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Condolezza Rice tenía razón: nace un nuevo Oriente Próximo

Fuentes: CEPRID

El acuerdo de Doha para Líbano ha puesto de manifiesto una nueva reordenación del mapa en Oriente Próximo. Tenía razón la Secretaria de Estado de EEUU, Condolezza Rice, cuando en plena guerra de Israel contra Líbano, en el verano de 2006, mientras la aviación israelí bombardeaba las zonas civiles del país árabe, especialmente los barrios […]

El acuerdo de Doha para Líbano ha puesto de manifiesto una nueva reordenación del mapa en Oriente Próximo. Tenía razón la Secretaria de Estado de EEUU, Condolezza Rice, cuando en plena guerra de Israel contra Líbano, en el verano de 2006, mientras la aviación israelí bombardeaba las zonas civiles del país árabe, especialmente los barrios shíies de Beirut y las ciudades del sur del país, justificaba la masacre afirmando que se estaba asistiendo «a los dolores del parto de un nuevo Oriente Próximo». Lo que no soñaba la Rice es que con la victoria de Hizbulá sobre Israel ese nuevo Oriente Próximo iba a ser diferente del diseño imperialista y que, poco a poco, se iba a ir distanciando de la tutela estadounidense y sus agentes en la zona: Arabia Saudita, Egipto y Jordania.

Al igual que está sucediendo en América Latina, en el mundo árabe hay un despertar. A la lucha de los iraquíes, palestinos y libaneses se suma la de los trabajadores egipcios y, en menor medida, pero también merece ser resaltado la de los jordanos en contra de las políticas neoliberales y fondomonetaristas de sus gobiernos. Es el parto del nuevo Oriente Próximo, el de los pueblos.

En política exterior no hay verdades inmutables y quien es hoy un fiel aliado mañana puede verse convertido en un paria. Y al revés. Por lo tanto, si bien no se puede hablar de que la estrategia imperialista en Oriente Próximo haya sido derrotada, sí se puede afirmar que está seriamente debilitada. El mérito inicial hay que atribuírselo a los patriotas iraquíes, que lograron una paralización de la reordenación geopolítica y neocolonial de la zona iniciada con la invasión y ocupación de Irak. Pero el golpe definitivo fue asestado con la derrota de Israel en la guerra del verano de 2006. Desde entonces, Hamás se ha hecho fuerte en Gaza y ahora en Líbano los vencedores son las organizaciones de la alianza patriótica y nacionalista que forman Hizbulá, el Movimiento Patriótico Libre, Amal y toda una pléyade de organizaciones de izquierda que forman parte de la resistencia.

Los EEUU y sus agentes en la zona, como Arabia Saudí, han intentado convertir Líbano en el espejo árabe en el que debían reflejarse el resto de países tras el fracaso de esta estrategia en Irak. En el mes de marzo, el embajador estadounidense en Beirut, Jeffrey Feltman, mostraba sin recato alguno su «disgusto por los continuos y descarados ataques contra las instituciones democráticas de Líbano por aquellos que buscan restaurar la toma de decisiones en Siria» [en referencia a las fuerzas patrióticas y nacionalistas, unánimemente calificadas como pro-sirias por la famosa «comunidad internacional» y sus medios de choque informativos]. El mismísimo George Bush ha venido insistiendo hasta la saciedad, y así lo ha repetido durante su última gira por la zona que vino a coincidir casi en el tiempo con la toma de Beirut por los militantes de Hizbulá y sus aliados, que Líbano es un país en el que «las fuerzas que reciben apoyo de Irán y Siria deben ser enfrentadas y derrotadas». Ha sido justamente al revés. Las fuerzas prooccidentales, pro estadounidenses y pro saudíes han sido derrotadas en todos los terrenos, en el militar y en el político (1).

