Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
El secretario de Estado de EE.UU. John Kerry estuvo a punto de revelar sus verdaderas ideas al ser abordado en Londres por dos trabajadores humanitarios sirios tras el fracaso de las conversaciones de Ginebra la semana pasada.
Cuando esas personas le acusaron de no hacer nada para proteger a los civiles de la matanza a la que están siendo sometidos en Alepo, Kerry replicó: «No me culpen a mí, culpen a los representantes de su oposición», responsabilizando de la ofensiva del gobierno al hecho de que la oposición abandonara las conversaciones.
Kerry se puso nervioso: «¿Qué quieren que haga? ¿Declarar la guerra a Rusia? ¿Es eso lo que quieren?» les respondió Kerry según el trabajador humanitario. Luego, el secretario de Estado les anticipó que habría tres meses de bombardeos durante los cuales «la oposición resultaría diezmada».
Esta conversación fuera de micrófono está muy alejada del discurso oficial, según el cual Rusia e Irán habían ofrecido un alto el fuego a Washington. Las observaciones de Kerry diferían del mantra continuamente repetido por el Departamento de Estado de EE.UU, según el cual la
brutalidad de Bashar al-Assad contra el pueblo sirio había contribuido a facilitar el crecimiento del Estado Islámico. Ahora daba la impresión de que los sirios que sufren la brutalidad de Assad eran responsables por las bombas de barril que les arrojaban.
Tras múltiples declaraciones sobre que el ejército de Assad estaba a punto de derrumbarse y los nefastos programas de entrenamiento de la CIA, los rebeldes sirios han sido traicionados por el país que les conminó a alzarse hace cinco años.
Las protestas de Deera comenzaron de forma pacífica. Eso lo testifica todo el mundo. Fueron cuatro los factores que convirtieron dichas protestas en un levantamiento armado: la brutalidad de la respuesta del régimen, la decisión de Assad de liberar a los yihadistas de la prisión de Sednaya (una acción que «islamizó» a la oposición), la intervención en Libia y la intervención de las potencias extranjeras, Irán y Arabia Saudí.
El escenario existente en la actualidad en la frontera con Turquía es una consecuencia directa de la «mini-intervención» de Obama en Siria: un chorreo continuo de armas pero limitado a 16 balas por combatiente al mes. El Ejército Libre Sirio ha informado de que lleva 4 meses sin recibir armamento. Si en Libia, Obama se jactó de estar dirigiendo la intervención desde la retaguardia, en Siria, se está retorciendo las manos desde la retaguardia.
No cabe duda de que la política de Kerry se ha adaptado a la intervención de Rusia, según demuestra el encuentro de Kerry con Riyad Hijab, coordinador general del Comité de Altas Negociaciones, el ente creado en Riad en respuesta a los llamamientos a la unidad de EE.UU.
Kerry dijo a Hijab que las conversaciones debían empezar antes del fin de los bombardeos; que no había plazos para la salida de Assad; que el objetivo de las negociaciones era conseguir un gobierno de unidad nacional; y que si la oposición no acudía a Ginebra, Estados Unidos les retiraría su apoyo. Michael Ratney, enviado especial de EE.UU. para Siria, intentó suavizar las cosas afirmando que se había producido un malentendido a causa de un fallo en la traducción.
Pero Hijab entendió a Kerry con toda claridad. La conversión damascena de Kerry se produjo en cuatro etapas. La primera fue el ataque de Assad con armas químicas a las posiciones de la oposición en Ghota, al este de Damasco, que allanó el camino para la mediación rusa que persuadió a Assad de destruir su reserva de armas químicas. Esto proporcionó un buen argumento a Rusia frente a Kerry, que por aquel entonces se negaba a reconocer la autoridad de Assad: si Assad tenía la legitimidad suficiente para poder negociar con él la entrega de su arsenal químico, era evidente que tenía que conservar la jefatura del Estado en un gobierno de transición.
