Cuando uno incursiona en el conflicto palestino-israelí es golpeado por el descubrimiento de una serie de falsas «verdades» y de lugares comunes que han sido sabiamente administrados o, en el mejor de los casos, por acontecimientos históricos a los cuales se les adjudica un valor muy diferente al que realmente tuvieron. Uno de tales nudos […]
Cuando uno incursiona en el conflicto palestino-israelí es golpeado por el descubrimiento de una serie de falsas «verdades» y de lugares comunes que han sido sabiamente administrados o, en el mejor de los casos, por acontecimientos históricos a los cuales se les adjudica un valor muy diferente al que realmente tuvieron.
Uno de tales nudos es la relación entre el nazismo y el estado israelí. El saber cotidiano y vulgar, el alimentado mediáticamente, nos «enseña» que las atrocidades ejercidas por el nazismo contra los judíos dieron lugar a un estado nacional judío ante el cual no se pudieran dar los abusos y sufrimientos que los judíos debieron sobrellevar a causa de la política nazi.
Quienes tenemos una actitud crítica frente a las atrocidades que el estado sionista ha descargado sobre los palestinos, a menudo consideramos que es una injusticia que un pueblo victimado, como el judío, «se descargue» victimando al pueblo palestino, puesto que los nativos palestinos poco y nada tenían que ver con los victimarios históricos de los judíos, en particular europeos, alemanes (que tampoco son los únicos).
Pero en esas sendas de pensamiento -que con inocencia e ignorancia el autor de estas líneas ha compartido- se escapa por completo que los sionistas han ejercido atrocidades sobre los palestinos antes de que, no ya el nazismo victimara a tantos judíos, sino antes que ni siquiera hubiera surgido el nazismo.
Algunas fechas, siquiera escuetamente, nos van a permitir ubicarnos y secuenciar mejor lo que realmente ha pasado… y está pasando. El sionismo surge dentro de la colectividad judía askenazí a fines del siglo XIX. En 1896 publica Theodor Herzl El estado judío que se convierte en la obra capital de esta suerte de nacionalismo, de irredentismo, que procura enfrentar o superar el antisemitismo que por entonces había generado los penosamente famosos progromos del régimen zarista ruso, contra los judíos. El término progrom, pogrom o progromo alude a un acto con el cual un grupo armado, generalmente militar, se abate sobre una aldea, una pequeña población, que es atropellada, devastada, con pillaje y botín, y que remata su «acción» con violaciones y asesinatos múltiples. Los progromos contra «infieles» en general y judíos en particular no fueron exclusivamente rusos ni del siglo XIX, pero fue con la ola de progromos desencadenada tras el magnicidio del zar en Rusia en 1881, que recibieron tal denominación. Y en 1882 tiene lugar la llamada «primera aliah» u ola inmigratoria a Tierra Santa, de judíos provenientes de los territorios de la Rusia imperial, aterrorizados. Hasta entonces la población judía en Palestina, el yishuv, era de unos pocos miles; quienes probablemente jamás abandonaron esos territorios, y estaba vinculada a los sitios bíblicos. Con el arribo de la primera aliah llegan a por lo menos veinte mil. Desde entonces, se llamará Yishuv antiguo a la colectividad judía primigenia en Palestina y Yishuv moderno la que se va configurando con el sionismo.
Tendrán una diferencia radical que se habrá de manifestar bastante antes del establecimiento del estado israelí: el yishuv antiguo convivió por siglos o milenios con una población abrumadoramente mayoritaria e igualmente nativa (musulmana aunque también con una minoría cristiana); el yishuv moderno no aceptará vínculos con la población nativa no judía; harán un muro ideológico de separación.
Hablando de números, vale la pena situar este «renacimiento» de judíos buscando evitar la persecución antisemita instalándose o retornando a Palestina con otros detalles del cuadro: tras el inicio de tales persecuciones en Rusia, se estima en dos millones a los judíos que abandonan Rusia para asentarse en EE.UU. Es la época además en que diversas colonias judías europeas se asientan también en Argentina (Entre Ríos) y probablemente en otros países americanos. Pero sólo la comparación entre la emigración a EE.UU. y la correspondiente a Palestina nos habla de una diferencia de más de cien a uno. Una clara demostración de la pequeña incidencia del sionismo en las colectividades judías de entonces.
