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Acuerdo del Consell Nacional de EUiA

Claroscuros del debate en la izquierda

Fuentes: Rebelión

Con 72 votos a favor y 17 abstenciones aprobó el Consell Nacional de EUiA, reunido en Barcelona este sábado 2 de Septiembre, el acuerdo alcanzado por nuestra formación con ICV, para concurrir juntos a las próximas elecciones autonómicas -adelantadas, como es sabido, al 1 de Noviembre, tras la ruptura del gobierno tripartito. Los votos favorables […]

Con 72 votos a favor y 17 abstenciones aprobó el Consell Nacional de EUiA, reunido en Barcelona este sábado 2 de Septiembre, el acuerdo alcanzado por nuestra formación con ICV, para concurrir juntos a las próximas elecciones autonómicas -adelantadas, como es sabido, al 1 de Noviembre, tras la ruptura del gobierno tripartito. Los votos favorables corresponden a la sensibilidad mayoritaria (PCC) y al POR. Las abstenciones, por el contrario, reflejaron el sentir de los miembros del PSUC-Viu y de «Rojos/roges».

Aunque nadie cuestionó la validez de una alianza con Iniciativa para recomponer, como dice la declaración de julio de la coalición, «el espacio de la izquierda verde y transformadora», aparecieron no obstante bastantes matices al respecto como para que la militancia, así como la gente de izquierdas en general, se apropien de la discusión.

Dolidos estaban los compañeros y compañeras del PSUC por algunas imposiciones de ICV en la composición de las listas, como el hecho de relegar hasta el tercer puesto en Gerona a la candidata de EUiA, Cristina Simó – a pesar de que, en aquellas comarcas, el peso electoral demostrado de ambas formaciones sea equiparable. Tampoco es justo que la segunda candidata de EUiA en la circunscripción metropolitana, Mercè Civit, se sitúe en octava posición. (En las elecciones de 2003, la coalición obtuvo ahí siete diputados y diputadas, con lo cual la elección de la compañera quedaría a expensas de un hipotético progreso de la coalición. Por cierto, algunas intervenciones llamaron la atención del Consell sobre el hecho de que, una vez más, los reajustes se produjeran en detrimento de la presencia de mujeres en nuestras listas). En resumen: si los términos del actual acuerdo ICV-EUiA son más equitativos que en la anterior contienda, no dejan de contener ciertos agravios ante los que quiso manifestar su protesta, mediante la reserva que expresa la abstención, todo un sector del Consell Nacional.

Por lo que respecta a «Rojos/roges», hicimos hincapié en el aspecto político, programático y de objetivos, insuficientemente debatidos a nuestro entender. En efecto, la declaración política de intenciones «Juntos por una Catalunya de izquierdas», que enmarca el acuerdo, plantea numerosos interrogantes al presentar todo un panegírico de la acción del tripartito y del papel desempeñado por la coalición. Como tuvimos ocasión de manifestar: «Es dudoso que nuestro electorado potencial, el mundo del trabajo y la juventud, perciba con tanto entusiasmo el balance de este gobierno. Habrá que pedir el voto a los empleados y empleadas del Prat que vieron al compañero Saura hacer de sufrido turista ante la «huelga salvaje» del personal de tierra. Tendremos que hacer campaña entre los trabajadores y trabajadoras de SEAT cuyos despidos fueron considerados desde el tripartito «una cuestión no de fondo». Hablaremos a la gente «deslocalizada» de Samsung, de Miniwatt, de Braun y de tantas otras empresas. Nos dirigiremos a una juventud desencantada ante un nuevo Estatut cuyas miserias, apenas aprobado, aparecen ya en materia de traspaso de competencias o en inmigración…».

¿Por qué estalló el tripartito?

Y es que la declaración en cuestión enmascara el verdadero balance de un gobierno… que no ha podido llegar siquiera al término de la legislatura. ¡Y justamente porque ha fallado por cuanto a su «catalanismo» se refiere… como en su vertiente social! ¡Incluso los avances que suponían la ley sobre el derecho a la vivienda o las iniciativas en torno a la recuperación de la memoria histórica han quedado varadas en el Parlament por la crisis del gobierno y por los cálculos de su principal componente, el PSC! No podemos ocultar que el tripartito saltó por los aires como consecuencia de un pacto entre el gobierno del PSOE y la derecha nacionalista catalana. El propio Maragall se quejaba amargamente estos días de tan lamentable querencia del socialismo español. No podemos maquillar el carácter social-liberal de las orientaciones del tripartito, sus connivencias con los grandes intereses privados en materia educativa o en sanidad, sus constantes cesiones ante los dictados de las multinacionales…

Joan Josep Nuet reconocía, en sus conclusiones, que el panorama político se había desplazado sensiblemente hacia la derecha. «Frente a los gobiernos del PP y al de CiU – nos decía el compañero – los anteriores cambios se produjeron bajo el impulso de amplias movilizaciones ciudadanas contra la guerra, el trasvase del Ebro, el desastre del «Prestige», etc. Sin embargo, hoy no contamos con movimientos de tal magnitud». Desde luego. Pero hay que decirlo todo. La única movilización democrática de envergadura de este período se produjo el 18 de febrero, cuando centenares de miles de ciudadanos y ciudadanas ocuparon las calles de Barcelona reclamando el «derecho a decidir» frente a la campaña histérica del PP, pero también frente a los límites que imponía el pacto Mas-Zapatero a la negociación estatutaria. ICV, alineada con ese pacto, presionó sobre EUiA para que diésemos la espalda a dicha movilización, y la izquierda transformadora acabó saboteándola en aras del «sí» a un Estatut de rebajas que alejaba la perspectiva de la autodeterminación. Esa es la verdad. Como lo es igualmente que nuestra izquierda, por no incomodar al tripartito y más allá de protestas verbales, no ha sabido inscribirse en los movimientos de resistencia sindical frente a agresiones patronales de tanto calado como la vivida en SEAT. ¡Pero si tenemos en EUiA compañeros que firmaron el acuerdo sobre los 660 despidos, incluidos los de militantes de nuestra propia organización, y que lo han justificado como un «mal menor» frente a las presiones y amenazas de la Conselleria de Treball del tripartito!

No podemos concurrir a unas elecciones sin responder de tales vivencias, sin afrontar el verdadero balance de estos años. No podemos dar a entender que se trataría de reeditar el tripartito. Ni siquiera, como lo hacen de modo más matizado los compañeros del POR, decir que se trataría de «rehacer un tripartito que vaya más hacia la izquierda y que se apoye en la movilización social». El problema consiste en que lo que flota en el aire, auspiciado desde Madrid y reclamado por «nuestra» patronal, es la famosa «sociovergencia». ¿Cómo cerrar el paso a la derecha sin romper decididamente con las políticas social-liberales que le están allanando el camino día a día? Esas políticas son precisamente las que desmovilizan a la izquierda social, al tiempo que envalentonan a CiU. El problema no se reduce, pues, a una simple cuestión de aritmética parlamentaria, a que salga de nuevo elegida una mayoría de izquierdas. Eso no basta. ERC vuelve a su famosa «equidistancia» entre derecha e izquierda (que difícilmente le ahorrará un batacazo electoral por ambos flancos). El PSC no se define claramente en cuanto a sus eventuales socios de gobierno. El candidato Montilla sí que prodiga, en cambio, garantías acerca de que nunca permitiría que «los ecologistas de salón paralizasen el crecimiento del país». (Palabras que suenan a música celestial en los despachos de Foment). En la misma línea, el nombramiento de Joan Clos al frente del Ministerio de Industria constituye toda una garantía de buenas relaciones del PSOE con la burguesía catalana. En resumidas cuentas: muchas combinaciones son posibles. Pero, si no se produce un giro y un nuevo ascenso en la movilización social, difícilmente cuajará ninguna fórmula progresista. Hoy por hoy, una hipotética reedición del tripartito tendría todos los números para escorarse hacia la derecha, y no al revés.

Por un gobierno de izquierdas

Por todo ello, para una izquierda consecuente, se trataría ante todo de contribuir a la recomposición de ese movimiento social. En el pasado Consell Nacional, «Rojos/roges» dimos nuestro apoyo a la candidatura unitaria de Jordi Miralles como cabeza de lista de EUiA en torno a una formulación genérica que ahora hay que llenar de contenido político y práctico: la lucha por un «gobierno de izquierdas». Como lo resumía nuestra compañera Anna Gabarró, parafraseando a Julio Anguita: «Luchar por un auténtico gobierno de izquierdas, empieza por definir, antes que cualquier alianza, su contenido y sus objetivos. Programa, programa, programa».

He aquí la discusión más urgente, la que requiere mayor claridad y valentía. Una vez más, corremos el riesgo de elaborar sesudos compendios de reformas… para terminar negociándolos con otras fuerzas. La situación exige, sin embargo, que procedamos de un modo muy distinto. Es mejor partir de la realidad que viven las clases populares y definir un plan de medidas urgentes, de carácter social y democrático, en clara ruptura con los dogmas neoliberales y enfrentado a los grandes intereses privados; es decir un programa que anime y vertebre la movilización ciudadana, que la convoque a la transformación de la realidad. Así pues, no son admisibles cierres ni despidos en empresas que realizan beneficios. En defensa del tejido industrial y para poner coto a la precarización del trabajo, un gobierno de izquierdas debería estar dispuesto a rechazar EREs abusivos, a intervenir empresas, a incautarse de bienes inmuebles… En defensa del derecho a la vivienda – y sin prejuicio de planes sociales a más largo plazo -, debería quebrar de inmediato la tiranía del mercado forzando la puesta en alquiler, a precios asequibles, de las decenas de miles de viviendas desocupadas existentes… Debería afirmar la preeminencia de los servicios públicos, frenando en seco la privatización de la sanidad, planificando la integración de toda la red de enseñanza concertada en un conjunto de titularidad pública… Debería luchar enérgicamente contra las desigualdades, la pobreza y la exclusión social, buscando fórmulas fiscales progresivas: bancos y cajas realizan beneficios portentosos, mientras disminuye el poder adquisitivo de los salarios y amplios colectivos se ven abocados a sobrevivir con pensiones miserables… Debería instaurar el derecho de voto para los y las inmigrantes que viven y trabajan aquí… En fin, un gobierno de izquierdas digno de ese nombre toparía enseguida con los límites que, en todos los ámbitos, impone el entramado jurídico del nuevo Estatut. Rebasarlos hasta alcanzar el pleno autogobierno, exigiría suscitar o conectar de algún modo con un amplio movimiento ciudadano a favor de la soberanía nacional. (Un problema que ni siquiera se plantea en nuestra izquierda, todavía bajo los efectos anestésicos del 18 J).

La lucha por implementar tales medidas rupturistas es lo que condiciona las alianzas, y no las alianzas las que deben determinar el programa «posible». Concretamente, la lucha por un gobierno de izquierdas debería llevar a una formación como EUiA a rehusar su participación en un gobierno como el tripartito que hemos conocido. Y, con mayor razón aún, en un gabinete de gestión social-liberal como el que evocan, en el mejor de los casos, las declaraciones de Montilla. Si eso es, electoralmente hablando, lo más a la izquierda que puede darse en estos momentos, la conclusión es que hay que preparar las condiciones de un giro desde fuera, actuando en la sociedad con total independencia y en el parlamento como una oposición de izquierdas. Lo cual no sólo no resulta contradictorio, sino que exige una actitud inconciliable hacia la derecha, cerrándole el paso mediante un apoyo crítico al gabinete social-liberal o a través de un «voto técnico», de tal modo que el gobierno no caiga de nuevo en manos de los representantes directos de la clase capitalista.

Ya se vio en el Consell que esta discusión no será nada fácil. La cultura dominante en nuestras filas – donde pesan demasiado las ganas de alcanzar posiciones institucionales y obtener recursos financieros -, hace que se identifique con mucha facilidad «gobierno de izquierdas» con «gobierno de las izquierdas», más allá de las bases políticas del mismo; que el posibilismo sea la regla y el electoralismo prime sobre la lucha social – sobre todo si ésta puede incomodar a nuestros eventuales socios. La mayoría dirigente de EUiA evita por lo pronto el incómodo debate sobre las alianzas invocando razones de Perogrullo: «¡Todavía no sabemos siquiera si lograremos una mayoría de los partidos de izquierdas en el futuro Parlament! ¡Ahora se trata de trabajar para lograr una buena representación de la coalición!».

Cierto. Pero esos resultados dependen de la percepción que tenga el electorado de nuestro balance, propuestas y perspectivas. Y debería tener claro que no queremos más compromisos de gobierno con el social-liberalismo, que queremos un cambio a la altura de las necesidades sociales. Por eso, con la misma machaconería que en lo tocante al programa, acerca del debate en las asambleas de EUiA: «Consulta, consulta, consulta. Toda la organización debe ser partícipe del debate sobre nuestra participación o no en un futuro gobierno».

Un factor de inquietud

Hay que decir que el Consell Nacional terminó de un modo inquietante en cuanto a un tema de la mayor trascendencia que «Rojos/roges» habíamos planteado en solitario en el curso de la discusión general: la cuestión del envío de tropas al Líbano por parte del gobierno español, medida a la que se opone nuestra corriente. Pues bien, he aquí que en «diversos» y sin lugar para la réplica, el compañero Antoni Barberà, responsable de relaciones internacionales, se nos «descolgó» con una vibrante defensa de la Resolución 1701 de las Naciones Unidas y, por consiguiente, de la decisión de Zapatero: que si se trataba de una fuerza de paz, que si tenía el apoyo de «Rifondazione Comunista» y del PCF, que si Hezbolá también era favorable a dicho contingente. En una palabra, que éramos víctimas de un antimilitarismo abstracto y sectario…

¡Con el pacifismo armado hemos topado! Y hay que reconocer que la epidemia está extendiéndose rápidamente en la izquierda europea. Es cierto que «Rifondazione» apoya el envío de un contingente italiano al Líbano… del mismo modo que, después de haber votado en ocho ocasiones contra la intervención en Afganistán (otra misión amparada por las Naciones Unidas, por cierto) y a partir del momento en que han entrado en el gobierno de Prodi, el partido de Bertinotti ha tenido una revelación: la expedición neocolonial de otrora se ha convertido prácticamente en una acción humanitaria. En cuanto al PCF… digamos que apoyar la intervención de Francia, antigua potencia «protectora», no constituye, hélàs, una radiante expresión de internacionalismo por parte del comunismo oficial francés. Y ampararse en lo que, bajo el chantaje del terror israelí sobre el conjunto de la población civil, se hayan visto obligados a admitir las fuerzas políticas libanesas, sencillamente, no es de recibo entre nosotros.

Por mucho que quieran adormecer nuestra vigilancia, lo cierto es que las tropas que van al Líbano pertenecen a países miembros de la OTAN, países que mantienen relaciones comerciales e incluso de cooperación armamentística con Israel y gobiernos que no han levantado un dedo para que se aplique ninguna resolución de la ONU favorable al pueblo palestino… ¿y ahora van a proteger a la población libanesa? Hay que estar ciego para no ver que la resolución 1701 representa un contratiempo en los planes regionales de Bush, que contaba con barrer fácilmente la resistencia libanesa antes de proseguir su escalada contra Siria y contra Irán. (Un contratiempo que las potencias europeas intentan aprovechar en función de sus propios intereses en la región). Pero el engranaje, aún con dificultades, sigue en marcha. Y la presencia de unas tropas cuyo mandato está llamado a ser modificado sobre la marcha forma parte de todo un dispositivo contra los pueblos de Oriente Medio.

Mal augurio, pues, la intervención de Barberà, que nos hace temer una actitud poco firme por parte del grupo parlamentario de Izquierda Unida y, sobre todo, que se genere confusión y parálisis en las filas del movimiento contra la guerra – como ha ocurrido en Italia con el brusco giro «ministerialista» y hacia la derecha de «Rifondazione». Alerta.