«El judío no es tímido, es lo bastante intrépido como para enfrentarse al mal que lleva en su interior» («La dialéctica de la negación», publicado en Rebelión). «Algunas voces judías de izquierdas, muy pocas y esporádicas, insisten en contarnos que ser judío no es necesariamente sinónimo de ser asesino. Me inclino a pensar que ellos […]
«El judío no es tímido, es lo bastante intrépido como para enfrentarse al mal que lleva en su interior» («La dialéctica de la negación», publicado en Rebelión).
«Algunas voces judías de izquierdas, muy pocas y esporádicas, insisten en contarnos que ser judío no es necesariamente sinónimo de ser asesino. Me inclino a pensar que ellos sí creen sus propias palabras. Pero entonces yo me pregunto…. ¿qué es lo que hace del Estado israelí una nación brutal sin parangón?» («El Antiguo Testamento y el genocidio de Gaza», Rebelión).
«La hermandad y la reconciliación son ajenos a la visión del mundo tribal de los judíos (…) Por muy terrible que suene, antes de que los israelíes puedan adoptar una noción moderna y universal de la vida civil será necesario un proceso de ‘desjudaización'» («El mito del judío errante», Rebelión).
«…ni Jesús ni Spinoza ni Marx lograron transformar a los judíos (como colectividad), si bien tuvieron cierto éxito con algunos de ellos. Todo hace parecer que el desplazamiento desde el tribalismo monoteísta dogmático hacia el universalismo pluralista tolerante es casi imposible» («La experiencia judía contemporánea», Rebelión).
«No es sólo Israel, su ejército o su dirigencia; no son tampoco Dershowitz, Foxman y sus ligas silenciadoras. Se trata de una guerra contra un espíritu canceroso que ha secuestrado a Occidente y, al menos de momento, lo ha desviado de su inclinación humanista y de sus aspiraciones atenienses (…) Si queremos luchar contra Jerusalén primero tendremos que confrontar a la Jerusalén que llevamos dentro» («El mito del judío errante», Rebelión).
«Hasta ahora siguen sin darse cuenta de que en alta mar han conseguido volver a matar a Cristo» [a propósito del asalto del ejército israelí al Navi Marmara] («La crucifixión de la bondad», Rebelión).
«Aunque los israelíes contemporáneos no tengan ninguna vinculación étnica o biológica con los antiguos israelitas, la despiadada ideología se repite otra vez» («La crucifixión de la bondad», Rebelión).
El sionismo en sí mismo no es más que un señuelo destinado a distraer nuestra atención y a desviar nuestro enfoque» («La experiencia judía contemporánea», Rebelión).
«El sionismo es un significante demasiado estrecho para comprender la complejidad del nacionalismo judío, su brutalidad, su ideología y su práctica. El nacionalismo judío es un espíritu y los espíritus no tienen fronteras bien delimitadas. De hecho, ninguno de nosotros sabe exactamente dónde termina la judeidad y dónde empieza el sionismo» («El mito del judío errante», Rebelión).
«…he argumentado repetidamente que las cuestiones que tienen que ver con la autenticidad de los Protocolos son, de hecho, completamente irrelevantes: la lúgubre realidad descrita por el AIPAC o por Haim Saban, que habla abiertamente de transformar la política estadounidense a través de «ejercer presión por medio del lobby, de donaciones y del control de los medios de comunicación», es completamente evidente por sí misma» (entrevista con Silvia Cattori, Rebelión).
«No soy de izquierda y estoy lejos de ser ateo (…) La izquierda, que no se ha dado cuenta del impacto antiimperialista del islam, obviamente está completamente alejada de los problemas actuales del mundo» (entrevista con Silvia Cattori, Rebelión).
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De no ser por las referencias al Estado de Israel y a la política contemporánea, podría pensarse que tales extractos proceden de Der Stürmer, el célebre semanario nazi de entreguerras. Pero no es así. Su autor es Gilad Atzmon, músico de jazz y estrella rutilante en numerosas páginas de contrainformación y de solidaridad con Palestina. Por supuesto, el lector hará bien en acudir a los artículos que se mencionan -y si es posible en su versión original inglesa- y comprobar por sí mismo, en el contexto, si hemos traicionado el sentido que estos fragmentos parecen tener descontextualizados.
