La falta de firmes compromisos de aportes económicos para el desarrollo sostenible que caracterizó a la Cumbre de la Tierra de 1992, ¿se repetirá en la inminente conferencia Río+20? La cumbre de 1992 concluyó con la adopción de la Declaración de Río sobre el Ambiente y el Desarrollo, y con la histórica Agenda 21 para […]
La falta de firmes compromisos de aportes económicos para el desarrollo sostenible que caracterizó a la Cumbre de la Tierra de 1992, ¿se repetirá en la inminente conferencia Río+20?
La cumbre de 1992 concluyó con la adopción de la Declaración de Río sobre el Ambiente y el Desarrollo, y con la histórica Agenda 21 para un futuro sostenible.
Sin embargo, hubo una decepción generalizada sobre el documento final de esa conferencia, principalmente porque las naciones ricas no se comprometieron de manera decisiva a aportar fondos.
En aquel entonces, y al ser consultado sobre las frustraciones en materia de financiamiento, Gamani Corea, ex secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), hizo tal vez la evaluación más realista, cuando formuló su famosa declaración: «Negociamos el tamaño del cero».
Pero, ¿acaso se repetirá la historia?
Se esperaba que los reclamos de financiamiento en la Cumbre de la Tierra quedaran cubiertos principalmente por tres vías: creando el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (conocido por sus siglas en inglés, GEF), aumentando la asistencia oficial al desarrollo específicamente asignada al desarrollo sostenible, y compromisos por parte de las varias instituciones internacionales financieras y de desarrollo.
Pero en los últimos 20 años se amplió la brecha entre las promesas y los hechos.
Aunque la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, o Río+20, que se realizará del 20 al 22 de este mes, no es bajo ningún concepto una instancia para efectuar compromisos financieros, hay temores de que los planes mejor trazados puedan fracasar si no hay dinero para implementarlos.
Esta cumbre mundial se realizará en un contexto de crisis económica y crediticia generalizada en Europa, con consecuencias de largo alcance en Estados Unidos y en potencias emergentes como China, India y Brasil.
«El futuro que queremos», lema de Río+20, bien puede ser un plan para la búsqueda desesperada de financiamiento.
«La crisis ambiental es un desafío tan grande como la crisis financiera, y puede ser aun mayor y más duradera», dijo a IPS el embajador Palitha Kohona, representante permanente de Sri Lanka en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Irónicamente, destacó, ambas crisis se originaron en el mundo industrializado debido a la búsqueda ilimitada de bienestar material.
Y pese a todo, al mundo rico nunca le faltan recetas para sugerirles a otros sobre cómo afrontar estas crisis, dijo Kohona, quien integrará la delegación srilankesa que participará en Río+20.
En una conferencia de prensa previa a la cumbre y realizada el miércoles 6, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo que el éxito requiere colaboración internacional, inversiones y que los países intercambien experiencias y tecnología.
«Necesitamos avanzar en la implementación», agregó, y esto «incluye reafirmar compromisos e iniciativas anteriores sobre comercio, financiamiento para el desarrollo, transferencia de tecnología y creación de infraestructura».
Pero ¿se materializarán estos compromisos?
El Fondo Verde para el Clima, dedicado al financiamiento climático, tiene un objetivo de llegar 100.000 millones de dólares anuales para 2020.
Bjørn Lomborg, profesor adjunto y presidente del Centro de Consenso de Copenhague en la Escuela de Negocios de la capital danesa, dijo a IPS que la evidencia de los compromisos previos no es promisoria.
Primero, la ambición del Fondo Verde de llegar a 100.000 millones de dólares ya es mucho menor que las cifras de las que hablan la mayoría de los actores.
Segundo, esto se prometió para mucho tiempo después: 2020.
Tercero, nunca se financió plenamente. Se asumió que buena parte vendría de financiadores privados, quienes no pagaron realmente.
Cuarto, ni siquiera se ha aportado la décima parte de lo prometido para el periodo 2010-2012.
Quinto, buena parte de ese dinero no eran fondos adicionales, e incluso el que se ha aportado es, mayoritariamente, mal usado, dijo Lomborg.
Apenas 14 por ciento se destinó a políticas de adaptación, que realmente ayudarían al mundo en desarrollo, mientras que la mayor parte del dinero fue para realizar recortes de carbono que no solo son herramientas inefectivas sino que también ayudan a las naciones pobres de modo ineficiente con vistas al futuro lejano.
Es por esto que parece improbable que los países pobres quieran escuchar en Río+20 grandes promesas de dinero que luego resulten ser para dentro de mucho tiempo y no sean nuevas ni estén bien usadas, alertó Lomborg.
El embajador Kohona dijo a IPS que, en el pasado, los compromisos asumidos por países ricos para ayudar a los otros a escapar de la pobreza no han sido genuinamente entusiastas.
«El compromiso de transferir 0,7 por ciento del producto interno bruto a los países en desarrollo, los Acuerdos de Monterrey, los compromisos de cumplir los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, todo está sin cumplir, excepto en el caso de muy pocos países industrializados», destacó.
Es necesario que los países ricos y los pobres trabajen juntos para evitar una catástrofe en el futuro, sostuvo.
La mayoría de las naciones en desarrollo, especialmente las más pequeñas, necesitan compromisos específicos para afrontar y adaptarse al cambio climático y la degradación ambiental, dijo.
Los miles de millones de dólares que de la noche a la mañana se obtuvieron para el rescate de bancos en crisis deben volver a movilizarse para salvar a la humanidad, enfatizó.
Lomborg espera que los países en desarrollo insistan en que la cumbre de Río se centre en los asuntos ambientales que más importan a la mayoría de la gente. Por ejemplo, la contaminación del aire y el agua, que provoca alrededor de 13 por ciento de todas las muertes en el mundo industrializado, junto con la pobreza, que causa 25 por ciento de los fallecimientos, además de una profunda destrucción ambiental.