Carlos Giménez reúne a la vez las facetas de superviviente y de héroe, por su vida, por su profesión y por su empeño. El chiste fácil es que se trata de un héroe del cómic (probablemente el mayor), porque ese es su mundo y su profesión, salvo que no es él el dibujo que se […]
Carlos Giménez reúne a la vez las facetas de superviviente y de héroe, por su vida, por su profesión y por su empeño. El chiste fácil es que se trata de un héroe del cómic (probablemente el mayor), porque ese es su mundo y su profesión, salvo que no es él el dibujo que se mueve en la viñeta, sino el que dibuja en el papel desde hace muchas décadas.
Pero decir esto no es gratuito, ya que Carlos Giménez es la persona que ha enseñado a pequeños y adultos dos lecciones dignas del mejor maestro de escuela: una, que la historia no es siempre lo que nos cuentan que hemos vivido; dos, que las vivencias personales son las que componen la historia.
Eso y mucho más, pero es que, cuando no se podía y «no se debía», él ya transgredía con sus lápices y su tinta el pequeño espacio cultural que la dictadura había dejado un poquito menos atada (y cuidado, digo un poquito, que hay mucho que contar al respecto). Y se dedicó a inventarse que en este país habían pasado cosas, porque a él le habían pasado, desde aquellos horribles lugares del Auxilio Social creados por los fascistas, donde a los más pequeños se les maltrataba y aleccionaba, hasta los barrios como el suyo, donde ser chaval era igual de duro que ser un adulto… y esa España tan grande, tan libre y tan una, que nunca existió, salvo en la trastienda de los gatillos.
Comencé hace años a leer las páginas de Carlos, pero cuando gracias a mi amigo Rafa desembarqué realmente en aquellos cuadernillos grandes y blandos, de no muchas páginas, que ya no existen apenas, descubrí que iban recopilando dibujo a dibujo, una historia que no me habían podido contar y que yo llevaba tiempo tratando de desgranar: la de mis padres, la de mis abuelos, la de muchos amigos y conocidos. Estaba ahí, en pinceladas de la vida de otro, muchas cosas diferentes, y otras no, pero en un país que nadie había podido llegar a inventarse pese a los engaños.
Ese es Carlos Giménez, admirado por muchos del oficio, y maestro de verdad. Para conocer detalles, mejor leerle, y para la guinda le hice algunas preguntas en el Expocómic ’09, así que los dos nos quedamos muy a gusto… bueno, seguro que yo un poquito más. No tengo que coincidir con alguien en todo para sentir una profunda admiración por él, pero es que hay muchas coincidencias.
Eres un referente en el mundo del cómic, así como dibujante de cómic histórico, pero ¿cuáles fueron los tuyos?
Mis referentes fueron los tebeos que yo leía de niño, sobre todo algunos que me gustaban especialmente. Creo que uno de los autores que más me movió a amar los tebeos y a disfrutarlos fue Juan Iranzo, que hacía las series de El Cachorro, Capitán Coraje, o Rayo Kid. A mí me encantaban todas pero cuando salió El Cachorro, en aquel colegio donde yo estaba fue como un rayo de luz, me parecían maravillosos sus dibujos.
Luego, en la medida que yo me fui haciendo mayor y empecé a conocer la profesión un poco, mis referentes obligados eran los dibujantes americanos, que en aquella época eran los referentes obligados de casi todos los que empezábamos, sobre todo Frank Robbins, que ha sido siempre «mi dibujante», el que me ha gustado mucho. Y luego también Luis Bermejo, Jesús Blasco,… todos aquellos maravillosos dibujantes que, cuando yo era niño, dibujaban y lo hacían maravillosamente bien. ¡Y muchos más!
Y de la actualidad ¿a quién destacarías?
Es verdad que a los de las nuevas generaciones no los conozco tan bien, pero de los que conozco (tampoco voy a dar ningún nombre nuevo), de los franceses seguiría destacando a Moebius, a Mezieres a algunos que ya han dessaparecido…
Y de los españoles podría citarte a Beá, a Enrique Ventura, a Adolfo Usero, a Bernet, a Alfonso Font… Toda esa gente me parece que son un grupo maravilloso que ha hecho cosas muy estupendas.