De cualquier manera, tenía que ser reconocido como cabeza de Estado. Kerry aceptó esa lógica y ahí continúa.
La segunda fue Mosul, una ciudad defendida por cuatro divisiones del ejército iraquí entrenadas por Estados Unidos a un coste de 25.000 millones de dólares que fue tomada por 350 combatientes del Estado Islámico (EI). La tercera fue la intervención rusa del 30 de septiembre. El último clavo del ataúd de la política siria de Kerry fueron los ataques del pasado noviembre en París. Poco a poco, Kerry empezó a contemplar a Assad como el menor de los males. Kerry aceptó la tesis del ministro de asuntos exteriores ruso, Sergei Lavrov, según la cual Rusia ha salvado a Damasco de caer en las garras del EI.
Kerry está peligrosamente cerca de considerar el conflicto sirio como un combate binario entre dos tipos despiadados de dictadura: Assad y el EI. Esa es la manera en que el propio Assad, Rusia, Irán y muchas de las autocracias árabes, desde Egipto hasta Jordania y los Emiratos Árabes, encuadran el conflicto. Y es una de las principales razones por las que el EI está cobrando fuerza.
Para poder ver el conflicto a través de este prisma, hace falta estar convencido de que la oposición a Assad está formada exclusivamente por extremistas salafistas, apoyados por la doctrina wahabista de Arabia Saudí y la idea imperial de sultanato turco de Erdogan. Hace falta estar convencido de que los rebeldes sirios, como el EI, pretenden imponer una teocracia brutal en un estado laico.
Es decir, es preciso eliminar de este escenario las caras y las opiniones de la mayoría suní de la población. Es preciso hacer oídos sordos al testimonio de 4,6 millones de refugiados registrados por el ACNUR. Que ni siquiera son los únicos. En Alepo se está preparando otro gran éxodo. Existen 150.000 civiles en Alepo occidental, ocupado por los rebeldes, y otros 250.000 en la zona. Alrededor de 70.000 van de camino hacia la frontera turca como consecuencia del bombardeo ruso y los avances gubernamentales y 31.00 están esperando en la frontera.
El viceprimer ministro turco Numan Kurtulmus declaró el pasado lunes que podría haber 600.000 personas desplazándose hacia Turquía.
El testimonio de los refugiados
¿Por qué huyen? ¿De quién huyen? ¿Se sienten obligados a hacerlo porque los yihadistas imponen las leyes de la Sharia? ¿Están huyendo del abrazo cálido de una república liberal, laica y multiconfesional, tal y como Assad gusta de presentarla? Si el ejército sirio es una fuerza disciplinada, como sostienen sus defensores, ¿por qué cientos de miles de civiles se sienten aterrorizados ante la idea de ser liberados por él?
Recientemente pasé una semana en los campos de refugiados de la frontera septentrional de Jordania planteando estas preguntas, paseando de tienda en tienda en busca de respuestas. Lo que sigue es una muestra representativa de lo que me contaron.
Meteb era funcionario, director del departamento de transportes en Baba Amr. Homs se convirtió en el epicentro de las protestas contra el gobierno, después de que las protestas en Deraa fueran reprimidas mediante una operación militar a gran escala. Una brigada del Ejército Libre Sirio, formada por desertores del ejército sirio realizó una emboscada contra las fuerzas gubernamentales en los alrededores de Baba Amr en octubre de 2011 y acometió la defensa del barrio. Cuando fracasó la misión de paz árabe (según testigos, el ejército sirio escondió sus tanques bajo falsas dunas de arena, ocultando su presencia de los monitores), el ejército lanzó una ofensiva en febrero de 2012.
«Durante seis meses no hubo armas en absoluto. La gente solo empezó a utilizar armas cuando presenció la brutalidad del régimen. La policía obligaba a las mujeres a desnudarse y las subía a los tanques para que la gente las viera», afirmó Meteb.
