Es triste cuando un escritor reconocido decide adherirse a la propaganda oficial del gobierno de un país que acaba de llevar a cabo masacres de más de un millar de civiles. Tal es el caso del escritor Marcos Aguinis, como puede verse en un texto que está circulando por la red y que sirve a […]
Es triste cuando un escritor reconocido decide adherirse a la propaganda oficial del gobierno de un país que acaba de llevar a cabo masacres de más de un millar de civiles. Tal es el caso del escritor Marcos Aguinis, como puede verse en un texto que está circulando por la red y que sirve a los defensores de los ataques de Israel en Gaza como apoyatura a la sinrazón. No caben dudas que Aguinis es un magnífico novelista y un bien documentado intelectual. Por esta misma razón llama la atención que parte de su línea argumental en el debate político asuma el paradigma maniqueísta de «Civilización vs. Barbarie» al opinar sobre Oriente Medio. Claramente se posiciona Aguinis como un ferviente defensor la causa del gobierno israelí, aún cuando incurra en serios errores y en las contradicciones propias de cualquier propaganda.
Comienza Aguinis afirmando: «Israel ahora condensa el milenario odio hacia los judíos y es tratado con el mismo consciente o inconsciente prejuicio. Siempre es el culpable. Haga lo que haga, siempre está mal, excepto cuando contribuye a su autodestrucción. Se desconocen sus virtudes, se exageran sus defectos.»
Con esta frase fatal, Aguinis claramente apunta a identificar cualquier ataque a las políticas de Israel con un supuesto «odio milenario hacia los judíos». Esta frase contiene dos falacias. Por un lado, queda evidente que Aguinis cree en las tesis apocalípticas y paranoicas judías que sostienen que los judíos siempre han sido perseguidos por su condición de judíos y siempre serán perseguidos porque el mundo les odia. Un axioma que denuncia una visión tribalista de la Historia de la Humanidad, que presupone un carácter «especial» al pueblo judío. Por otro lado, Aguinis no contextualiza en esta introducción la actual coyuntura geopolítica del conflicto Israel-Palestina y pretende apoyarse en su axioma para desacreditar cualquier posición crítica hacia Israel, al cual él considera «especial». La tesis de Aguinis es la misma de la oficialidad judía (y por qué no decirlo israelí) para sostener que toda crítica a Israel se expresa en términos de odio hacia los judíos.
Para apoyar su axioma, Aguinis en su artículo se esfuerza por reafirmar la tesis del «judío eternamente perseguido» sin contextualizar lo suficiente cada momento preciso en las diferentes persecuciones que vivió el pueblo judío a lo largo de la historia. Hacer esta extrapolación es peligroso y conlleva una generalización que solo confunde. ¿Es lo mismo hablar de la expulsión de los judíos europeos a finales del S. XVI que la Shoah en la Alemania Nazi de mediados del S. XX? Evidentemente hay factores distintivos en cada momento histórico que lo hacen particular, pero hablar de un odio milenario parece no sólo excesivo sino que no resiste el menor análisis. Y sobre todo, proviniendo de Aguinis, que bien conoce la historia plasmada en sus ya recordadas novelas como «La Gesta del Marrano», o «La Matriz del Infierno».
En todo caso resulta sugestivo que en el contexto de la injustificada agresión a Gaza el autor de «La Cruz Invertida» se posicione favorable a una acción criminal condenada incluso por los propios relatores de Naciones Unidas y por innumerables intelectuales de origen judío. ¿Se ha enrolado entonces Aguinis a la propaganda del oficialismo israelí? Es una cuestión que el propio Aguinis debería explicar para ver desde donde escribe.
Habiendo desenmascarado el presupuesto axiomático fundamental del artículo que se percibe tan solo al comienzo del mismo, resulta no menos revelador analizar el resto de sus argumentos, por sus diversas contradicciones.
Expresa nuestro «eximio» escritor: «Los judíos conforman la comunidad humana que ha padecido el maltrato más obstinado de la historia. (…). Por ejemplo, durante la «peste negra» que asoló Europa, se les atribuyó haber envenenado los pozos de agua y las turbas se dedicaron a incrementar el número de muertos judíos. Tuvo que intervenir el Papa para frenar tamaña locura.»