Confieso que llevaba algún tiempo con la intención de pergeñar un pequeño texto en relación con Atzmon y la fortuna que ha amasado entre la izquierda, cuyo silencio y apoyo tácito, en este asunto, me resulta simplemente escandaloso. Como asiduo lector de Rebelión, que desde hace años es justa referencia para todo aquel que considere impugnable el mundo en que vivimos, y como director de una minúscula editorial que pretende arrojar algo de luz sobre la cuestión de Palestina y el sionismo, me siento obligado a poner, negro sobre blanco, unas pocas líneas nacidas del asombro y la indignación. Para añadir leña al fuego, hace algunas semanas alguien en contacto con Atzmon nos propuso la publicación en castellano de su último libro, The Wandering Who. Y sin embargo, la gota que ha colmado el vaso ha sido otra.
A menudo, y casi siempre con razón, se acusa a los políticos, militares e intelectuales israelíes y prosionistas de hacer gala de una inconmensurable chutzpah, un término hebreo que podríamos traducir como ‘insolencia’ o ‘atrevimiento’, y que en el contexto de Palestina no es sino la audacia y el descaro del perpetrador. Pues bien, en el día de hoy (4 de marzo de 2012) me topo en Rebelión con el artículo «Gilad Atzmon responde a sus detractores sionistas y antisionistas», en el que Atzmon afirma: «A lo largo de toda mi carrera como escritor nunca he criticado a los judíos como pueblo, origen étnico o raza. Tampoco he criticado al judaísmo. Sin embargo, me permito escudriñar la ideología y la cultura judías. Argumento que si Israel se denomina a sí mismo el «Estado judío» y arroja bombas sobre civiles desde aviones decorados con símbolos judíos, tenemos el deber moral de preguntarnos en qué consiste la «judeidad»». A la (lóbrega) luz de los fragmentos con que abríamos este artículo, no puedo sino preguntarme de dónde emana la colosal chutzpah de este escritor y de dónde la ceguera -ignoro si permanente o transitoria- de quienes bendicen sus palabras desde el campo de la izquierda.
Como sabrán quienes hayan leído un número significativo de sus textos, Atzmon no escribe primeramente sobre la cuestión de Palestina; antes bien, su principal campo de reflexión parece ser «lo judío», «los judíos», «lo judaico», «la judeidad», «el judaísmo» o, más concreta y significativamente, «la cuestión judía», tal como el autor aclara en uno de sus últimos textos («The Jewish Question and Racial Opression Today», aún sin traducir al castellano). En el pensamiento de Atzmon la cuestión de Palestina es ante todo ilustrativa, una suerte de síntoma o caso de estudio que expone emblemáticamente afecciones más oscuras y profundas. Recordamos sus palabras: «El sionismo es un significante demasiado estrecho para comprender la complejidad del nacionalismo judío, su brutalidad, su ideología y su práctica». Atzmon lo explica todo con base en una confusa y esencialista «ideología judía», que sería una suerte de huella espiritual que condiciona a los judíos desde el principio de su historia hasta el presente. El sionismo, por tanto, solamente sería un avatar, una máscara de dicha ideología: «…en mis escritos me limito a cuestiones que tienen que ver con la ideología judía (judeidad). Trato de captar este sentido único de «elegibilidad» y de observar cómo entra en juego en la política, la cultura y la práctica» (entrevista con Silvia Cattori, Rebelión).
Una de las líneas rojas de cualquier antisionista que se respete a sí mismo moral e intelectualmente consiste en diferenciar con claridad «lo sionista» de «lo judío». Tanto el discurso de solidaridad con Palestina como la exactitud histórica y el rigor conceptual agradecen dicha diferencia. Como es sabido, los problemas graves de la población autóctona de Palestina comenzaron con el desembarco de los primeros sionistas y los primeros expolios de tierra -legalmente sancionados- que aquéllos llevaron a cabo. «Debemos admitir que hemos expulsado a personas pobres de sus humildes moradas y les hemos quitado el pan de la boca», decía el pionero sionista Yitzhak Epstein en 1907. Antes de eso, judíos, cristianos y musulmanes de Palestina, todos ellos súbditos del emperador otomano, convivían sin despojarse mutuamente y luchaban para sobrellevar las políticas impositivas, cada vez más asfixiantes, de la Sublime Puerta.