En 1917 la prédica sionista, muy promovida mediante acciones -lo que hoy llamamos lobby– de su fundador, muy conectado con el mundo político y financiero del Reino Unido, el principal imperio occidental de la época, tiene sus frutos cuando la cancillería del British Empire decide abrir un «Hogar Judío» en Palestina. Muy significativamente, sobre todo a la luz de lo que pasara 30 años después con la resolución de la ONU por dos estados, la diplomacia imperial británica no hace el menor esfuerzo para establecer o reconocer un Hogar Palestino, un embrión de estado de los natives, pese a los pujos independentistas de los árabes contra el Imperio Otomano y pese a la alianza que tejiera con árabes contra turcos (Lawrence de Arabia) precisamente entonces.
Los sionistas lo percibieron como el germen de un estado propio y exclusivo, pese a que las resoluciones públicas del poder británico -que apenas se estaba consolidando en el territorio que el colonialismo franco-inglés le había arrebatado al tambaleante imperio turco- hablaran de que no se molestaría a la población nativa ni se iban a menoscabar sus derechos. Aunque tan piadosas intenciones podrían haberse puesto en duda por tan marcada preferencia por los europeos a quienes se les iba a entregar el Hogar Judío (se trataba de askenazíes); la Declaración de Balfour:
«no vacilaba en referirse a los árabes musulmanes y cristianos de Palestina, bastante más del 90% de la población como «las comunidades no-judías del lugar». [1]
Poco antes, durante la primera década del siglo XX, toma forma un sionismo de izquierda. Hasta entonces, el cuadro político dentro de la «colectividad» era que al sionismo impulsado por Herzl y sus acólitos, en principio no confesional, por sus estrechas conexiones con el colonialismo británico y su actividad financiera junto a los grandes magnates, se lo entendía como un movimiento políticamente de derecha, sin contradicciones con el poder establecido. Los judíos de izquierda se repartían entre «asimilacionistas», despreocupados de la preservación de una especificidad judía (podría ser el caso de Karl Marx) o en todo caso, asumiéndose como comunidad específica, religiosa o no, pero ajena y enfrentada al colonialismo. Como podría ser el caso del BUND ruso.
Pero en 1911 se funda Degania, el primer kibutz, socialista. La segunda aliah, mucho más definidamente sionista, proveniente de la Europa central y del este, estará profundamente impregnada del imaginario socialista, preponderante entonces. Los kibutzim se irán configurando durante los años siguientes y hasta 1948 como una punta de lanza de la colonización sionista, fundamentalmente sobre la base de trabajo y vida rural.
En 1920 se constituye la Histadrut, central obrera judía en Palestina.
Tanto los kibutzim como la Histadrut tendrán un rasgo decisivo que se opone a todos los planteos universalistas e igualitaristas que al menos declarativamente correspondían al socialismo: plantean un socialismo exclusivo entre judíos, un principio de apartheid, aunque no tenga los mismos motivos que los implantados en EE.UU. o en Sudáfrica.