Uno de los oficiales que comandaba la operación le salvó la vida. «Avanzaron [el ejército sirio] por nuestra aldea, casa por casa, arrestando o disparando. Querían dar una lección a la zona. Yo fui uno de los 16 detenidos por el comandante. No sé por qué me perdonaron la vida.
Fue deseo de Dios. Todos los demás fueron masacrados con ametralladoras. Disparaban a la gente en sus casas y dejaban allí sus cuerpos para que se pudrieran. Muchos de mis primos y de las mujeres de mi familia fueron asesinados. Ese días masacraron a 1.661 personas».
Todos los refugiados tienen alguna fecha precisa grabada en su mente. La de Meteb era febrero de 2012. La de Anud, el 6 de diciembre de 2013. Fue el día en que salió de su casa, con su marido y ocho hijos, desplazándose por la noche de aldea en aldea. «Colocaron a un hombre contra una valla y lo usaron como blanco para prácticas de tiro. Los soldados hacían apuestas sobre quién le daría», recuerda. Mohamed cuenta cómo capturaron a dos guardias de seguridad, les ahorcaron y les descuartizaron con una motosierra.
Según Anud, «el ejército llega primero, seguido por la Shabiha [milicias sectarias a sueldo del Estado]. Ya no tenemos ejército. Tenemos iraníes con machetes. Se limitan a masacrar. Si te rindes, te masacran. Lo he visto con mis propios ojos. Te cortan el brazo derecho, o la cabeza. Ya no existe un ejército sirio. Son los iraníes los que hacen esto. Son extranjeros.
Roban nuestros bienes. Si sientes la tentación de defenderte, te matan y luego saquean tu casa y la prenden fuego».
Suleimán huyó de su aldea situada a 27 km. de Alepo. «La aldea está rodeada por montañas. No había allí ningún hombre armado, ningún terrorista. El 3 de diciembre de 2012, la fuerza aérea nos arrojó 42 bombas de barril y disparó misiles Grad. Murieron alrededor de 1.500 personas».
Farhan, un agricultor de los alrededores de Homs cuenta: «Somos campesinos. No íbamos en contra del régimen. Fue el régimen quien nos atacó. Nos masacraron. Si venían a ofrecernos protección, ¿por qué nos bombardearon, por qué nos sitiaron, por qué impedían que nos llegara el pan?
Samar iba en un coche con su marido y sus cuatro hijos cuando llegaron a un control de carretera. Detuvieron a Said. De eso hace tres años. «Mi marido era agricultor. Espero que Dios me lo devuelva algún día. Tiene 37 años».
Las historias se suceden una tras otra, tienda tras tienda.
Un informe publicado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ofrecía poca esperanza a Samar y otras personas como ella. Según el mismo, el gobierno sirio llevó a cabo una «violencia sistemática y a gran escala» contra los prisioneros de sus centros de detención, equivalente a la «exterminación». Sirvan de muestra dos fragmentos reproducidos a continuación.
«En el departamento de inteligencia de la Fuerza Aérea de Alepo, un detenido tenía grandes sufrimientos causados por la infección de una herida en su pierna, causada durante la tortura. Incapaz de mantenerse en pie, le colocaron provisionalmente en un corredor en el exterior de su celda, sin ninguna atención médica. Después de unos días, otros compañeros detenidos observaron que estaba muerto. Posteriormente, su familia pudo recuperar el cadáver a través de canales no oficiales. En un principio, a causa de las torturas y de lo demacrado que estaba, solo pudieron reconocerle por una placa identificativa», afirma el informe de la ONU.
«En 2014, en un centro de detención controlado por la 4ª División del ejército sirio, un prisionero sufrió la mutilación de sus genitales durante las torturas. Murió tres días más tarde desangrado y sin recibir tratamiento. Un detenido de la Seguridad Militar en Homs fue testigo de la paliza que recibió un hombre anciano, que posteriormente fue colgado del techo por las muñecas. Los guardias le quemaron los ojos con cigarrillos y perforaron su cuerpo con un objeto de metal afilado y caliente. Tras permanecer en la misma posición durante tres horas, el
hombre murió».
