Traducido para Rebelión por L.B.
Una bala en la cabeza disparada súbitamente desde una distancia de unos pocos metros, y sin mediar ningún tiro de advertencia contra las ruedas, por mucho que el ejército israelí alegue que sí se realizaron: así es como los soldados de incógnito de la Policía de Fronteras israelí mataron a Akaber Zaid, una niña de ocho años que iba a ver al médico, según explica su tío, que se encontraba a su lado y también resultó herido.
La pequeña Akaber se dirigía a la consulta del médico, quien ciertamente llegó a verla, pero sin que pudiera hacer ya nada por ella. Aquel día la pequeña se había dirigido a la consulta del doctor para que le quitara unos puntos de sutura de la barbilla. En lugar de eso, llegó muerta a la clínica del doctor. Tenía la cabeza aplastada y un boquete en el cráneo.
Soldados de la unidad de incógnito de la Policía de Fronteras conocida por su acrónimo hebreo de Yamas dispararon a corta distancia contra el taxi del tío de la pequeña Akaber cuando el conductor aparcaba el vehículo cerca de la consulta del doctor. Según el tío de la pequeña, que se encontraba sentado al lado de la niña en el momento de los hechos, todas las declaraciones de los soldados, convenientemente transmitidas por el ejército israelí a los medios de comunicación, en el sentido de que dispararon apuntando a las ruedas del taxi siguiendo las «normas que regulan el procedimiento de arresto de sospechosos», no fueron más que una sarta de mentiras. El coche recibió una lluvia de balas que procedían de atrás y de la derecha y que penetraron a través de las ventanillas. El tío subraya que los disparos fueron realizados desde una distancia de apenas unos pocos metros, a la luz de una lámpara que iluminaba la calle.
Esta semana hemos podido ver el taxi: todas sus ruedas están intactas. No obstante, las personas encargadas de la «investigación» en nombre del ejército israelí y de la Policía de Fronteras ni siquiera se tomaron la molestia de examinar el vehículo o de interrogar a la persona que lo conducía. Ésta resultó también herida y se halla ingresada en el hospital. También recogimos su testimonio y no pudimos descubrir ni un sólo hecho sobre el terreno que contradijera su relato: los soldados de incógnito dispararon a corta distancia contra la niña desde dos direcciones y, sostiene el tío, sin mediar aviso. Es inconcebible que un soldado armado, y mucho menos aún un experto tirador del grupo Yamas, apunte a corta distancia a las ruedas de un vehículo y acierte en la cabeza de un pasajero sentado en su interior.
Más abajo, en la misma calle, a unos cientos de metros del lugar donde se produjo el tiroteo, siguen visibles los restos de la destrucción provocada por la Policía de Fronteras. No detuvieron a ninguna persona perseguida, pero un bloque de apartamentos de cinco pisos quedó gravemente dañado y la calle está todavía regada con las carcasas de los automóviles que fueron aplastados por completo, uno detrás de otro.
¿Por qué los soldados de incógnito dispararon contra una niña? ¿Cómo se atrevieron a decir que apuntaron a las ruedas? ¿A santo de qué tenían que disparar contra personas inocentes sentadas en un taxi? ¿Por qué causaron semejante destrucción? ¿Por qué aplastaron unos vehículos que eran la última fuente de ingresos que les quedaba a sus propietarios? ¿Qué diferencia hay entre esta acción de los soldados y un ataque terrorista? ¿Y por qué nadie hace preguntas sobre estas cuestiones?
El padre de Akaber no acompañó a su hija a la consulta del doctor Samara. Decía que no se sentía con fuerzas para ver cómo el doctor le quitaba los puntos de la barbilla. Akaber era alumna de segundo curso en la aldea de Al-Yamoun, situada al noreste de Jenin. En su fotografía del jardín de infancia se la ve tocada con un birrete de graduación cuadrado y negro similar al que usan los graduados universitarios y las personas que reciben su doctorado. Ésa es la costumbre en el jardín de infancia de Al-Yamoun: los niños que destacan son fotografiados con ese birrete especial. Así es como su recuerdo permanecerá en la conciencia colectiva de esa localidad cuyos hijos trabajaron otrora en Israel.