Cuando comienzas a hacer los cómic de la línea de Paracuellos, España Una, España Grande, España Libre, Barrio y demás, ¿pesa más en la historia y el dibujo tu parte biográfica o la necesidad de hablar de una libertad que no existe en ese momento?
Bueno, todo se compone un poco de lo mismo. Cuando echo mano de mi memoria, por ejemplo en el caso de Paracuellos, para contar esas historias que a mí me han pasado, pues hay un componente primero que es que tengo que hacer historietas para ganarme la vida, segundo, que quiero hacer las que quiero hacer y no otras (llegó un momento en que no quería hacer ya las historietas comerciales que venía haciendo), tercero, que yo tenía unas cosas que contar de unos colegios donde había estado, que no eran importantes en un concepto universal, pero que eran lo suficientemente importantes en lo personal. Yo quería contar mis historias, de cosas que había conocido y visto, y que sabía que si no las contaba yo, a lo mejor otros no las contaban.
Y como he tenido siempre clara la idea de que para contar las cosas bien, tienes que conocerlas muy bien (porque si cuentas cosas de oídas, terminas contando lo evidente: si te cuento la historia de un policía montada del Canadá, a no ser que me documente muy bien, te contaré lo que he leído en otro tebeo, o he visto en una película). Entonces creo que es mejor trabajar con tus propias experiencias, con las cosas que has vivido y partiendo de personajes reales que has conocido, lo que te ha pasado a ti y a gente que está próxima a ti. Y contarlo con la sinceridad y la autenticidad que da el conocerlo perfectamente.
Entonces, me baso mucho en mi biografía, porque es una forma fácil de encontrar historias y porque las historias que cuento son cosas que conozco muy bien, sé cómo eran y cómo han ocurrido, y puedo contarlas bien.
¿Echas de menos que haya otra gente que se dedique a este tipo de historias o quizá te sientes más orgulloso de ser el primero y el único que escribe sobre el tema?
Bueno, quizá abrí un poco el camino en esta dirección… quizá fui de los primeros (por no decir el primero), sobre todo en este país, y en otros no recuerdo que hubiese otro antes que yo que contase cosas muy personales partiendo de su propia biografía (quizá lo había y no lo conozco). Y en estos momentos hay mucha gente que lo hace: gente mucho más joven que yo, que están hablando de sus padres, de sus hijos, de las cosas que han conocido y han vivido.
¿Crees que con esta Ley de la Memoria Histórica es suficiente para dar carpetazo a un montón de cosas que faltan por investigar, estudiar y contar para que conozca la gente, o habría que recorrer más camino?
Pienso que el resto del tiempo en que queda al mundo por vivir, habrá tiempo para hacer eso y tantas otras cosas. Lo que hacía falta era poner la historia reciente de España (la guerra civil, la postguerra y todo esto) sobre la mesa en igualdad de condiciones con otros temas. Durante muchos años no se pudo tocar: pues ahora se trata de tocarlo hasta convertirlo en una cosa normalizada, una cosa de la que se puede hablar como de cualquier cosa.
Ni es cuestión de seguir hablando toda la vida de esto, ni hay ninguna razón para dejar de hablar de ello. Simplemente, que cada uno cuente lo que quiera, de lo que sepa, de lo que tenga que contar, y con arreglo a sus propios criterios. Sin miedo, sin vergüenza, sin pensar muchas veces eso de «¡ya está bien!» Pues no, no está bien, ¿por qué va a estar bien? Mientras haya alguien que quiera decir algo, que lo diga. Igual que durante muchos años, los de un bando han tenido mucho tiempo para contar muchas cosas.
Ahora deberíamos llegar a estar en la paz cuando hiciera 40 años que los que no han podido hablar hubieran estado hablando. Entonces podría seguir cada uno hablando de lo que quisiera. Que nadie se queje con «¡que ya está bien de hablar de la guerra!» No, hombre, es que habéis estado 40 años hablando solo vosotros y contándolo desde vuestro lado.
A mí me parece muy bien lo de la revisión de la memoria histórica, y que la gente hable. Tengo un amigo que me dice «lo de la memoria histórica lo inventaste tú, sólo que no sabías que se llamaba así«. Pues quizá es verdad. Yo empecé hace mucho tiempo a abrir camino por este lado diciendo «el mejor filón es contar mis propias experiencias«, sobre todo porque yo he vivido una época que está ahí y de la que no se habla nunca. Ahora se habla: ¡pues muy bien, que se hable! Y el que no quiera hablar que no hable, y el que no quiera escucharlo que no lo escuche. Antes nos obligaban a escucharlo y ahora nadie obliga a nadie a nada: si a usted no le gustan las historias que hablan de esto, cómprese otras. O haga las suyas, que también hay. Ahora hay de todas las historias.
