El único día que celebro desde tu desaparición es el día de tu cumpleaños. Lo paso solo, contigo. Llevo pensando desde unas semanas antes de tu cumpleaños, Sammur, que siempre nos ha unido el amor por la experiencia, la voluntad de caer en la experiencia, arriesgarnos y vivir nuevos comienzos. Los principios siempre son difíciles, […]
El único día que celebro desde tu desaparición es el día de tu cumpleaños. Lo paso solo, contigo.
Llevo pensando desde unas semanas antes de tu cumpleaños, Sammur, que siempre nos ha unido el amor por la experiencia, la voluntad de caer en la experiencia, arriesgarnos y vivir nuevos comienzos. Los principios siempre son difíciles, y las experiencias pueden ser catastróficas. Tú y yo lo sabemos.
En los ochenta del siglo pasado, te hiciste comunista y te uniste a una organización opositora, a sabiendas de que podían detenerte y torturarte, y cuando eso sucedió, gritaste en la calle para que la gente se percatara de lo que estaba sucediendo a su alrededor y de lo que les podía suceder a ellos. Te hicieron callar y mandaron dentro a los curiosos que habían salido a mirar lo que sucedía desde sus balcones. La organización secreta especial con monopolio sobre las armas llamada «Estado» quería que todo les fuera visible, que los gobernados fueran libros abiertos, en los que no hubiera secretos ni privacidad. El espionaje y la tortura eran sus métodos para lograrlo.
Al igual que tú, quizá unos pocos años antes, me hice comunista, y me uní a otra organización opositora. También me detuvo la organización secreta, que se afanó en hacer de mí un libro abierto, mientras que ella permanecía bien sellada, sin revelarnos su contenido. ¿Recuerdas lo que dijo Rifaat al-Asad [1] sobre la necesidad del «mantener en secreto la razón securitaria» en la conferencia del partido Baaz de 1979 y la propuesta que hizo de que sus agentes vivieran en zonas privadas para que la gente común no supiera cómo pensaban? Unos años después, Rifaat perdió la batalla por el poder contra su hermano, pero el tratamiento que se le dio a dicho conflicto fue «familiar y local»: ni detenciones, ni torturas, ni asesinatos, y el perdedor disfruta del dinero robado a los sirios hoy en la democrática… Europa. Ahora bien, el «carácter secreto de la razón securitaria» y la vida de los altos cargos del aparato de seguridad del régimen en mundos a los que no se envía al común de los sirios ni donde se les pide rendir cuenta alguna se han mantenido como una norma intacta hasta hoy día.
Nos hicimos comunistas en un momento en que el comunismo significaba cambiar la realidad, cambiar el mundo y, junto a ello y ante todo, cambiar uno mismo. No pudimos cambiar la realidad de nuestro país, pero nosotros sí cambiamos y deseamos cambiar, como si quisiéramos ver ese cambio en el mundo, según la máxima de Ghandi. Al salir de la cárcel ya no éramos las mismas personas. Aceptamos que la cárcel era una parte integral de nuestra vida, como queríamos que lo fuera la libertad.
Unos años después de la cárcel, comenzaste una nueva experiencia. Te trasladaste a Damasco y viviste de forma independiente. Yo también hice lo propio unos años después de salir de la cárcel. Habías decidido trasladarte a otra ciudad y dar origen a un nuevo comienzo, algo que seguía siendo mucho más difícil en nuestro país para una mujer que para un hombre. Sin embargo, tomaste tu decisión y la llevaste a cabo, una acción muy valiente. La ex presa política quería ser libre en el ámbito personal, si la liberación general no se podía lograr. El ex preso político no necesitaba una valentía especial para hacer exactamente lo mismo en nuestro país.
En el año 2000, nuestros caminos se cruzaron en Damasco: dos ex presos, independientes, residentes en la capital que apenas habían conocido antes de la cárcel, y que vivían de su trabajo, tú de mecanografiar textos en el ordenador, que empezaba a llegar en aquel entonces, y yo de la escritura y la traducción.
Nuestro matrimonio, con nuestros diferentes orígenes y tempranos inicios, fue también un acto de libertad, y de valentía, más por tu parte que por la mía. Este nuevo inicio fue la continuación de lo anterior, de la lucha, la cárcel y la vida independiente. Teníamos dos historias que, en septiembre de 2002, se transformaron en una.
El cuarto inicio y la cuarta experiencia llegaron con la revolución. Me escondí para decir y escribir lo que consideraba correcto, y tú quisiste que nuestra casa se mantuviera abierta en la medida de lo posible. Tú hiciste de una casa alquilada un hogar, y para ti, salir de ahí era equivalente a salir del país. Lo dijiste en tu libro Diario del asedio a Duma 2013 [2]. Entonces no era consciente de ello, Sammur. Solo hoy comprendo que preservar la casa era tu forma de aferrarte a nuestro espacio común, nuestro puerto seguro al que volver tras una larga ausencia, pero siempre temporal. Tu forma de expresarlo en el libro recuerda a las grandes experiencias de desarraigo y éxodo forzado, Sammur, pero esas experiencias se ríen de la amargura de tu expresión: nos esperaba algo más duro y amargo.
Cuando salí de Damasco hacia Al-Ghuta oriental y fueron pasando los días, quisiste vivir la experiencia y unirte a ella. Lo deseabas tanto que en tu libro me «agradecías» por «haberte traído a ese lugar», y ello después de que yo me hubiera marchado a otro lugar. Ojalá, Sammur, por una sola vez, no hubieras venido y no me lo hubieras agradecido. Ojalá, por una vez, yo hubiera insistido en que no vinieras, aunque hubiera tenido que cargar con tu enfado durante un tiempo.
