Durante las dos últimas semanas, hemos sufrido el dolor de la humillación y la tristeza, dolor que solo ha permeado un instante de ira ante la imagen de las víctimas del bombardeo químico sobre Al-Ghoutta, que no tardó en dar paso a la impotencia. Las dos partes de la ecuación política se sintieron frustradas. El […]
Durante las dos últimas semanas, hemos sufrido el dolor de la humillación y la tristeza, dolor que solo ha permeado un instante de ira ante la imagen de las víctimas del bombardeo químico sobre Al-Ghoutta, que no tardó en dar paso a la impotencia. Las dos partes de la ecuación política se sintieron frustradas. El primero porque el prometido golpe estadounidense no llegó y es dudoso que llegue; y si viene, no cambiará la ecuación. El segundo porque todos sus análisis sobre la conspiración occidental estadounidense ya no sirven, pues tras la retirada británica del proyecto del ataque, ha llegado el titubeo al cuartel occidental y Obama parece que dirigirse a ello obligado, en medio de una opinión general estadounidense que lo rechaza. Los deseos de ambos se han desplomado ante una realidad más vil y salvaje: ni la oposición, algunos de cuyos miembros han mendigado que se ataque, ha sido considerada un agente occidental en el que poder confiar, ni las amenazas del frente del rechazo de responder se han tomado en serio, porque la discusión interna en Europa y EEUU no le dio la menor importancia, ya que estaba ocupada en sus propios cálculos sobre el efecto el día después de un ataque contra Siria. La situación es más complicada que lo que dan a entender los dos discursos dominantes, dos discursos que han perdido su credibilidad tanto en el interior como en el exterior, y la situación es mucho peor que lo que diga cualquier análisis en ese sentido.
El discurso de los amigos de Occidente, desde los liberales a los islamistas del Golfo y Turquía, ya sean los moderados o esos a quienes su «moderación» les obliga a enviar a luchadores de Al-Qaeda a reforzar el frente de la oposición militar, no tienen un plan claro para la etapa post régimen. Lo más probable es que no sean capaces de construir un régimen político cohesionada que pueda aferrarse al poder en Siria tras la caída de Asad. Cambiar las garantías efectivas que Asad da a la entidad sionista por otras garantías no seduce a EEUU que considera a Israel como un interés nacional estadounidense.
En cuanto al discurso «de rechazo», que nos ha hartado de amenazas y promesas en las páginas de algunos periódicos y pantallas, nadie se lo traga, porque son palabras que se utilizan para consumo interno, y su objetivo no es más que reafirmar la doctrina repetida por el dictador sirio, cuando estalló la revolución hace unos dos años y medio y que dice: Asad o nadie. Es decir que la línea de defensa real del régimen es la amenaza con el caos que vendrá tras su caída, una vez esparcidas las semillas de la discordia social y el salvajismo en toda Siria.
¿Por qué la gloriosa revolución que rompió todos los muros del miedo ha llegado a esto? Una de las respuestas más probables, y que no me gusta ni a mí, ni a los de izquierdas, ni los demócratas, ni a los liberales, pero que nace de una lectura de la realidad es la ausencia del ejército. En los dos países que iniciaron las revoluciones democráticas en el mundo árabe, Egipto y Túnez, el ejército jugó un papel central en «convencer» al dictador de que dimitiera y huyera porque se negaron a protegerlo. Y en los dos países en que el ejército se convirtió en una especie de milicia para defender al régimen, el Estado se partió de forma casi total. En Libia se zanjó el asunto con la intervención de la OTAN, mientras que en Siria la situación sigue estancada porque la intervención aquí es más complicada y no goza de un consenso en el Consejo de Seguridad. Además, Siria, roza la verdadera línea roja de Occidente: Israel. Esto no significa que los ejércitos hayan logrado resolver el problema de construir un Estado, y que no puedan atraer el modelo argelino, sino que simplemente significa que pudieron, como resultado de la debilidad de las fuerzas políticas civiles, garantizar el Estado y evitar su desintegración.
Esta es una realidad que provoca miedo y preocupación, porque significa que la política árabe sigue prácticamente en el punto de partida y que las revoluciones no han sido más que un primer paso para romper el muro de la dictadura, y que vivirán un largo y peligroso proceso lleno de sorpresas. Nadie esperaba de la oposición siria, después de que las protestas llegaran a puntos a los que no habían llegado en ningún lugar del mundo árabe, que fuera una oposición diferente a las otras oposiciones árabes, y que tuviera la respuesta adecuada para la incapacidad del ejército sirio de comportarse como un ejército nacional que protege la preservación del Estado. El precedente que han sentado los dos Asad (padre e hijo) no se parece sino a los precedentes de Saddam y Gadafi, que terminaron con la caída del Estado al caer el régimen.
Pero era de esperar que la oposición que adoptó el paso a la acción armada pasara a liderar esta acción, no que la dejara en manos del Golfo petrolero y las prioridades turcas, de forma que se extendiera el caos de las armas por un lado, y que, por otro, Al-Nusra y el Estado Islámico de Iraq y Siria ocuparan la escena mediática, mientras se dan ejecuciones salvajes, y que el Padre Paolo, hijo de Siria por adopción y uno de los inspiradores de la revolución de su pueblo, sea secuestrado. No he entendido en ningún momento por qué los miembros y líderes del CNS y después los de la CNFORS se instalaron en el exterior, ni por qué se han contentado con este juego saudí-catarí con ellos, ni por qué no han formado brigadas militares civiles combatientes, ni por qué se han rendido al discurso sectario dominante. Sé que su misión era difícil, y quizá imposible en medio de la represión descontroladamente irracional del régimen, pero no hemos visto ningún intento serio de controlar las ascuas de la revolución. Igual que las manifestaciones pacíficas en los inicios de la revolución estaban en un lugar y los líderes en otro, el desarrollo militar ha repetido esta vergonzosa realidad: los militares están en un lugar y sus líderes en otro.
La tristeza nace de nuestro conocimiento de estas realidades y de nuestro convencimiento de que el mantenimiento del régimen dictatorial que dirige una banda de asesinos y carniceros es una perpetuación de la tragedia, porque lleva al embrutecimiento de la sociedad y a su destrucción después de vaciarla de sus élites. Es la continuación del Baaz que convirtió la idea árabe en un trapo bajo las botas de los militares y convirtió a los militares en defensores de la mafia.
Ese es el verdadero drama sirio: una revolución que estalló en el pueblo, y que se convirtió en una boda de libertad mojada en la sangre de los libres, pero que no encontró quien la dirigiera. Resistió a una represión salvaje sin precedentes y perseveró hasta el límite de lo insospechado, pero se encontró entre dos monstruos: el monstruo del régimen y el monstruo de los regímenes del petróleo que vieron en ella un puente para pasar de una revolución democrática a una guerra suní-chií. Así es cómo los enemigos que el régimen tiene en el Golfo lograron salvarlo durante un tiempo, para salvarse a sí mismos de los vientos de la revolución que no quieren que llegue a la península Arábiga.
La cuestión no es si hay ataque o no, pues quien golpea, si es que lo hace, saldará sus cuentas con su influencia, sin tener en cuenta el dolor del pueblo sirio y sus deseos. Quien es golpeado, si así sucede, seguirá ofreciendo cartas a su atacante como garante de sus intereses. La cuestión es Siria y su revolución, ¿cómo salvamos la revolución de las garras de la impotencia y la ausencia? ¿Sigue siendo eso posible?
Publicado por Traducción por Siria