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Cómo entender la normalización de EAU y Bahréin con Israel

Fuentes: Jadaliyya [Foto: Abdullatif bin Rashid Al Zayani, Benjamin Netanyahu, Donald Trump y Abdullah bin Zayed Al Nahyan la ceremonia de los Acuerdos de Abraham Accords en la Casa Blanca 15 de septiembre de 2020) via Wikimedia Commons]

Traducción del inglés para Rebelión de Loles Oliván Hijós

Sólo una nueva estrategia palestina que ponga el poder moral y la resistencia popular en su eje puede hacer frente al desafío

No cabe duda de que los nuevos acuerdos de normalización entre Israel, y Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin han debilitado seriamente la posición negociadora palestina. Ello explica la reacción de indignación de la dirección palestina y su descalificación de los acuerdos como traición. Ciertamente el tipo de acuerdo promovido por la administración Trump deja a los palestinos más lejos de lo que estaban de conseguir una solución justa y pacífica al conflicto con Israel.

Y a pesar de ello, los acuerdos de normalización ofrecen una oportunidad potencialmente única para que los palestinos se liberen de la ficción según la cual el paradigma de negociaciones establecido en los Acuerdos de Oslo de 1993 puede conducir algún día al establecimiento de un Estado palestino viable e independiente. Y a su vez, eso debería alentar a los palestinos a desarrollar un nuevo marco de lucha por la independencia en la era post-normalización.

Los palestinos siempre han considerado el apoyo de los Estados árabes como un activo estratégico. Que varios gobiernos árabes hayan normalizado sus relaciones con Israel sin un acuerdo previo que ponga fin al conflicto significa poner en riesgo ese activo. Los acuerdos entre EAU, Bahréin e Israel desequilibran aún más la ya asimétrica relación entre israelíes y palestinos, y dejan a Israel sin incentivos –como la contrapartida de acceder a los mercados árabes– para entablar negociaciones significativas con los palestinos.

No obstante, a pesar del perjuicio para las perspectivas de una paz global, los acuerdos de normalización deberían servir de llamada de atención a los y las palestinas.

En concreto deberían servir para que sus delirantes dirigentes se desengañen de una vez de que a través de los Acuerdos de Oslo se puede llegar a la liberación. Este liderazgo ha perseguido hasta la exasperación, durante más de 27 años, el arduo objetivo de la creación de un Estado palestino mediante el paradigma de negociaciones bilaterales, cuya principal consecuencia ha sido que el número de colonos israelíes en Cisjordania se haya incrementado de casi 100.000 en 1993 a más de 550.000 en la actualidad. Igualmente, [la normalización] debería demostrar a los dirigentes palestinos que han sido los mismos gobiernos árabes que propusieron la Iniciativa Árabe de Paz en 2002, nunca aceptada por Israel, quienes ahora la han abandonado.

Además de lo anterior, la normalización debería obligar a los diferentes sectores políticos palestinos a desarrollar marcos de acción colectiva. Durante más de trece años han estado muy divididos entre el movimiento Fatah, que respaldó las negociaciones como vía a la libre determinación, y Hamas, que adoptó la resistencia armada. En realidad, ni Fatah ha estado negociando ni Hamas resistiendo, pero la inflexibilidad estratégica de ambos ha paralizado el proyecto nacional palestino. Ahora, por primera vez desde 2007, las facciones palestinas han rechazado unánimemente los acuerdos de normalización entre EAU, Bahréin e Israel porque los consideran una amenaza a la causa nacional.

Desde los Acuerdos de Oslo de 1993 el apoyo árabe a los palestinos les ha ayudado diplomática y financieramente pero no ha resultado una contribución tangible para resolver el conflicto con Israel. Una consecuencia accidental de la naturaleza de esa ayuda es que alentó en los dirigentes palestinos una actitud de derecho a depender de los gobiernos árabes. La normalización ha creado una nueva realidad; si quieren seguir en sus puestos, los dirigentes palestinos tendrán que reformarse y ganarse su papel de representantes de una causa justa.

Tres han sido los paradigmas que históricamente han competido para resolver el conflicto israelo-palestino: la resistencia armada (1965-1993), las negociaciones en el marco de Oslo y la Iniciativa Árabe de Paz (1993-presente), y el autoproclamado “Acuerdo del siglo” de la administración Trump (2018-presente). Las dos primeras no consiguieron alcanzar los objetivos palestinos; el “Acuerdo del siglo” tiene como meta la rendición plena e incondicional [palestina]. Por todo ello, y en un tiempo nuevo de normalización árabe con Israel, la respuesta palestina exige crear un cuarto paradigma alternativo que combine poder blando y resistencia popular.