¿Opinas que está bien con lo que hay, o tendríamos que volver a una República?
Hay que dejar que la vida transcurra de una forma lógica y tranquila. Lo único que hay que hacer es exigir siempre más de los gobiernos que tengamos. A mí me da igual que haya un rey o una república, porque no es eso lo que hace que un país viva mejor o peor. Hay países muy atrasados donde hay una república (y muy adelantados también) y viceversa. No es lo que marca, aunque a veces dices ¿y por qué un rey? ¡Pues también es verdad, por qué un rey! Pero no es por ahí por donde hay que empezar a limpiar, lo que pienso es que no hay que conformarnos con lo que hay: últimamente, por culpa de los terrorismos, por culpa de las crisis, por culpa de tantas cosas, se están perdiendo muchos derechos. Cosas que teníamos conquistadas, que se habían conseguido, ahora resulta que vuelven otra vez los contratos basura, vuelven otra vez que registrarte en los sitios por si eres un terrorista… Hay grados de libertad que habíamos conseguido y que los estamos perdiendo. Pienso que hay que volver a pedirlos y siempre ir alcanzando más, nunca alcanzando menos.
¿Te has planteado alguna vez en tus trabajos ir más allá y hacer una parte biográfica del post-franquismo?
Sí, claro, lo que pasa es que todo esto, esta industria industria en la que yo estoy inmerso, trabajo y me muevo, forma parte de un tinglado comercial que cada vez está más reducido, cada vez se hacen tiradas más pequeñas, cada vez se vende menos, y entonces no es sólo cuestión de querer.
Hace unos años, cuando había revistas, en los ’70 y ’80, decías «voy a hacer este tema«. Y lo hacías, porque publicabas junto con montones de temas. Ahora, para publicar directamente en el álbum tienes que pensártelo mucho, si va a tener una mínima aceptación, si se va a vender mínimamente bien (porque si no tú no comes). Si no se vende el editor no lo quiere y si no se vende se acabó tu profesión.
Entonces, antes de hacer una historia, tienes que pensar que tema…, y si ese tema es un tema… Así que yo ya no trabajo con la misma sinceridad con que trabajaba en los años ’80, porque ya no tengo una revista donde publicar, tengo que ir directamente al álbum, y en el álbum, el mismo editor, cuando le diga que voy a hacer según que tema me va a poner mala cara «¡hostias, es que eso no se va vender bien…!» Entonces hacemos lo que podemos, dentro de lo que se puede.
¿Y por qué no hay ya revistas, salvo El Jueves y poquito más?
Pues hace unos años se inició una regresión, los editores que había en ese momento decidieron que era mejor arriesgar muy poquito y ganar poquito, pero al menos no tenían pérdidas. Entonces, en vez de ir a los quioscos vendiendo tiradas de 30.000-40.000 ejemplares como mínimo, decidieron ir a lo que se llaman «tiendas especializadas», haciendo tiradas de, a veces, hasta 500 ejemplares solamente. Así que tirar 2.000 ejemplares ya es todo un éxito.
Es lo que llaman los castizos «el chocolate del loro», eso y nada es todo y nada, entre otras cosas porque el público que podría leer estas cosas mías no es un público de fans como el de los superhéroes o los manga. El público que lee mis cosas son gente que lee el periódico, que compran libros en las librerías… Yo quisiera estar publicando en los quioscos y en las librerías, pero en las tiendas especializadas, mala cosa, porque los que van son más los fans, las tiradas son muy pequeñas. Así que es un mundo muy reducido, cada vez menos interesante y cada vez con menos posibilidades para desarrollarse los autores.
Yo tengo la enorme suerte de que al llevar mucho tiempo en la profesión, hay una parcelita que tengo ya hecha donde más o menos me muevo. Pero para alguien que estuviera empezando ahora y que quisiera moverse al nivel de historias que yo cuento, no tendría sitio, porque le pagarían tan poco que no podría hacerlas.