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Entrevista a Gilbert Achcar

«Construir redes de resistencia popular en torno a una constitución democrática en Siria»

Fuentes: Al-Quds Al-Arabi

[Publicamos a continuación una entrevista con Gilbert Achcar, profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres (SOAS). La entrevista ha sido realizada en árabe por Oudai al-Zubi para el diario Al-Quds Al-Arabi y publicada en su edición del 25 de agosto. La traducción al francés ha sido realizada por […]

[Publicamos a continuación una entrevista con Gilbert Achcar, profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres (SOAS). La entrevista ha sido realizada en árabe por Oudai al-Zubi para el diario Al-Quds Al-Arabi y publicada en su edición del 25 de agosto. La traducción al francés ha sido realizada por Jihane Al Ali para la página web a l´encontre. En su presentación, Al-Quds Al-Arabi precisa: «Considerando que todos los que se pretenden de izquierdas no pueden sino colocarse al lado del pueblo sirio en su lucha contra la tiranía, Gilbert Achcar afirma que la resistencia popular es en adelante el único camino que lleva a la victoria de la revolución siria». Redacción de a l´encontre].

-Algunos militantes de izquierdas temen la islamización de la revolución, lo que les ha empujado a veces a luchar contra ella, o en cualquier caso, a no apoyarla. ¿Cuál es tu opinión, como marxista, sobre la posición a adoptar ante la revolución siria?

-Gilbert Achcar: Es normal que todos los que creen en la democracia -y la democracia supone evidentemente el laicismo- teman la llegada de una fuerza religiosa integrista que tomaría por fuente de legislación «textos sagrados» en lugar de la voluntad del pueblo. Tememos todos que el gran levantamiento árabe, sobre el que hemos fundado muchas esperanzas, se transforme en regresión reaccionaria. Hay un precedente histórico: la revolución iraní que comenzó como revolución democrática y desembocó en un estado integrista. Este temor es, por tanto, natural para quien cree en la democracia.

Añado a esto que las fuerzas religiosas son las más capaces de asumir el poder en el estado actual, al ser demasiado débiles o habiendo sido demasiado debilitadas las fuerzas nacionalistas y de izquierdas. Pero, a pesar de todo lo que constatamos, sigo siendo optimista. Hay en efecto una enorme diferencia entre la llegada al poder de Jomeini en Irán y la de los islamistas en las revueltas árabes. Jomeini era el jefe de la revolución iraní, era su verdadero dirigente, lo que no es el caso de los movimientos islámicos actuales. No están en el origen de las revoluciones árabes, se han sumado a ellas. Además, como se puede constatar en Túnez y en Egipto, su llegada al poder coincide con el desarrollo de un espíritu crítico muy agudo entre el pueblo en general y la juventud en particular.

Por otra parte, no estamos en presencia de una revolución acabada, sino ante un proceso revolucionario prolongado, que puede durar aún numerosos años y que está movido por contradicciones socioeconómicas que representan los principales obstáculos al desarrollo. Estos obstáculos están ligados a la naturaleza profunda del sistema sociopolítico, y no solo a la corrupción visible en la superficie y señalada por todos con el dedo. Sin embargo, los movimientos islámicos no tienen programa serio para cambiar esto. Resulta claramente de la lectura de sus programas que se suman a las recetas neoliberales, siguiendo la onda de los regímenes actuales o de los que han sido derrocados. Es la razón de que el proceso proseguirá hasta la resolución de las contradicciones mencionadas.

-¿Se puede hacer una lectura de clase de la revolución siria?

-Si se trata de analizar la revolución siria como una lucha de clases «pura», entre obreros y burgueses por ejemplo, entonces mi respuesta es no. La batalla en Siria está realizada contra una tiranía hereditaria: el movimiento reúne obreros, campesinos y pequeñoburgueses, e incluso fracciones de la burguesía. La revolución siria en su fase actual es ante todo una revolución democrática, en el marco de una dinámica movida por las contradicciones socioeconómicas que he evocado antes. Resolver estas últimas en el largo plazo no será posible más que suprimiendo la estructura de clases actual, y adoptando políticas de desarrollo centradas en el estado, pero en un marco popular democrático, y no en un marco dictatorial como era el caso en los años 60.

A medio plazo, cuando el pueblo se haya librado de la tiranía, las divisiones de clase aparecerán inevitablemente en el proceso revolucionario. Pero por el momento, es el pueblo en todas sus componentes de clase el que quiere librarse de la tiranía. Cualquiera que se considere de izquierdas no puede sino colocarse al lado de pueblo sirio en su lucha contra la tiranía.

