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Un tripulante de la Flotilla de la Libertad II escribe al almirante israelí Eliezer Maron

Carta a un almirante

Fuentes: Il Manifesto

Traducido por Gorka Larrabeiti

Querido almirante Eliezer Maron:

Espero me disculpe si con la presente le robo un poco de su tiempo. Sé que está ocupadísimo entrenando a sus tropas de élite para asaltar y detener los barcos de la Flotilla de la Libertad 2, que se preparan para zarpar rumbo a Gaza cargados de ayuda humanitaria. Sepa, pues, que iré a bordo de uno de esos barcos, así que perdone si antes que me devuelvan o me detengan sus soldados me tomo la libertad de comentarle unas cuantas cosas sencillas a propósito de algunas declaraciones suyas. Dice usted que no nos mueven motivos humanitarios sino de «odio por Israel».

Debería usted ver los rostros de las chicas y chicos que están a punto de embarcar. Vería en ellos sonrisas, miradas llenas de esperanza, a veces la ingenuidad de quien aún cree que vale la pena bregar por los demás. Encontraría de todo menos odio. Es más: tal vez, además de solidaridad activa con la población de Gaza que lleva años encerrada sufriendo un asedio feroz, se aprecia una solidaridad con un Israel prisionero de una lógica que parece no poder concebir otra ley sino la del más fuerte, aun a riesgo de sofocar así lo mejor que su sociedad ha expresado y sigue expresando.

Usted, que es un militar, sabe mejor que yo que el asediante suele ser víctima de su proprio asedio. Así, usted, que es un soldado, llega a afirmar que los barcos civiles cargados sólo de jóvenes y ayuda «tienen el objetivo de desafiar al ejército israelí». ¡Venga ya, almirante! Su gobierno siempre se ha jactado de tener uno de los ejércitos más poderosos y mejor armados del mundo. ¿Va a resultar ahora que bastaría con unas pocas decenas de barcos para desafiarlo? Quisiera decirle algo que acaso alimente su orgullo marcial: en las caras de esos chicos y chicas, y también en la mía, aunque ya hace tiempo que ya no soy un chico, podría leer también el miedo. Sí, ustedes, a mí, a nosotros, nos dan miedo. Nos dan miedo sus tropas de élite armadas, y sus barcos de guerra; nos da miedo el momento en que nos crucemos.

Pues bien, precisamente este miedo nos aporta un motivo más para zarpar, ya que nos acerca, si bien de modo reducido, al miedo que están condenados a sufrir diariamente los hombres, los niños, las mujeres de Gaza cuando les llueven del cielo misiles y bombas de fósforo, y cuando la única esperanza de vida digna de vivirse se les vuelve desesperación y rabia.

¿Acaso es cierto, almirante Eliezer, que la seguridad de Israel puede quedar garantizada gracias al miedo que infunde? Ya, lo olvidaba, esto no son asuntos de su incumbencia. Usted dijo que responde sólo ante las fuerzas armadas israelíes. Que obedece órdenes, vamos. Disculpe usted si ese «sólo obedecía órdenes», me trae a la memoria justificaciones empleadas otrora para exonerarse de responsabilidades por crímenes horrendos que sucedieron en la reciente historia europea. Asimismo, dijo usted que tratará de no usar en nuestra contra «armas letales». Déjeme agradecerle sinceramente esa deferencia. Añadió también que está entrenando a sus soldados a no reaccionar violentamente contra quienes les escupan o les lancen colillas de cigarrillos. Bien, pero esta formación se la puede ahorrar. Les aseguro que nadie va a escupir a a sus tropas de élite. Escupir a un hombre es un acto para humillarlo y resulta que nosotros nos batimos pacíficamente contra toda acción que degrade la condición humana. De lo contrario traicionaríamos las palabras de Vittorio Arrigoni «sigamos siendo humanos», lema bajo el cual parte la Flotilla. 

Estaría bien, para concluir, que nos encontráramos en el mar, frente a Gaza y nos saludáramos tocando las sirenas, nosotros desde nuestros cargueros, ustedes desde de sus buques de guerra, y pudiéramos llegar al puerto de esa ciudad y descargar la ayuda con las sonrisas de esos rostros jóvenes que le decía, para poder decirle así a esa población que no está sola, que no la hemos olvidado, y que aún vale la pena no transformar la desesperación en odio. Sé que es un sueño ingenuo. Pero sabe usted: soñar ayuda a imaginar un mundo que no conozca sólo muertos y guerras, soñar ayuda a construirlo. Espero que también usted, almirante, sea capaz de soñar. Se lo deseo de corazón. Hasta pronto.

Fuente: http://www.ilmanifesto.it/area-abbonati/in-edicola/manip2n1/20110625/manip2pg/01/manip2pz/305529/