En el aspecto militar, tal y como recoge el diario libanés de izquierda As Safir, la toma de Beirut por los militantes de Hizbulá y sus aliados ha tenido, además de un claro mensaje interno demostrando la fragilidad de las estructuras militares de las fuerzas prooccidentales que con tanto empeño estadounidenses, saudíes y jordanos intentaban convertir en el contrapeso de Hizbulá, una vertiente externa: «ha recordado a americanos e israelíes que las aventuras militares tendrían funestas consecuencias» (2). Un hecho que se ha producido, y eso es digno de recordar, pocos días más tarde de que Bush visitase Oriente Próximo y que para este diario ha significado «el último clavo en el ataúd en el que reposa el diseño americano en Oriente Próximo» (3).

En el aspecto político, el hecho de que las fuerzas políticas libanesas hayan alcanzado un acuerdo en Doha para poner fin a la crisis pone de manifiesto que existe una clara voluntad de organizaciones políticas, e incluso de gobiernos, de desafiar, resistir y oponerse al diseño neocolonial y sectario que EEUU, Israel y los aliados reaccionarios árabes intentan imponer en la zona. El nacionalismo árabe, adormecido durante años, vuelve a despertar y ello atisba un nuevo diseño de Oriente Próximo muy alejado de las pretensiones imperialistas.

El fin de la era saudí

El acuerdo al que han llegado las fuerzas prooccidentales libanesas y las patrióticas y nacionalistas ha supuesto una derrota de los intereses de EEUU y sus aliados en la zona, especialmente de Arabia Saudita. Ya durante la reunión de urgencia que celebró la Liga Árabe para tratar el tema, como consecuencia de la toma de Beirut por los militantes de Hizbulá y sus aliados, se produjo un desmarque significativo de las tesis saudíes -que consideraban único responsable a Hizbulá, abogaban por su desarme y pedían una condena expresa de la lucha armada- por parte de varios países árabes como Qatar, Yemen y Argelia.

Mientras la coalición prooccidental «14 de Marzo» insistía en que Hizbulá y sus aliados habían dado «un golpe de Estado», los saudíes, por boca de su ministro de Asuntos Exteriores, Saud al-Faisal, utilizaban el mismo lenguaje y añadían un nuevo elemento: la comparación entre la invasión por Israel de Beirut en 1982 y lo que estaba sucediendo entre los días 7 y 11 de mayo de este año. El saudí fue más allá de lo que nadie había ido hasta entonces: comparó al secretario general de Hizbulá con el ex primer ministro israelí Ariel Sharon. La coincidencia de argumentos tenía como finalidad crear el clima de opinión necesario para hacer aceptable el envío de fuerzas militares árabes a Líbano (4) ante la debacle de las fuerzas que apoyaban a la coalición que sustentaba al gobierno prooccidental dirigido por Fouad Siniora, rápidamente derrotadas y puestas en ridículo por los militantes de Hizbulá y sus aliados. Los prooccidentales y pro saudíes, de forma especial los representados por el clan Hariri, demostraron lo que realmente son: una impresionante potencia financiera conseguida al calor de la corrupción que conllevó la reconstrucción de Beirut tras la guerra civil pero desprovista de apoyo popular fuera de sus clanes partidarios. A este sector sólo le queda una baza y no es descartable que la utilicen: el reforzamiento de los islamistas, ligados o no a Al Qaeda, y la desestabilización de Líbano utilizando los ataques a las fuerzas de la FINUL como principal factor.

Ante esta situación Qatar, un país que está adquiriendo un papel cada vez más relevante en Oriente Próximo, contando con el apoyo de otros países árabes como los anteriormente mencionados logró neutralizar la escalada intervencionista proponiendo una reunión en su capital, para lo que logró el apoyo formal de la Liga Árabe.