Pongamos siquiera un ejemplo del planteo discriminatorio; la política de Histadrut ante el trabajo de quienes no eran judíos, para la cual me permito una cita in extenso:
«El sindicalismo israelí nació en ruptura total con al sindicalismo judío, como parte del proyecto sionista. Nacionalista, hizo figurar en los estatutos que su objetivo era la instauración de un estado judío. Los árabes están excluidos. La exigencia de no emplear más que trabajadores de origen judío fue una de las primeras reivindicaciones y ejes de lucha del sindicalismo israelí. No fue sencillo. Los patrones preferían a los árabes mucho peor pagados. Este problema era delicado; para la Histadrut, la central sindical única, sionista, era imprescindible que un trabajador palestino fuera tan caro como uno israelí. Ni se consideró que el salario palestino fuera equiparado. La solución fue aumentar la cotización patronal de los trabajadores árabes para que el patrón tuviera que desembolsar lo mismo que si conchabara empleados judíos. Como los palestinos no tienen derecho a ninguna de las prestaciones sociales por las cuales pagan (salvo para accidentes de trabajo, regulados por un tratado internacional), los sindicatos lograron con semejante «solución» reflotar la situación financiera de las prestaciones sociales israelíes.» [2]
Esta infamia sacralizada por lo excelso del fin propuesto se mantendrá incambiada hasta instaurado el estado. Luego, poco a poco, se introducirán algunos cambios. En 1962 se autorizará la sindicalización de los obreros palestinos, en la década del ’80 se suprimirá del estatuto el objetivo de crear un estado judío, «pero porque se lo consideraba ya totalmente consolidado» (ibíd.); en 1993, en medio de los Acuerdos de Oslo, se decide que las cotizaciones provenientes de los asalariados palestinos vayan a la Autoridad Palestina. Una vez más, el aportante no recibía un centavo. Pero tampoco entrará en vigencia lo del vertido a la Autoridad Palestina (ibíd.)
El sionismo comienza con tales rasgos -incubadores de violencia desde los sistemáticamente discriminados- un proceso de colonización que se irá acrecentando lenta pero progresivamente acelerado.
Se trata de un colonialismo peculiar, sui generis. Que no recurre a la conquista típica de los españoles o los ingleses en el Nuevo Mundo o al reparto y despojo europeo en África. Aunque el fenómeno colonial estructura toda la tesis sionista junto con otras ideas-fuerza igualmente racistas o de excelencia moral (como la de la pureza étnica o exclusividad religiosa), la ocupación del territorio se hace mediante compra de tierras.
En parte se explica por la escasa cantidad de población colonizadora respecto de la nativa, pero en buena parte, a mi modo de ver, porque los sionistas no configuraban un imperio colonial, aunque estuvieran muy apoyados por uno de ellos o por varios (Reino Unido, originariamente y luego, Francia y desde hace medio siglo Estados Unidos).
Otro factor que tiene que haber sido preponderante para dar lugar a una colonización tan gradualista, es que la población nativa tenía una respetable densidad y un nivel cultural y económico nada despreciable, incluso para ojos eurocentrados.
Se podría decir que el primer tropiezo del sionismo fue confrontar su consigna de que Palestina era «una tierra sin hombres para hombres sin tierra» con la realidad.
Significativamente el autor de esa consigna, Israel Zangwill, un periodista judeobritánico, visitó Palestina a fines del s. XIX y escribió estas palabras: «Palestina ya está poblada». Y simultáneamente un grupo de rabinos austríacos también visitaron Palestina e indudablemente para hacer la misma verificación. El informe ligeramente humorístico que enviaron rezaba: «La novia es hermosa, pero ya está casada con otro». No hay duda que por entonces diversos círculos sionistas querían conocer Palestina «en su sitio», se imaginaban una tierra que «los» esperaba y se sorprendían reconociéndola poblada. Y pese a eso, en 1901 Zangwill elabora su engañosa y tan falsa consigna. [3]
Esa consigna, que «prendió» en el movimiento sionista sólo podría sostenerse mediante la forja de un racismo radical, absoluto, mediante el cual quitarle humanidad a los que entonces poblaban Palestina. Ésa será la tarea que asumirán ideológicamente primero el sionismo laico (Golda Meir: «No había un pueblo palestino en Palestina que se considerara a sí mismo pueblo palestino y que llegamos nosotros y los expulsamos y les robamos el país. Los palestinos no existen») [4] y más tarde el sionismo archirreligioso (Dov Lior: «Miles de vidas no judías no valen ni lo que la uña de un judío»). [5]
La peculiar forma de colonización que señalamos, mediante compra de predios, despertó cada vez más indignación en la población nativa y dio lugar finalmente a respuestas violentas.
Se puede entender a los fedayines. Usaban la tierra, laboraban la tierra, a menudo por generaciones sin tener ningún papel de propiedad, sino mediante tenencias de hecho. Había en la capital, en algún establecimiento notarial un título de propiedad, verdadero o hecho ad hoc, que atribuía esa propiedad, la tierra trabajada por toda una aldea, pongamos por caso, a un effendi, a un ricachón de la ciudad. Los judíos sionistas, a menudo agrupados colectivamente en moshavim o kitubtzim gestionaban la compra ante ese «propietario» ausente. Luego venían y con apoyo de la policía colonial [6] exigían la tierra a los fedayines así despojados.
