Traducido para Rebelión por J. M.
Universidad Ariel, institución israelí en la Ribera Occidental a la que se concedió el estatus de universidad en 2012 (Foto Rina Castelnuovo, Redux)
En 2006 me encontraba en un grupo de 25 profesores de cinco universidades israelíes que presentaron una petición ante el Tribunal Superior de Justicia de Israel para pedir que el tribunal pusiera fin a la transformación de una academia pequeña, ubicada en la ocupada Cisjordania, en una universidad. Presentamos la petición porque estábamos horrizados con la idea de que el gobierno israelí usaría la academia para avanzar en su proyecto colonial en los territorios palestinos.
Diversos intereses jugaron un papel en esa estratagema expansionista. Entre los que respondieron a nuestra petición estaba el general del ejército a cargo de la Ribera Occidental y los miembros de un comité académico que él había designado para legitimar el cambio de estatuto. El más notable de ellos fue Israel Aumann, quien había ganado el Nobel de Ciencias Económicas el año anterior. El ministro de Educación Yuli Tamir se opuso al plan después de dejar el cargo, pero se mantuvo en silencio durante su mandato. Había estudiado con Isaiah Berlin y fue profesor de Filosofía en la Universidad de Tel Aviv antes de entrar en la política y también fue nombrado en el caso.
En última instancia, aunque algunos otros académicos también se opusieron públicamente, el tribunal rechazó nuestra petición. En 2012, después de una prolongada lucha por cuestiones fiscales, la Universidad de Ariel se convirtió en la octava universidad de Israel.
Recientemente la Universidad Ariel ha vuelto a ser noticia. Un artículo en el diario israelí Haaretz reveló que un estudiante ha sido expulsado por la publicación de un comentario en Facebook en el que compara la universidad con una prisión siria. Después de mucho ruido, el castigo se cambió por la suspensión de un año. Otro artículo describe un acalorado debate entre los profesores de Ariel sobre polémicas normativas universitarias que limitan la libertad académica, incluyendo una instrucción de que los profesores tienen que proporcionar a los estudiantes diferentes posturas sobre los temas que enseñan y que, en sus apariciones públicas, deben cultivar la buena reputación de la universidad.
Los titulares me recordaron el breve período del año 2000 que serví como reservista en el cuerpo de educación del ejército israelí.
Durante mi primera reunión con el oficial de la educación superior en el Comando Sur, la división militar encargada de la defensa de las fronteras del sur de Israel, me preguntaron por mi especialización académica y tras un breve debate se acordó que iba a instruir a los soldados sobre derechos humanos. Entonces recibí un kit que se ocupaba de los dilemas morales que a menudo encuentran los soldados. Dicho kit incluye una serie de cortometrajes «educativos».
En una película se veía a los soldados evacuando a los residentes palestinos de una casa en la Ribera Occidental minutos antes de que las excavadoras la demolieran. La trama se centra en un soldado que tomó un cuchillo de la casa durante la evacuación. Luego se preguntó a los soldados: ¿tenía derecho a tomar algo de la casa, teniendo en cuenta que la estructura se destruiría en cuestión de minutos? Un soldado repuso que como de todos modos el cuchillo sería inútil después de la demolición, ¿por qué no tomarlo? Tras un debate destacando varios puntos de vista, la película llegó a la conclusión de que apropiarse del cuchillo, a pesar de las circunstancias atenuantes, fue un acto de saqueo y en consecuencia desautorizado.
La película se centró en la ética de tomar el cuchillo, pero ignoró grandes preguntas no menos importantes acerca de la moralidad de la demolición de viviendas palestinas. Los recientes artículos sobre la Universidad Ariel hacen lo mismo. Ignoran el contexto más amplio y por lo tanto terminan confundiendo las cuestiones éticas centrales en juego.
Sin duda, la reacción de Ariel frente al estudiante que comparó la universidad con una prisión siria huele a hostigamiento, como denunciaron los medios de comunicación. Además, los reglamentos universitarios que exigen que los profesores ofrezcan a los estudiantes una amplia gama de puntos de vista sobre temas podrían introducir requisitos intelectuales cuestionables (creacionismo frente a Darwin) y están claramente destinados a monitorear las opiniones de la facultad y por lo tanto atentan contra la libertad de cátedra.
Pero este tipo de problemas es insignificante en comparación con el verdadero crimen: el establecimiento de una institución académica israelí en territorios ocupados con el objetivo de mantener y reforzar el dominio colonial.