El principal distintivo del poder blando palestino es la fuerza moral de su lucha legítima por la libertad, la justicia, la igualdad de derechos y la dignidad, que puede resultar decisiva para avivar la solidaridad internacional al igual que ocurrió en la lucha contra el apartheid de Sudáfrica. Una solidaridad internacional amplia y movilizada puede contribuir a que los palestinos aborden y corrijan, al menos parcialmente, el efecto del desequilibrio de poder con respecto a Israel que ha impedido sistemáticamente una solución justa del conflicto. Décadas de experiencia han demostrado que en cualquier confrontación militar Israel lleva las de ganar. Sin embargo, como han demostrado los ejemplos de Sudáfrica y del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, la movilización activa de la legitimidad moral, ámbito en el que los palestinos están muy delante, puede desempeñar un papel fundamental para neutralizar la ventaja de una fuerza armada superior en un enfrentamiento con un sistema de discriminación e injusticia.

El poder blando también tiene sus limitaciones. Por ello los palestinos tendrán que participar además en campañas de resistencia popular sobre el terreno. En este sentido, cabe señalar que aunque la resistencia armada y más aún las negociaciones han excluido a la mayoría de los y las palestinas, la resistencia popular –por ejemplo durante el levantamiento de 1987-1993– es inclusiva y se caracteriza por una amplia participación. De hecho, es la resistencia popular la que puede transformar la lucha palestina en una empresa verdaderamente nacional en la que intervenga activamente todo el pueblo y no sólo una elite reducida.

Si aceptamos la necesidad y la eficacia de tal cambio de paradigma, la cuestión es quién puede liderarlo, y si el liderazgo actual es capaz de asumir un proyecto de resistencia multidimensional. En pocas palabras, y abierta ya la era post-normalización, esa transformación exige un liderazgo inspirador y creíble que goce de legitimidad y confianza entre quienes representa. Al respecto, baste decir que ni Mahmud Abbas es Nelson Mandela o Martin Luther King Jr., ni puede llevar a cabo la reforma institucional ni la movilización popular que se requiere.

Sin embargo, lo que Abbas y el resto de los dirigentes palestinos sí pueden hacer es dar facilidades para que emerjan nuevos dirigentes (son muchos y muchas quienes pueden serlo) que se comprometan con la lucha nacional sobre el terreno y con la opinión pública internacional. Como argumentaban hace poco Marwa Fatafta y Alaa Tartir en Foreign Policy, los y las palestinas tienen que recuperar a la OLP y producir una “nueva generación de dirigentes que cumplan con la gobernanza responsable y la libertad”. A este respecto, la reforma y el rejuvenecimiento de la OLP ha estado en el epicentro de las iniciativas para acabar con la ruptura entre Fatah y Hamas. Un requisito previo para resolver la actual crisis nacional es asegurar que la OLP vuelva a representar a todos los palestinos y palestinas, independientemente de dónde se encuentren.

Asimismo que los actuales dirigentes apoyen un diálogo nacional inclusivo puede suponer una estrategia tangible para conducir el proyecto nacional palestino en la era post-normalización. Por eso la reunión excepcional que se celebró a mediados de septiembre en la que participaron todas las facciones palestinas para elaborar conjuntamente una estrategia de respuesta a los desafíos que plantea la normalización de EAU y Israel puede ser un paso para acabar con la división y avanzar. Tras esa reunión se celebraron otras para elaborar una nueva estrategia nacional y permitir que otros partidos políticos formaran parte del debate.

Un diálogo nacional exitoso puede además producir un nuevo contrato social que permita el surgimiento de un nuevo liderazgo. El éxito de ese diálogo no puede medirse solo por el consenso de los partidos participantes sino que tendrá que ponerse en marcha mediante nuevas elecciones, por tanto tiempo postergadas. Unas elecciones libres y justas no sólo darían nuevos dirigentes sino que les proporcionarían legitimidad popular y política para llevar a cabo el cambio de paradigma imprescindible para hacer frente a los desafíos en la época de la post-normalización de EAU, Bahréin e Israel.

La naturaleza de la lucha nacional palestina ha cambiado considerablemente durante el último decenio. Sólo un nuevo liderazgo puede responder a los desafíos resultantes y operar eficazmente en este nuevo contexto. El imprescindible cambio de paradigma y, no menos importante, la resistencia popular, exigen una mentalidad y un enfoque que los que se han atrincherado en el proceso de Oslo durante un cuarto de siglo ni tienen ni pueden desarrollar. La normalización del Golfo-Israel ha creado nuevas realidades políticas en la región. Sólo una nueva estrategia palestina que ponga el poder moral y la resistencia popular en su eje puede hacer frente al desafío.

Ibrahim Fraihat, qatarí, es profesor adjunto de Solución de conflictos internacionales en el Instituto de Estudios de Posgrado de Doha y académico de la Universidad de Georgetown (Qatar). Es autor de Unfinished Revolutions (Yale University Press, 2016).

Fuente: https://www.jadaliyya.com/Details/42058/How-the-Palestinians-Should-Understand-UAE-Bahrain-Israel-Normalization

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