Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Trece años es una edad para tantas cosas… Aporta una cierta importancia al muchacho que la alcanza al situarle ante todas las promesas que la vida debiera ofrecer. Es el momento en el que los chicos consiguen su primera bicicleta, disfrutan con sus videojuegos favoritos, se hacen de la selección de futbol del colegio. Para algunos, es la época en la que empiezan a maravillarse y a apreciar los misterios de la vida antes de alcanzar la edad adulta; es incluso el momento en el que experimentan su primer enamoramiento… Pero si eres un muchacho de trece años en la ocupada Palestina, las autoridades israelíes pueden ponerte bajo arresto domiciliario.
Karam Khaled Da’nah es un muchacho palestino de trece años al que un tribunal israelí sentenció a cinco meses de arresto domiciliario obligatorio en casa de su tío -lejos de sus padres y hermanos- y a una fianza de 2.000 shekel tras una vergonzosa charada, no muy bien enmascarada de vista judicial, el pasado 28 de septiembre, con un total desprecio por cualquier cosa que pudiera asemejarse a los derechos humanos (o incluso a la común decencia humana en tales casos). A Karam le arrestaron por primera vez el 20 de septiembre, justo frente a su colegio, en la zona antigua de la ciudad de Hebrón, donde los soldados israelíes le arrebataron de entre sus compañeros y amigos, llevándosele a rastras y golpeándole salvajemente antes de arrojarle a la parte trasera de su jeep militar. La acusación fue… esperen un momento… llevarse piedras de los (ilegales) colonos israelíes.
Y si Vd. pensaba que la presión social era la mayor fuente de ansiedad para la mayoría de los padres, los padres palestinos tendrán siempre algo más por lo que preocuparse en lo que se refiere a sus hijos, bien sean detenciones repentinas, ataques mortales, torturas, lo que sea. La lista de horrendos -y muy posibles- escenarios que las familias palestinas tienen que enfrentar un día sí y otro también no tiene fin. En efecto, la paternidad tiene un significado completamente diferente en Palestina.
Aunque lo que resulta especialmente inquietante es que los sionistas -en el transcurrir de los años- han cometido tantos crímenes y tantas violaciones del Derecho Internacional que no sé ni cómo asimilar que el resto del supuesto mundo civilizado no les haya llamado aún al orden y que insistan en situar a «la única democracia del Oriente Medio» en un extrañamente y sin precedentes alto pedestal como el parangón máximo de la virtud. Pero cuando se trata de los palestinos parece que el concepto de derechos humanos se desdibuja de repente y la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas se convierte en una vaga idea de última hora, ¿es que puede aceptarse todo cuando la víctima es un niño palestino? ¿Es tolerable robar menores por las calles, torturarles e intimidarles para tratar de someterles en las celdas de las prisiones israelíes? ¿Es todo eso tan aceptable como para todo el mundo se quede en silencio ante tales hechos?
Estos días hemos estado escuchando todo tipo de cosas sobre el pobrecito de Benjamin Netanyahu y lo «difícil» que es estar en su lugar: cogido entre la espada de las presiones de EEUU para que vuelva a establecer un congelamiento temporal en la construcción de asentamientos y la pared de un frágil gobierno de coalición de fascistas de derechas que respaldan firmemente la empresa sionista. Seguimos igualmente escuchando cuán «insoportable» es estar en la posición del Presidente Mahmoud Abbas, a quien se le deja con muy escasas y limitadas opciones, la mejor de las cuales equivale a un suicidio político, pero, ¿qué pasa con quienes viven bajo la ocupación y sufren sus agónicas consecuencias? Seguro que tenemos una muy fugaz y tenue comprensión de su amarga realidad, les ignoramos -y a menudo lo hacemos conscientemente- en nuestra búsqueda por descifrar los intricados detalles del conflicto del Oriente Medio, por eso, esta vez intentemos colocarnos nosotros mismos en los zapatos de Karam Da’nah por un momento:
Imaginen que tienen trece años, que viven en una barriada donde su familia ha estado habitando durante generaciones y que va haciéndose cada día más y más extraña para ti -gracias a las hordas de hostiles colonos israelíes (armados hasta los dientes)-. El día comienza y termina con sus harto vulgares acosos, maltratos verbales y físicos, lanzando frecuentemente su basura frente a tu casa, por si acaso la echabas de menos. Tu ruta diaria a tu propio colegio, tanto en la ida como en la vuelta, molesta las tan delicadas sensibilidades de esos «nuevos vecinos»: te escupen, te obsequian con irrepetibles insultos que un muchacho típico de trece años no debería normalmente escuchar. ¡No hay absolutamente nada de vecindad en todo eso! Y vas e intentas ir por otra ruta, otro camino, confiando, contra toda esperanza, que esta «maniobra» te evite tener que pasar por alguna otra de esas penosas confrontaciones, pero no hay manera… También están ahí, disfrutando de ese mismísimo derecho y libertad de movimiento por el que tanto tiempo llevas suspirando, y siempre bajo la atenta mirada del ejército ocupante; ir al colegio se convierte enseguida en una carga pavorosa, en un ejercicio de frustración y futilidad. Sientes que eres un blanco en movimiento; tu destino está siempre muy lejos, más allá de los controles sin cuento, de los cacheos humillantes, de los soldados antagónicos, de las exclusivas carreteras sólo para judíos, de los continuos altercados que amenazan tu vida, de los colonizadores extremadamente fanáticos y de un muro de separación que se extiende hasta donde tu vista puede alcanzar.
