Raed es un niño peligroso. Por eso cada mañana hace cola a la salida de la ciudad, espera su turno, pasa por el detector de metales y por un laberinto de bloques de cemento bajo los ojos de los soldados. Y a la vuelta, como en la entrada de un estadio de fútbol o de […]
Raed es un niño peligroso. Por eso cada mañana hace cola a la salida de la ciudad, espera su turno, pasa por el detector de metales y por un laberinto de bloques de cemento bajo los ojos de los soldados. Y a la vuelta, como en la entrada de un estadio de fútbol o de una estación de metro, debe empujar una puerta giratoria muy grande y muy pesada para él para regresar a su ciudad. Y si Raed está acompañado por compañeros de escuela, si luego llegan detrás las madres de visita a partes de la familia dividida entre un bantustan y otro, y con ellos los padres camino del mercado o de un trabajo que les obliga a salir del recinto se crea un atasco de chilabas, velos, cajas y carteras de escuela que requieren minuciosas inspecciones de seguridad con objeto de desenmascarar a los potenciales terroristas. Terroristas potenciales son todos estos ejemplares semitas cuyo pecado original es no tener sangre hebrea. Terroristas potenciales son todos estos seres humanos que merecen que se les pregunte sobre su vida privada, sobre dónde, cómo, cuándo y por qué quieren salir de sus barrios cada vez más estrechos. ¿Y por qué no deberían ir al otro lado?. ¿Qué pretenden?. ¿Callejeando así, amenazando la seguridad pública?.
Los checkpoints se cierran por órdenes superiores, y tú estas dentro, o se cierran, y tú estás fuera, o no se cierran, y tú vas a prisión por haber rechazado obedecer a muchachitos de veinte años con pesadas metralletas como la ideología que corean. Hoy si, hoy no, hoy te abro todas las bolsas, hoy te humillo, hoy te hago esperar, hoy te hago perder los exámenes en la Universidad, hoy te hago comprender que la tierra es nuestra y… o te vas solo, o te hacemos enloquecer en tu ciudad saturada, sucia, sin árboles, sin tierra, sin trabajo, sin testigos. Animales de matadero, en calles polvorientas, que esperan el veredicto de los árbitros militares. Hoy si, hoy no…. Prisioneros en la propia tierra, sin protectores, sin santos, sin voz en la garganta para maldecir a los colonos que engullen sus campos y los persiguen en la ciudad.
Y a nosotros los extranjeros, los soldados no nos quieren cuando correteamos en las reservas de caza de bisontes, no nos queda más que traspasar las montañas, atravesar los valles como carboneros para entrar en la ciudad, y escuchar enmudecidos los silbidos de los proyectiles o los remolinos de las aspas de los Apache, cuando en la noche penetran en el casco antiguo para descubrir ancianos o futuros terroristas, culpables de haber creido que robar la tierra y la historia es un delito, o más aún un pecado.
Checkpoints, cemento, hierro y pólvora, pólvora, hierro y cemento. Y adolescentes obligados a incomodarse por viejos musulmanes mugrientos, cuando en Tel Aviv retumban las discotecas que es un placer. Sin embargo, aquellos muchachitos y muchachitas en uniforme militar de camuflaje abandonarian aquellas trincheras entre la civilización y la barbarie, si tuviesen en lugar de las metralletas americanas M-130 las mismas piedras que tiran los niños. Piedras de casas destruidas, piedras de vida destruida, piedras de esperanza destruida.
En los checkpoints se ponen en fila, esperando el turno para buscarse una vida normal, hasta que un día pasa como el viento, tras la alambrada de espinas, una muchachita sin casa, sin vida y sin esperanza, pero cargada de dinamita. Y pagan casi todos : la muchachita, su familia, su barrio, su ciudad, su gente, su victima. Todos excepto los fieles a la ocupación.