Nadie niega los hechos antijudíos que Aguinis menciona pero ponerlo al pueblo judío en papel de víctima casi exclusiva de la historia de la humanidad es cuanto menos tendencioso, sobre todo cuando sabemos, por conocimientos de esa historia, de muchos otros pueblos que han sido víctimas, incluso varios que hoy ya han desaparecido del mapa por haber sido brutalmente diezmados, y no han merecido la misma distinción de Aguinis siquiera para citarlos de ejemplo. Recordemos que los judíos de la España de finales de S. XVI fueron acompañados en la expulsión por los árabes, llamados despectivamente «moros», residentes desde siglos en la Península Ibérica; o que mucho antes del genocidio judío en la Alemania Nazi, otro pueblo ya había sufrido el exterminio masivo de su población: los armenios a manos de los turcos; o que junto con los judíos europeos también sufrieron persecuciones y el exterminio masivo más de un millón y medio de gitanos. El caso de los gitanos entonces resulta aún más paradigmático que el caso del pueblo judío, pues no han sido beneficiados con un Estado propio o un hogar nacional gitano, siendo hoy en día, discriminados de manera brutal por amplios sectores sociales en la Europa Occidental y cristiana. Pero Aguinis no lo menciona, poniendo sólo el énfasis de la exclusividad de la persecución en el pueblo judío, omisión grave que denuncia su interés exclusivo de reforzar su axioma de que los ataques a las políticas de Israel serían resultado de un supuesto odio irracional y exclusivo a los judíos por parte de los «gentiles»…
Otra cita de Aguinis merece igualmente un llamado de atención. Dice el autor de «Refugiados: Crónica de un palestino» : «En Egipto, país que ha firmado la paz con Israel y debería contribuir a desalentar el odio, tuvo gran éxito una serie de TV donde se mostraba cómo los judíos degüellan niños árabes sobre una palangana para llenarla con su sangre y luego amasar el pan de la Pascua. No hubo condena de ningún organismo internacional a tamaña usina de odio. La dolida queja de Israel fue contestada con esta frase: «En Egipto hay libertad de expresión».»
Ciertamente son cuestionables ciertas ideas trasmitidas en el mundo musulmán, aquí parece Aguinis consubstanciado con el sistema educativo egipcio, pero nada dice nuestro respetado escritor acerca del sistema educativo israelí (y por qué no decirlo judío) en el que se niega la propia historia del Estado, substituyéndola por una «historia oficial» plagada de omisiones y tergiversaciones de los hechos históricos. Y cuando un historiador surgido de Israel pone en cuestión esa historia, primero es perseguido para luego ser obligado a abandonar no solo la academia sino el país. Es sugerente que Aguinis no mencione lo ocurrido con el historiador Ilán Pappé, quien tuvo que buscar refugio no solo académico en Inglaterra, sino también para protegerse de las amenazas contra él y su familia en Israel. Pues si el novelista se propone analizar el sistema educativo en el mundo árabe, sería preferible que comenzara por casa, analizando no sólo el sistema educativo judío sino también la propaganda del sionismo impulsora de dudosas ideas.
Luego añade Aguinis una suerte de introito a una campaña mundial de desprestigio hacia los judíos afirmando que: «Predicadores, políticos e intelectuales tienden ahora, como en la década de 1930, a incentivar el antisemitismo «demostrando» que el sufrimiento de los judíos, en vez de provocarnos solidaridad, debería hacernos comprender su maldad incurable. Son auténticos verdugos, criminales. Ya no queda bien calificarlos de «raza inferior», por supuesto. Los racistas son ahora los judíos. Racistas, nazis, asesinos de niños, lo peor. En la Carta del Hamás, por ejemplo, se los identifica según el libelo fraguado por la policía zarista en Los protocolos de los sabios de Sión : provocaron todos los males del mundo para dominarlo, incluida la Revolución Francesa, la Primera y Segunda Guerraa Mundial, la Revolución Rusa y otras calamidades por el estilo.»
Nuevamente recae en la utilización del concepto de antisemitismo para confundir al lector y mezclar cualquier crítica a Israel en una perversa campaña antisemita, aún cuando miles de voces críticas provengan del propio mundo judío. Por otra parte Aguinis recae en la demonización del otro, planteando una suerte de protocolos a la inversa y donde existiría un complot del mundo islámico para exterminar (una vez más) al pueblo judío. En la lógica del lenguaje de todos los comentaristas sobre el Oriente Próximo, pocos conocen la propia historia del Hamas, apoyado inicialmente por Israel en su lucha contra la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) a comienzos de los ’80.