Es algo que conocemos de toda la historia americana, incluida la del s. XXI. El MOCASE, los wichíes, los mapuches, los guaraníes pueden dar muchos testimonios de esos arrebatos para que los sojeros ahora (como antes otros «colonizadores») extiendan su frontera agrícola. Paraguay ha conocido tantos ejemplos con la invasión sojera que los nuevos propietarios suelen presentarse protegidos por el ejército «nacional».
En Palestina, los grupos de colonos sionistas contaban con la ley y con la policía y cada vez más con sus organizaciones de «defensa», pero la furia campesina también se hizo presente.
Y a diferencia de todos los colonialismos donde las muertes de los avasalladores son casi siempre pocas y las de los invadidos son enormes (hasta a veces llegar al exterminio de los natives) en Palestina esos primeros enfrentamientos, que empiezan probablemente en la década del 20 del siglo XX, provocan más muertes de judíos que de árabes palestinos. Esta relación irá cambiando -«normalizándose» en términos colonialistas- a medida que los judíos sean más y vayan armando sus cuerpos paramilitares que serán por otra parte la base del ejército israelí en 1948. Ya en los disturbios de 1936-1939, los muertos judíos o británicos se cuentan por cientos y los palestinos por miles. Ya para entonces estaba totalmente consolidada la relación colonial: los ingleses eran los «civilizadores», los sionistas eran otros «civilizadores» que querían no tanto la mano de obra local, como suele pasar en los colonialismos sino su territorio; los palestinos eran el pueblo no tanto a «civilizar» sino a «transferir». Esa diferencia de destino del pueblo avasallado es lo que hace tan peculiar y dramática la aventura sionista.
El agravamiento progresivo de la situación social por la política discriminatoria sionista que se amparaba permanentemente en la estructura colonial británica creó tensiones hasta dentro de la misma colectividad judía. El yishuv antiguo había vivido integrado a la sociedad palestina, predominantemente musulmana, sin rozamientos. La llegada del yishuv moderno los puso en un aprieto: el lógico acercamiento con los judíos recién llegados les habría provocado un distanciamento, radical, terminal, con la sociedad mayor existente. Hubo judíos no sionistas que resistieron semejante elección. Y que llegaron a analizar conjuntamente con las redes de habitantes árabes qué hacer con los nuevos inmigrantes, amenaza para ambos.
Difícil concebir anatema mayor para los sionistas con su intolerancia ideológica.
«La Haganah, la fuerza militar judía anterior al Estado [de Israel] describe el asesinato del poeta religioso judío Jacob de Haan, acusado de conspirar con la comunidad judía tradicional (el antiguo yishuv) y el Alto Comité Árabe contra los nuevos inmigrantes y su iniciativa de asentamientos.»
Esto ocurría en 1924. [7] El nazismo era desconocido.
El episodio confirma la existencia de un trastorno social severo con la llegada de colonizadores que se negaban a toda relación con la sociedad entonces existente. Se trataba únicamente de una predación: se la iba carcomiendo, cercenando, arrebatando de a poco para hacer otro tejido social a costa del mismo territorio.
Durante toda la década del ’20 las convulsiones serán cada vez mayores. Rememoremos la peculiar tragedia de Hebrón. En medio de esos estallidos de violencia que señalamos, Hebrón sufrió una matanza de 1929 que es permanentemente tomada como referencia y ocupa un sitial privilegiado en la versión sionista de la historia: turbas de árabes armados a menudo sólo con cuchillos y herramientas ultimaron a 67 judíos de la colonia de unos 800 habitantes que se había ido constituyendo en la ciudad.