No ha sido una reunión cualquiera, sino que ha sido un sutil y ambicioso toque de atención a las intenciones de Arabia Saudita de convertirse en potencia regional (con la aquiescencia de los EEUU). El acuerdo que ha puesto fin a la crisis libanesa se ha negociado en Doha, la capital, con los qataríes como principales mediadores. El texto del acuerdo comienza de la siguiente manera: «Bajo los auspicios del Emir de Qatar (…) y de los esfuerzos del secretario general de la Liga Árabe (…) y los ministros de Asuntos Exteriores de Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Argelia, Yibuti, Omán, Marruecos y Yemen (…)» (5). Obsérvese que no hay mención de dos países claves hasta ahora en Oriente Próximo, Arabia Saudita y Egipto, y fieles aliados de EEUU, junto con Jordania aunque este país sí estuvo presente en Doha.

Arabia Saudita está herida en su orgullo y derrotada militar -las milicias de sus patrocinados se disolvieron como un azucarcillo en una taza de café ante el empuje de los militantes de Hizbulá y sus aliados- y políticamente. El Acuerdo de Taif de 1990, que puso fin a la guerra civil que durante 15 años ensangrentó Líbano -al margen de la ocupación israelí del sur del país, que terminó en el año 2000 como consecuencia de la guerra de desgaste impuesta por la resistencia liderada por Hizbulá- se alcanzó en esa ciudad saudita y ellos, los saudíes, han venido considerando desde entonces Líbano como un feudo logrando convertir este país en un rehén de su enfrentamiento con Irán. Si alguien debía supervisar lo que sucede en Líbano, tenían que ser ellos. Eso es algo que se ha roto ahora y que va a tener una repercusión importante en el futuro.

Ha sido sintomático que mientras la mayoría de los participantes en la conferencia de Doha retornasen a Beirut uno eligió un destino distinto: Riad. ¿Cuál fue el único dirigente libanés que no retornó a su país para explicar a sus bases el acuerdo? Pues Saad Hariri, el principal dirigente del Movimiento al Futuro (6). Hariri ha dejado claro que quien le mueve es el dinero saudita y que toda su actuación no es otra cosa que la prolongación de la estrategia saudita en Líbano. Tal vez sea el primer ministro del futuro, una vez se celebren las elecciones tal y como ha quedado reflejado en el acuerdo de Doha, de lo que se hablará más adelante, pero su actuación prosaudí queda maniatada y sin margen de maniobra.

La derrota de Arabia Saudita no llega sola. Con la finalidad de impedir, o dificultar la cumbre de Doha los EEUU, junto a Francia y Gran Bretaña, intentaron imponer una nueva resolución al Consejo de Seguridad de la ONU en contra de Hizbulá y su organización armada. Rusia, China, Sudáfrica y Libia se opusieron no solo aesa nueva resolución, sino a cualquier intento de modificación de las resoluciones 1559 (que trata sobre la retirada de las tropas sirias de Líbano y el desarme de Hizbulá y las organizaciones palestinas existentes en los campos de refugiados) y la 1701 (por la que se sancionó el cese el fuego entre Hizbulá e Israel tras la guerra del verano de 2006 y que, también, habla del desarme del movimiento político-militar libanés y los palestinos) como pretendieron los promotores de la fallida iniciativa tras constatar que no contaban con el plácet de estos países para una nueva resolución.

El Consejo de Seguridad ha tenido que contentarse con aprobar una «declaración no vinculante» (7) en la que se acoge con satisfacción el acuerdo de Doha y se recuerdan las anteriores resoluciones el CS de la ONU en las que, aún sin nombrarlas expresamente en esta declaración de la presidencia, se pedía el desmantelamiento y el desarme de todos los libaneses y las milicias extranjeras, término con el que la ONU se refiere a los palestinos de los campos de refugiados.