Akaber no es la primera niña que entierran. ¿A cuántos niños han matado en Al-Yamoun en los últimos años? El director de la escuela, que acudió a presentar sus condolencias a la familia, comienza a enumerarlos uno por uno, pero de pronto se detiene y pregunta: «¿Para qué contarlos? ¿Acaso van a cesar algún día de matar a nuestros niños?» .
Los padres entran en el local municipal habilitado para el velatorio, sus ojos enrojecidos por el llanto. Abdel Rahman, de 31 años, padre de seis niños, es conductor de una furgoneta comercial con la que viaja por Cisjordania cuando tal cosa es posible. Hace aproximadamente tres semanas Akaber se cayó por las escaleras de casa y se lastimó la barbilla. El viernes pasado era el día señalado para quitarle los puntos de sutura. Cuando Abdel Rahman regresó a casa del trabajo pidió a su hermano Kamal -taxista de 27 años, al que llama Hamoudi- que acompañara a Akaber al domicilio del doctor, en la colina, donde tiene su consulta. Era el viernes por la noche, la última noche de vida de la pequeña Akaber. Su tío tomó a la niña y la sentó a su lado en el asiento del copiloto. El padre enfatiza que las ventanillas del taxi eran transparentes: no había cortinas que taparan u ocultaran a los pasajeros. Cualquier soldado podía ver a los ocupantes, cualquier soldado del Yamas podía ver que allí estaba sentada una niña pequeña con una trenza.
Los dos pasajeros partieron a casa del doctor y pronto llegaron a su calle. Desde su cama del hospital gubernamental de Jenin, con su mano herida vendada, Kamal cuenta que tras aparcar el automóvil advirtió de pronto a algunos soldados en la parte derecha del coche. Es una carretera estrecha y los soldados se hallaban apenas a unos pocos metros de distancia. Dice que comenzaron a disparar inmediatamente, desde la derecha y desde atrás. Sólo después oyó gritar en hebreo, idioma que no habla. Para entonces la pequeña Akaber yacía en el asiento con la cabeza destrozada.
Kamal la tomó en sus brazos. Los soldados le ordenaron dejarla sobre la carretera. Así pues, ambos, la niña muerta y su tío, permanecieron tendidos sobre la carretera. Los soldados de Yamas le ordenaron que se levantara, que alzara la camisa y luego que volviera a sentarse. Continuaron disparando al aire, dice Kamal. Un vecino se llevó a la niña al doctor, que permanecía aguardándola. Desde allí la trasladaron al hospital de Jenin, donde confirmaron su muerte.
Al tío le vendaron la mano en el mismo lugar. Lo montaron en un jeep militar y se lo llevaron para interrogarlo. Kamal dice que los soldados le pegaron. Según cuenta, había en el jeep un perro que lo olisqueaba y un soldado llamado Raslan que le pegó en la cabeza cuando habló en árabe. Kamal recibió tres impactos de bala en el brazo y en la pierna. Dice que la niña recibió siete balazos, tres de ellos en la cabeza.
El taxi Renault amarillo es de lo más elocuente: sus ruedas están intactas pero su carrocería aparece acribillada a balazos. El cristal trasero está destrozado y hay agujeros de bala en el reposacabezas trasero y en los costados. Por todas partes hay manchas de sangre -la sangre de la niña muerta y de su tío herido.
Durante todo ese tiempo ocultaron a Adbel Rahman que su hija había muerto. Había oído los disparos -la consulta del doctor está cerca de su casa- pero jamás pensó en su hijita, solamente en su hermano. Salió hacia la consulta del doctor y allí le dijeron que habían herido a Akaber. El doctor le inyectó un sedante y dice que no se despertó hasta la mañana. Sólo cuando se despertó y se fue a casa, hacia la cinco de la madrugada, le comunicó su hermano la mala noticia. Su esposa ya lo sabía: había oído las noticias en un canal televisivo en lengua árabe.
A través de sus lágrimas, el padre quiere decirnos algo: la madre de la niña, Ikram, nació en Israel. También Akaber era israelí. Nació en un hospital de Nazaret y poseía un certificado de nacimiento israelí. La enterraron en el cementerio de Al-Yamoun el sábado por la mañana.
