Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Un joven, con la cara enmascarada con un paño rojo de modo que solo se ven sus ojos, camina a grandes pasos frente a una multitud de manifestantes por una calle de la aldea chií de Nuwaidrat, en Bahréin. Los que le siguen parecen tensos, como si esperaran un enfrentamiento inmediato con la policía. Algunos agitan banderas rojiblancas bahreiníes, que se han convertido en símbolo de los manifestantes pro democracia, y uno de ellos lleva un bloque de cemento en cada mano que probablemente quiere colocar en la calle como obstáculo para los autos de la policía. «Pronto la policía comenzará a disparar», advierte un espectador, mientras vehículos policiales azules y blancos paran en seco con un chirrido a la entrada de la aldea. Poco después escuchamos los disparos de granadas de gas lacrimógeno.
Hay por doquier señales de revuelta hirviendo bajo la superficie desde hace cinco meses en el reino-isla de Bahréin, después de que los manifestantes exigieran una reforma democrática. Inspirados por el Despertar Árabe, miles de manifestantes tomaron la Plaza Perla en el centro de Manama, la capital de Bahréin, que se convirtió en el punto de encuentro. Un mes después, el 15 de marzo, las fuerzas de seguridad del gobierno, respaldadas por un contingente militar de la vecina Arabia Saudí, expulsaron a los manifestantes, arrollaron el elegante monumento del centro de la plaza, y lanzaron un pogromo de extraordinaria ferocidad contra la mayoritaria comunidad chií que apoyaba las protestas.
Los bahreiníes, chiíes y suníes, todavía están traumatizados por lo que sucedió. «Yo esperaba que el gobierno nos agradeciera haber atendido a tanta gente durante la crisis», recuerda un doctor cuya posición política era relativamente moderada. Sin embargo, en vez de eso, fue sometido a prolongadas golpizas, privación del sueño, así como fue obligado a estar de pie durante cuatro días. Un hombre de 64 años, activista de la defensa de los derechos humanos, Muhammad Hassan Jawad, todavía está en la cárcel. Dio detalles a su familia de cómo lo torturaron los interrogadores con choques eléctricos en los genitales, piernas, oídos y manos. Lo hicieron inclinarse ante una foto del rey bahreiní Hamad bin Isa al-Khalifa y le dijeron que abriera la boca para escupir en su interior, y agregaron que «a menos que te tragues el escupo, orinaremos en tu boca». Su familia, a la que permiten verlo solo durante breves períodos supervisados, notó que las uñas de sus pies estaban muertas, negras, debido a los choques eléctricos.
Bahréin, una pequeña isla con una población de 1,2 millones, en su mitad árabes, debería haber sido el único sitio en el mundo árabe en el cual podía darse un compromiso entre gobernantes y gobernados, y entre suníes y chiíes. En su lugar, se sumó a un puñado de sitios como Beirut y Jerusalén donde las comunidades están totalmente polarizadas y el aire está saturado de odio y sospechas. Es como Belfast en sus peores días de los años setenta, cuando católicos y protestantes solo se veían como enemigos a los que había que temer. El choque que produjo lo sucedido es tanto mayor porque Bahréin se considera como uno de los países más liberales y mejor educados del Golfo. A diferencia de la cercana Arabia Saudí, las mujeres conducen coches y tienen importantes puestos en el gobierno. Manama era más conocida por sus brillantes edificios ultramodernos que por sus prisiones.
La explicación más simple del desastre humano que consume a la sociedad bahreiní es que el gobierno entró en pánico y reaccionó de forma exagerada. Los al-Khalifa sintieron que su régimen estaba bajo una seria amenaza al ver que los déspotas establecidos hace tiempo en todo el mundo árabe eran derrocados o amenazados. Trataron a reformadores moderados como si fueran revolucionarios profesionales. Sin ninguna prueba, las autoridades satanizaron a Irán como la mano oculta tras la demanda de la mayoría chií de acabar con la discriminación y la falta de derechos civiles. «A la comunidad suní en este país le dijeron que se enfrentaba una amenaza existencial y que la igualdad de ciudadanía para los chiíes significaba el fin de los suníes», y lo creyó.
Bahréin siempre ha estado dividido entre la elite suní gobernante, centrada en la familia real al-Khalifa, y los chiíes, pero desde marzo esto se ha convertido en algo más parecido a un pogromo anti-chií. La evidencia del sectarismo oficial es demasiado obvia. Después de ver el comienzo de un disturbio en Nuwaidrat fuimos a una parte más tranquila de la aldea donde diez mezquitas chiíes fueron destruidas en un solo día tres meses antes. Un hombre del lugar, quien está escribiendo una historia de las mezquitas y lugares sagrados chiíes del vecindario y que no quiso ver su nombre publicado, nos mostró un montón de escombros y dijo: «Esto era la mezquita Mo’min, donde oraban 200 o 300 personas. Hubo una mezquita aquí durante 400 años, aunque la actual fue reconstruida hace quince.»
Describió cómo, el 19 de abril, los militares y la policía rodearon el área y, cerca de las 3 de la tarde, habían llevado equipo de demolición. Cuando se retiraron ocho horas después, diez de las diecisiete mezquitas chiíes de Nuwaidrat habían sido demolidas. En el lugar de la mezquita Mo’min solo dejaron en pie un árbol verde junto a una pila de trozos de hormigón. No solo atacaron las mezquitas. Los chiíes reverencian las tumbas de sus hombres santos. En dos sitios en Nuwaidrat fueron excavadas por soldados o policías. El historiador local que nos guiaba mostró un hoyo en el suelo marcado por un paño amarillo atado a una cerca y nos dijo que era el lugar de la tumba de un hombre santo chií llamado Mohammed Abu Kharis quien murió hace 200 años, y agregó: «Sacaron sus huesos y los tiraron».
La explicación oficial del gobierno bahreiní sobre la destrucción de por lo menos 35 mezquitas y sitios religiosos chiíes es que se habían construido sin permiso. Parece poco probable que en medio de la agitación política al gobierno le haya atacado repentinamente un deseo abrumador de utilizar al ejército y a la policía para imponer las regulaciones de construcción. Muchos chiíes sospechan que, de alguna manera, los saudíes tuvieron que ver con la destrucción, ya que es parte de la tradición del wahabismo, la versión fundamentalista del Islam suní que prevalece en Arabia Saudí. Un dirigente chií tiene otra explicación y cree que el propósito del sectarismo respaldado por el gobierno es intimidar a la comunidad chií en su conjunto. Dice que el gobierno quiere decir: «No conocemos límites al enfrentarnos a los chiíes»·
Es posible que la política oficial no se calcule con tanto cuidado y maldad. Lubna Selaibeekh, portavoz del Ministerio de Educación, dice que está «horrorizada» por las afirmaciones de que se están negando becas a los estudiantes porque son chiíes o porque han participado en manifestaciones. Agrega que los estudiantes en el Reino Unido que habían perdido financiamiento del Estado por haber participado en manifestaciones las recuperaron. «Hubo un anuncio pero se suspendió». Acepta que 6.500 de 12.000 maestros en Bahréin participaron en una huelga para apoyar a los manifestantes en la Plaza Perla, pero dijo que solo los que violaron reglas del servicio civil serían castigados. Afirma que el ministerio no tiene «estadísticas sobre quién es chií o suní».
El gobierno podrá afirmar que no mantiene estadísticas sectarias, pero sus oponentes sí lo hacen. Nabil Rajab, jefe del Centro por Derechos Humanos de Bahréin, tiene cifras precisas sobre la discriminación que muestran que «en 2003, un 18% de los puestos importantes en Bahréin estaba en manos de chiíes, para 2008 habían bajado a un 13% y actualmente son entre 8 y 9%». Cree que el gobierno busca un cambio de la demografía en la isla despidiendo a chiíes e importando y naturalizando suníes de Pakistán, Jordania, Yemen y otros países de mayoría suní. Dice que el «gobierno crea los ingredientes para una guerra civil» porque cuanto más margine a los chiíes, más enfurecidos y extremistas se volverán ya que «no tienen nada que perder».
Unos 2.500 chiíes han sido despedidos, aunque el rey Hamad prometió que recuperarían sus puestos de trabajo. Puede que no sea tan fácil. Hussain, un especialista informático en la semi-estatal compañía de telecomunicaciones Batelco, fue uno de los que perdieron su trabajo. Dice que ahora hay una capa de funcionarios suníes que no quiere que los chiíes vuelvan, no importa lo que diga el rey. «Nos tratan como a los pieles rojas indígenas en EE.UU.», dice. «Ahora somos la mayoría, pero tal vez no por mucho tiempo. Estoy buscando trabajo en Qatar o Dubai.»
El rey Hamad afirma que han ofrecido un compromiso y un diálogo nacional, pero esto sigue flotando incómodamente entre verdaderas concesiones y relaciones públicas. El Diálogo Nacional que acaba de terminar fue muy promocionado por el gobierno, pero resultó ser una plática sin representatividad. «El diálogo fue un monólogo», dice Abdul Jalil Khalil Ibrahim, negociador del principal partido chií al-Wifaq, que se retiró del diálogo. Dice que su partido obtuvo una mayoría por unanimidad en la última elección al Consejo de Representantes, prácticamente impotente, pero solo cinco miembros de los 320 que asistieron al Diálogo Nacional.
Mucho más seria es la comisión investigadora de lo que sucedió en Bahréin desde febrero, encabezada por el famoso abogado de derechos humanos Cherif Bassiouni, que acaba de iniciar su trabajo en Bahréin. En vista de que la pérdida de vidas es tanto más pequeña que en Ruanda o Bosnia, suena asombrado ante el grado de aborrecimiento apenas oculto con el cual se enfrentan las dos diferentes comunidades bahreiníes. «Las dos tienen narrativas totalmente diferentes de lo que sucedió», dice. «Esto refleja una sociedad polarizada y radicalizada».
El señor Bassiouni se muestra optimista ante la idea de que el Rey y el Príncipe heredero quieran sinceramente que trabaje como si dirigiera una comisión de la verdad, que distribuya imparcialmente la culpa entre el gobierno y los manifestantes. En general, lo que sucedió en Bahréin lo persuade de una verdad más sombría. «La naturaleza primitiva del hombre comienza directamente bajo la piel», dice resignado. «Cuando se raspa la superficie aparece lo peor del género humano».
Patrick Cockburn es autor de Muqtada: Muqtada Al-Sadr, the Shia Revival, and the Struggle for Iraq
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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