Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Después de una noche de lluvia el sol se abrió paso entre las nubes. Dos hermanos y su cuñado decidieron hacer una caminata por un paraje silvestre a través del espectacular valle de olivos del oeste de Ramala en Cisjordania. Alrededor del mediodía, de repente vieron una manada de ciervos que descendía rápida y desordenadamente hacia el valle. Se quedaron quietos mirando y, naturalmente, si los animales huían frenéticamente es porque tras ellos venía gente. Y, efectivamente, unos minutos después vieron a un grupo de soldados que lentamente hacían su ronda por el valle.
Los tres jóvenes palestinos estaban de pie en la cresta de las colinas que dominan el valle, a unos cientos de metros de los soldados, cuando los cuervos levantaron el vuelo. De repente, según el testimonio de uno de ellos, sin ninguna advertencia previa, los soldados empezaron a dispararles. Firas Kaskas de 32 años, jardinero en paro del pueblo de Batir, cerca de Belén, que había venido a visitar a su cuñado a su nuevo apartamento, cayó al suelo. Murió a causa de las heridas al día siguiente. Dejó una joven esposa y a sus tres hijas, la mayor de ellas de cuatro años.
Esta semana el sol se derramó de nuevo en el hermoso valle. Fuimos allí con Jamil Matur, el cuñado de la víctima que estaba con él aquel brillante y luminoso y, sin embargo, aciago y oscuro día. Estábamos de pie exactamente donde los tres se hallaban cuando abatieron a Firas y lo mataron. Aquí, aquí es donde Matur estaba de pie; Kaskas estaba aquí y su hermano, Baha, estaba de pie allí.
Un pastor recogió su rebaño abajo en el valle haciendo ruidos extraños que parecían largos gemidos. En contraste, el tintinear de las campanillas de las ovejas era agudo y agradable a los oídos. Una gran calma se esparció por el valle, en cuyos escalonados bancales hay varias ruinas antiguas. En los cerros del camino están las casas del vecindario de Mustaqbal. El camino del valle también corta a través de A-Tira, un prestigioso barrio de las laderas occidentales de Ramala, una ciudad que actualmente está experimentando un boom de construcción y prosperidad económica. Hace unas semanas, los miembros de la familia Kaskas -Firas, su esposa, Majida, y sus tres pequeñas hijas- visitaron al hermano de Majida en A-Tira. Acababa de instalarse y la familia fue a visitar el lugar y a disfrutar de un pacífico fin de semana juntos.
Esa mañana de domingo la familia tomaba tarde el desayuno y paseaba por el porche de su casa. Firas lanzó la idea de dar un paseo. Majida quería visitar a otro hermano en la cercana Bitunia; Jamil, cuñado de Firas, sugirió que entraran en el pueblo. Finalmente, ellos decidieron que Majida y las niñas irían a Bitunia y los tres hombres -Jamil, Firas y Baha- harían una pequeña marcha. Dejando su barrio, caminaron a lo largo de cerro sobre el lecho de un río seco. Cerca de una concentración de ruinas se detuvieron para mirar a los ciervos. A los residentes de Ramala les gusta venir aquí los fines de semana a pasar algún tiempo en la naturaleza, asar carne, fumar una narguila y disfrutar del paisaje.
Los tres hombres estaban de pie, separados unos metros entre ellos, cuando vieron a un grupo de soldados que descendían por le lecho seco del río. Estaban aproximadamente a 300 metros cuando los cuervos levantaron el vuelo, el valle los separaba. Los soldados se detuvieron al lado de las ruinas en las cuestas del cerro de enfrente. Jamil contó siete u ocho soldados. Entonces, sin ninguna advertencia previa, relata Jamil, los soldados abrieron fuego. Fueron una o dos ráfagas, dice. Jamil se puso a cubierto inmediatamente detrás de una roca, Baha yacía boca arriba detrás de él, mientras Firas estaba de pie enfrente, expuesto al tiroteo. Jamil se las arregló para llamar a Firas para que se cubriera detrás de la roca. Firas se volvió hacia él y después se desplomó.
«¿Te han dado?» Preguntó Jamil asustado.
«No es nada, sólo una bala de goma», respondió Firas.
Jamil y Baha se acercaron con precaución a Firas que pudo ponerse de pie. Le apoyaron durante unos pasos y entonces cayó de nuevo. La espuma se acumulaba en sus labios y abrió la boca para respirar. Jamil le quitó la ropa a su cuñado y vio unas gotas de sangre en sus calzoncillos y los pequeños orificios en la parte inferior del estómago y en la parte baja de la espalda. Dejó al hombre herido con su hermano y corrió a la casa más cercana para pedir ayuda. También elevó sus manos hacia los soldados para que no le dispararan también a él. Se quedaron mudos. Los empleados de una herrería y unos vecinos se apresuraron. Llevaron a Firas a un automóvil privado y llamaron una ambulancia palestina. Se encontraron la ambulancia por el camino y trasladaron a Firas al vehículo.