Pese al horror entonces vivido, uno puede rastrear una serie de elementos que historizan el episodio y lo caracterizan: era un momento de enorme agitación en toda Palestina, con la población árabe palestina soliviantada por el avance de posiciones sionistas en todo el país. Los rumores sobre matanzas de árabes musulmanes a manos de judíos y británicos corrían (a veces eran ciertos), enardeciendo a los más exaltados. Lo mismo, el mismo desasosiego, corría entre los colonizadores sionistas, porque también se sabía de matanzas y linchamientos de judíos a manos de árabes. La Haganáh envió destacamentos de protección a Hebrón, que fueron vehementemente rechazados por la población judía alegando que iban a ser un elemento irritativo y que ellos contaban con ponerse de acuerdo con «las autoridades» palestinas (consejo ciudadano o similar).
Seguramente hubo esas conversaciones y pese a ellas, al día siguiente se produjo una matanza en la ciudad. Llamativamente, la inmensa mayoría de los judíos asesinados eran askenazíes; estaban atacando a los que consideraban «intrusos» o «invasores».
En Hebrón, ese día fatídico buena parte de la población judía sobrevive protegida por diversas familias árabes que les dan refugio durante los disturbios. Lo cual probaría que había buenas relaciones entre las comunidades judía y musulmana. Gran parte de los salvados eran judíos sefaradíes, establecidos allí desde tiempo inmemorial.
Los sucesos de 1929 arrojaron un saldo en todo el territorio de 116 árabes palestinos y 133 judíos asesinados. La cadena de asesinatos se establecía: árabes matan judíos; británicos y judíos matan árabes. [8]
Dentro de la comunidad judía se ha generado una polémica entre sobrevivientes de Hebrón, precisamente: muchos judíos sefaradíes se niegan a repoblar Hebrón -algo que podrían haber hecho desde 1967-, hasta tanto no cese la ocupación. Otros, en cambio, han vuelto a instalarse junto con las bayonetas.
Así en 1967, cuando el Estado de Israel se adueña en un golpe de mano tipo blitzkrieg de los últimos territorios palestinos todavía en manos palestinas (no más de un 22% de la Palestina histórica), la Franja de Gaza y Cisjordania, Hebrón pasa a tener nuevamente población judía. Constituyen un asentamiento con unos 400 colonos de los más recalcitrantes, fanáticos, fundamentalistas, que se dedicarán a maltratar prácticamente a diario a los árabes que habitan la ciudad, más de cien mil. Debidamente protegidos por el ejército israelí, han ocupado el corazón de la ciudad. Situación que sigue igual desde hace 40 años. Al punto que en el centro de la ciudad, algunas calles han sido techadas con redes para evitar que los artefactos, piedras y objetos contundentes que los colonos les arrojan frecuentemente desde lo alto de sus asentamientos, los alcancen.
Indudablemente, hay en esta agresión cotidiana de los que eran jóvenes colonos en 1967 un ingrediente de venganza. Como tal vez lo haya habido cuando en 1993 un médico fanático estadounidense, Baruch Goldstein, asesinó a sangre fría a 29 orantes musulmanes e hirió a decenas más, antes de morir a manos de los sobrevivientes en una mezquita de la ciudad.
Como si todas estas complicaciones no bastaran, muchos dirigentes árabes y árabes palestinos emprenderán su lucha contra el colonialismo británico adoptando la penosa máxima de que «los enemigos de mis enemigos son mis amigos» y se acercarán al fascismo y al nazismo, lo que ha facilitado ecuaciones simplificadoras del tipo: sionismo, socialismo y liberalismo a un lado y panarabismo y fascinazismo al otro.
Sencillo pero falso, porque el sionismo presentará a su vez líneas de entendimiento con el nazismo y fundamentalmente generará alas sionistas fascistas. Hasta que, pasada la segunda guerra mundial, el sionismo se irá soldando progresivamente con el nuevo imperio mayor del planeta, con epicentro en EE.UU. mientras que por su lado los palestinos desalojados por Israel se organizarán en los ’60 y ’70 mediante una identificación creciente con el socialismo real y los planteos guerrilleristas opacando otras formas o vías de resistencia.