Sin embargo, intentas con todas tus fuerzas reconciliarte con esta dura realidad sólo para poder disfrutar -aunque no sea más que durante un breve y fugaz momento- de un falso sentido de normalidad, hasta que un día, de forma inesperada, te ves rodeado, acusado e inmediatamente condenado por un falso delito que no cometiste. No hay ninguna prueba en absoluto excepto el testimonio de un ilegal colono israelí que está empeñado en echarte de tu propia tierra, y que no tiene ni idea de lo que pretende más allá de que pases una semana encarcelado en la celda de una prisión, extenuado por las despiadadas sesiones de interrogatorio -diseñadas específicamente para «vencer» tu frágil mente, tu leve cuerpo de trece años-, y el temor a no ver de nuevo a tu familia empieza a acumularse en tu pequeño pecho de adolescente hasta no poder casi respirar. Cuando finalmente te ponen en libertad, averiguas que ya no puedes seguir viviendo con tu familia, que te van a enviar con unos familiares y que, para colmo, no van a permitir siquiera que mires hacia el exterior de la puerta de la casa durante al menos cinco meses, que tienes que despedirte de los juegos, de los partidos de futbol, de los picnic con la familia, de ir al colegio y de, básicamente, todas las actividades que componían una inmensa y amada parte de tu vida anterior.
La historia de Karam es simplemente una de las más recientes de la letanía de prácticas brutales y políticas de agresión del estado sionista y sus rabiosas hordas de xenófobos colonos contra los palestinos. Sólo hace poco más de una semana, un «guardia» de un asentamiento judío (¡o lo que quiera que eso signifique!) le disparó a un hombre palestino de 32 años -padre de cinco hijos- en la barriada árabe de Silwan en el Este de Jerusalén [*]: más o menos un caso, abierto y cerrado al mismo tiempo, de asesinato a sangre fría, del cual su autor fue, sí, lo han adivinado, exonerado tras media hora de «amistoso» interrogatorio de las autoridades israelíes (¡probablemente, acompañada de una taza de café por lo que hemos sabido!). En cambio, Karam Da’nah todavía tiene que adaptarse a su nueva situación de vida forzado al arresto domiciliario y privado de todas las cosas que millones de niños normales de todo el mundo tienen garantizadas.
Por si no fuera suficiente, un informe reciente de la CNN revelaba varios casos de abusos sexuales a niños palestinos detenidos en las cárceles israelíes; el informe incluía relatos detallados de las víctimas que cortaban la respiración por todo lo que habían soportado en las obscenas manos de sus captores israelíes: acoso, golpes, posiciones dolorosas, tirones en sus partes íntimas, eran unos cuantos de los muchos métodos mencionados en el informe que los interrogadores israelíes utilizan sistemáticamente en sus sórdidos y sádicos intentos de extraer «confesiones» forzadas de niños de hasta nueve años. No hay duda que esos hechos tendrán una inmensa y devastadora consecuencia en estos adolescentes: psíquica, psicológica y emocionalmente. Seguro que esos niños sobrevivirán, que continuarán viviendo, que algunos crecerán e incluso se convertirán en grandes líderes para su pueblo, pero pienso en su infancia y en todo lo que se les ha arrancado de por vida.
En efecto, no sólo la tierra está siendo arbitrariamente arrasada y confiscada en los territorios ocupados palestinos, sino algo mucho más monstruoso: también la infancia.
N. de la T.:
[*] Véase en Rebelión el artículo de Mel Frykberg «Estallan los disturbios en Jerusalén Este»: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=114071
Ahmad Barqawi es un columnista y escritor independiente jordano que vive en Ammán. Es Licenciado en Ciencias Económicas. Ha desarrollado diversos estudios, análisis estadísticos e investigaciones sobre desarrollo económico y social en Jordania. Puede contactarse con él en: [email protected]