«Firas, ¿estás vivo?», preguntaba Jamil a su cuñado.
«No es nada», respondió Firas.
En la sala de urgencias del hospital estatal de Ramala todavía fue capaz de resistirse a que le quitaran los pantalones, pero finalmente accedió y lo llevaron inmediatamente a cirugía.
Según el informe médico: «El hombre nombrado abajo llegó al hospital estatal de Ramala el 2 de diciembre de 2007, después de ser alcanzado por una bala que penetró por la región trasera del estómago y salió por delante. El paciente fue operado urgentemente apareciendo el intestino delgado desgarrado. Parte del mismo fue extraída y la otra parte cosida. Además sangraba abundantemente debido a un desgarro en la arteria central en la región de la cadera. La hemorragia fue detenida y las arterias conectadas. Después de la operación se instaló al paciente en cuidados intensivos. Tras la cirugía la hemorragia del estómago apareció de nuevo. Se llevó al paciente a la sala de operaciones. Resultó que estaba sangrando por todos los tejidos del estómago».
Firas murió a las cinco de la mañana siguiente.
El portavoz del ejército israelí nos informó de que, después de una investigación preliminar, se supo que los soldados de un puesto de observación militar habían descubierto a tres palestinos que se comportaban de forma sospechosa.
«Los tres, de quienes dijeron que estuvieron ocupados en el suelo durante varios minutos, eran sospechosos para la tropa militar de instalar una bomba», decía la declaración. «Una grupo de soldados… corrió hacia el lugar y se lanzó en persecución de los sospechosos durante la cual les llamaron para que se detuvieran y también dispararon al aire. Como los sospechosos ignoraron las llamadas, los soldados abrieron fuego contra ellos».
Según el ejército israelí, «el incidente se investigó en todos los niveles de mando y las lecciones se aprenderán y se aplicarán. Se llevarán las conclusiones de la investigación al despacho del Abogado General Militar».
Antigona Ashkar, de la organización de derechos humanos B’Tselem, que también investigó el caso, escribió al fiscal militar jefe, el coronel Liron Liebman, y dijo: «Los soldados abrieron fuego de repente sobre Jamil, Baha y Firas, sin advertencia previa. Los tres estaban sentados en una roca mirando el paisaje y no ponían en peligro a nadie. Fueron sorprendidos por la aparición de los soldados entre los árboles y permanecieron donde estaban hasta que los soldados empezaron a dispararles». B’Tselem pidió una investigación a la policía militar sobre las circunstancias de la muerte.
El trabajador de campo de B’Tselem en la región de Ramala, Iyad Hadad, dijo esta semana en el lugar de la matanza: «Era una cacería. Los soldados fueron a una expedición de caza. Mataron a Firas como cualquiera caza un ciervo o un venado. No tenían ninguna razón para dispararle».
Jamil agregó: «¿Qué vieron los soldados en su mano? ¿Qué hicimos nosotros? ¿Vieron ellos un arma en su mano? ¿Había una manifestación? ¿Arrojamos alguna piedra a alguien? Sencillamente dispararon sin pestañear».
En el pueblo de Batir, la viuda de Firas, Majida, vestida de luto, se sienta en su pequeña y sencilla casa. Tiene en los brazos a su hija Sadil. Con tres meses, a Sadil le han despojado de su padre. Las otras dos niñas, Latifa, de cuatro años y Naama, de dos y medio corretean inquietas por la exigua sala haciendo volar burbujas de jabón hasta que llenan con ellas toda la habitación.
Majida esperó y esperó a Firas en la casa de su hermano en Bitunia hasta que llegara, ese día, como le había prometido, después de la caminata. Pero Firas no llegó. Y al día siguiente llegó su padre y le dijo: «Firas está muerto».
Ahora Majida, con la voz rota por el llanto, dice: «Quiero preguntarle a usted y al mundo entero: ¿Qué hizo él? ¿Cuál fue su crimen? ¿De qué era culpable? Quiero saber por qué mataron al padre de mis tres niñas pequeñas, ¿por qué lo mataron? Yo no lo sé».
Original en inglés:
http://www.haaretz.com/hasen/pages/ShArt.jhtml?itemNo=939083
Gideon Levy es periodista del diario israelí Haaretz.
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.