haya dado de baja como activista «activo» por la libertad de Cuba y haya confesado: «quiero dedicar los años y la salud que me queden a escribir unos cuantos libros de ficción y, probablemente, mis memorias», indican a las claras que, al final de sus días, no está conforme con el legado que pudo dejar y que no deja a la literatura de ficción universal. Lleva razón Carlos Alberto en su ajuste de cuentas: la obra de ficción escrita por él hasta el presente, es efímera, espasmódica e intrascendente.

Le secaron el tintero. Aguijoneado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que le obligaba a cumplir el contrato por el cual le pagaba jugosos dividendos, Montaner se vio obligado -sobretodo desde inicios de la década de los setenta en que la Agencia decidió radicarlo en España-, a dedicarse activamente a la labor anticomunista y anticastrista, a infiltrar los núcleos de escritores latinoamericanos que habían tenido que emigrar de sus países a causas de las sangrientas dictaduras, a unirse a proyectos de la Agencia como los Congresos de intelectuales por la libertad, a publicar las obras que le indicaran en la editorial Playor que la propia inteligencia estadounidense le había montado,y a escribir los artículos de prensa que le indicaban los Agentes de la CIA que lo atendían, relegando a un último y descuidado plano escribir literatura de ficción.

Ni siquiera «Trama», publicada en 1987, que Carlos Alberto reivindica como «su primera novela histórica», es una obra nacida de su propia inspiración. El dato me lo reveló el poeta Gastón Baquero una fría tarde madrileña de diciembre de 1996, en que fui a visitarlo en su lecho de enfermo. Don Gastón era de Banes, como mi padre, y juntos habían estudiado la carrera de Agronomía; yo había heredado el aprecio que siempre tuvo por mi padre, al punto de dejarme dos valiosos cuadros firmados de puño y letra por dos importantes pintores cubanos. Recuerdo que yo llevaba un diario ABC, con un artículo escrito por Carlos Alberto y le hablé elogiosamente sobre el mismo a Don Gastón; quien luego de toser por un rato me dijo: «no creas ni media palabra de lo que escribe ese»; y acto seguido me contó con pelos y señas -como quien está buscando la absolución- cómo la CIA «lo había obligado» a dar fe ante Carlos Alberto Montaner de la autenticidad de un supuesto documento en que unos anarquistas se responsabilizaban de la voladura en 1898, del acorazado Maine, en la bahía de La Habana, porque la historia que éste se proponía escribir, a instancias de ellos, era altamente conveniente a los intereses de los Estados Unidos.

El que no se lleva por consejos, no llega feliz a viejo. Carlos Alberto, que siempre vivió obsesionado con la idea de que a Fidel Castro le habían dado repetidos accidentes vasculares encefálicos y que «de un momento a otro le daría el que le cegaría la vida», desoyó imprudentemente los constantes y oportunos consejos de su fiel y dulce escudera, su esposa Linda Periú; cuando -observando la actividad frenética y el activismo político que desarrollaba tras la caída del Muro de Berlín, para tratar de arrebatarle la futura Presidencia de Cuba a Jorge Mas Canosa- le aconsejaba poner los pies en la tierra y dejar el anticastrismo obsesivo para poder dedicar su tiempo y esfuerzos a escribir literatura de ficción. Pasó el tiempo y pasó; las neuronas comenzaron a dejarle de responder por falta de oxígeno; las nuevas tecnologías de la información y el lenguaje que las acompañan se impusieron; y Montaner se encontró de golpe con que no conecta con el público joven, porque es incapaz de encapsular sus ideas en 140 caracteres; y tampoco lo consigue con el lector que le correspondería, por la discontinuidad temporal de sus escasas obras y la ausencia de la plaza por más de 20 años.

El almanaque y la enfermedad no perdonan. Exactamente el 1 de abril de 2010, en carta abierta al cantautor cubano Silvio Rodríguez, todavía Carlos Alberto se permitía incluirse entre «los cubanos interesados en salvar el futuro» y pensaba en heredar a los hermanos Castro. Hoy, 3 de abril de 2013, tan sólo tres años después, la percepción de una muerte pisándole los talones se ha apoderado de él. Ya no tiene fuerzas ni para fantasear, como lo hacía en los primeros años de la década de los 90, con ser Presidente de Cuba; ni tan siquiera para soñar con un regreso vivo a la Isla. Se sabe con un corazón mordido, rehén de las baterías y los chips del marcapasos; por lo que no es para nada casual que, como en una confesión al borde del suicidio, le haya dicho al periodista Camilo Loret de Mola, el pasado Noviembre: «Volver a la literatura de ficción es para mí como el último deseo de un condenado a muerte».

* Este artículo es la primera entrega de una tetralogía, que verá la luz en el presente mes de abril, dedicada al periodista y escritor Carlos Alberto Montaner quien el 3 de abril de 2013 cumplió 70 años, y entró en la tercera edad por la puerta estrecha.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.