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Chomsky contra Foucault, 35 años después

Fuentes: Ladinamo/sinpermiso.info

Se cumplen ahora 35 años del famoso debate filosófico entre Noam Chomsky y Michel Foucault retransmitido por la televisión holandesa en noviembre de 1971. Darwin Palermo recuerda su importancia, política y filosófica.

Chomsky sobre Foucault: «Nunca he conocido a nadie que fuera tan completamente amoral. Generalmente cuando se habla con alguien, uno da por sentado que se comparte algún territorio moral. Con él me sentí, sin embargo, como si estuviera hablando con alguien que no habitara el mismo universo moral. Personalmente me resultó simpático. Pero no pude entenderlo, como si fuera de otra especie o algo así».

En noviembre de 1971, la televisión holandesa transmitió un coloquio entre Noam Chomsky y Michel Foucault, cuya transcripción íntegra publicará en breve la editorial argentina Katz bajo el título La naturaleza humana: justicia versus poder (existía una versión parcial anterior, de 1976, que publicó la editorial valenciana Teorema). El encuentro tiene interés porque pone de manifiesto la enorme distancia moral que separa a dos autores que supuestamente se movían en espacios ideológicos cercanos o, en otras palabras, muestra hasta qué punto las posiciones políticas de izquierdas no están reñidas con el más puro disparate ético.

En efecto, mientras Chomsky mantenía posiciones ilustradas razonablemente sensatas (matar y oprimir está mal, la igualdad y la libertad están bien… cosas así), Foucault se desmarcaba con ramalazos de chaladura populista: «El proletariado no hace la guerra contra la clase dominante porque crea que esa guerra es justa sino porque, por primera vez en la historia, quiere hacerse con el poder (…). Cuando el proletariado toma el poder es perfectamente posible que ejerza sobre las clases que ha derrotado un poder violento, dictatorial e incluso sanguinario. Y no veo qué objeción se puede hacer a eso». Veinte años después Chomsky recordaba así a Foucault: «Nunca he conocido a nadie que fuera tan completamente amoral. Generalmente cuando se habla con alguien, uno da por sentado que se comparte algún territorio moral. Con él me sentí, sin embargo, como si estuviera hablando con alguien que no habitara el mismo universo moral. Personalmente me resultó simpático. Pero no pude entenderlo, como si fuera de otra especie o algo así».

La cosa no pasaría de la mera anécdota si no fuera por el catastrófico efecto que tuvieron las tesis de Foucault y los suyos sobre parte de la izquierda durante los años ochenta, cuando mucha gente se cansó de tener razón sin que el mundo le hiciera el menor caso y prefirió prescindir alegremente del mundo. El resultado fue una auténtica debacle relativista que concluyó, no podía ser de otra forma, con una desbandada hacia la derecha (sin ir más lejos, Jiménez Losantos tiene el discutible honor de haber introducido en España la obra de Lyotard a principios de los años ochenta).

Y, peor todavía, no hace mucho el propio Chomsky manifestaba el asombro que le producía la difusión de estas teorías ya no en esos extraños invernaderos intelectuales que son las universidades norteamericanas, sino en países no occidentales aquejados de males bastante más serios que el fin de los metarrelatos o la microfísica del poder: «En Egipto existe una comunidad intelectual muy dinámica y cultivada, formada por personas muy valientes, que pasaron años encarceladas bajo el régimen de Nasser, que fueron torturadas casi hasta la muerte y que consiguieron salir para continuar luchando. Pero actualmente, en el conjunto del Tercer Mundo, abundan la desesperación y el desánimo. La forma en que todo esto se manifestaba en Egipto, entre los medios vinculados a Europa, consistía en sumergirse completamente en las últimas locuras de la cultura parisina y concentrarse absolutamente en ellas. Así, cuando daba conferencias sobre la situación actual, incluso en institutos de investigación dedicados al análisis de problemas estratégicos, los asistentes querían que eso se tradujera en términos de jerga postmoderna. Por ejemplo, en lugar de pedirme que hablara de los detalles de la política norteamericana o de Oriente Medio, donde ellos viven, algo demasiado sórdido y falto de interés, querían saber cómo la lingüística moderna brinda un nuevo paradigma discursivo sobre los asuntos internacionales que sustituirá al texto postestructuralista. Esto era lo que les fascinaba y no lo que revelaban los archivos ministeriales israelíes sobre su planificación».

* Darwin Palermo escribe regularmente en el periódico digital alternativo Ladinamo