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Comida, no armas

Fuentes: Desinformémonos

En un lugar de Río de Janeiro, de cuyo nombre no quiero acordarme por seguridad, ha mucho tiempo que llegó un grupo de mujeres, en su mayoría afrodescendientes con sus criaturas, a instalar sus casas, construyendo las calles e instalando allí los servicios básicos. Con el pasar de los años y ante el abandono estatal, poco a poco el narcotráfico y posteriormente las milicias fueron ocupando el espacio.

Las milicias son complejos grupos paraestatales y paramilitares compuestos por policías “fuera de servicio”, que pretenden enfrentar la violencia y la inseguridad creada por las organizaciones del narcotráfico, a través de métodos ilícitos y en oscura connivencia con algunas élites políticas. Presentes en las zonas marginales de la ciudad, atienden los intereses de una parte de la población y de las élites. Con los años y como forma de financiarse,, han ido haciéndose con el control de los mercados legales e ilegales locales. Actualmente las milicias han consolidado su poder por medio de la coerción y la violencia en algunas de las favelas de Río de Janeiro.

Toda esta criminalidad organizada en connivencia con políticos locales y la militarización del territorio fue reiteradamente denunciado por la concejala afrodescendiente Marielle Franco. Como consecuencia fue cobardemente asesinada el 14 de marzo del 2018. Al día de hoy su crimen sigue impune y la justicia brasileña todavía no hay individuado a los responsables, cuando todos los indicios apuntan a estos grupos.

Pero las milicias no se sustentan sólo con armas ni controlan el territorio solo con la violencia. Se mantienen, como explica el investigador Nicholas Pope1, gracias a la interdependencia económica y el apoyo social. Se sostienen por los alquileres que cobran, las tasas que recaudan al comercio local, manteniendo el monopolio de los medios de transporte en el barrio, resolviendo los conflictos y, en definitiva, construyendo lazos en la comunidad. Romper el apoyo a través de la independencia es la única forma de resistencia que le queda a la población para librarse de esa lacra. A más comunidad organizada socialmente, menos milicia.

Esto es precisamente lo que hizo aquel grupo de mujeres que construyeron en sus orígenes la favela. A través de la creación de redes de apoyo y lazos de solidaridad ayudaron a resolver los problemas del hambre o la violencia doméstica. Teniendo como eje la comida y mediante la acción social eficaz, consiguieron reducir la dependencia de la comunidad de los paramilitares.

Todo empezó con una pequeña huerta comunitaria ecológica donde plantaban frutas y hortalizas que vendían en el mercado local. La huerta se convirtió en un lugar de encuentro donde además se impartían clases de apoyo o se discutía sobre el derecho humano a la alimentación o el acceso a la comida. La juventud que acudía al proyecto, comenzó a llevar a sus casas plantas de tomates y a traer a la huerta algunos de los problemas de los hogares como la violencia que sufrían sus madres a manos de sus parejas. Ahí la red también se activó para dar apoyo y sostén a estas mujeres2.

Cuando llegó el COVID, este afectó de forma más dura a la favela, ya que la imposibilidad de acudir a los empleos, la mayoría informales, significaba no disponer de los ingresos mínimos diarios. A la precariedad habitual se unió la limitación de gestionar la sobrevivencia cotidiana, lo que acentuó el hambre y la inseguridad en la comunidad.

El grupo de mujeres se organizó para conseguir alimentos y poder entregar cestas básicas a una gran parte de la población que las necesitaba. Así fueron extendiendo su actuar e influencia en un territorio antes controlado por las milicias, que difícilmente podían contestar esta acción social que contaba con la aprobación general de la población. Lograron “invadir” un campo que los paramilitares antes dominaban, como es el acceso a la comida. Consiguieron hacer verdadero el mantra de los coachs modernos: transformar la crisis en una oportunidad.

El papel social, político y económico que ellas cumplen en la favela está siendo fundamental para la trasformación. A través de la organización colectiva y el apoyo mutuo, han conseguido la seguridad alimentaria de su territorio quitándole terreno a las milicias. Y todo ello, a través de la comida y no con las armas.

1 https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/jid.3636

2 https://outraspalavras.net/outrasmidias/comida-uma-arma-contra-o-poder-da-milicia/

Alicia Alonso Merino. Feminista y abogada de derechos humanos. Realiza acompañamiento socio-jurídico en cárceles de distintos países.

Fuente: https://desinformemonos.org/comida-no-armas/