La historia de lo vivido en Palestina con la penetración colonialista sionista se cuenta de un modo muy especial por parte de sus voceros. En todos los episodios sale a luz la havlagá, la contencíón, una estrategia para evitar agravar una situación de por sí grave y trágica. La havlagá es presentada por los historiadores sionistas como la prueba irrefutable de la humanidad, de la compasión, de la responsabilidad con que se encara la instalación de una sociedad sionista en el seno de Palestina. En una palabra, como la prueba de una cierta excelencia moral.
Hay algo práctico y elemental que permite aceptar el ejercicio de la havlagá sin por ello tener que sostener la presencia de una excelencia moral inherente al ser judío. Enorme cantidad de testimonios revelan que los pioneros eran muy conscientes de su carácter minoritario y que por lo tanto, generando situaciones de hecho que irritaban a la población, resultaba preferible actuar con cautela para evitar estallidos que tendían a cargar con la peor parte al grupo incursor, precisamente. Algo que espero haya quedado claro en las líneas precedentes.
A medida que la población judía en Palestina se acrecienta, cede la política de havlagá. No podemos creer que sea por casualidad.
Hay otro aspecto de la tan invocada havlagá que merece consideración. Ese autorreconocimiento de cierta superioridad moral, de cierto manejo racional del comportamiento como superior a los estallidos más bien irracionales de tantos amotinamientos sufridos en Palestina entre 1917 y 1948, es un atributo que «humildemente» se autoadjudican quienes se sienten un grupo culturalmente superior. Y tiene alguna verosimilitud, por ejemplo en lo del grado de racionalidad del comportamiento.
El ensalzamiento de la havlagá escamotea que se pueden cometer las peores atrocidades a través de planes maestros, de planificaciones ceñidas, de un frío terrorismo programado. Que nos parece que cada vez caracteriza más a la presencia sionista en Palestina.
Mazin Qumsiyeh, palestino cristiano, biólogo, en Compartir la tierra de Canaán [9] ha recopilado una serie de «actos» de las cuales han sido pioneros en Palestina los sionistas. Muchos de ellas requieren un «avanzado» grado de tecno-racionalidad para su consumación (amén de medios materiales). Actos fríamente calculados que contrastan con el comportamiento de los natives en las décadas del establecimiento del Hogar Judío en Palestina y hasta bien avanzado el establecimiento del Estado de Israel; estallidos de furia que a veces giraban a una violencia descontrolada.
Las «acciones» sionistas, observemos bien las fechas, probablemente sorprendan al paciente lector que dispone de un imaginario social según el cual la violencia ha comenzado las más de las veces, según el pensamiento dominante, desde los palestinos.
Hemos agregado a la compilación del Qumsiyeh únicamente la primera «acción» en orden cronológico (véase ut supra).
– Primer asesinato político, por razones ideológicas, 1924. No será contra árabes palestinos sino contra judíos no sionistas. [v. ut supra]. Es de señalar que tampoco el segundo asesinato político, premeditado y finamente calculado, recaerá sobre árabes, sino contra británicos, en 1946;
– Primer sabotaje a oleoducto (1932);
– Primer atentado a barcos (1940): en un curioso conflicto entre tendencias sionistas, el atentado al vapor Patria significó la muerte de 268 humanos a bordo del barco, judíos, y el hundimiento de un enorme cargamento de armas que Ben Gurión no quería que fortaleciera a sus adversarios en la puja por el establecimiento del Estado de Israel;
– Primer auto-bomba, contra el Hotel King David, con decenas de asesinados británicos, árabes palestinos, judíos y extranjeros (1946);
– Primera carta-bomba (1947); contra políticos británicos;
– Primer ataque a buses (con civiles cualesquiera)(1947);
– Primer ataque a cafés (con civiles cualesquiera) (1947);
– Primer atentado a trenes (de pasajeros, casi cien víctimas mortales) (1947);
– Primer secuestro de aviones (1954).
Entre 1947 y 1948, las fuerzas militares israelíes arrasarán entre 400 y 500 aldeas palestinas, arrancándolas de cuajo o despoblándolas y adueñándose del botín. En una veintena de tales expulsiones o arrasamientos habrá matanzas, como la de Lod (unos 250 asesinados) o la de Deir Yassin (por lo menos unos 75 asesinados; otras versiones acrecientan mucho ese guarismo).