Portavoz del ejército israelí: «El 17 de marzo, una unidad de las fuerzas especiales de la Policía de Fronteras llevó a cabo una operación destinada a arrestar a personas en situación de busca y captura en la aldea de Al-Yamoun, al noroeste de Jenin. La unidad rodeó una zona en la que se sospechaba que se ocultaban personas buscadas. En el curso de la operación la fuerza vio un taxi de apariencia sospechosa que se acercaba al área e inició el procedimiento establecido para el arresto de sospechosos. Cuando el vehículo desobedeció las órdenes de los soldados para que se detuviera, los soldados abrieron fuego en dirección del taxi«.
¿Puede alguien creerse que el tío de Akaber no habría obedecido las órdenes de alto si los soldados realmente las hubieran gritado? El hombre llevaba a su sobrinita a ver al doctor. El ejército anunció escuetamente: «el ejército israelí lamenta el daño causado a la niña palestina y ha iniciado una exhaustiva investigación sobre las circunstancias que rodearon el suceso«.
La escena de la destrucción: el domingo un bulldozer palestino retiró los escombros esparcidos cerca de la casa de la familia Zaid. Un edificio de cinco plantas en cuyo interior los soldados sospechaban que se escondían personas buscadas, ha quedado parcialmente destruido. Ahora los miembros de la familia tapan con ladrillos grises los enormes boquetes de las paredes, y las elegantes columnas del edificio amenazan con desplomarse. Abajo, en el patio, yacen los restos de otros coches destrozados: un taxi Mercedes amarillo, un Subaru blanco y algunas otras piezas de metal que alguna vez fueron coches.
Mohammed Zaid, propietario de uno de los apartamentos, emerge de entre los escombros. «¡Éste es el ejército israelí –el mal ejército israelí!«, grita su tío, que está a su lado. Mohammed recuerda que hacia las siete de la noche del sábado vio a otro grupo de soldados en el exterior de su tienda de alimentación. Le ordenaron que dijera a todos los vecinos que abandonaran el edificio. En las cinco plantas viven cinco familias numerosas -las familias de un abogado, de un doctor, de un ingeniero, de un maestro. Todos los inquilinos -decenas de niños, mujeres y hombres- salieron a la calle y tuvieron que esperar allí hasta la mañana siguiente hasta que los soldados acabaron su tarea.
Mohammed dice que las mujeres y los niños actuaron como barrera entre el área desde el que la gente disparaba contra los soldados desde una casa, y la zona desde la que la Policía de Fronteras devolvía el fuego. Una vez que el edificio fue evacuado, los israelíes enviaron a Mohammed a que encendiera las luces de todas las habitaciones para comprobar si quedaba alguien dentro. Un bulldozer del ejército israelí aguardaba listo para desgarrar la estructura de arriba abajo. Mohammed dice que sugirió a los soldados que le acompañaran para que pudieran ver que no había nadie dentro, pero ellos le ordenaron callarse, añadiendo: «Sabemos cuál es nuestro trabajo«. Cerca de la medianoche el bulldozer comenzó a destrozar cosas. La casa del otro lado de la calle también resultó dañada.
Mohammed dice que preguntó a un oficial: «¿La ley israelí le autoriza a hacer esto?» El oficial le respondió: «Vete a quejarte a la ONU«.
El hermano de Mohamed, un dentista cuya clínica acabó completamente destruida, trató de decirle a un oficial que era médico «de personas«, y el oficial israelí le espetó: «¡Cállate!».
Se llevaron a Mohammed a las instalaciones de Salem para interrogarlo y allí lo tuvieron retenido hasta el mediodía del sábado. Dice que le dijo a un interrogador: «Por la tele decís que sois una democracia«. El interrogador replicó: «La democracia es sólo para la tele«.
Mohammed, un maestro, dice. «Siempre les digo a mis alumnos que queremos la paz. ¿Qué les voy a decir ahora? ¿Qué éste es el rostro de la paz?»
Nos dirigimos a la cima de la colina donde mataron a Akaber. Una señal indica la dirección a la clínica del doctor Samara. Alguien ha colocado un reguero de piedrecillas sobre la carretera donde estaba el taxi para marcar el lugar donde yació el pequeño cuerpo. Las manchas de sangre no han despaparecido todavía. Desde lo alto de un viejo póster electoral la fotografía de Yasser Arafat contempla este improvisado memorial en recuerdo de la pequeña Akaber Zaid.
Texto original en: http://www.haaretz.com/hasen/spages/697894.html.