Los términos del acuerdo

El acuerdo de Doha mantiene la actual estructura de poder en Líbano: un cristiano maronita en la presidencia del país y en la jefatura del Ejército, un musulmán sunita como primer ministro y un musulmán shíi como presidente del Parlamento. Eso ha satisfecho a franceses y estadounidenses pese a que la evolución demográfica del país haya hecho de los shiíes la parte mayoritaria de la población, con un 40% del total de los casi 5 millones de habitantes del país. Aunque esa estructura de poder no se toca, hay una significativa variación que pone al descubierto con toda crudeza cómo los hasta ahora aliados en la coalición prooccidental se abandonan unos a otros para garantizar su parcela de poder.

El acuerdo recoge una nueva reformulación de los distritos electorales de Beirut, lo que aparentemente otorga una cierta ventaja a la fracción suní, prooccidental y prosaudí, que representa Saad Hariri y su Movimiento al Futuro. Eso hace que, muy posiblemente, este personaje se convierta en el próximo primer ministro. Sin embargo, la reordenación de los distritos electorales deja al descubierto un flanco importante: el voto cristiano.

Los cristianos están divididos, unos forman parte de la coalición «14 de Marzo», la que apoya al gobierno, y otros a la coalición «8 de Marzo», la que forma parte de la oposición patriótica y nacionalista. La reordenación de los distritos electorales perjudica a los cristianos aliados de Hariri y se sienten traicionados. De forma especial la formación que lidera Samir Geagea, las Fuerzas Libanesas, que con esta nueva formulación apenas conseguiría 2-3 escaños en las próximas elecciones. El bloque prooccidental comienza a hacer agua y eso lo sabe ya todo el mundo.

Las fuerzas patrióticas y nacionalistas son las claras vencedoras. Consiguen menos puestos en el gobierno, pero se garantizan una minoría de bloqueo que hará imposible cualquier medida que no cuente con su aprobación. No se va a discutir el tema de las armas de Hizbulá, lo que invalida cualquier pretensión occidental, amparada por las resoluciones de la ONU o no, de insistir en ese extremo (y aquí hay que reseñar que el nuevo presidente libanés, Michel Suleiman, haya dicho en su discurso de posesión que «es necesaria una fuerte estrategia de defensa para hacer frente a la agresión israelí» y que esta estrategia «debe utilizar las capacidades de la resistencia» (8).

Y, como ha dicho gráficamente en la sesión de investidura de Suleiman el presidente del parlamento libanés, Nabib Berri, «el plan de EEUU [en referencia a lo dicho por Condolezza Rice sobre el parto de un nuevo Oriemte Próximo] no tiene cabida en ningún lugar de Oriente Próximo» (9). Como dato clarificador de ello, la fecha elegida para nombrar a Suleiman nuevo presidente de Líbano ha sido el 25 de mayo. Ese día del año 2000 los soldados israelíes abandonaban el sur de Líbano empujados por una heroica resistencia patriótica liderada por Hizbulá. Ya sólo queda como territorio ocupado en Líbano las granjas de la Shebaa y las colinas de Kafar Shuba.

No es extraño, por tanto, que Israel sienta el hecho como una nueva derrota. Después de preguntarse, y al mundo que quién sería capaz de parar a Hizbulá cuando esta organización y sus aliados tomaron Beirut (10), ahora considera que el precio que se ha pagado a Hizbulá es demasiado alto: «el control a largo plazo, de facto, de Líbano» (11).

Notas:

  1. Alberto Cruz, «Egipto y Líbano: dos huelgas, una estrategia y una realidad» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article128

  2. As Safir, 22 de mayo de 2008.

  3. Ibid.

  4. Alberto Cruz, Cuatro días que estremecieron Oriente Medio» http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article132

  5. The Daily Star, 22 de mayo de 2008.

  6. Ibid.

  7. Declaración de la Presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU S/ PRST/2008/17, 22 de mayo de 2008.

  8. The Daily Star, 26 de marzo de 2008.

  9. Ibid.

  10. Haaretz, 12 de mayo de 2008.

  11. Haaretz, 26 de mayo de 2008.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Especializado en Relaciones Internacionales.

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