Ateniéndonos a la secuencia histórica realmente vivida y no mediáticamente inducida, debemos tener en cuenta que la formación guerrillera palestina no empezará hasta la década del ’60, los secuestros palestinos de aviones no empezarán hasta los ’70 y las inmolaciones serán el fruto de la desesperación cuando el acoso sionista a la sobrevivencia cotidiana palestina alcance grados de insoportabilidad creciente, muy a fines de los ’80 y a comienzos de los ’90.
En estos últimos veinte años han arreciado por parte de los servicios secretos israelíes asesinatos selectivos (a menudo totalmente inmersos en «daños colaterales», es decir acompañados de muertes varias de inocentes, los que se denominan con el militarizado lenguaje de los laboratorios de agrotóxicos, «no-blancos»). Y como expresión del desnudamiento de la opresión, de su naturalización, tales asesinatos tienen rango político, institucional: a menudo se los analiza previamente en el parlamento israelí.
Respecto del sentido de la havlagá, su presencia o su función de enmascaramiento, las atrocidades vividas en Gaza entre el 27 de diciembre de 2008 y el 18 de enero de 2009 pueden servir de penoso ejemplo.
Si uno lee las declaraciones oficiales del Ejército sobre la excelente conducta moral de sus tropas tendría que confirmar una vez más el mesurado ejercicio de la havlagá.
«Uno de los principios fundamentales de la sociedad israelí es que su ejército no comete crímenes de guerra y opera según los «más altos estándares éticos», aun en tiempos de guerra. Lo llaman «pureza de armas».» (Jerrold Kessel y Pierre Klochendler, «Israel: el ejército más ético del mundo permite asesinar civiles» boletín-e RECOSUR, no 1082, Montevideo, 24/3/2009).
Sin embargo, han ido apareciendo testimonios más o menos espontáneos de soldados que dicen que mataban a mansalva.
«Iban matando a civiles palestinos sin que éstos supusieran ninguna amenaza para ellos»; «la vida de los palestinos son mucho menos importantes que las de nuestros soldados»; «disparar contra sin avisar antes a los residentes»… testimonios recogidos y publicados por Ha’aretz, un periódico israelí de oposición. (cit. p. Ag. Walsh, 23/3/2009).
Un soldado le explica a Danny Zamir, director de instituto militar Isaac Rabin: «Ves a alguien en la calle, que no necesariamente está armado, y puedes tirarle sin que pase nada». Otro le comentó el porqué de esos asesinatos a sangre fría: «Porque son árabes». (cit. p. Kessel y Klochendler, ob. cit.).
Hay que aclarar que no es nada nuevo lo que pasó en diciembre en Gaza. Estos mismos testimonios los hemos leído de soldados israelíes en Jenin en 2002 y otros episodios de esta lacerante historia (de más está decir que tal es el comportamiento «habitual» de los ejércitos de ocupación; si justamente nos detenemos en el llamado «Ejército de Defensa» israelí es porque presume de superioridad moral).
Confrontar tales testimonios con el «orgullo ético» de los mandos militares, nos lleva a verificar una vez más que los sistemas opresivos tienen una excelente opinión de sí, muy divorciada ciertamente, de la triste verdad.
Y más en general, esta pequeña incursión en episodios de los más escamoteados del conflicto palestino-israelí, espero nos permita ver la toxicidad de las rigideces ideológicas y el sinsentido de la pretensión de crear estados étnicamente puros. Del sueño nazi, supimos que era una pesadilla. Tenemos que saber que no fueron los únicos limpiadores étnicos de nuestra azarosa historia humana. Los nazis están muy lejos de tener la exclusividad del «mal».
El caso palestino-israelí tiene un agravante temporal, o, si se quiere, epocal. Uri Avneri, un judío defensor de los derechos palestinos, enfrentado al establishment sionista desde hace décadas refiriéndose a Moshe Dayan en su época de comandante en jefe, en los ’60 y ’70, lo califica de indian fighter. Por el estilo de los matadores y cazadores de indios norteamericanos cuando los yanquis se van adueñando del suelo de los nativoamericanos, a sangre y fuego. Como bien explica Per Gahrton (ob. cit.) ese comportamiento, ese estilo de conquista y colonización está totalmente fuera de época: la consolidación sionista coincidió con la emancipación de enorme cantidad de países y naciones hasta la segunda guerra mundial todavía coloniales.
