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Continúa el tormento de Líbano, pero los árabes parecen haber perdido el miedo

Fuentes: The Independent/La Jornada

La habitación se cimbró. Nunca, desde el temblor de 1983, se había sacudido mi departamento de lado a lado. De esa magnitud fue la fuerza de las explosiones israelíes de la mañana de este viernes en los suburbios del sur de Beirut -a cinco kilómetros de mi casa-; la presión del aire cambió y las […]

La habitación se cimbró. Nunca, desde el temblor de 1983, se había sacudido mi departamento de lado a lado. De esa magnitud fue la fuerza de las explosiones israelíes de la mañana de este viernes en los suburbios del sur de Beirut -a cinco kilómetros de mi casa-; la presión del aire cambió y las palmeras se movieron.

¿Así va a ser todos los días? ¿A cuántos civiles se puede dejar sin hogar antes de que empiece una revolución? ¿Y qué viene después? ¿Los israelíes van a bombardear el centro de Beirut? ¿La costera? ¿Por eso vinieron todos los barcos extranjeros a llevarse a sus ciudadanos, para que se pudiera destruir la ciudad?

Ni qué decir que este viernes fue otro día de masacres, grandes y pequeñas. La mayor fue al parecer la de un grupo de 40 jornaleros agrícolas en el norte de Líbano, de los cuales algunos eran kurdos, miembros de un pueblo que ni siquiera tiene un país. Se informó que un misil israelí explotó entre ellos cuando cargaban vegetales en un camión frigorífico cerca de Al Qaa, pequeña aldea al este de Hermes, en el extremo norte del país.

A los heridos los llevaron a Siria porque los caminos libaneses están salpicados de cráteres de bombas israelíes. Luego nos enteramos de que un ataque aéreo a una casa de la aldea de Taibeh, en el sur, causó la muerte de siete civiles y lesionó a 10 que buscaban refugio del ataque.

En Israel misiles de Hezbollah mataron a dos civiles, pero, como de costumbre, Líbano se llevó la peor parte de las agresiones del día, las cuales se centraron, aunque parezca increíble, en el núcleo cristiano, que tradicionalmente ha mostrado gran simpatía hacia Israel.

Fue en la comunidad cristiana maronita, cuyos milicianos falangistas fueron los aliados más cercanos de Israel en la invasión de 1982, y sin embargo la fuerza aérea israelí atacó hoy tres puentes carreteros al norte de Beirut y, como de costumbre, los muertos eran los de condición humilde.

Uno era Joseph Bassil, cristiano de 65 años que había salido a hacer ejercicio con cuatro amigos al norte de Jounieh. «Sus amigos se detuvieron después de cuatro vueltas al puente porque hacía calor», relató un miembro de su familia. «Joseph decidió echar una carrera más en el puente. Eso fue lo que lo mató.»

Los israelíes no dieron explicaciones sobre los ataques -ningún combatiente de Hezbollah entraría en este enclave maronita, a los únicos que se les obstruyó el paso fue a los convoyes de ayuda humanitaria- y había crecientes temores en Líbano de que las incursiones aéreas más recientes obedezcan a la frustración israelí, más que a una planeación militar.

De hecho, mientras la guerra en Líbano continúa destruyendo vidas inocentes -la mayoría libanesas-, el conflicto parece cada vez más desatinado. La fuerza aérea israelí ha logrado dar muerte quizás a 50 miembros de Hezbollah y a casi 600 civiles y ha destruido puentes, fábricas de leche, gasolineras, depósitos de combustible, pistas de aeropuertos y miles de hogares.

Pero, ¿con qué fin? ¿Todavía cree Estados Unidos las afirmaciones de Tel Aviv de que destruirá a Hezbollah, cuando está claro que su ejército no es capaz de hacer nada por el estilo? ¿No se da cuenta de que cuando Israel se canse de esta guerra implorará un cese del fuego, que el gobierno del presidente George W. Bush sólo podrá lograr haciendo lo que más odia: tomar el camino de Damasco y solicitar ayuda al mandatario sirio, Bashar Assad?

Pero entre tanto, ¿qué le está ocurriendo a Líbano? Los puentes y edificios de departamentos se pueden reconstruir -sin duda con préstamos de la Unión Europea-, pero muchos libaneses cuestionan hoy a las instituciones democráticas que Estados Unidos tanto elogió el año pasado. ¿Qué caso tiene un gobierno democráticamente electo si no puede proteger a su pueblo? ¿De qué sirve un ejército de 75 mil miembros que no puede defender su país, no puede ser enviado a la frontera, no dispara contra los enemigos del país ni puede desarmar a Hezbollah? De hecho, para muchos chiítas libaneses Hezbollah es ahora el ejército de su país.

Tan feroz ha sido la resistencia de Hezbollah -y tan decididos sus ataques a las fuerzas israelíes de tierra-, que muchas personas aquí ya no recuerdan que fue Hezbollah el que provocó esta guerra al cruzar la frontera el 12 de julio, dar muerte a tres soldados israelíes y capturar a otros dos.

Las amenazas israelíes de agrandar aún más el conflicto son recibidas ahora con más sorna que horror por libaneses que se han cansado de escucharlas durante 30 años. Y sin embargo temen por su vida. Si Tel Aviv es atacada, ¿se salvará Beirut? Si el centro de Beirut es atacado, ¿se salvará Tel Aviv? Hezbollah usa ahora el lenguaje israelí de ojo por ojo. Cada amenaza israelí encuentra una amenaza de Hezbollah.

¿Se dan cuenta los israelíes de que están legitimando a Hezbollah, que una desordenada milicia guerrillera está conquistando lauros ante un ejército y una fuerza aérea que si escogen sus blancos a propósito son criminales de guerra y, si no, dejan ver que son apenas un poquito mejores que los ejércitos árabes a los que llevan más de medio siglo combatiendo? En esta guerra se están sentando precedentes extraordinarios.

De hecho, uno de los cambios más profundos en la región en las tres décadas pasadas ha sido que los árabes están cada vez menos dispuestos a tener miedo. Puede que sus líderes -nuestros líderes «moderados» pro occidentales, como el rey Abdullah, de Jordania, y el presidente Hosni Mubarak, de Egipto- tengan miedo, pero los pueblos no. Y una vez que un pueblo ha perdido el terror, ya no se le puede inyectar de nuevo.

Así, la consistente política israelí de aplastar a los árabes para someterlos -o, como dijo alguna vez el ex primer ministro Ariel Sharon, para que «sientan dolor» – ya no funciona. Es una política cuya bancarrota descubren ahora los estadunidenses en Irak.

Y en todo el mundo musulmán, «nosotros» -Occidente, Estados Unidos, Israel- no combatimos a nacionalistas, sino a islamitas. Y al observar el martirio de Líbano esta semana -sus niños masacrados en Cana, metidos en bolsas de plástico hasta que se echaron a perder con tanta sangre y hubo que envolverlos en sábanas- me acosa día con día un pensamiento terrible: que habrá un nuevo 11 de septiembre.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya