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Transgénicos y agricutura tradicional

Coexistencia imposible

Fuentes: EL PUNT

Durante 120 días los hemos podido encontrar en stands de fiestas mayores y de ferias agrícolas, a la salida de eventos solidarios y en comercios alternativos. Con el lema «som lo que sembrem» [somos lo que sembramos] una colectivo de payeses respaldados por cooperativas, entidades culturales, grupos ecologistas, ONG, asociaciones de vecinos, etc. se han […]


Durante 120 días los hemos podido encontrar en stands de fiestas mayores y de ferias agrícolas, a la salida de eventos solidarios y en comercios alternativos. Con el lema «som lo que sembrem» [somos lo que sembramos] una colectivo de payeses respaldados por cooperativas, entidades culturales, grupos ecologistas, ONG, asociaciones de vecinos, etc. se han desplegado para dar a conocer y buscar el respaldo a su iniciativa para declarar Catalunya libre de transgénicos. En esos mismos meses hemos presenciado el aumento del precio de los alimentos por todos los mercados del planeta suponiendo para muchas personas pasar de comer a no comer, de la pobreza a la hambruna. ¿Son dos realidades interconectadas?

Sí, a mi entender. Como explica la campaña, los transgénicos son una pieza que encaja perfectamente en un modelo de agricultura, en la agricultura industrializada. Las semillas transgénicas con su paquete tecnológico incorporado, no están diseñadas para apoyar la agricultura campesina, orgánica o ecológica, sino para hacer más eficaz la agricultura industrializada. Esta forma de hacer agricultura fue promovida por los Estados Unidos y Europa después de la Segunda Guerra Mundial, garantizando la provisión de alimentos y creando un nuevo mercado internacional (también, todo sea dicho, permitió dar salida a buena parte de la industria de armamentos y reconvertirla en industria química y de maquinaria). Pero su implementación a escala global, a ritmos aceleradísimos, con una visión crematística y sin marco político que la regulara, la ha convertido paradójicamente en una de las principales causas generadoras de la pobreza y hambre en el medio rural. Los productores y productoras de alimentos a pequeña escala son el principal grupo de personas afectadas por la pobreza, bien porque no pueden competir contra tamaña agricultura; bien porque sus esfuerzos en seguir el modelo los han llevado al endeudamiento y al cierre de sus pequeñas explotaciones; además de haber provocado un agotamiento de los suelos con sistemas agrícolas tan exigentes y tan poco prudentes en el uso de fertilizantes y agroquímicos.

En síntesis, ocurre lo mismo con el campesinado que con las semillas: igual que se ha demostrado la imposibilidad de la coexistencia de campos transgénicos con campos de semillas tradicionales, las primeras contaminan a las segundas, se ha evidenciado que los pequeños campesinos y campesinas no pueden coexistir con una agricultura industrializada y monopólica, la segunda asfixia a los primeros.

Si queremos defender al pequeño campesinado del planeta como garantes de nuestra alimentación, produciendo en cooperación con la naturaleza (no mediante una conquista despiadada) y asegurando la soberanía alimentaria de cada territorio, es necesario que los parlamentarios acojan favorablemente la iniciativa legislativa popular propuesta por 105.896 ciudadanos y ciudadanas catalanes. En ella se solicita la declaración de Catalunya como Zona Libre de Transgénicos, al igual que Euskadi, Menorca, Canarias o Asturias, y muchas otras regiones europeas, lo que llevaría a prohibir el cultivo de transgénicos y a poner en marcha un sistema de etiquetaje claro de los alimentos.

CRÓNICA: LA CRÓNICA

Caldo de invierno

GUSTAVO DUCH GUILLOT 26/11/2008

 

En el Liceo, durante una ópera de Wagner, se hace un vacío musical y se oye en un palco: «¡En mi casa cuando hacemos escudella ponemos pelota!». Con esta anécdota contaba mi abuelo que antes no era tan habitual comer carne. La escudella, como otros platos peninsulares -cocido madrileño, pote asturiano-, es caldo que se obtiene de hervir verduras, hortalizas y carne. Y como suele suceder, hay una versión «de pobres» -elaborada sólo con huesos y diferentes verduras-, como dice el refrán «naps i cols, cols i naps, escudella de soldats» (nabos y coles, coles y nabos, cocido de soldados), y la «escudella de capellà» (cocido de cura), que incorpora carnes diversas y embutidos, y que fuera de las sacristías se reserva para días festivos.

Este sábado pasado, en el mercado de la Llibertat (Barcelona), asistí a una demostración popular de otra forma de entender la gastronomía por «nuevas promesas» de la cocina catalana -cocineras y cocineros preocupados por las repercusiones del entramado económico que existe entre la producción de los ingredientes y nuestra compra en el supermercado o gran superficie de turno- que elaboraron un caldo agroecológico. Con delantales de chef, nueve personas de la campaña «Supermercados no, gracias» obsequiaron a la clientela del mercado con vasitos del caldo que allí mismo elaboraban en una gran olla. Y no se trataba de una fiesta popular, ni de hacer el puchero más grande del mundo para estar en el libro de los récords. Aquí, el caldo iba acompañado de información. Una combinación de lo más original, sabor y reflexión.

Hagamos con ellos un litro de caldo vegetal. Necesitamos una cebolla grandecita que nos ha costado 37 céntimos, medio kilo de patatas que no llega a medio euro, cinco o seis zanahorias también a 50 céntimos, dos o tres calabacines grandes, unos 90 céntimos más, y un poco de aceite y sal. Estos activistas metidos a cocineros (tomando los datos del Observatorio de Precios de los Alimentos del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino) calculan que el precio final de nuestras compras en el súper es de 2,35 euros por cada litro de caldo que queremos elaborar. Antes de llegar a su escenificación visitaron a algunos pequeños productores (¡todavía existen!) de los alrededores de Barcelona para saber cuánto les pagan a ellos por estos productos. La sorpresa no es doble, es quíntuple. El precio de un litro de caldo del campo a la mesa -pasando por un gran supermercado- se multiplica por cinco. Si quieren más «sustancia» las noticias son idénticas. Por ejemplo, el precio de la carne de cerdo, según el mismo observatorio, es de 5,88 euros el kilo, mientras que el precio de origen, es decir, el que se paga al productor, no llega a un euro el kilo.

Ésa es la denuncia. En la cadena agroalimentaria destaca un actor por encima de los demás: las grandes cadenas de distribución convertidas en oligopolio. Su fortaleza les permite marcar unos precios muy bajos a los productores -de forma que sólo sobreviven los grandes productores intensivistas mientras van cayendo, día a día, las pequeñas fincas familiares con modelos mucho más medioambientalmente sostenibles- y muy altos a los consumidores. Supermercados hasta en la sopa.