-Has vaticinado la militarización inevitable de la revolución desde su fase inicial. ¿Por qué?

-Mira a Egipto y Túnez, donde triunfaron revoluciones pacíficas. El llamamiento lanzado el 25 de enero de 2011 en Egipto era la conclusión de grandes huelgas obreras y de protestas políticas realizadas por movimientos como Kifaya, con una fuerte presencia en la calle de las fuerzas de oposición religiosas organizadas. Las manifestaciones del 25 de enero prendieron la mecha, pero fueron las luchas previas las que acumularon la pólvora. En Siria, por el contrario, ha sido la represión extrema la principal razón del retraso de la extensión del movimiento a las principales ciudades del país, ciudades que no habían conocido ninguna acumulación previa de huelgas y de protestas como ocurrió en Egipto o Túnez.

El retraso de la extensión no era debido al hecho de que esas ciudades fueran favorables al régimen, como se ha pretendido. La razón del retraso de la entrada en rebelión de las ciudades de Alepo y de Damasco no es tanto la importancia de la base social del régimen como el despliegue masivo de las fuerzas de represión y la ausencia de una acumulación previa de luchas.

Vengo aquí a la cuestión de la militarización. No soy partidario de la militarización, prefiero los procesos revolucionarios pacíficos. La militarización engendra una destrucción colosal, empuja a una degeneración de la oposición y amenaza la democracia naciente, pues las organizaciones militares son raramente democráticas.

Sin embargo -desde el comienzo, como has indicado- he afirmado que la militarización de la revolución siria era inevitable. Con el comienzo de la formación de los grupos del Ejército Sirio Libre, miembros del Consejo Nacional Sirio llamaron a una intervención extranjera directa que, en su pensamiento, habría permitido controlar la militarización. Esta demanda es peligrosa y me opongo a ella. Otros -en particular miembros del Comité Nacional de Coordinación- llamaron a restringir el movimiento a la lucha pacífica, condenando la militarización.

Desde mi punto de vista, estas dos posiciones traducían una carencia estratégica. El régimen sirio es fundamentalmente diferente de los de Egipto y Túnez. En Siria, como antes en Libia, existe un lazo orgánico entre la institución militar y la familia reinante, mientras que en Egipto y en Túnez, Mubarak y Ben Alí habían salido de la institución militar y no eran sus creadores. La reorganización del estado, y en particular de sus fuerzas armadas, por Gadafi y Hafez el-Assad ha hecho el derrocamiento pacífico de sus regímenes algo completamente ilusorio.

Hafez el-Assad reconstruyó las fuerzas armadas sirias sobre bases confesionales bien conocidas. Constatando esto, no condenamos en absoluto a una comunidad religiosa particular (alauita); denunciamos más bien el confesionalismo del régimen. No se trata de reemplazar un confesionalismo por otro, sino de reconstruir el estado sobre bases no confesionales.

No se puede apostar por el abandono del tirano por sus unidades de élite militares en países como Libia o Siria. Derrocar pacíficamente al régimen en países como esos es imposible. No todas las revoluciones, como las luchas de liberación nacional, pueden alcanzar la victoria de forma pacífica. La estrategia no se define en función de lo que sería deseable, sino en función de la naturaleza del estado. Por esta razón he afirmado desde el comienzo que el derrocamiento del régimen sirio no podrá hacerse más que por la lucha armada.

Por el contrario, el llamamiento a la intervención extranjera es un error grave. He enumerado los riesgos que una intervención así crearía en mi contribución a una reunión de la oposición siria en Estocolmo, y en un artículo publicado a continuación en el periódico Al Akhbar de Beirut. Ahora bien, algunos de esos riesgos han llevado a los propios estados occidentales a rechazar de entrada la militarización. Los dirigentes occidentales ven hoy con preocupación la expansión de la organización Al-Qaeda en Siria; están muy inquietos. Y si comienzan ahora a contemplar una intervención directa, no es ciertamente por amor por el pueblo sirio, sino únicamente en razón de su temor a Al Qaeda y grupos semejantes. En Libia también, es un temor similar de una deriva de la situación, así como la tentativa de tomar el control del proceso de cambio los que motivaron su intervención. Pero su tentativa ha fracasado.

Existe una tercera ilusión a propósito de Siria, propagada por Estados Unidos: es la solución llamada yemenita que ha apoyado, entre otros, Obama. Consistiría en realizar un acuerdo con el principal padrino de Assad, Rusia, a fin de que ésta le aparte de la misma forma que el padrino saudí apartó al Ali Abdalá Saleh. Es una pura ilusión. Como he indicado, los aparatos centrales del estado están ligados orgánicamente a la familia reinante en Siria y están construidos sobre bases confesionales. Es impensable que abandonen el poder sin derrota sobre el terreno, incluso si se pone en escena una salida de Bachar el-Assad como se hizo con Ali Abdalá Saleh en Yemen.

Estas tres ilusiones son el resultado de una carencia estratégica en la aprensión de la realidad y de las diferencias entre Siria, de un lado, y Egipto, Túnez e incluso Yemen, del otro. Esta carencia ha conducido a que la oposición siria no haya sabido tomar la iniciativa de organizar la militarización sobre bases sanas. A fin de cuentas, la democracia en Siria no vencerá más que rompiendo el aparato del poder, es decir desmantelando las fuerzas armadas para reconstruirlas sobre bases que no sean ni confesionales ni dictatoriales.

-Algunos piensan que la militarización conduce a la guerra civil. ¿Ha entrado Siria en una guerra civil?

-Por supuesto, desde hace varios meses. Pero la guerra civil no significa la guerra confesional. La guerra civil designa todo conflicto armado que opone a partes de una misma sociedad, como era el caso durante la guerra civil española en los años 1930, o en Francia tras la revolución de 1789, o en Rusia tras la de 1917. Las guerras civiles no son necesariamente guerras confesionales o religiosas. Cuando afirmé, hace más de un año, que Siria iba inevitablemente hacia la guerra civil, no entendía con ello una guerra confesional. Quería solo subrayar la inevitabilidad de la confrontación militar sin la que el régimen no podría ser derrocado.

Además, el régimen ha intentado, e intenta aún, desencadenar una guerra confesional, ayudado en esto por ciertas fuerzas reaccionarias en la oposición. Hemos visto cómo, desde los primeros días, el régimen ha atribuido el levantamiento a grupos salafistas o a Al Qaeda. Esta propaganda del régimen enviaba dos mensajes: uno dirigido a las minorías y el otro a los sunitas ordinarios que rechazan el wahabismo, sin olvidar el tercer mensaje dirigido a los países occidentales. En realidad, cuanto más se prolonga el conflicto, más se refuerzan las fuerzas confesionales. Es indispensable impedir que prevalezca la lógica confesional. Para ello, la oposición debe adoptar una posición firme contra los discursos confesionales.

En cambio, el llamamiento a un movimiento estrictamente pacífico con el pretexto de poner en guardia contra el confesionalismo, como hacen algunos miembros de la izquierda siria, se ha acompañado de un llamamiento al diálogo con el régimen. Era evidente, de entrada, que estos llamamientos no conseguirían nada. Las fuerzas de izquierda habrían debido adoptar una posición radical desde el comienzo del movimiento, habrían debido llamar al derrocamiento del régimen y no a un diálogo ilusorio con él. A pesar de mi profundo respeto y mi amistad por algunos militantes de la izquierda siria, considero que estos llamamiento fueron, y siguen siendo, sermones en el desierto.

-Por otra parte, ¿no conduce la militarización a la supresión del carácter popular pacífico de la revolución?

-Ya he tenido la ocasión de decir que el principal dilema estratégico de la revolución siria es lograr combinar el movimiento pacífico de masas con la lucha armada. No es concebible, frente a un régimen de la naturaleza del régimen siro, que la lucha pacífica pueda proseguirse hasta el infinito. Esto equivaldría a desear que los manifestantes pacíficos continuaran haciéndose asesinar como corderos, día tras día.

Es un dilema clásico en las revoluciones populares contra regímenes tiránicos que no dudan en matar. Se impone entonces crear un brazo armado de la revolución para proteger al movimiento pacífico, y llevar a cabo una guerrilla contra las fuerzas del poder y sus milicias criminales (shabbiha).

El deslizamiento hacia una guerra confesional conduciría, por el contrario, a la prolongación del conflicto y a la ampliación de la base del régimen de Assad más que a su estrechamiento. La solución consiste en construir redes de resistencia popular en torno a una constitución democrática que rechace claramente el confesionalismo, cuyos esbozos estamos viendo ya. Esto es crucial para el futuro de la revolución y del estado en Siria.

Fuente original: http://alencontre.org/moyenorient/syrie/syrie-construire-des-reseaux-de-resistance-populaire-autour-dune-charte-democratique.html

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR