Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
A mediados de noviembre pasado, Hillary Clinton visitó Israel y, después de reunirse con Ariel Sharon, hizo una serie de comentarios que supusieron una avanzadilla de las alabanzas que iban acumularse sobre el ahora comatoso Sharon, dando así el pistoletazo de salida a su campaña para la presidencia con elogios del israelí como hombre «valiente» que había dado un paso «increíblemente difícil» con la retirada de Gaza. Afirmó, con notable ignorancia de la realidad, que se podía valorar esa retirada como «una prueba que demostraba que Sharon se había comprometido a recuperar el proceso» con los palestinos. Clinton tuvo tiempo también de hacerse una foto durante su viaje, conformando con ella, al igual que su definición de Sharon, una monumental mentira. Posó en lo alto de una colina situada en el interior del asentamiento israelí de Gilo, una subdivisión territorial ilegal poblada por 28.000 israelíes que se alza en el límite sur del territorio de Jerusalén y que parece vigilar desde arriba la población de Belén. Gilo está en territorio ocupado palestino. Fue construido hace tres décadas, de forma ilegal según el derecho internacional, sobre unos 700 acres [1] de tierra confiscada de propiedad palestina. Está justo dentro de los límites municipales ampliados de Jerusalén – límites que Israel cambió cuando capturó Cisjordania y Jerusalén Este en 1967, expropiando 25 millas [2] cuadradas de territorio palestino cisjordano y anexionándolo, de forma igualmente ilegal según el derecho internacional, a la parte oeste del Jerusalén israelí.
Clinton posó en ese lugar, con una elaborada pose, mirando de manera fija y pensativa a lo lejos, hacia uno de los lados, consiguiendo su foto junto a la monstruosidad de hormigón de 26 pies [2] de alto que supone el muro de separación, que se alzaba por detrás de ella a una distancia cercana. En el lugar en el que posaba, el muro, al igual que Gilo, está construido sobre tierra palestina confiscada. Al otro lado del muro, a media distancia, se encuentra la pequeña ciudad agonizante de Belén, encerrada ahora parcialmente por el muro y aislada de Jerusalén, su gemela a nivel religioso y cultural.
Rodeada ya por nueve asentamientos israelíes, incluido Gilo, por una red de carreteras restringidas para uso israelí, y por un número, según estimaciones de Naciones Unidas, de 78 puntos de control israelíes y otros obstáculos físicos para los movimientos de los palestinos, Belén ha dispuesto, durante años, de acceso muy limitado a sus alrededores. La finalización del muro por sus zonas norte y oeste, separándola de Jerusalén, es el agotamiento final de las posibilidades de respirar para Belén. En noviembre se puso en funcionamiento una inmensa terminal, que obligaba a los transeúntes que entraban y salían de Belén a pasar a través de múltiples torniquetes, escáneres de rayos X y controles de permisos. Los palestinos encuentran un sin fin de dificultades para conseguir permisos para salir de Belén. La terminal está manejada por israelíes, tanto militares como civiles. Semeja, en su funcionamiento, una frontera internacional, excepto que los guardias y soldados a ambos lados de esa frontera son israelíes.
Si conocen Palestina, la memorable foto de Clinton supera todo lo imaginable. Sin duda, desconoce absolutamente la historia de la zona; se la podría excusar por no saber que Gilo se encuentra en territorio ocupado. Pero a uno le gustaría poder asumir que ella es un ser humano que piensa y que siente y que puede ver con sólo una ojeada la enormidad de hormigón del muro y la cicatriz que deja en la tierra y la humanidad palestinas. Incluso su capacidad para situarse enfrente del muro y entonar alabanzas es un claro testimonio de la capacidad y el poder de negación de la política. Clinton dejó claro que no tenía intención de visitar «zonas palestinas» -por lo cual parecía estar diciendo que las zonas palestinas son aquéllas donde los israelíes no viven aún- y su promesa fue repetida triunfalmente por la cobertura que la prensa israelí hizo de su visita. A sus electores en Nueva York y a los demócratas entusiasmados con su candidata presidencial les debió encantar también, sin duda, que rehusara relacionarse con esa gente de los palestinos.
El muro, anunció Clinton bajo su sombra, suavizando su descripción con el eufemismo de valla, «no es contra el pueblo palestino», sólo contra los terroristas. Como si supiera bien de lo que hablaba. Como si ella conociera algo de la situación sobre el terreno. Como si el muro pudiera desbaratar de forma selectiva tan sólo los planes de unos cuantos terroristas y no destruyera las propiedades, la tierra, los hogares, el sustento y, sobre todo, las vidas de 500.000 palestinos inocentes. En una declaración colocada en su página en la red tras el viaje, Clinton declaraba su «firme» apoyo al «derecho» de Israel a defender la protección y seguridad de sus ciudadanos y a construir una «barrera de seguridad que mantenga fuera a los terroristas», y se jactó de haber «reprendido al Tribunal Internacional de Justicia por cuestionar el derecho de Israel a construir la valla». Se supone, al parecer, que tenemos que sentirnos salvados ante la audacia de Clinton de reprender a un tribunal internacional. Una determinación tan consistente en nombre de Israel cae bien en la arena política de EEUU, donde importa muy poco la absoluta inmoralidad que supone el muro.
Comprimidos en Nu’man
Con lo que Hillary Clinton desconoce sobre el muro, de cómo afecta a las vidas palestinas, a la seguridad de todos, se podrían llenar todas las páginas de un gran volumen. Tomemos por ejemplo el pueblecito de Nu’man, cuyos 200 o más habitantes han vivido durante los 38 años de la ocupación de Israel en una extraña clase de limbo y ahora se enfrentan con la total destrucción de sus hogares y de su pueblo. Visitamos Nu’man en septiembre y escuchamos su historia de labios de la anciana madre del alcalde del pueblo y de su sobrino, un joven que es también uno de sus dirigentes.
Nu’man está situado a unas cuantas millas al noreste de Belén, a no más de cinco millas en línea recta del lugar donde Clinton admiraba el muro. Pocas personas en Israel y en EEUU habían oído hablar nunca de Nu’man hasta que, recientemente, el corresponsal de Ha’aretz Gideon Levy reveló que la Policía de Fronteras Israelí, un grupo notoriamente corrupto, probablemente, había atado a un residente de Nu’man a su burro, a un padre de nueve niños, espoleando después al animal y haciéndole que corriera y arrastrara al hombre indefenso hasta que murió. Aunque la Policía de Fronteras rechazó cualquier culpabilidad, la práctica es lo suficientemente común, según los palestinos, para haber adquirido ya un apelativo: «el procedimiento del burro». Ha’aretz pensó publicar un editorial criticando a los israelíes por la apatía con la que permiten que ese clase de hechos se perpetren con frecuencia sin que nadie recoja la noticia, y las críticas salen a la luz con un retraso de al menos 38 años.
El pueblecito de Nu’man está en una zona rural, justo dentro de los límites municipales de Jerusalén, pero en 1967 cuando Israel obligó a todos los residentes de los territorios capturados en ese momento a registrarse y obtener tarjetas de residencia; a los habitantes de Nu’man se les dio tarjeta de identificación de Cisjordania, lo que significaba que eran ilegales en Jerusalén – era ilegal que estuvieran en sus hogares, que vivieran donde vivían, que hubieran nacido donde habían nacido. Esta anomalía no supuso nunca un problema grave hasta que en los años de la década de 1990, en plena época del denominado proceso de paz, Israel impuso el cierre de Cisjordania y Gaza y obligó a los palestinos a que obtuvieran permisos para poder entrar en Israel, incluida la anexionada Jerusalén.
Hasta ese momento, los niños de Nu’man habían asistido a clase en colegios de Jerusalén, pero hace ocho años que les impidieron la entrada allí y tuvieron que ir al colegio en Belén. Como cientos de pueblecitos rurales por toda Cisjordania, Nu’man depende de otras ciudades y pueblos próximos, en este caso Belén y los pueblos de los alrededores, para casi todos los servicios vitales – no sólo colegios, sino servicios sanitarios y para conseguir provisiones de cualquier tipo. Pero el pueblo está siendo gradualmente estrujado por todas partes y aislado de sus vecinos. Por el norte ya no pueden acceder a Jerusalén. El muro, que rodea el pueblo por el este y el sur, les ha separado de varios pueblos vecinos y, cuando esté completado, les aislará de Belén. Por el oeste, el gran asentamiento israelí de Har Homa está usurpándoles la tierra. Las autoridades israelíes les han informado que el asentamiento tiene la intención de extenderse hasta una colina que está literalmente a sólo un tiro de piedra de las casas de Nu’man, todas las cuales han recibido orden de demolición.
Israel sostiene que esas casas, algunas de las cuales han sido ya demolidas, habían sido construidas sin permiso. Y, desde luego, eso es verdad. El pueblo, cuyos habitantes son beduinos, ha existido desde principios del siglo XIX, mucho antes de que se creara Israel y un siglo y medio antes de que Israel invadiera y ocupara Cisjordania en 1967, anexionara una gran franja de tierra a Jerusalén y empezara a imponer sus propias normas sobre permisos, sus propias leyes y sus propias ambiciones expansionistas sobre otro pueblo. Hace varios años, Israel intentó comprar la tierra de Nu’man pero la gente del pueblo lo rechazó. Entonces, los israelíes les cortaron el agua y la electricidad, pero la gente sobrevivió utilizando los pozos y la electricidad de Belén. Cuando fracasaron esas maniobras para vaciar el pueblo, Israel empezó a rodearlo y comprimirlo.
Fatma, la madre del dirigente del pueblo, y su sobrino nos explicaron todo estos hechos con notable poca emoción. Nuestro amigo Ahmed nos traducía. Pero cuando nuestra reunión terminaba, Fatma empezó a contar una larga historia que al principio no entendimos, hasta que las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas mientras hablaba. Según Ahmad nos explicó, uno de los hijos de Fatma, que es abogado, está casado con una mujer que es también abogada y que tiene una tarjeta de identidad de Jerusalén. Hace un año, su hija de cinco años se puso enferma y el hijo de Fatma fue a Jerusalén, llevando su tarjeta de identificación de Cisjordania, para comprar medicinas para la niña. Fue arrestado por estar en Jerusalén de forma ilegal y estuvo detenido durante seis meses, bajo la «ley» de ocupación israelí, que permite que Israel detenga a quien quiera durante seis meses sin presentar acusaciones. El día anterior a la liberación del hijo de Fatma, los israelíes le impusieron una segunda sentencia por seis meses, y justo dos días antes de que reunirnos con ella, una vez que la familia tenía preparada una celebración de bienvenida a casa, su hijo fue sentenciado de nuevo por un tercer período de seis meses.
Mientras nos sentábamos casi mudos, incapaces de reaccionar adecuadamente ante este (típico) ejemplo de la ocupación, de la pesadilla israelí, el sobrino de Fatma, Yussuf, acertó a encontrar aún un signo esperanzador. Es sabido que Nu’man, y los palestinos en general, no tienen ni aviones ni tanques ni pistolas, por lo que luchan de forma pacífica. La historia de Nu’man está saliendo a la luz (el equipo de una película sueca estaba en el pueblo ese mismo día), dijo, y «quizá eso pueda darnos alguna oportunidad».
Eso nos hizo recordar con tristeza un video que habíamos visto recientemente sobre un grupo de bailarines de folklore del Centro Cultural Vida en el Campo de Refugiados Dheisheh en Belén, en el cual un chico comenta que los extranjeros visitan a menudo Dheisheh para ayudar a los palestinos pero que nada cambia. No podíamos compartir el optimismo de Yussuf. Ni tampoco nuestro amigo Ahmad, que comentó, una vez que nos marchamos, «Ser abogado, como su hijo, o profesor, no les ayuda en nada. Sólo tienes ayuda si eres judío». Es duro pero es la verdad. Nu’man no es una amenaza para los israelíes. Está solo en medio de su camino – en medio de los planes de expansión de los judíos israelíes.
Lo más probable es que Hillary Clinton no oiga hablar nunca de Nu’man. Le resultaría un tanto problemático justificar que el trato que recibe Nu’man es algo que asegura la «protección y seguridad» de los israelíes, por eso, deliberadamente, decidió no verlo, no ver Palestina ni a los palestinos.
Aislados en Qalqilya
Si Vd. es un judío en Israel o Palestina, o un político ambicioso en una población pequeña estadounidense, es fácil que no vea el muro. Para verlo, en sentido figurado, Vd. tiene que ser abierto de mente, una cualidad rara cuando se trata de considerar a los palestinos. Para ver materialmente la enorme estructura de hormigón, Vd. tiene que estar en zonas palestinas, en Jerusalén Este o en zonas más profundas de Cisjordania, por eso muy pocos israelíes, o sus visitantes políticos, ven cómo el muro separa a un pueblo de su tierra, o discurre por medio de una bulliciosa calle comercial, cortándola, cómo pone de repente fin a una calle, o envuelve una zona residencial de forma amenazante, justo frente a la puerta de entrada de un hogar. Casi nadie, excepto los palestinos y sus amigos, conocen verdaderamente lo que supone ese muro. En los lugares en que se acerca a los asentamientos israelíes, como en Gilo, los israelíes pueden verlo, pero normalmente sólo desde las afueras del asentamiento. En los pocos lugares por donde el muro pasa junto a la frontera israelí, los israelíes están transformando el paisaje para que no se vea la fealdad desde su zona.
En la parte israelí de Qalqilya, por ejemplo, la principal ciudad palestina en el corazón agrícola de Cisjordania, el muro apenas puede verse. Qalqilya se asienta colindante con la Línea Verde, justo en el interior de Cisjordania, y ha sido siempre un centro comercial y agrícola en la zona, un lugar donde tanto israelíes como palestinos iban a comprar y hacer negocios. Pero el muro, levantado aquí hace casi tres años, encierra a la ciudad en tres partes y la mayoría de la cuarta queda aislada completamente de Israel, situando unos 2.000 acres de su tierra en el lado israelí, y dejando sólo una carretera para salir de la ciudad, hacia el este. Hasta hace un año, esta carretera se mantuvo cerrada excepto para quienes poseían permisos para moverse. En la actualidad sigue controlada por soldados israelíes y está prohibido cualquier movimiento. Los israelíes ya no pueden venir a comprar.
El pasado febrero, durante la habitualmente fuerte estación invernal de lluvias, toda la zona de Qalqilya quedó inundada tras siete días consecutivos de lluvia porque el muro de hormigón impidió que las aguas fluyeran. Las aguas residuales que volvieron atrás de nuevo a causa del muro crearon otro problema más. Según el acuerdo de armisticio que estableció la Línea Verde entre Israel y Cisjordania en 1949, Israel debe proporcionar una salida al mar para el agua de las alcantarillas desde la región de Qalqilya. Debido a que el muro ha bloqueado el desagüe de los canales, se estableció un sistema de compuertas que facilitara el flujo de aguas. Esas compuertas están controladas por los israelíes, pero la atención que les prestan es, en el mejor de los casos, miserable (como lo es asimismo en el caso de las puertas que controlan el acceso de los agricultores a sus tierras), y durante el período de fuertes lluvias e inundaciones no hubo nadie para abrirlas durante tres días. Como consecuencia, las aguas residuales se mezclaron con las aguas de las inundaciones y se estimó que se contaminaron alrededor de 200 acres de tierra, provocando pérdidas devastadoras de cosechas para cientos de familias campesinas.
Cuando en septiembre nos encontramos con el vice-alcalde de Qalqilya, Hashim al-Masri, nos describió una ciudad devastada económicamente. Qalqilya tuvo en otro tiempo tres fuentes principales de ingresos, ahora totalmente aniquilados o severamente limitados por el muro. Antes, alrededor de 12.000 de sus habitantes trabajaban en Israel; ahora sólo unos 300 pasan a escondidas para trabajar ilegalmente. La ciudad era también un centro mercantil agrícola, que vendía frutas y verduras tanto a israelíes como a palestinos. En la actualidad, el 80% de este mercado se ha perdido porque la mayor parte de la tierra está en la parte israelí del muro. Los productos de los campos de Qalqilya que han terminado en la zona israelí están siendo vendidos en la actualidad por israelíes en Cisjordania, dijo al-Masri, y la consecuencia ha sido que lo poco que Qalqilya aún puede cosechar lo tiene que vender a precios ridículos. Finalmente, la ciudad fue también en otro tiempo un centro comercial y de negocios tanto para israelíes como para palestinos, por lo que disponía, nos dijo al-Masri, de una capacidad comercial superior en más de tres veces a la necesaria. Ahora cuentan con menos del 25% de esa capacidad. Los israelíes no pueden acceder a la ciudad, las tiendas han cerrado, el comercio agoniza.
Al-Masri estimaba que Qalqilya había perdido más del 65% de su riqueza económica. Aproximadamente el 12% de sus residentes se ha trasladado más al interior de Cisjordania. La decadencia de la ciudad se hace evidente en las calles de alineadas tiendas cerradas, en una zona de mercado obviamente en ruinas y en el predominio de carros tirados por burros para transporte ordinario que utilizan quienes ya no pueden permitirse tener coche.
Steven Erlanger, del New York Times, visitó Qalqilya en noviembre, pero su principal preocupación no fue ver las consecuencias del muro para Qalqilya – mencionó la «barrera de separación» sólo de pasada, como la única cosa que separaba Qalqilya de la ciudad israelí de Kfar Sava. Estaba más interesado en el hecho de que al-Masri y sus cuatro compañeros del ayuntamiento son todos miembros de Hamas y en lo que eso supone para Israel. Hamas barrió en las elecciones municipales de junio; al-Masri está en funciones como alcalde porque éste, otro hombre de Hamas, resultó elegido mientras se pudre en una prisión israelí, sin acusación alguna, desde hace tres años.
«Muchos ojos están fijos en Qalqilya» porque tanto Fatah como Israel están traumatizados por la victoria de Hamas, escribió ansiosamente Erlanger. Fue en busca de qalqilianos normales, gentes que en el mercado discutían las realizaciones de al-Masri, y al parecer encontró suficiente descontento con el gobierno restrictivo de Hamas como para hacer un artículo. El mismo Erlanger estaba preocupado por la actitud de Hamas hacia Israel, apuntando en el artículo que Hamas «defiende la destrucción de Israel», por lo que interrogó a al-Masri sobre lo que denominó «compromiso» de Hamas para establecer un estado palestino en toda la tierra palestina y de ese modo destruir a Israel. Bien puede parecer una grave manipulación de la realidad lanzar interrogantes sobre la amenaza que para Israel podría suponer Hamas desde una pequeña ciudad sitiada y desamparada detrás de un inmenso muro de hormigón, está fuera de toda proporción pensar que constituye un peligro para Israel. Pero esa era, claramente, la principal preocupación de Erlanger; parecía incapaz de concebir una amenaza israelí para los palestinos. No mencionó nada acerca de las inundaciones de febrero ni de los puestos de trabajo perdidos a causa del muro, ni de los campos agrícolas en barbecho, ni de las inmensas pérdidas en la agricultura ni del estrangulamiento económico general.
Otro ejemplo, al igual que el de Hillary Clinton, de quienes no ven el muro aún cuando sus consecuencias salten a la vista.
Bil’in: Una secuela
En septiembre pasado escribimos («Travels in Palestine, Part One: Horror Story) [4] acerca de nuestra reunión con el alcalde del pueblecito de Bil’in, un hombre llamado Ahmad Issa Yassin que preside actualmente el consejo municipal. Bil’in ha perdido las tres cuartas partes de su tierra a causa del muro de separación, por lo cual sus gentes han organizado protestas pacíficas todos los viernes, a partir del mes de febrero, en contra del muro, con la participación de cientos de palestinos de Bil’in y de los pueblos cercanos, activistas israelíes por la paz y activistas internacionales. Las protestas continúan a pesar que casi nadie en Occidente o en los medios de comunicación occidentales las refleja, al igual que los casos de Gilo o Qalqilya. La respuesta violenta de Israel a las protestas pacíficas también continúa y también resulta, más o menos, desconocida.
Finalmente, Steven Erlanger recogió las protestas para el New York Times en octubre, ocho meses después de que hubieran empezado, pero se las arregló para minimizar su significado y para reducir la cantidad de tierra perdida a causa del muro. Al definir como «casi alegre» la interacción entre los manifestantes y los soldados israelíes y comparar el enfrentamiento con una danza kabuki [5], Erlanger puso de relieve que los militares israelíes habían desistido de sus anteriores comportamientos de confrontación y ahora sólo deseaban «proteger» la «barrera» de los manifestantes. Citó a un comandante israelí declarando, con rostro honrado, «No queremos molestarles en el pueblo o en los campos» – como si el muro, y la confiscación de la tierra agrícola del pueblo que supone, no fueran ya por sí mismos una «molestia». Con notables circunloquios verbales, Erlanger apuntó que los israelíes estaban preocupados de que su utilización en el pasado de porras, granadas de aturdimiento, balas de goma y gases lacrimógenos contra los manifestantes «pudiera hacer pensar» que Israel estaba reprimiendo a quienes disentían. ¡Bien, bravo! Erlanger no se dignó entrevistar a ningún palestino, ni siquiera a Yassin, al líder del pueblo.