El informe de la ONU tampoco deja exculpa al grupo rebelde relacionado con al-Qaeda, al-Nusra. «El 9 de julio de 2015, una alianza de grupos armados capitaneada por al-Nusra tomó la base aérea de Abu Al-Douhour (provincia de Idlib), hasta entonces en manos del ejército sirio.
Alrededor de 70 soldados fueron ejecutados en la pista de aterrizaje y la propia al-Nusra publicó la fotografía de los cadáveres», afirma.
Cuando se pregunta a los refugiados sirios en Jordania, algunos de los cuales están pasando su tercer invierno en tiendas de campaña, qué les empujaría a regresar, responden con pocas palabras.
Yasin, un constructor que no tomó parte en el alzamiento y que perdió a tres de sus primos por las bombas de barril, dijo: «Paz y seguridad». ¿Podía el ejército sirio proporcionárselas?
Yasin me miró fijamente como si estuviera loco.
¿Habría alguna posibilidad de que Meteb pudiera vivir bajo el control del ejército sirio? «No.
Todos los que están aquí te dirán lo mismo». Con una población de 80.000 personas, al-Zaatari, el mayor campo de refugiados de Jordania tiene el tamaño de una ciudad pequeña. Decenas de miles de tiendas se sitúan fuera del mismo.
Meteb se queda meditando la respuesta algo más rato. «Si hubiera una auténtica reconciliación nacional, y suponiendo que quienes cometieron estos crímenes tuvieran que responder por ellos ante la justicia. Sabemos que el régimen es, en último término, responsable por estos crímenes. Si no se puede lograr la reconciliación nacional, es imposible la coexistencia».
Los nuevos palestinos
Para estas personas, por no hablar de la comunidad en general, Assad ha perdido completamente su legitimidad. No hay un alto el fuego, ni un gobierno de unidad nacional preparado para cambiar esta realidad política. Por otro lado, el Estado sirio, su ejército y sus instituciones han perdido gran parte de su autoridad y sobreviven exclusivamente gracias a la intervención extranjera, por parte de Rusia, Irán y Hezbolá. La agencia oficial de noticias iraní, Fars, ha dejado de alimentar la ficción de que los Guardianes de la Revolución solo están presentes en Alepo como «asesores».
Esta agencia informó recientemente de la muerte del general Mohsin Ghajarian y seis «voluntarios». AFP informó de la muerte de más de 100 soldados iraníes desde el inicio de la campaña de bombardeos de Rusia en septiembre del año pasado.
Las afirmaciones de Rusia en el sentido de que han salvado al Estado y no a su presidente son falsas, y no solo por el objetivo de sus bombardeos. Lo cierto es que han salvado el cuello de Assad, de momento, a costa de debilitar aún más el Estado sirio. Rusia entró en el conflicto afirmando la imposibilidad de una victoria militar. Ahora Assad cree lo contrario. Con cada nuevo éxodo de refugiados, el Estado se debilita y las posibilidades de paz desaparecen.
Abandonados por Estados Unidos, traicionados por los gobiernos árabes, sin posibilidad de acceder a Europa, estos refugiados son una realidad política cada vez más importante. Existe un paralelismo entre su suerte y la de los palestinos tras la creación de Israel en 1948.
Ambos representan una población mayoritaria expulsada por una fuerza militar superior, con apoyo colonial. Ambos fueron convencidos por los gobiernos árabes de que regresarían pronto a su tierra y de que dichos gobiernos árabes lucharían por ellos. Ambos han sido traicionados.
David Hearst es editor jefe del Middle East Eye y fue director de la sección internacional del Guardian.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.