En nuestras experiencias de vida, de más de medio siglo antes de tu desaparición, se habían mezclado el peligro y el cambio, el enfrentarse al miedo sin la seguridad de que nos salvaríamos, y la salida del enfrentamiento totalmente cambiados. Tú y yo somos hijos de las experiencias que nos han creado y formado, y yo no podía decidir por ti en ese momento crucial, ni escoger para ti unas experiencias más seguras. Ojalá lo hubiera hecho.
Tu capacidad de aceptar las experiencias que venían siempre hizo más fácil vivir con las dificultades. A pesar de la dureza de las descripciones de tu libro, la aceptación supera al dolor, el dolor de lo que veías a tu alrededor y que tú misma padecías. No negabas el sufrimiento, pero tus palabras se centraban más en la observación.
Te esforzaste en transformar las experiencias en palabras, y las convertiste en sentimientos y vida. Las representaste en tu forma de ser, y yo las representé en mis acciones. Te curtiste en distinguir entre personas, Sammur, y tu juicio en ese sentido era mucho más certero que el de tu marido, poco precavido. Ambos tenemos en mente más de un ejemplo. Por mi parte, me dediqué a saber cómo distinguir entre ideas, entre lo real y lo falso, entre lo que abre puertas a otras realidades y lo que simplemente da vueltas alrededor de sí mismo. Lo que nos acercaba en este sentido es que queríamos distinguir y decantarnos por algo: diferenciar entre lo que vive y lo que muere, y ponernos de parte de la vida.
Tu política era la empatía, la implicación y la expresión del dolor de quienes lo padecían. Tus palabras en el Diario están impregnadas de esa política de implicación. No pusiste tu propio dolor por encima del de otros, y llegaste a la conclusión, clara y simple, de que el asedio que compartías con la gente de Duma era mucho más duro que la cárcel que ya habías experimentado como presa, y en la propia Duma. Mi política era la de decir la verdad sobre las autoridades a la gente. Alteraba a propósito alguna expresión recurrente en inglés sobre la necesidad de decir la verdad al poder o frente a él, y la encontrabas prácticamente igual en los libros de muchos otros. Nadie se dirigía al poder en ningún caso, aunque el discurso fuera desafiante, ni aunque se entendiera el poder en un sentido amplio que englobara a los poderosos, dueños de la influencia económica, social y religiosa, pero también la simbólica, como es el caso de artistas, pensadores y literatos. El poder era tal vez el objeto del discurso, pero este se dirigía a la gente en su diversidad, aquellos afectados por las acciones de quienes detentan la autoridad, y quienes pueden ser partícipes en acciones o palabras que lo cambien.
Tras tu desaparición a manos de una autoridad religiosa que roba mucho, mata mucho y miente mucho, como su homóloga asadiana, he adoptado una nueva política que lleva tu nombre y de la que eres el símbolo. En este sentido, tengo un recuerdo poco feliz, Sammur. En abril de 2016, solo unos días antes de nuestra supuesta cita, me llegó una invitación de un miembro de la Coalición Nacional a un «taller de evaluación de la trayectoria de la revolución a lo largo de sus cinco años» en Estambul. En ese momento, me encontraba en esa ciudad, pero era otra Estambul. Respondí a la invitación diciendo que no me interesaban ni la Coalición ni su gente, y que «mi política se llama Samira Khalil». No me contestó, ni tampoco expresó solidaridad alguna, como no se le ocurrió decir, por ejemplo, que podría asistir al taller de evaluación para hablar de «mi política».
Evito constantemente contarte cosas de esta experiencia vital incompleta, pero cuánto deseo que llegue el día en que estés a mi lado, para hablar de muchas «experiencias vitales», como solíamos hacer, aunque fuera solo durante unos minutos, cuando alguno de los dos llegaba de algún recado o de un viaje.
Hoy tienes una historia terrible de una experiencia terrible y larga, cuya carga no consiguen aliviar nuestras experiencias pasadas. Lo que estás viviendo tú, lo cuentas tú y lo contamos juntos.
Todas nuestras experiencias ─la lucha, la cárcel, la independencia y el amor, y después esta larga ausencia muda─ son dimensiones de las dolorosas experiencias del país cuyo trágico origen no fuimos capaces de ver en su formación, historia, ambiente y mundo, o bien lo vimos y no lo creímos. Tu ausencia está unida al coma del país y a las catástrofes que han afectado a innumerables personas.
Hoy, lejos de mí, no puedo cuidarte; y yo, lejos del país en llamas, que nos han dejado claro que se está quemando para que el pirómano perdure, intento ser quien cuente la historia interminable de Samira/Siria.
Esa es mi política.
Esa es mi lucha.
A pesar de la fragilidad de los instrumentos, el antiguo luchador sigue luchando, buscando nuevas formas de mantenerse en la batalla, en muchas batallas.
Hemos vivido una vida de lucha, Sammur, y nos marcharemos de ella combatiendo.
En el día de tu cumpleaños, ¡estate bien!
Notas
[1] Hermano de Hafez al-Asad y tío de Bashar al-Asad.
[2] Disponible en castellano gracias a Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Para más información, puede consultarse esta página.
Tomado de Traducciones de la Revolución siria