Traducido para Rebelión por Alberto Nadal.
Queridos internautas [de Rue89],
Acabo de regresar de una estancia «sobre el terreno» en las zonas «liberadas» de Alepo, es decir, los sectores en manos de la revolución desde hace cerca de un año, en la metrópoli del norte de Siria.
El secuestro, el pasado 6 de junio, de dos periodistas de Europe 1, mi amigo Didier François y el fotógrafo Edouard Elias, ha hecho este tipo de investigación aún más peligroso. Por mi parte he optado por la inmersión en la resistencia civil, más que por la «protección» de algún grupo armado.
He podido constatar in situ los múltiples estigmas de los bombardeos gubernamentales, realizados con helicópteros, aviones, artillería y blindados. He oído una vez un bombardeo aéreo, cuyo impacto no he visto. He percibido de lejos las columnas de humo provocadas por un disparo de artillería.
He visto, ante cada uno de los hospitales de campaña tiendas de emergencia instaladas para el caso de que se produjera algún ataque químico. Hay que recordar que los servicios sanitarios de Alepo, gestionados por primera vez en su historia por una municipalidad democráticamente elegida, disponían de 10.000 dosis de atropina (para inyectar en caso de exposición al gas sarín) y de… 16 máscaras de gas.
Sobre todo me he zambullido en esta población de dos millones de personas para las que la vuelta de la dictadura es sencillamente inconcebible. Los bombardeos recurrentes no hacen sino intensificar el odio contra «el burro», «el perro» o «el pato», como es designado Bachar al-Assad por sus antiguos súbditos.
El pavor de los misiles Scud
Pero de todas las armas con las que el déspota golpea a los civiles insumisos, son los misiles Scud las que suscitan un pavor más intenso. Esos misiles balísticos son disparados desde el extrarradio norte de Damasco, a 300 km de allí, para caer sobre las zonas residenciales de forma ciega. No hay precedente de perpetración de un crimen de guerra así contra una población desarmada.
Esta noche, la del 26 de julio, en el barrio de Bab Nayrab, las familias se habían reunido, como en los demás hogares musulmanes de Alepo, para compartir la cena de ruptura del ayuno del Ramadán.
Un misil tierra-tierra ha caído sobre el edificio. 35 cadáveres se habrían sacado de los escombros, de ellos 19 de niños.
El Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH) no confirma por el momento más que diez víctimas, precisando que el balance puede aumentar rápidamente. La intervención de socorro se activa durante la noche a la luz de los proyectores. El vídeo grabado está puesto en línea por «periodistas-ciudadanos» del Alepo Media Center (AMC) y se puede ver en http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=NuwJLwaflG4
Esos sirios abandonados a su suerte…
Oigo ya a algunas buenas almas afirmar que un balance tan trágico debe ser confirmado por «fuentes independientes». Pero, ¿dónde encontrar esas famosas «fuentes» cuando la ONU se niega a acceder a las zonas revolucionarias, cuando las acciones humanitarias en ellas están en el punto de mira y cuando los periodistas extranjeros son allí secuestrados?
Entonces dejemos a esos sirios, a quienes se ha abandonado a su suerte, el derecho a contar sus muertos.
Otra tentación podría ser levantar un paralelo entre esta masacre de civiles por la máquina de guerra de Assad y los reveses sangrientos encajados estos últimos días por las fuerzas gubernamentales al suroeste de Alepo (la oposición ha denunciado incluso la ejecución sumaria de decenas de presos por un grupo yihadista).
Como si los crímenes de unos excusaran los crímenes de otros. Como si los civiles desarmados no deberían estar protegidos por todas las garantías del derecho internacional.
Los fantasmas de Gernika
En septiembre de 2012, el diario Le Monde rompía su práctica editorial publicando en una doble página la imagen de un bombardeo de Alepo y el testimonio de dos reporteros que habían asistido a él. Ese texto evocaba con emoción los fantasmas de Gernika. Diez meses más tarde, imágenes comparables provenientes de Alepo no provocan más que indiferencia.
Son las 14 h de este 27 de julio y, que yo sepa, ni un órgano de prensa occidental ha informado aún de la masacre de esta noche en Alepo.
Es cierto que este sábado por la mañana dos nuevos raids aéreos han golpeado otros dos barrios de Alepo, Bustan al-Qasr y Maadi.
Entonces, que no se nos hable más de ese «mundo transparente», de esa «conciencia universal», de la «imposibilidad para un dictador de masacrar hoy a su pueblo». Que no nos hablen más de eso, puesto que Bachar al-Assad lo hace desde hace 28 meses y le va muy bien así.
Durante el verano de 2012, tuve el triste privilegio de anunciaros a los lectores de Rue89 una masacre de civiles que estaba ocurriendo en Daraya, un barrio de Damasco.
La carnicería no había conseguido más que algunas líneas en nuestros diarios. Siria nos cansa, nos fatiga. Tenemos tanta prisa de que desaparezca de nuestro horizonte que algunos llegan a desear, cada vez menos discretamente, que Bachar aplaste a sus opositores de una vez por todas. Y que no se hable más del asunto.
Eso no ocurrirá, pues los revolucionarios de Siria han ido demasiado lejos para retroceder. Ni los Scud, ni los gases lograrán romperles.
La pintada preferida de las que traigo de Alepo es la siguiente:
«La revolución que queremos, es la revolución de la vida«.
Y es este mensaje de esperanza el que os traigo, a pesar de todo, desde Alepo, queridos internautas.
Carta publicada en la página francesa Rue89 el 27/07/2013.
Jean Pierre Filiu es profesor de las univesidades de Sciences Po París, autor en particular de Le Nouveau Moyen-Orient. Les peuples à l’heure de la révolution syrienne, Fayard, 2013.
rCR