La pregunta que los académicos israelíes deberíamos hacernos es sobre el papel que desempeñan las otras siete universidades: ¿Dónde encajan en el relato entre la excavadora y el cuchillo? ¿Cuál es el dilema moral al que se enfrentan?
Por largo tiempo, las universidades israelíes han actuado siempre como si fueran meras espectadoras, simplemente observando la demolición pero sin participar en ella. Sentados en las clases en el Monte Scopus, el campus de la Universidad Hebrea, cuando estudiábamos filosofía en medio del primer levantamiento palestino a finales de 1980, a menudo oíamos disparos y veíamos las nubes de gas lacrimógeno que se elevaban desde el valle, la forma en que el ejército israelí sofocaba las protestas palestinas en Jerusalén Oriental. Mientras los palestinos luchaban por su liberación, continuamos nuestras clases de Immanuel Kant, John Stuart Mill, y G. E. Moore.
En ese momento, Israel había hecho efectiva la educación superior en los territorios ocupados ilegalmente. Las instituciones educativas se habían convertido en centros de la oposición, por lo que el Gobierno cerró todas las universidades palestinas evitando que aproximadamente 18.000 estudiantes entrasen en sus campus. La Universidad de Birzeit se cerró casi todo el año 1988 hasta 1992, mientras las otras universidades palestinas también estaban cerradas por períodos prolongados.
Y sin embargo el silencio de las universidades israelíes era ensordecedor. Sí, algunos profesores organizaron peticiones y visitas de solidaridad a la Ribera Occidental. Pero como institución ninguna universidad publicó una declaración de apoyo a sus colegas del otro lado de la Línea Verde, en los territorios palestinos.
Nuestras universidades, sin embargo, no son simples espectadoras. Los debates que dan en la actualidad son el cuchillo, desplazando el verdadero crimen.
Las universidades israelíes son bien conocidas por su investigación académica rigurosa y a menudo innovadora. Han formado académicos galardonados con el Premio Nobel de Economía y de Química y con la Medalla Fields de Matemáticas, además de haber hecho contribuciones distinguidas en muchos otros campos. Por otra parte se ven como bastiones de la libertad académica y de la protección de los derechos de los miembros de la facultad. Son, en otras palabras, un símbolo y manifestación de una verdadera cultura democrática y vibrante.
Pero, paradójicamente, puede ser precisamente esa imagen de la libertad, la innovación y el pensamiento crítico la que ayuda a legitimar proyecto colonial de Israel.
Piensa en ello. Incluso con los muy visibles debates sobre los boicoteos académicos de Israel en los Estados Unidos, la mayoría de los académicos de todo el mundo no saben nada de los disturbios diarios en la vida académica palestina. Los debates se centran en la legitimidad de los boicoteos, no la vida académica en Palestina.
La mayoría de los académicos de todo el mundo saben muy poco de que desde la década de 2000 el Gobierno israelí ha prohibido a los residentes palestinos de Gaza estudiar en la ocupada Cisjordania, a pesar de que muchos programas, incluyendo la preparación para profesiones médicas y sanitarias vitales, simplemente no existen en la Franja de Gaza. No se dan cuenta de que el ejército israelí continúa obstruyendo los estudios académicos en los territorios ocupados. A finales de enero, por ejemplo, los soldados entraron en el campus de la Universidad Al-Quds en la zona árabe de Jerusalén rompiendo puertas y aterrando a estudiantes y profesores.
Los académicos en contacto con los israelíes están en su mayoría familiarizados con la investigación académica de sus colegas y son conscientes de las libertades que disfrutan. Los académicos visitantes vienen a Israel a dar charlas, ajenos a la situación de que a pocos kilómetros de distancia sus colegas palestinos están atrapados en los puestos de control.
Consciente o inconscientemente las universidades israelíes desempeñan un papel central en el mantenimiento de la ocupación. Son la cara de la democracia de Israel que sirve para ocultar su lado colonial oscuro. Se podría llamar «el lavado de la universidad».
La universidad de Ariel es quizás un caso extremo, ya que fue fundada por decreto militar y está destinada a desempeñar un papel activo en la supresión de otro pueblo. Pero el fracaso general de la Academia Israelí de estar al servicio de las universidades palestinas y contra la ocupación, no es menos colosal.
Neve Gordon es autor de Israel’sOccupation (University of California Press, 2008).
Fuente: http://chronicle.com/article/In-Their-Silence-Israeli/146815/
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