Precisamente en aquella época en que Erlanger les excusaba, los israelíes empezaron a asaltar las casas, siempre a media noche, para arrestar e intimidar a los habitantes del pueblo. Erlanger tampoco vio nada. Desde el mes de octubre, varios jóvenes del pueblo han sido arrestados en esos asaltos a media noche y retenidos en centros de detención durante diversos períodos por «dañar los cimientos» del muro. Dos de los nueve hijos de Ahmad Issa Yassin están entre los arrestados, durante los múltiples asaltos que la casa de Yassin sufrió en noviembre. Ambos hijos estaban también entre la docena de detenidos que fueron multados con 200 dólares cada uno y sentenciados a cuatro meses de cárcel. Uno de los hijos tiene 28 años y está casado, tiene dos niños y su esposa está esperando el tercero. El otro hijo tiene sólo 14 años. Nos encontramos en septiembre con este muchacho, Abdullah, e incluso pensamos que era aún más joven – un sonriente y pulcro niño, que es el hijo más joven de Yassin. Se encuentra ahora en el famoso centro de detención militar de Israel Oler.
Los habitantes de Bil’in continúan su lucha sin desanimarse. Justo antes de Navidad, adquirieron un remolque y se empeñaron en dejarlo en la tierra del pueblo que queda en la parte israelí del muro, proclamándolo «puesto avanzado» de Bil’in, al igual que muchos colonos israelíes que establecen puestos de avanzada del asentamiento en las laderas cercanas a los pueblos y viven allí en remolques. Los soldados israelíes desmantelaron inmediatamente el «puesto avanzado» de Bil’in, utilizando mazos y una grúa, pero los campesinos lo sustituyeron por una tienda de campaña, y después de unos cuantos días trasladaron otro remolque al mismo lugar y construyeron una pequeña cabaña para señalar su reclamación. Los soldados israelíes se llevaron también este remolque, pero la cabaña permanece allí hasta ahora, bajo amenaza de demolición.
Cuando le visitamos en septiembre, Yassin señaló a su ahora encarcelado hijo Abdullah y expresó su preocupación por la clase de futuro que le esperaba al niño y a sus nietos, y por el futuro de todo un pueblo que está siendo estrangulado por Israel. El mismo Yassin no tiene trabajo ni medios para ganarse la vida al haberle quitado el permiso, cuando comenzó la [segunda] intifada en el año 2000, para trabajar en Israel y ahora ha perdido también sus olivos por culpa del muro. Le dimos una chapa que tenía una cita de Howard Zinn: «No hay bandera lo suficientemente grande que pueda tapar la vergüenza que supone estar matando inocentes». Yassin se emocionó con la cita y nos preguntó si no teníamos más chapas para distribuirlas. «Somos un pueblo que quiere un futuro para vivir en paz», dijo. «No queremos guerra ni sangre ni muerte».
Pero Bil’in está en medio de los planes de Israel y en Cisjordania eso es lo que cuenta. Hasta que los dirigentes israelíes y los políticos estadounidenses que les adulan no empiecen a ver lo que está sucediendo justo ante sus ojos y perciban las vidas humanas que ellos y sus ocupaciones y sus muros están destruyendo, nada cambiará. Los hijos de Ahmad Issa Yassin seguirán encarcelados.
N. de T.:
[1] 1 acre = 4.046,85 m2
[2] 1 milla = 1.609 m.
[3] 1 pie= 30,48 cms.
[4] Véase en Rebelión la traducción de ese artículo:
www.rebelion.org/noticia.php?id=20526
[5] Teatro popular tradicional japonés puesto en escena mediante cantos y danzas sumamente estilizados.
Kathleen Christison era anteriormente analista política de la CIA y ha trabajado durante 30 años en temas de Oriente Medio. Es autora de «Perceptions of Palestine» y «The Wound of Dispossession». Bill Christison es un antiguo oficial de la CIA. Trabajó como oficial nacional de inteligencia y como director de la oficina de la CIA de Análisis Regional y Político. Ha contribuido en «Imperial Crusades», un libro de CounterPunch sobre las guerras de Iraq y Afganistán. Se puede contactar con ambos en: [email protected]
Texto original en inglés: www.counterpunch.org/christison01052006.html