Continúa analizando Aguinis la fórmula para el odio contra los judíos: «Recordemos que las grandes matanzas comenzaron por una intensa descalificación. Luego resulta fácil avanzar. El Holocausto no hubiera sido posible sin las centurias previas, donde el judío era asociado con ratas y cucarachas. Las «leyes raciales» que lanzó Hitler durante años deshumanizaron a los judíos hasta que en muchas partes del mundo se considerara su eliminación como un acto de higiene».
Una vez más cae en la confusión entre la crítica a un Estado moderno con las políticas claramente racistas de Hitler. En consonancia con las denuncias del Embajador israelí en Argentina, para quien existe un rebrote antisemita, Aguinis parece darle letra a los textos oficiales del establishment comunitario judío proisraelí. ¿Pueden compararse las leyes raciales hitlerianas con las manifestaciones contra las acciones bélicas que Israel emprende contra los palestinos? La respuesta para Aguinis, aunque parezca infantil, es afirmativa: «El Estado de Israel es descalificado de la misma forma.», dice. Lejos de buscar aclarar el origen de la historia reciente, realiza una ecuación axiomática que no termina de cerrar. Y luego avanza en sus débiles argumentos: «Se lo acusa con una tirria (a Israel) que no se aplica a otras naciones. En especial sobresale la izquierda fascista, que ha traicionado sus ideales de origen y ahora se asocia con dictaduras y teocracias. Si Irán, junto con las organizaciones terroristas que apoya, lograse su objetivo de borrar a Israel del mapa, no se derramarán muchas lágrimas, porque el mundo se está convenciendo de su malignidad innata.»
O sea, Agunis no analiza si las críticas al Estado de Israel son justas o no, simplemente las desacredita sin ningún análisis por ser una extrapolación del irracional odio al judío. Con una verborragia propia de alguien que se ve acorralado en sus propios argumentos Aguinis olvida las críticas hacia Estados Unidos en su «lucha antiterrorista» o las miles de manifestaciones que en Europa dijeron que no tanto a la invasión a Afganistán como a Irak, consiguiendo incluso, que algunos gobiernos de la centro izquierda europea tuvieran que revisar sus políticas internacionales de apoyo irrestricto a la guerra, como ha sido el caso español con el retiro de las tropas de aquel país de Irak a los pocos días de asumir el actual presidente José Luis Rodríguez Zapatero. En esto, las manifestaciones de la ciudadanía Europea contra sus propios gobiernos son incluso a veces más violentas que las expresadas contra Israel y su accionar bélico contra el pueblo Palestino. Pero está claro, que para Aguinis manifestarse contra Europa o Estados Unidos es lo mismo que hacerlo contra la civilidad occidental que él admira y cuyo reflejo en Oriente medio sería Israel.
Y para finalizar estos argumentos expresa: «Terminado el Holocausto, tampoco se derramaron demasiadas lágrimas: los puertos del mundo se cerraron para los supervivientes, incluso los de América latina y los Estados Unidos. Un año después de terminada la guerra hubo otro progrom en Polonia.» Ciertamente muchos puertos se cerraron a los judíos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no es menos cierto que hubo judíos que apoyaron al régimen nazi, que hubo muchos alemanes que jugaron sus vidas para salvar judíos y que en todo caso, el repudio generalizado del horror de la Segunda Guerra Mundial se vio reflejado en la sanción de la Carta de Derechos Humanos de Naciones Unidas, arrojada al mundo el 10 de diciembre de 1948, carta de los derechos humanos, que el propio Israel viola sistemáticamente desde 1948, año de su creación.
A contrapelo de las últimas investigaciones históricas (incluso de los llamados nuevos historiadores israelíes, entre quienes se encuentran el propio Ilán Pappé, mencionado ya en este artículo) el novelista afirma: «El Estado de Israel no fue un regalo por causa del Holocausto, sino que consiguió su independencia luchando contra la más poderosa potencia colonial de entonces, que era Gran Bretaña. Los foros internacionales sólo le fueron favorables en noviembre de 1947, cuando las Naciones Unidas votaron por más de dos tercios la partición de Palestina en un Estado árabe y otro judío. Al Estado judío no se le otorgaba casi ningún sitio bíblico de significación, ni siquiera Jerusalén, cuya mayoría de habitantes era judía. Para «compensar», le adjudicaron el vasto desierto del Neguev. Los judíos aceptaron felices. Los estados árabes, en cambio, juraron violar esa resolución y arrojarlos al mar. Ni mencionaron independizar un Estado palestino. Tampoco lo crearon durante los 19 años en que ocuparon la Franja de Gaza y toda Cisjordania.»
Aguinis incurre en este último párrafo en una serie de argumentos falaces que la propia historiografía israelí ha comenzado a poner en cuestión:
- El Estado de Israel no fue un regalo por causa del Holocausto, sino que consiguió su independencia luchando contra la más poderosa potencia colonial de entonces, que era Gran Bretaña.
A esta falacia habría que recordarle a Aguinis la declaración Balfour de 1917 donde esa poderosa potencia colonial les promete a los judíos un hogar nacional. Habría que recordarle además que el suelo donde le promete tal hogar nacional estaba habitado por mayoría de población aborigen árabe. Cierto es que las ideas de Gran Bretaña eran afincarse en Oriente Medio por décadas, pero no es menos cierto que sin el apoyo británico y estadounidense, Israel hoy sería una ilusión como lo es el propio sueño palestino de un Estado Independiente.
2) Al Estado judío no se le otorgaba casi ningún sitio bíblico de significación, ni siquiera Jerusalén, cuya mayoría de habitantes era judía. Para «compensar», le adjudicaron el vasto desierto del Neguev. Los judíos aceptaron felices.
Lo que para Aguinis son los sitios bíblicos, para los palestinos de 1948 eran sus tierras desde muchos siglos atrás. En todo caso tampoco es cierto que se les negara a los judíos una parte importante del suelo palestino, aún cuando ese suelo era habitado mayoritariamente por población árabe, la cual ha sido expulsada según constan las investigaciones de Ilán Pappé en su trabajo «Limpieza Étnica de Palestina». Aguinis incurre en graves errores históricos para enunciar alegremente la felicidad de los judíos por recibir la resolución de la ONU de partición de la Palestina histórica en dos Estados, decisión que desde 1967 a la fecha ha sido una y otra vez rechazada por el propio Estado de Israel en su aventura colonial.
3) Los estados árabes, en cambio, juraron violar esa resolución y arrojarlos al mar. Ni mencionaron independizar un Estado palestino. Tampoco lo crearon durante los 19 años en que ocuparon la Franja de Gaza y toda Cisjordania.»
Ciertamente desde 1948 hasta 1967 no se declaró la instauración del Estado Palestino. Tampoco desde las conquistas israelíes de 1967, conquistas que no sólo impidieron el desarrollo de cualquier estado viable, sino que en el doble rasero de la política colonial, se construyó y se siguen construyendo colonias en los territorios usurpados. Esto sin hablar del muro de la vergüenza que generó una división del territorio palestino que hace inviable cualquier opción en el surgimiento de un Estado palestino al día de hoy. Para simplificar la cuestión Aguinis recurre a los mismos clichés de la propaganda oficial israelí y no busca indagar nunca la historia para conocer lo que fue un plan sistemático para convertir una tierra ocupada en su mayoría por palestinos en un Estado étnicamente «puro» de judíos. Sería altamente positivo que Aguinis leyera a Ilán Pappé y su historia sobre la Limpieza Étnica de Palestina, libro muy bien documentado en donde queda claro que los planes de los primeros judíos sionistas (con Ben Gurion a la cabeza) era el de expulsar a los palestinos de sus tierras. Sobre el principio de limpiar étnicamente palestina, pensar en la construcción de un Estado palestino es no solo una ilusión sino una hipocresía que los propios dirigentes israelíes se encargaron de difundir al mundo en forma de propaganda, propaganda que el novelista argentino ha comprado y ahora repite como loro.
Aguinis continúa haciendo un análisis de la historia de Oriente Próximo como si conociera algo de ella. Habla de la guerra de 1967 y 1973 poniendo nuevamente como víctima a Israel. Otra vez la propaganda israelí se hace letra en el texto del escritor. Es que Aguinis no ha visto las conferencias de Norman Finkelstein siquiera en la que explica que Israel pudo, de haber querido, no involucrarse en estas aventuras guerreras. Hoy no conoce y no comprende quien no quiere, pues acceso a la información es lo que abunda. Pero Aguinis prefiere, como muchos miles de judíos en el mundo, la propaganda que al conocimiento de los hechos, analizado por historiadores y juristas con documento en mano. Habla de las bondades de Beguin quien entregó la Península del Sinaí a Egipto, como si de un favor se tratara. Israel debió haber devuelto los territorios ocupados a Siria, Líbano y Palestina inmediatamente después de terminada la llamada guerra de los 6 días. Mejor dicho: jamás debió haber conquistado esos territorios.
