Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Somos ciudadanos patriotas pero estamos horrorizados por las crecientes tensiones en nuestro país, tememos por quienes viven aquí
Una protesta palestina contra el asentamiento de Pnei Hever en Cisjordania. Fotografía: Abed Al Hashlamoun / EPA
EL Estado de Israel se enfrenta a una situación catastrófica, que podría, alarmantemente pronto, provocar un derramamiento de sangre. Es hora de que la comunidad internacional actúe con decisión. La presión externa sustantiva (política, económica y cultural) ofrece la única posibilidad de salir de esta situación imposible antes de que sea demasiado tarde. No al estilo gran boicot al país como el BDS, sino diversos actos de presión cuidadosamente elaborados.
Representamos a un grupo de intelectuales y figuras culturales centrales de la sociedad israelí, varios de los cuales son reconocidos mundialmente en sus campos. Somos ciudadanos israelíes patriotas que amamos a nuestro país y que contribuimos incansablemente a la ciencia y la cultura israelíes, y al mundo en general. Tenemos la intención de quedarnos aquí y seguir contribuyendo, pero estamos horrorizados por la situación y tememos profundamente por nuestras vidas, por las vidas de nuestros hijos y por las vidas de los 13 millones de judíos y árabes que viven aquí y no tienen otra patria.
No se tome a la ligera la decisión de dirigir nuestra súplica al mundo exterior, lo hacemos con el corazón apesadumbrado. La presión que creemos necesaria debe provenir de los gobiernos y los parlamentos, por supuesto, pero también de la sociedad civil, los individuos y las instituciones. Desde 1967, ni un solo Gobierno israelí ha detenido la expansión de las colonias en la ocupada Cisjordania. Además en los últimos años la política ideológica oficial y abiertamente declarada del Gobierno israelí electo dice que esta tierra, desde el Mediterráneo hasta el río Jordán, pertenece en su totalidad al pueblo judío, dondequiera que se encuentre.
En el espíritu de esta ideología, los procesos que implican la opresión, expulsión y limpieza étnica de los palestinos que viven en Cisjordania se están ampliando y profundizando. Esto también incluye Jerusalén, que fue anexada por Israel en 1967, y cuyos límites se extienden casi desde Belén en el sur hasta Ramallah en el norte. Los tribunales israelíes están en el proceso de legitimar la destrucción de aldeas enteras y la Knesset está aprobando nuevas leyes que disminuyen constantemente la capacidad de los tribunales para opinar. Otros legitiman la expropiación adicional de tierras privadas palestinas en favor de los asentamientos construidos sobre ellas. Estos actos de expropiación unilateral violan aquellas partes del derecho internacional que protegen a los civiles de los territorios ocupados y algunos incluso violan la ley israelí.
Durante años la comunidad internacional ha estado hablando de una solución basada en estados israelíes y palestinos separados que coexistan en paz y seguridad. Pero la actual política israelí hace esto imposible. Durante los 51 años de gobierno militar en Cisjordania, Israel ha tomado grandes cantidades de tierra y ha colocado a unos 600.000 ciudadanos israelíes en cientos de colonias. Les proporciona carreteras, agua y electricidad, ha construido y financiado sus instituciones de salud, educación y cultura, y les ha otorgado los mismos derechos civiles y políticos de los ciudadanos que residen en su territorio soberano.
En contraste, Israel está restringiendo el espacio vital de los residentes palestinos, que no disfrutan de derechos civiles o políticos. Con la ayuda de leyes, regulaciones especiales y órdenes militares, los excluye de las áreas que ha asignado a sus ciudadanos y para sus actividades de entrenamiento militar. Delinea y luego expropia sus tierras privadas y públicas sobre la base de las normas que establece para el beneficio exclusivo de sus propios ciudadanos. Confina sus aldeas rodeándolas de cercas y barreras, destruye casas y se niega a permitir que se expandan; impone castigos colectivos, detiene a miles de hombres, mujeres y menores de edad, los juzga en un sistema judicial militar y los encarcela en su territorio soberano.
Dado que todas estas acciones se llevan a cabo en violación del derecho internacional, la situación resultante ya no es solo un problema interno israelí. Las instituciones de la comunidad internacional han tomado muchas decisiones destinadas a frenar estas acciones, pero ninguna ha sido acompañada de mecanismos de cumplimiento real.
De manera que una realidad destructiva, violenta y explosiva se está convirtiendo en la norma en estas áreas. Nosotros, ubicados en medio de esta realidad, creemos que la comunidad internacional debe ayudar, ya que solo ella es responsable de hacer cumplir los tratados y las decisiones de sus instituciones, y dado que en las circunstancias actuales nadie más puede hacerlo.
Nunca han sido estos temas tan claros y urgentes como hoy: si no se establece la paz en esta parte del mundo muy pronto, un área que se ha convertido en una bomba de tiempo de tensiones nacionales y religiosas, no habrá futuro ni vida para nosotros o los palestinos.
Ilana Hammerman es una escritora y traductora israelí. David Harel es vicepresidente de la Academia de Ciencias y Humanidades de Israel.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.