No deja de ser patético tener que soportar el estilo agresivo y matonesco de un Ariel Sharon y tantos otros halcones dedicados en pleno siglo XXI a aniquilar natives en el mismo momento en que hasta el american way of life no tiene más remedio que dar cabida a conversiones como la de Clint Eastwood, repudiando el racismo.
Se puede entender que el trastorno ocasionado por la segunda guerra mundial y la actuación nazi hayan conmocionado los corazones y se le haya dado al sionismo un lugar protagónico unificándolo en téminos absolutos con «lo judío», cuando en realidad, como bien explica Yakov Batkin, es mucho más lo que los separa que lo que los une. [10]
Pero aun cuando nos cuesta creer que la ONU haya actuado de corazón, lo cierto es que, pasados sesenta años no cabe ninguna explicación «emocional» para seguir exterminando a los palestinos.
Es visible que la espiral de violencia se viene acrecentando. Desde el terrorismo de estado, claramente. El exterminio sienta, cada vez más, su dominio.
Sería hora que los que hicieron el entuerto, lo vayan desmontando. EE.UU. y el Reino Unido en primer término. Jamás se les va a ocurrir motu proprio. Es a quienes no aceptamos tales violaciones de tantos humanos y sus derechos a quienes nos corresponde exigírselos.
* Luis E. Sabini es docente a cargo del Seminario de Ecología de la Cátedra Libre de DD.HH. de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras. Periodista y editor de la revista futuros.
[1] Richard Stevens y Abdelwahab Elmesseri, Israel and South Africa, Captivation, N.Y., 1976.
[2] Wilfrid, «Travail et immigration en Israël», Les Temps maudits, no 20, París, oct.-dic. 2004.
[3] Las anécdotas de las visitas finiseculares a Palestina se las debemos a Per Gahrton, Palestinas frihetskamp, Carlssons, Estocolmo, 2008.
[4] Sunday Times, Londres, 15/6/1969. Cit. p. Stevens y Elmesseri, ob. cit.
[5] Cit. p. Jalid Amayreh, «Israel Rabbis: Don’t Spare civilians» (2004), futuros no 10, otoño 2007.
[6] La policía colonial fue en los comienzos del sionismo, otomana, pero la crisis y el desmembramiento del imperio otomano que se consuma en 1918, pero que se venía resquebrajando (por eso los británicos «decidieron» abrir un hogar judío en Palestina en 1917 para brindárselo al naciente sionismo), facilitan un cambio de mano, acorde con los planes sionistas de considerarse «parte integrante del baluarte [de Europa] contra el Asia […] vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie» (Theodor Herzl, El estado judío, La Semana Publishing, Jerusalén, 1976). Para la mayor parte entonces, y la decisiva, del período colonial contemporáneo al sionismo, tenemos que hablar de una policía colonial británica.
[7] Noam Chomsky, «Politicidio: el asesinato de una nación», Znet, 2009.
[8] Este «tratado total de no agresión» o sobreentendido trabajo conjunto de colonización que durante décadas llevaron adelante las fuerzas represivas sionistas y las británicas será abruptamente cortado hacia el fin de la guerra mundial, cuando el Reino Unido decide frenar el ingreso de judíos a Palestina para evitar el agravamiento de los disturbios de los natives que querían evitar perder su territorio a manos de un estado judío (en rigor, sionista) y las fuerzas sionistas a su vez, ya muy seguras de sí mismas rompen hostilidades contra «el opresor colonial» británico, mediante una serie de atentados masivos. Vale la pena recordar que buena parte de los cuadros militares sionistas se fueron forjando en las filas del ejército de Su Majestad Británica, al menos desde la primera guerra mundial.
[9] Editado por Editorial Canaán, Buenos Aires, 2007.
[10] Contra el Estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo, Buenos Aires, Martínez Roca, 2008.