Y luego, la falacia final que repiten hasta el hartazgo los dirigentes israelíes sobre el retiro de las colonias de la Franja de Gaza: «Tampoco ayudó a la paz que evacuase por completo la Franja de Gaza sin pedir nada a cambio. Y la esperanza de que cesara el lanzamiento de misiles contra las poblaciones del sur. La Franja se convirtió en un territorio Judenrein. ¿Qué hicieron los líderes de Hamás con las 20 colonias paradisíacas que les dejaban los pioneros israelíes, llenas de flores, árboles, invernaderos, centros sanitarios, granjas, escuelas y hasta fábricas? ¡Las destruyeron, quemaron y convirtieron en escombros! ¿Fue condenada esa depredación irracional? No.»
Habría que recomendarle entonces a Aguinis que dejara la escritura por un tiempo y se abocara a informarse sobre lo que realmente sucedió tras el retiro de Gaza y el objetivo de Sharón para tal repliegue. Nunca hubo voluntad por parte de las administraciones israelíes sucesivas de generar una atmósfera de paz en la región y muy por el contrario tras el retiro de Gaza se bloqueó todo acceso a la Franja, sometiendo a su población de más de un millón y medio de habitantes a una situación de hacinamiento vulnerando los más elementales derechos humanos. Y ¿qué esperaba Aguinis que fuera la respuesta de los gazatíes y su gobierno elegido en democráticas elecciones en 2006? Tal vez, la moral cristiana de poner la otra mejilla hubiera sido preferible para el escritor, quien desde la comodidad de su hogar en Buenos Aires, puede elevar juicios sobre la resistencia palestina sin que le tiemble el pulso. Pues con el retiro de Gaza la situación de los habitantes palestinos no solo empeoró sino que nunca dejaron de recibir las agresiones del gobierno israelí. Ilán Pappé constata que «desde el año 2000 hasta que empezó la guerra actual, el ejército israelí ha matado a tres mil palestinos (de ellos, 634 niños y niñas) en Gaza«. Nadie niega la cobarde actuación de los países árabes con respecto a los palestinos, de hecho los mismos intelectuales palestinos están clamando cómo el mundo árabe deja actuar a Israel, pero esto no le quita valor al crimen contra la humanidad que Israel perpetra en Gaza. Aguinis denuncia además con soltura el enfrentamiento entre la OLP (desde 1991 a la fecha prácticamente un apéndice israelí) y el Hamás, sin hablar de los soldados, objetores de conciencia israelíes, encarcelados con penas de hasta un año y medio por negarse a ir al frente a asesinar palestinos; o nada menciona Aguinis de los más de 10.000 presos políticos palestinos que Israel mantiene en sus cárceles; nada dice de las torturas que esos presos sufren aún cuando esto constituya un delito de lesa humanidad; no menciona las colonias en Cisjordania que no han dejado de crecer y expandirse; ni del muro de la vergüenza declarado ilegal por cortes Internacionales; o de la Limpieza Étnica de Palestina, denunciada por historiadores israelíes y sobre la que ya hemos hecho mención en esta respuesta. Aguinis habla de lo que sucede en el «bando palestino», pero nada dice del uso de armas prohibidas sobre la población gazatí, nada dice de los más de 400 niños asesinados en las tres semanas de operaciones militares desde que comenzara la nueva aventura bélica el 27 de diciembre de 2008, o de los 1000 civiles asesinados por al fuerza aérea israelí en el Líbano en 2006.
Cito nuevamente a Aguinis para coincidir por primera y única vez en su texto, cuando arriba a la siguiente conclusión: «Cierro con pena». (Dice Aguinis) «Los terroristas están ganando la campaña que enciende el odio en vez de conducir a la moderación, el diálogo y la paz.» (Fin de la cita) Solo que ahora difiero en quién es el terrorista. Para Aguinis como para la comunidad occidental civilizada los terroristas son los palestinos del Hamás y nada dicen del terrorismo de Estado que Israel ejerce desde su propia fundación en mayo de 1948 hasta la fecha. Porque para Aguinis comprar el discurso de la propaganda oficial de Israel es el camino intelectual más fácil para evitar tener que descubrir, estudio de la historia mediante, las mentiras de la historia «israelí» oficial. Pena que un autor culto y leído como Aguinis, de una pluma refinada, caiga en la ignorancia de no ver la realidad con ojos críticos. Su literatura es buena, pero sus posicionamientos políticos caminan al filo del neo fachismo sionista, aquel, que una vez más, pone en peligro la paz mundial.
http://www.deigualaigual.net/es/opinion/firma/3229-carta-de-respuesta-a-marcos-aguinis