Sin embargo, y a despecho de esta realidad, Atzmon declara que «ninguno de nosotros sabe exactamente dónde termina la judeidad y dónde empieza el sionismo». A mi juicio, semejante afirmación abandona el campo intelectual y se interna ampliamente en lo desiderativo. Estamos ante la proyección de un deseo. Lo que quiere decir Atzmon es: «Ojalá no supiéramos dónde termina la judeidad y dónde empieza el sionismo». Esta disolución de fronteras es un punto fundamental en su discurso, como lo es también en el discurso del sionismo. Todo sionista que se precie nos recordará que un ataque contra el sionismo es un ataque contra «lo judío». Numerosos activistas bienintencionados sufren a diario esta acusación por el mero hecho de denunciar los crímenes del sionismo en Palestina. Afortunadamente, pocas cosas hay tan claras, en el actual panorama de conflictos, como la que atañe a los orígenes del sionismo político, un movimiento concreto fundado por personas concretas que celebraba congresos anuales concretos y dejó a la posteridad una literatura concreta y unos irrefutables y concretos hechos coloniales. Por supuesto Atzmon lo sabe. Conoce esa literatura y esos hechos, pero piensa que son manifestaciones metastásicas de ese «espíritu canceroso que ha secuestrado a Occidente», un espíritu primigenio, tan antiguo como los judíos, y que parece haber cruzado océanos de tiempo hasta encontrarnos: «Aunque los israelíes contemporáneos no tengan ninguna vinculación étnica o biológica con los antiguos israelitas, la despiadada ideología se repite otra vez».
El corolario de todo este conjunto de supersticiones que Atzmon intenta hacer pasar por un corpus argumental no podía ser otro que la rehabilitación de «la cuestión judía», como señala en su artículo «The Jewish Question and Racial Opression Today»; es decir, la rehabilitación de la vieja y pútrida idea de que hay algo intrínseca, dañina e irreversiblemente diferente en «los judíos», en «lo judío» o en «la judeidad» que merece ser reexaminado y sometido a debate. De este modo, la opresión de los palestinos a manos del sionismo deviene materia secundaria en un marco primario de controversia sobre «lo judío».
Hace ya algunos años que Israel Adam Shamir, un singular, excelente y profundamente errado escritor israelí, dejó de ser publicado en Rebelión. Quizá tuvo que ver en ello que la edición en castellano de uno de sus libros corriera a cargo de una editorial neonazi. La trayectoria posterior de Shamir, con sus encomios a la extrema derecha supremacista y su explícita aversión hacia todo lo judío, solo vino a confirmar el acierto de Rebelión al excluirlo. Su indudable calidad literaria no pudo contrarrestar la creciente indecencia de sus opiniones. Al recordar el caso Shamir, me he preguntado durante mucho tiempo por qué la estrella de Atzmon en Rebelión no solo no ha declinado, sino que emerge radiante por entre sus páginas.
Por cierto, Israel Shamir y Gilad Atzmon se profesan una -fácilmente comprensible- admiración mutua:
Shamir de Atzmon: «Nuestros amigos Gilad Atzmon, Paul Eisen y Mary Rizzo son las brillantes estrellas de la batalla, y lo hacen bien derrotando al adversario … Gilad toma las herramientas del moderno discurso filosófico … para explicar nuestra posición: por qué estamos en contra de la dominación del espíritu judaico». (Citado en http://scottishpsc.org.uk/index.php?option=com_content&view=article&id=1769:israel-shamir-admires-the-bnp-hitler-and-gilad-atzmon&catid=257&Itemid=200942 ).
Atzmon de Shamir: «Shamir, un ex judío, es un hombre muy pacífico, y probablemente la voz crítica más aguda del «poder judío» y la ideología sionista» («The Protocols of the Elders Of London»).
En el mundo anglófono, la polvareda levantada por el pensamiento mágico de Atzmon ha llevado a que numerosas organizaciones y activistas antisionistas se pronuncien públicamente contra los desvaríos del jazzman exisraelí. Respecto a The Wandering Who, el libro que nos fue ofrecido recientemente y cuya edición obviamente rechazamos, se encuentra accesible en internet una carta pública de protesta firmada por varios autores de la editorial Zero Books, en la cual se desmarcan de su nuevo compañero de catálogo aduciendo argumentos y razones muy similares a los nuestros. (La carta en cuestión se puede leer aquí: http://leninology.blogspot.com/2011/09/zero-authors-statement-on-gilad-atzmon.html ).
No insistiré más. Como simple ciudadano, como lector de Rebelión y como editor de libros sobre Palestina y el sionismo, el discurso de Gilad Atzmon reverberando en los foros de izquierda se me antoja una circunstancia catastrófica. Nos hará daño.
*Sergio Pérez Pariente es editor de Bósforo Libros
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR